Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
LA FUNCIÓN JURISDICCIONAL
87
elásticas que admiten la interpretación de la norma; o pensar en un magistrado con
potestades suficientes para constituir un órgano más en la estructura del Poder político,
de manera que también el juez resuelva y decida con criterios económicos, políticos y
sociales, entre otros muchos pensamientos, que llevan a modelos potenciales del juez.
Asignada la tendencia, cuadra posicionar al Tribunal en el marco previsto como
opción valorativa (y como tal, subjetiva y plenamente opinable) y proyectar cómo puede
desempeñarse en el proceso, para que este sea un obrar establecido como regla.
Comienza así una difícil tarea de esclarecimientos, donde la función no se
concibe lineal (no es igual la responsabilidad de juzgar en el campo penal que la
derivada de temas civiles) y por eso los principios generales pueden mostrarse, a veces,
inconsistentes ante la urgencia, apáticos hacia una realidad que les reclama adaptación,
o incongruentes con la finalidad de ser justos.
La cuestión, entonces, se posiciona desde una atalaya no habitual, donde el
conflicto a resolver se suscita con el alcance que significa ser juez en uno u otro sistema
constitucional, porque los poderes de la jurisdicción varían; de manera que la actuación
en el proceso señalará reglas comunes (v.gr.: hacer que se cumpla el paradigma de la
supremacía de la Constitución), pero la actividad propiamente dicha, sufrirá
adaptaciones acordes con la finalidad de cada litigio, y la misión que se encuentre
prevista para el juez, en cada caso.
En definitiva, no es posible señalar una misión estándar para el juez en el
proceso, porque la función se desplaza conforme el objeto que actúa, de manera que
difiere en los casos siguientes:
a) El juez constitucional y sus poderes-deberes en el control de
constitucionalidad;
b) El juez de competencia común (civil y comercial);
c) El juez con actuación en procesos sociales (familia, laborales,
seguridad social)
d) El juez que trabaja con conflictos estatales (contencioso
administrativos)
e) Los jueces con competencia penal en sus diversas ramificaciones
Sin embargo, un examen de esta contextura sería errado, porque significaría
tanto como afirmar que hay tantos modelos para la función jurisdiccional como ramas
existan en el derecho a aplicar.
88
Vocatio, o facultad de emplazar a las partes para que se constituyan en el
proceso a estar a derecho.
Coertio, o poder jurisdiccional de aplicar sanciones a quienes no cumplan con
los mandatos judiciales.
Iudicium, o poder jurisdiccional para resolver con carácter final y definitivo.
Executio, o poder de ejecutar por la fuerza las decisiones tomadas.
51
CALAMANDREI, Piero, Instituciones de Derecho Procesal Civil, tomo I, Ejea, Buenos Aires, 1996,
p. 187.
89
También el proceso de formación de cada acto es sustancialmente distinto: la ley
proviene de un análisis previo de necesidades que buscan consenso y acuerdo en el
debate parlamentario para determinar así su conveniencia e implantación; mientras que
el acto jurisdiccional (sentencia) se halla precedido de un proceso que reclama un
mínimo de seguridades (debido proceso) para garantizar la eficacia del resultado.
En el plano de la vigencia acontece una nota singular que cobra trascendencia.
La ley puede ser modificada, transformada o simplemente derogada, a través del dictado
de otra disposición similar que la sustituya o simplemente la anule. En cambio, el acto
jurisdiccional es inmutable y pervive hacia el futuro impidiendo toda nueva
reconsideración entre las mismas partes. Esta firmeza del acto jurisdiccional se
denomina cosa juzgada.
52
SERRA DOMÍNGUEZ, Manuel, Estudios de derecho procesal, Ariel, Barcelona, 1969, p. 60.
90
La certeza práctica que tiene esta característica elimina dificultades de estudio y
facilita el encuentro con manifestaciones jurisdiccionales.
Pero, además, caracteriza la independencia de la jurisdicción con la función
pública (política) para ubicarse en el ámbito del proceso y como una garantía previa.
La inmutabilidad de los decisorios, unido a la ejecución del mandato judicial es
precisamente, la piedra de toque que completa esta teoría. La sentencia puede cumplirse
inmediatamente, porque el condenado esta personalmente conminado a ello; a
diferencia del acto administrativo de resolución que carece de fuerza compulsiva, aun
cuando posea autoridad.
De todos modos la cosa juzgada es la referencia más concreta para encontrar
distancias. Sin embargo, son numerosas las objeciones que se formulan a este criterio.
En primer lugar, se dice que no todo proceso culmina con la sentencia,
impidiendo entonces conseguir efectos definitivos; asimismo, se arremete contra otras
figuras procesales como la litispendencia.
En realidad, estas objeciones no transmiten alternativas de probable suceso.
Puede ocurrir que el litigio culmine sin sentencia por mediar abandono del mismo, en
cuyo caso, no existiría inconveniente alguno en reproducir la pretensión y generar un
nuevo proceso, toda vez que en el primero, no existió decisión jurisdiccional. Si, en
cambio, el juicio fue objeto de una estipulación precisa de composición (allanamiento,
desistimiento, transacción, etc.), los actos comprobatorios de esos actos convalidan con
efecto de res judicata las soluciones alcanzadas.
Con relación a la litispendencia, Ramos Méndez apunta coherentemente que
“nada obsta para la calificación de jurisdiccionales de algunos de los actos producidos a
raíz de la litispendencia, ya que por sí mismos no constituyen unidades autónomas, sino
que se integran en el proceso en el cual se desarrolla no solo la jurisdicción sino también
la acción de las partes”53.
En segundo término, se cuestionan los límites que impone la cosa juzgada, dado
que no siempre son temporalmente definitivos, sino que reducen su extensión según la
calidad de las partes o la naturaleza del problema (cosa juzgada formal y material).
Pero el reparo es baladí, porque en suma existe cosa juzgada, y la posibilidad de
reiteración encuentra los valladares concretos de la trama procesal, sea por los alcances
de la cosa juzgada, o por las cancelaciones futuras que establece la preclusión de ciertos
actos procesales.
En tercer lugar, se critica el carácter definitivo e inmutable de los
pronunciamientos, a la luz de impugnaciones específicas que los revocarían
oportunamente (v.gr.: recursos de revisión; rescisión; extraordinario de nulidad; etc.).
También aquí el cuestionamiento cae por su propio peso, en atención a que
siempre existe una nueva decisión y, en definitiva, no supera el problema de los límites
de la cosa juzgada.
Asimismo va cobrando fuerza la posición de cierto sector doctrinario que alerta
sobre la existencia de cosa juzgada en los actos administrativos, quebrando de ese modo
la nota atributiva especial que se pretende para la jurisdicción.
53
RAMOS MÉNDEZ, Francisco, Derecho y Proceso, Bosch, Barcelona, 1978, p. 141.
91
Empero, el llamado de atención retorna al punto inicial de estas reflexiones,
destacando simplemente a los fines de esta exposición, que no existe tal cosa juzgada
administrativa sino algo similar que es la firmeza de ciertos actos que devienen
irrevocables.
92
60. ¿Cómo se dividen las materias en la función judicial?
La actividad de los jueces se divide conforme el objeto que las partes proponen.
A veces se trata de resolver conflictos entre sujetos en posiciones antagónicas,
denominándose esta intervención: jurisdicción contenciosa; en otras, la actuación del
juez proviene de exigencias legales, o como contralor del orden público exigido para la
actividad propuesta, en cuyo caso, se habla de jurisdicción voluntaria. En esta,
propiamente, no hay controversia entre partes, sino un conflicto en la aplicación del
derecho.
La jurisdicción contenciosa explica toda la problemática del proceso
contradictorio, mientras la jurisdicción voluntaria desarrolla la participación del juez en
los conflictos sin controversia, o bien en aquellos que se generan a partir de una petición
individual que no importa oponer intereses hacia otro. De todos modos la precisión es
superficial.
La primera defección parece estar en el nombre. Oponer a la jurisdicción
contenciosa la denominada jurisdicción voluntaria distrae la idea central del instituto.
Más correcto sería hablar de una jurisdicción contenciosa y de otra extracontenciosa,
completando el marco con las intervenciones de la justicia en procesos sin controversia
pero necesarios para concretar un acto procesal determinado.
Para interpretar debidamente a la jurisdicción voluntaria no es necesario tomarla
en relación con la jurisdicción contenciosa.
Esta última, cierto es que desarrolla los epígonos trascendentes y constitutivos
del proceso civil; pero el trámite de un proceso voluntario no difiere en importancia, ni
esta privado del rol principal de que el otro importa.
Los criterios para alcanzar la cuestión pueden fraccionarse en relación con las
finalidades jurisdiccionales que obtienen.
Un primer momento, demuestra que la jurisdicción voluntaria –como la
contenciosa– se activa a pedido de la parte interesada, aun cuando no se reclame frente a
otro el conflicto generado por una disputa de intereses contrapuestos.
Aquí la actividad puesta en marcha destaca un problema individual que solo el
órgano judicial esta en condiciones de resolver.
No hay pretensión, en el sentido que elaboramos en los capítulos precedentes,
pues no se dirige frente a sujeto determinado y distinto del que reclama, sino que
promedia una petición. En consecuencia, el interesado tampoco es parte, sino
participante o peticionario en el proceso incoado.
Este presupuesto inicial, empero, necesita de algunos refuerzos para comprender
la idea.
La afirmación de que no existen partes o parte en el proceso de jurisdicción
voluntaria, supone desplazar la noción de controversia, en tanto huelga su presencia y el
problema se suscita en la órbita de un derecho de contenido privado, que debe resolver
el órgano jurisdiccional.
A su vez, desde este emplazamiento, podría deducirse que el Estado tiene
también un interés particular en la cuestión, sea por razones de conveniencia pública o
para dar formalidad y legalidad al acto que se va a realizar o aún para fiscalizar el
compromiso hacia la constitución de una nueva relación jurídica.
93
Va de suyo, que en uno u otro caso, los actos que componen el material
dispuesto para desenvolver la jurisdicción voluntaria o graciosa depende de la previa
atribución legislativa en el marco de una absoluta discrecionalidad donde las razones
jurídicas quedan inicialmente desplazadas por el motivo de oportunidad, mérito o
conveniencia.
En segundo término, con el proceso en desarrollo, debe analizarse el contenido
de la función cumplida, para responder al problema de saber si ella es función
jurisdiccional, propiamente dicha, o actividad administrativa, stricto sensu.
El derrotero más simple sería otorgar carácter jurisdiccional, únicamente, a los
procesos contenciosos, derivando a los demás la función administrativa que el juicio
admite.
Es jurisdiccional la tarea del juez en la función que encaminan los procesos
voluntarios, pero esta actuación del derecho o protección del interés privado, no es
sacramental porque, en suma, la intervención cubre una premisa de orden legal, sea para
verificar la existencia de una relación jurídica, o para fiscalizar los efectos que contraen
ciertas facultades o derecho que los particulares ejercitan.
Por eso también, la cosa juzgada es un elemento importante para distinguir, pero
no para caracterizar ella sola la función, pues esta cuenta con otras singularidades no
menos importantes.
Estas características principales a nuestro entender, serían:
a) En la jurisdicción voluntaria no hay controversia concreta, sino únicamente un
interés a tutelar.
b) No hay partes, porque no hay conflicto; hay, en cambio, peticiones y motivos
de intervención.
c) Los efectos perseguidos son diferentes a los del proceso contencioso; mientras
en estos se quiere comprometer los intereses y derechos de terceros o de otro; en
los procesos voluntarios los fines pretendidos son personales.
d) La posición del juez en el proceso también difiere. En los asuntos litigiosos
resuelve como tercero imparcial; en cambio, en los voluntarios, conservando el
motivo ajeno deja de ser tercero cuando acude supliendo una voluntad estatal
(legislativa).
94