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Consideraciones sociales en torno a la formulación de políticas de economía popular

Por Eduardo López

“No queremos puestos de trabajo, ya los produjimos nosotros, queremos que nos ayuden a dignificarlos”

Yaky Flores, representante del MTE1

1 - Introducción

Estas reflexiones sonproducto de un diálogo de saberes entre la academia, el saber político-institucional


del Estado y los saberes de organizaciones sociales de los últimos años. Son reflexiones originadas en
intervenciones sobre hábitat popular y economía social realizadas en el marco del Ministerio de Desarrollo de la
Comunidad de la provincia de Buenos Aires en relación con organizaciones sociales y equipos técnicos
municipales desde los años 1993 hasta el 2008. También tomé como referencia los procesos y resultados de
proyectos de extensión con actores de la producción social de hábitat en el marco del Consejo social de la
Universidad Nacional de La Plata y el Consejo Provincial de Hábitat durante los años 2013 a 2020. Por último,
alimentan estas reflexiones los resultados de una serie de proyectos de investigación en la Facultad de Trabajo
social de la UNLP sobre políticas de acción social, comunidades rurales y organizaciones de base territorial-
comunitarias desde los años 2008 hasta 2020. Opté por adoptar la perspectiva teórica de la hermenéutica de las
emergencias que formula Boaventura Santos ya que aspiro a captar la perspectiva de una serie de sujetos
colectivos no esperados que emergen como novedad en el escenario de la economía social y para quienes
nuestro referencial teórico no está preparado (Santos; 2002). También fue una opción teórica y una apuesta
teórico-política poner en valor los discursos, propuestas y posturas de los sujetos populares y explorar el
potencial teórico del conocimiento popular encarnado y expresado en los referentes de sus organizaciones
(Argumedo; 1993). Desde estos presupuestos teóricos conceptualizo a la economía popular como desde la
perspectiva de movimiento social nacional emergente que interpela a las autoridades y las elites a partir de un
repertorio que incluye acciones de institucionalización y demandas radicales. La institucionalización de demandas
realizadas por el movimiento interpela a la política social reclamándole una serie de cambios necesarios para
transformar sus necesidades más sentidas en derechos sociales. La sinergia emancipatoria podría ser una forma
de gestión asociada adecuada para lograrlo.

La economía popular como movimiento social

Ya desde principios de los ´70, Osvaldo Sunkel advertía la tendencia estructural de las economías
periféricas a generar un polo marginal en la economía muy superior al de las economías centrales. También se
advertía que ese tipo de marginalidad no iba a poder ser compensada, como sí era posible en las economías del
centro, con recursos asistenciales. (López; 2019:73) El surgimiento de la economía popular en Argentina es parte
de un fenómeno de transformación de este polo marginal que abarca a todas las economías capitalistas del
mundo, centrales y periféricas. En Latinoamérica lo podemos identificar con el movimiento de la economía social
y solidaria que para Aníbal Quijano la resultante de un movimiento de la sociedad:
“… la economía solidaria es un heterogéneo universo de prácticas sociales que por su demostrada capacidad
de perduración y de reproducción, por su creciente expansión mundial y por la magnitud de las poblaciones
implicadas, constituye una de las expresiones vitales del no menos heterogéneo y contradictorio y conflictivo
movimiento de la sociedad actual, y, en esa medida, también un modo de las alternativas de los
dominados/explotados en el más sombrío período del capitalismo global” (Quijano: 2008:12).

En Latinoamérica, la economía social y solidaria tiene una fisonomía relativamente homogénea. Como
ha acontecido históricamente con el pensamiento popular, no porque se haya difundido la misma idea sino
porque son respuestas que parten de la misma matriz de pensamiento nacional popular latinoamericana a una
misma realidad estructural continental común (Argumedo; 1993).
“América Latina ha sido el escenario central en el que la economía Social y Solidaria surgió y se autodenominó
como tal, para distinguirse de otras iniciativas como las empresas sociales en el mundo anglosajón, o las actividades
1
Exposición en la sesión inaugural del Consejo Provincial de la Economía Popular. Ministerio de la Comunidad. La Plata.
Marzo de 2020.
del “tercer sector” impulsadas en Europa y otras regiones desde instituciones religiosas o como brazos filantrópicos del
sector empresarial” (Cendejas; 2017:119).

A nivel nacional, y sobre la base de este movimiento de la sociedad global y latinoamericano, en tanto
proceso de transformación cultural de fondo, surgen una serie heterogénea de organizaciones conformando un
campo multiorganizacional de la economía social solidaria y popular. Un grupo de ellas autodenominadas de la
economía popular inician un movimiento social nacional. Desde la perspectiva de Sidney Tarrow, entiendo al
movimiento social nacional como “…desafíos colectivos planteados por personas que comparten objetivos
comunes y solidaridad en una interacción mantenida con las elites, los oponentes y las autoridades.” (Tarrow;
1997:7)

Este movimiento, articula una variedad de experiencias y grupos que se constituyeron a lo largo del
proceso de luchas populares que resistieron el avance del modelo neoliberal en la economía nacional en las
últimas décadas. Por su heterogeneidad de modos organizativos y gramáticas políticas desarrolla una estructura
de movilización de tipo multitud. Para García Linera, la multitud es un

“…bloque de acción colectiva, que articula estructuras organizadas autónomas de las clases subalternas
en torno a construcciones discursivas y simbólicas de hegemonía, que tienen la particularidad de variar en
su origen entre distintos segmentos de clases subalternas” (García Linera; 378).

El movimiento de la economía popular articula estructuras de movilización muy variadas y de diferente


contexto histórico de gestación. Los núcleos más visibles de la multitud son los movimientos territoriales y las
comunidades de los barrios populares que a su vez están fuertemente ligados entre sí (Onorato; 2020). Esta
ligazón tiene fuertes raíces históricas. La conformación de las comunidades barriales del conurbano tiene un
origen histórico condicionado por dos procesos simultáneos: la descolectivización y la segregación socio-espacial
(Bráncoli;2006). El cambio de las relaciones Estado-sociedad planteadas por el neoliberalismo de los ´90 y la
incorporación del trabajo a los planes asistenciales dio lugar a que avancen procesos auto-organización de los
trabajadores desocupados orientados mejorando la autogestión y su autonomía (Bráncoli;2006). La experiencia
de institucionalización de las demandas sociales durante los 2000 generó las bases para superar la conciencia
corporativa y pensarse como organización gremial y política (López, 2005) (Natalucci;2009). Las estructuras de
multitud son una proyección del movimiento comunitario barrial y en conjunto constituyen un complejo híbrido
que se encuentra en proceso de sindicalización (López; 2019).

La economía popular es definida por una serie de autores de muchas maneras. Una definición
descriptiva basada en una enumeración de sus prácticas o en sus manifestaciones actuales externas no nos
permite entender de donde viene, hacia donde va, conocimiento que resulta insuficiente para una intervención.
Es importante explicar su dinámica, sus potencialidades y limitaciones. Otro tipo de definiciones podemos tener
con Miguel Mazzeo, Boaventura Santos o Juan Grabois. Para Mazzeo, la economía popular es una cuestión
existencial y emancipatoria
“…es el conjunto de estrategias de subsistencia de un sujeto subalterno y oprimido (plebeyo, popular) que
presupone la centralidad de la vida y no del capital. O sea, lo popular vinculado a lo no capitalista, a lo anticapitalista,
a lo desmercantilizador” (Mazzeo; 2020:1).

Para Mazzeo, lo popular le brinda capacidad de producir matricialmente alternativas a lo instituido. Lo


plebeyo tiene la capacidad de sostener un proceso emancipador, incluyendo sus momentos de insubordinación
social. Para este autor, al igual que para Santos, la economía popular puede constituirse en una especie de
laboratorio social y político, en una usina de alternativas sistémicas, en una escuela de “socialismo práctico”.
(Mazzeo;2020) (Santos; 2002). Para juan Grabois,
“La economía popular es la resultante de un movimiento social histórico compuesto por la agregación de
sujetos colectivos que nacieron al calor de la resistencia al neoliberalismo y transformaron las estrategias de
sobrevivencia en actividades económicas generadoras de ingresos y puestos de trabajo (…) Estas actividades se
caracterizan en lo económico por el predominio del trabajo sobre el capital, en lo social por la tendencia a las
relaciones simétricas y en lo cultural porque la lógica productiva está inmersa en la cultura popular. (Grabois; 2017:17)

La preminencia del trabajo sobre el capital constituye una economía del trabajo (Coraggio;2004) como
aquella economía que distribuye y no elimina puestos de trabajo (Pérsico; 2020;6). Una economía conformada
por y para los trabajadores entendiendo al trabajador desde su condición social, como aquella persona que, más
allá de poseer un capital, necesita de la realización de su fondo de trabajo para sobrevivir. Es esta condición social
que define al sujeto económicamente.

Delimitar claramente quien es el sujeto de la economía popular es uno de los hechos sustantivos en
términos metodológicos no solo para definirlo conceptualmente y poder saber quiénes son sino también para
operativizar la aplicación de la política social y afectarlos en forma precisa en términos de protección. Definir al
trabajador de la economía popular por su “necesidad de realizar su fondo de trabajo diario para poder vivir”
define a un conjunto de trabajadores tradicionalmente separados por categorías de “propiedad”. Esta forma
iguala a personas que tienen cierto capital, pero son personas que, por el empobrecimiento general de las
comunidades, es un capital que no se realiza como relación social. Por lo tanto, ese trabajador no se relaciona con
otros a través de dicho capital. Más allá de esta “propiedad”, los unifica el hecho de la necesidad cotidiana de
trabajar para sobrevivir y no por el capital que detente es una cuestión metodológica central para poder
establecer quien pertenece a la economía popular. La delimitación elegida por Coraggio recorta la participación
en la economía popular de una manera que permite reencontrar a distintas identidades de la clase trabajadora
tradicionalmente separadas. Reunir este conjunto permite construir una idea de clase trabajadora más
abarcadora en términos sociales no economicistas desandando parte del acumulado de diferencias que
constituye al proletariado (Federicci; 2004) (Coraggio;1998)

La emergencia de lo popular y plebeyo

Otro de los aspectos relevantes en las definiciones de Grabois y Mazzeo es el hecho de que una
economía inmersa en la cultura popular. Esto implica por un lado que las “soluciones” sociales y técnicas
provienen de un acervo sincrético transhistórico transmitido transgeneracionalmente y apropiado por los
sectores subalternos. Las formas de realización de lo económico están dotadas de un referencial muy amplio de
experiencias y estructuralmente adaptadas a la existencia del grupo social. Este acervo ha demostrado
históricamente que constituye una matriz de pensamiento autónomo con capacidad de reinventarse en cada
coyuntura histórica (Argumedo; 1993) con capacidad de producir alternativas al capitalismo (Mazzeo; 2020).

Abrevar en la cultura plebeya y popular es abrevar en la cara oscura y oculta de la sociedad, de la


economía y de la ciudad. Muchas de estas propuestas son inesperadas por nosotros, irrumpen en la
institucionalidad estatal como incorrectas y en la academia como impensadas. Preparar a las instituciones para
esta emergencia nos demanda nuevas perspectivas y nuevas prácticas. Una de ellas es el pensamiento pos abisal
basado en la hermenéutica de las emergencias. Para Santos, el pensamiento abisal
“…consiste en un sistema de distinciones visibles y no visibles, siendo las invisibles la base de las visibles. Las
distinciones invisibles se establecen mediante líneas radicales que dividen la realidad social en dos reinos: el reino de
este lado de la línea y el reino del otro lado de la línea (…) una división en la que el otro lado se desvanece como
realidad, se convierte en no existente y de hecho se produce como no existente. (Santos; 2018:585)

Pensar más allá de la línea abisal es pensar qué pasa en el afuera, en el lugar de los otros, el afuera de la
sociedad, el afuera de la ciudad y el afuera de la economía, pero desde la perspectiva de los otros. Pensar la
economía popular desde la hermenéutica de las emergencias nos exige pensar más allá de la informalidad, de la
carencia, de la escasez, es pensar desde la variedad de modos de existencia, de usos, practicas, saberes y deseos
que orientan la acción social en el mundo popular. El pensamiento pos abisal nos lleva a pensar que la economía
popular puede ser algo más allá de lo esperado en términos de lo que hemos entendimos las últimas décadas
como economía social y solidaria. Algunas categorías y conocimientos establecidos pueden obturar el
pensamiento y más que echar luz pueden llevarnos a oscurecer los fenómenos y nuestros marcos conceptuales
instituidos académicamente y operar como una ciencia regulatoria (Santos; 2018:45). Explorar el campo de lo
sistemáticamente invisibilizado habilita la posibilidad de experimentar socialmente. Comprender lo popular nos
exige, en alguna medida desaprender, nos reclama un pensamiento no eurocéntrico, situado, del sur, decolonial,
no normativo, no homogeneizador, abierto a interpretar lo que viene de abajo y de atrás. Entre todo lo que
emerge producto de la matriz popular vemos que surgen procesos de construcción identitaria grabados en la
subjetividad con la fuerza de las crisis (Grimson;2018).
1 - La emergencia del trabajo como eje identitario

La economía popular es presentada por algunas organizaciones como una “marca” que las diferencia de
los “otros”, de la “economía social”, “solidaria”, “informal”, etc. Emerge una voluntad de nominarse, derecho
tradicionalmente privativo de la academia. La identidad de “trabajadores de la economía popular” es presentada
asociada a raíces históricas honradas por una secuencia de luchas contra el neoliberalismo que viene desde los
años 80 del siglo XX. La idea de trabajador fue históricamente parte de la identidad de la gente sencilla y pobre
del pueblo. Desde fines de los ´70, la conformación de las comunidades barriales urbanas y suburbanas resultante
de los procesos de desocupación y segregación socio-espacial fueron acompañadas por acciones colectivas
fuertemente organizadas en el territorio, todas atravesadas por un componente de trabajo individual y colectivo
autogestivo que fue base material para su desarrollo social. Desde los 80, el trabajo autónomo y autogestionado
fue, además, un factor que le permitió, a dichas comunidades, afirmarse frente a las pretensiones clientelares y
de cooptación por parte de las políticas asistencializadas del Estado neoliberal (Bráncoli; 2006:51). Durante los
años 90, el trabajo fue el eje central en la constitución identitaria del movimiento de desocupados o “piqueteros”
que a partir de mantener su acervo cultural como trabajadores que generó la base para su repertorio modular: el
piquete, las ollas populares, los delegados por sector, las asambleas y la sindicalización. Los trabajadores
segregados del mercado de trabajo, en tanto excluidos crearon un espacio social propio que los contuvo, se
reconocieron, establecieron símbolos comunes y hasta su propia economía socializando sus magros ingresos,
creando comedores comunitarios, sus propios jardines de niños, generando diferentes proyectos productivos
(Samanes;2009:4). Desde la crisis de los años 2000, el hecho de salir a juntar cartones o ir a pedir al centro o a
realizar “changas” se presentó como una alternativa concreta para muchos trabajadores desocupados. Asumir
esas actividades como trabajo no fue algo sencillo, lo que habría comenzado como una actividad transitoria hasta
conseguir un trabajo, terminó convirtiéndose en el único trabajo que podían tener (Sotelo;2003:12) Ya para la
década de 2010, la persistencia de la desocupación estructural confirmó esta convicción de que era el único
trabajo que podrían conseguir por lo que el horizonte de transformación pasó a ser la dignificación esas prácticas
laborales a través del reconocimiento social y Estatal de los mismos. Esta asunción parece estar en la base de la
superación de las identidades negativas de trabajadores “desocupados” o “excluidos” para nominarse
positivamente como trabajadores de la economía popular. La identidad se estructura también a partir de una
diferenciación entre nosotros / ellos. Surge la necesidad de marcar la diferencia para valorarse, “yo soy pobre,
pero no robo”, “yo salgo a pedir, ellos sinvergüencean”. De esta manera, aparece una necesidad de responder a
un discurso oficial, pero desde un lugar en el que ellos no se reflejan (Sotelo;2003:19).

La reconfiguración identitaria alrededor de la idea de trabajador pasa a ser el eje de la construcción del
enmarcado del movimiento social nacional. “El trabajo es el elemento estratégico en la construcción de los
marcos de significación del movimiento de la economía popular” (Grabois-Pérsico; 2015:1). Auto denominarse
trabajador pasa a ser un hecho social total ya que reconfigura, al mismo tiempo la relación con todos los sectores
sociales y el Estado (Mauss;1974). La identidad en torno al trabajo permite romper el encapsulamiento social
(como sector invisible) corriéndose del lugar social de “carga social”, rechazando la identidad atribuida de
“asistido”. Al mismo tiempo desactiva el estigma de “planero” y del estatuto social de subciudadanía que le
corresponde. Por otro lado, acerca al movimiento al resto de la clase trabajadora desandando el acumulado de
diferencias que los debilita. Por último, interpela a la política pública reclamando igualdad de condiciones con el
empleado en torno a la extensión de la protección social al trabajo (Grabois-Pérsico; 2015:19).

La dinámica de construcción identitaria preanuncia un panorama cambiante en torno al plano de las


prácticas. La expansión de una identidad de trabajador y de “un” movimiento de los trabajadores pasa a ser un
horizonte de transformación posible en un proceso de des acumulado de diferencias con consecuencias radicales
en tanto clase trabajadora para sí. El avance del proceso de sindicalización conformando CTEP-UTEP, la
movilización conjunta con centrales obreras, la solicitud de UTEP de incorporarse a la CGT y la elaboración de
propuestas políticas como el PDHI van en ese sentido. Centrado en el caso boliviano, pero no necesariamente
circunscripto a él, Linera explica cómo, a pesar de la des colectivización post-fordista, la multitud expande una
“identidad de pueblo simple o trabajador” y el liderazgo gremial irradia hacia todas las clases plebeyas catalizando
la movilización y la conformación del pueblo en tanto categoría política. La experiencia histórica argentina
muestra que los procesos de des colectivización fueron contestados, más o menos tardíamente desde la matriz
popular con prácticas de re-colectivización. En presencia de las oportunidades propias de un escenario de
“descomposición social” propia del capitalismo senil, esta expansión es factible ya que cuenta además con raíces
histórico-cultuales fuertes. El avance en dicha dirección depende del componente estratégico aportado por las
organizaciones que conducen el sector. Según Tarrow, en la medida en que logren elaborar un discurso de
modularidad estratégica que permita movilizar a sus bases sociales en acciones coherentes con la ventana de
oportunidad que ofrecen las estructuras políticas de cada momento, se registrarán nuevos avances
(Tarrow;2015).

Uno de los elementos que está permitiendo expandir la identidad de trabajador/ra es la traducción
intercultural que se está produciendo entre distintos movimientos. Para Santos, el trabajo de traducción es “…un
procedimiento capaz de crear inteligibilidad mutua entre experiencias posibles y disponibles sin destruir su
identidad” (Santos; 2005: 153) Las intervenciones actuales de traducción intercultural o traducción de saberes
entre los movimientos sociales tiene un impacto directo en la capacidad de articulación de prácticas, de compartir
repertorios y concertar acciones de movilización y protestas. La traducción realizada entre los movimientos de la
economía popular, el movimiento feminista, el movimiento obrero y el movimiento de derechos humanos está
permitiendo múltiples diálogos entre saberes y prácticas. La forma de participación de grupos de mujeres en los
barrios y sindicatos, muchos de ellos alimentando las perspectivas de feminismo popular, han tenido resultados
evidentes en la política pública. Es impactante la interpelación del movimiento feminista a la economía popular
con su corolario de modificación de las políticas públicas hacia el sector en torno a la protección a la economía del
cuidado.

2 – La acción colectiva instituyente-destituyente

La economía popular es también voluntad política y estrategia de sus dirigentes y organizaciones que la
conducen. Las importantes transformaciones identitarias y de sus repertorios por parte de los trabajadores de la
economía popular nos hablan de una dialéctica compleja entre identidad y movilización que deriva de un
condicionamiento recíproco: la identidad como requisito de la movilización, pero también la identidad como
producto de la movilización. La capacidad de transformarse a sí mismos, de aprender y de ocupar la escena
pública construyendo agenda y siendo parte del proceso de producción de la política pública es característico de
un movimiento social complejo (López; 2019:3) (Poggiese;2000:7). En la actualidad, el movimiento de la economía
popular funciona con la dinámica orientada por la tercera estrategia de la izquierda latinoamericana descripta por
Emir Sader.
“La primera estrategia fue la tradicional, espontánea, de reformas. Reformista porque era la mejoría gradual
sin cuestionar el poder del Estado, sin cuestionar la idea de ruptura con el poder del sistema dominante. Que tuvo en el
gobierno de la unidad popular de Salvador Allende en Chile su experiencia más avanzada y demostró, aún allí, sus
límites insuperables. La segunda estrategia fue la guerra de guerrillas de lucha armada (…) que simplemente es
inviable hoy en día: en la actual correlación de fuerzas, si un movimiento social (…) militarizara los conflictos, serían
masacrados. (…) Es una estrategia que no está en el horizonte, no porque no pueda ser justa la rebelión armada de un
pueblo, sino porque simplemente no es efectiva ni factible, sería contraproducente. La tercera estrategia (…) es una
combinación de varios elementos: sublevación popular, salida electoral y refundación del Estado. Parten fuera de los
límites estrictos de la institucionalidad, llegan a una solución política y, sin embargo, no tratan de transformar la
sociedad con el Estado alrededor de la esfera pública, de su democratización conforme a las características del país,
multicultural, multiétnico, etc (…) combina elementos de sublevación popular con elementos de salida política (…) los
movimientos que no se han adaptado a esto han sido superados (Sader; 2008:20).

Coincidiendo con esta tercera estrategia, las organizaciones que actualmente conducen el movimiento
de la economía popular se proponen transformar el Estado desde la sociedad civil. Esto supone una práctica
política compleja y por momentos difícil de ser aceptada por gran parte de las fuerzas políticas. La dialéctica
instituyente-destituyente está presente en forma diferente en cada una de las organizaciones que conducen el
movimiento conforme a su gramática política. Para Ana Natalucci
“…la gramática política es el juego de reglas no escritas que delimita, por un lado, las pautas de interacción de los
sujetos; y por otro las combinaciones de acciones para coordinar, articular e impulsar intervenciones públicas, acciones
que se dirijan a cuestionar, transformar o ratificar el orden social (Natalucci; 2011:8).
El campo de las organizaciones populares está habitado por organizaciones con distintas gramáticas
políticas, principalmente las gramáticas: autonomista, clasista y movimientista (Natalucci; 2011:8)
“La gramática autonomista se caracteriza por la centralidad otorgada a los mecanismos deliberativos, en
especial promueve el asambleario y horizontal, siendo el consenso la forma de toma de decisiones. A su vez, se prioriza
lo territorial que se haya intrínsecamente vinculado a su concepción de cambio social, es decir “desde abajo, en el aquí
y ahora a partir de la transformación de las relaciones cotidianas. (…) La gramática clasista comparte con la
autonomista (una) visión monolítica del régimen político al que iguala al Estado y a este como instrumento de
dominación de la clase dominante. Sin embargo, su expectativa de cambio es más bien ambiciosa: prevé una
revolución que reorganice las relaciones entre clases sociales, de modo de desaparecer al capitalismo como régimen
de acumulación. En este sentido se posiciona como vanguardia de la clase dominada a la que espera conducir. (…) La
gramática movimientista, en términos de concepción de cambio social, la historia es organizada en dos etapas, la de
resistencia, que supone un retroceso político y económico para los sectores populares y la de ofensiva. De acuerdo a
este precepto mientras el primero produce fragmentación de los sectores populares, la de ofensiva alienta a la
articulación con el fin de superar las posturas sectoriales (…) Esta gramática emergió sobre la base de pensarse en
relación con el Estado nacional (…) la expectativa es construir un movimiento nacional que impulse el proyecto
popular; en este sentido las organizaciones se piensan a sí mismas como puentes entre el pueblo (…) y el Estado. Esta
gramática (de) matriz estatista tiene incorporada la dimensión instituyente de la política, pero sin renegar de la
destituyente” (Natalucci; 2011:9)

A diferencia del 2001, a partir del 2015, se manifiesta una articulación interna fuerte entre
organizaciones de gramáticas políticas autonomistas, clasistas y movimentistas. También es novedosa la
integración de diferentes estructuras de movilización en la misma organización como las comunitarias, las
territoriales o de multitud y las sindicales en la UTEP que agruparía al ochenta por ciento de las organizaciones del
país2. Probablemente, la experiencia de institucionalización de la etapa que se abrió en el 2003 permitió superar
el obstáculo existente entre las miradas instituyentes y destituyentes articulando saberes y prácticas entre las
organizaciones de gramáticas políticas autonomistas, clasistas y movimentistas con una clara hegemonía de las
organizaciones de gramática movimientista. La evidencia empírica muestra que la integración de las diversas
estructuras de movilización: comunitarias, territoriales y sindicales se co-relaciona con la articulación entre
gramáticas y con la superación del dilema destituyente / instituyente. Las organizaciones comunitarias no
constituyen vías de movilización alternativas a la sindical o a la multitud, sino que en la realidad las encontramos
articuladas y en gran medida integradas a las otras dos (López; 2019c). Esta posibilidad integración se posibilitaría
conforme a la calidad de la CTEP en tanto “organización de organizaciones” (Muñoz; 2017). Probablemente,
agregar estas variedades y contener estas diversidades son posibles a partir de construir cierta homogeneidad en
el plano de la estrategia. La comunidad se articula como una base social y cultural autónoma pero que a su vez se
proyecta mediante otras formas de movilización a las cuales aporta y sostiene ya que “…las comunidades, y en
particular las mujeres, son el reservorio y elemento clave de la reproducción cultural de su cultura” (Segato, 2018).
Si la economía popular está sumergida en la cultura popular, las organizaciones territoriales, como las sindicales
tendrán la marca del gen comunitario en su interior: La reproducción ampliada de la vida se proyecta como
sentido de la acción colectiva hacia todo el conjunto de organizaciones construyendo un marco interpretativo
abarcador y conformando así, al igual que el trabajo, otro elemento fundamental del enmarcado del movimiento
social nacional.

Para el aprovechamiento de la estructura de oportunidades políticas, estos actores emplean una acción
cosmopolita insurgente: articulando distintos espacios-tiempos locales, nacionales y globales (Santos; 2018:427).
Por ejemplo, la legislación nacional de protección del trabajo no registrado se gestó a partir de articular la
intervención en distintos niveles subnacionales, nacionales y supranacionales: Encuentro de movimientos
populares convocado por el Papa Francisco, su intervención en la OIT y el trabajo en el Congreso Nacional.
(Grabois; 2017:25) Esta articulación global, entre otras condiciones, permite al movimiento enarbolar un tipo de
demandas, inviables en otros contextos, como son las demandas radicales.

3 - La emergencia de demandas radicales

2
Según Esteban “Gringo” Castro, Secretario General de la UTEP. Publicado en: https://www.pagina12.com.ar/296638-la-
solidaridad-como-respuesta-a-la-crisis-social?fbclid=IwAR2s4gFOltg7CI16AaB_2BJOSJBA-40l58pwRB96zBtfNVLvClWAP9EDf5w
El núcleo de organizaciones más visibles del sector de la EP que suelen ser denominados “los cayetanos”
se manifiestan como una fracción muy dinámica en la política con gran capacidad e iniciativa para ocupar el
escenario público. Exhiben una inédita capacidad de articulación (comunidades barriales, estudiantes,
universidades, sindicatos, CGT, partidos de izquierda, Frente de todos). Esta construcción les permite cierta
capacidad de liderar el movimiento de los pobres y de hegemonizar la discusión sobre gran parte de las políticas
públicas orientadas al sector. Entre sus reclamos plantean “demandas radicales” como tierra, techo y trabajo.
Para Santos, este tipo de demandas implican reformas revolucionarias porque, a diferencia de las demandas de
los incluidos, estas demandas, por su imposibilidad de ser resueltas en el marco del régimen de acumulación
vigente, demandan cambios que, sin ser planteadas como una revolución, tienen la capacidad de poner en juego
a todo el sistema (Santos;2002:7). Abordar el problema de la tierra, para la política social se constituye en un
hecho radical porque “…en Argentina no se puede hablar de la tierra, este tema es un tabú” (Resse; 2012). Estas
organizaciones, con la ayuda del papa, están instalando el tema en la agenda. La emergencia de este tipo de
demandas, tradicionalmente silenciadas son consecuencia de los cambios al interior de las clases subalternas.
Para poder percibirlos necesitamos una perspectiva que supere la idea de sectores populares como clientela,
subalternidad o espacios de cooptación de dirigentes. Una perspectiva que permita ver a las clases subalternas
con capacidad de iniciativa y elaboración política nos puede ayudar a comprender como existen mayores grados
de organicidad y de autonomía que reducen el espacio a los armados heterónomos tradicionales. La experiencia
del RENABAP muestra la importancia de la visibilización para la construcción de la agenda de la política pública. La
demanda de intervención en 4500 barrios, villas y asentamientos es en sí misma una demanda radical ya que por
su complejidad y dimensión supone reformas radicales que las distintas jurisdicciones implicadas no comprenden,
no desean ni, en las actuales condiciones, están en posibilitadas de asumir. El pensamiento abisal nos lleva a
entender al hábitat solo desde su función de habitación, minimiza el hecho y obtura el pensamiento impidiendo la
percepción de que, para muchas familias pobres, el hábitat es más un hecho existencial y una base de
operaciones vitales por lo que debemos interpretarlo como un hecho social total con impacto en todas las
dimensiones de la vida social (Mauss;1974). El registro de la economía popular puede constituirse en otra reforma
revolucionaria. La experiencia del Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) puso de manifiesto que el trabajo no
registrado, por su dimensión, es una realidad insoslayable e imposible de no ser asistido y protegido por el
Estado. El trabajo no registrado fue históricamente invisibilizado y registrar el trabajo trastoca una realidad de
forma radical porque puso en evidencia que “lo que no existe, es una verdad activamente producida como no
existente” (Santos; 2005; 36). Las intervenciones en relación a las demandas radicales necesitan de una
correlación de fuerzas sociales que no se tiene. Por lo tanto pueden pensarse desde un concepto de sinergia
emancipatoria, en tanto empoderamiento mutuo entre el movimiento y la gestión donde el carácter utópico de
dichas demandas no signifique una insatisfacción sistémica, sino que opere como idea-fuerza que direccione no
solo la estrategia del movimiento sino también el cambio institucional (López; 2005).

Trabajo para todxs parece ser otra demanda radical. En ese sentido y sin esperar el pleno empleo, otra
de las apuestas actuales de las organizaciones de la economía popular es transformar los planes de asistencia
alimentaria en planes de ayuda y protección al trabajo autoconstruido por ellos en los últimos años. Esta
propuesta, en vías de institucionalización, aspira a transformar los “planes sociales” en sistemas de protección al
trabajo para todas las personas en condiciones de trabajar, política de importantísimo impacto social ya que
extendería el sistema de seguridad social a casi la mitad de la PEA que se encuentra fuera del sistema de
protección. Esta política resolvería las limitaciones económicas de expansión de lo asistencial porque basaría su
crecimiento en la promoción y el mejoramiento continuo de actividades de creación de valor. Sus sostenedores
proponen al trabajo como reorganizador la vida social, en línea con la construcción identitaria que enmarca al
movimiento. En términos subjetivos, la protección al trabajo sería una “reivindicación al esfuerzo personal” 3.
Reconocer el trabajo tiene una significación muy potente dado que se articula con la “economía moral” afianzada
en el sentido común de la cultura popular y en la cultura del trabajo. Una política de protección del trabajo
reconoce raíces histórico-culturales muy profundas que provienen de la tradición católica, del peronismo y de las
diversas corrientes de izquierda. Reconocer el trabajo en el marco de proyectos útiles socialmente articula lo
individual con lo colectivo respetando principios de subsidiariedad y de autonomía que valoran el desarrollo de la
libertad personal en un marco de realización comunitaria, valores fuertemente arraigados en nuestra sociedad.
En el plano político, ligar la ayuda social al trabajo permite presentarlo en sociedad como una “promoción del
3
Por ejemplo, al respecto, Jacky Flores, referente de MTE expresa “No queremos puestos de trabajo, ya los autoconstruimos,
queremos dignificarlos”.
trabajo” desactivando las campañas contra “el crecimiento de los planes” y el mantenimiento de “planeros”. La
centralidad del trabajo transforma a la ayuda estatal no solo en su materialidad sino también en su significación.
La ayuda no cambia de sentido al realizarse como ocurre con la asistencia social donde el sujeto tiende a negarse
como “asistido”. La protección al trabajo, en tanto acción social digna, lo reafirma en su condición como
trabajador en un plan de ascenso social que lo dignifica y re-impulsa la construcción identitaria en proceso. Esta
legitimación cohesiona sinérgicamente al movimiento que la sostiene proveyéndole así mejor base de
sustentación. Proteger a lxs trabajadores, pasa a ser una reivindicación de la cultura, de la historia y de la cultura
política popular ya que “hay una sola clase de hombres, los que trabajan.” Valorar el trabajo es, además de un
hecho de justicia social, es un hecho igualador, porque valorar a todxs por su esfuerzo, más allá del valor de
cambio obtenido o del prestigio social de la tarea que ejerce, se inspira en el concepto de dignidad.

4 – La emergencia de otros modos de vida

La posibilidad de reconocer a la economía popular como un sector emergente de la economía generó un


debate sin resolución aparente en las fuerzas populares y progresistas que ya lleva 20 años. La crisis financiera del
2008 y sus consecuencias económicas en términos de empleo y pobreza reactivó una discusión importante entre
dirigentes populares y funcionarios del gobierno en torno a la necesidad ir construyendo otro subsistema
económico popular al inicio del gobierno de Néstor Kirchner de 2003 (Perdía; 2020:4). Es una discusión entre la
perspectiva neo keynesiana que promete el pleno empleo y que considera que la economía popular no es
emancipatoria porque resigna el objetivo del ascenso social y perpetúa la ayuda social (Boudou; 2020). Por otro
lado, algunos dirigentes asumen que “…el desempleo vino para quedarse y que en la mejor situación de un
gobierno popular como se tuvo de 2003 a 2015, esta demanda no se pudo resolver” (Grabois; 2017: 2). Este
desacuerdo empalma con los históricos nudos conceptuales y políticos que la tradición nacional-popular viene
desplegando desde hace décadas en nuestro país. La discusión entre Evita y Ramón Carrillo sobre quién debe
conducir la salud expresaba, al igual que ahora, la tensión pueblo-Estado desde los orígenes mismos del
peronismo durante los años 40 del siglo XX (Tarruela;2007). Muchas de esas tensiones, se han configurado entre
las tendencias nacional-populares y las nacional-estatales, tal como lo identificaron Portantiero y De Ípola
(Longa;2016:26). Podemos intentar aportar a esta discusión a partir de una traducción entre la matriz nacional-
popular y la matriz nacional-estatal. Para ello intentare exponer la profundidad de lo que representa el
surgimiento de la economía popular en tanto modo de producción subordinado de tipo comunitario (López;
2019:1).

En el marco de las comunidades territoriales, las condiciones que determinan la sobrevivencia de la


economía popular son principalmente la capacidad de articulación entre las comunidades y las articulaciones con
el modo de producción hegemónico del cual dependen para su reproducción vital como es el acceso a los bienes
comunes: agua, tierra, alimento y servicios básicos (López; 2019:3). Desde esta perspectiva, la sostenibilidad de la
economía popular en tanto subsistema debería apuntar a asegurar el acceso a los bienes comunes que, al
configurar las principales articulaciones del mismo con la economía capitalista, se tornan en los nudos más críticos
de supervivencia y de conflicto. En la actualidad nacional, los espacios de máxima conflictividad se manifiestan
son la accesibilidad a la tierra, al hábitat urbano y al alimento. En este sentido nos resulta útil analizar la
direccionalidad estratégica que las organizaciones definen a partir de la performatividad de sus discursos
vinculados con el proceso político en curso a partir del concepto de modularidad estratégica de Tarrow.
“…algunos discursos no guardan relación con la estructura de oportunidades por lo que tienden a difuminarse.
Otros guardan relación con lo que está puesto en juego en ese momento, tienden a sostenerse a sí mismos en el tiempo. Los
primeros son de resonancia simbólica y los segundos de modularidad estratégica. La modularidad estratégica se refiere a la
adopción de diferentes discursos que son estratégicamente valorables en contextos diferentes” (Tarrow; 2015).

El discurso centrado en la tierra, el techo y el trabajo es consistente con una estrategia de sostenibilidad
de la economía popular en tanto modo alternativo ya que mantiene una performatividad en prácticas que
apuntan directamente a los bienes comunes que son constituyen sus articulaciones vitales. Reconocer la rica y
larga experiencia en producción popular nos puede ayudar a reconocer el funcionamiento relativamente
autónomo de los modos de vida subalternizados e invisibilizados históricamente. Reconocer esos saberes, esas
prácticas y el poder para reorientarlos puede ser un buen punto de partida para repensar los modos de gestión
habitacional y de gestión productiva habilitando una ecología de modos de producción. La inviabilidad de los
barrios populares como propuesta urbana a largo plazo sumada a la incapacidad sistémica de generar puestos de
trabajo formal presentan a la necesidad de elaborar opciones a largo plazo basadas en el repoblamiento de
pequeños pueblos y colonias rurales. Estas experiencias, pensadas como comunidades amebas basadas en una
pluralidad de modos de producción alternativos que se nutren de diálogo de saberes y traducción intercultural
nos permitirían implementar los módulos vertebradores del plan de Desarrollo Humano Integral elaborado por los
movimientos sociales con sindicatos (UTEP; 2020:23). La demanda de promoción de colonias rurales, pueblos
jóvenes o granjas (UTEP; 2020) se realiza sobre un recorrido importante de experimentación previa. La
importante experiencia en el programa de fortalecimiento de comunidades rurales (Plan Volver) de la Provincia
de Buenos Aires desde los años 2004 hasta 2019 nos dice que la sostenibilidad de las mismas tiene dos grandes
dimensiones. Por un lado, la económica dada por los sistemas locales de producción, conforme al patrón cultural
de necesidades vigentes y las estrategias de desarrollo local sostenidas por los municipios y permitidas por el
modelo económico nacional. Por otro lado, pero íntimamente ligada al patrón de necesidades anterior, la
sostenibilidad socio-cultural viene marcada por los derechos de ciudadanía que definen un umbral de servicios
propio del ámbito urbano de referencia y que se comienza a satisfacer en la dotación de servicios propia de un
pueblo medio de dos mil habitantes.

La performatividad del discurso de modularidad estratégica, en las propuestas de hábitat y soberanía


alimentaria están realineando la acción colectiva de una serie importante de actores sociales que habitan el
campo de la política social redundando en una expansión de su campo de posibilidades. Al mismo momento en
que se avanza en la resolución de la demanda actual, se generan nuevos escenarios que disparan nuevos retos y
desafíos modificando a su vez la estructura de oportunidades políticas lo que puede reiniciar un ciclo virtuoso.

4 – El desplazamiento del conflicto al interior del Estado

La incorporación de “los movimientos” y su lógica instituyente-destituyente en las estructuras del


Estado no está exenta de las tensiones propias de las tendencias nacional-populares y las nacional-estatales ya
mencionadas. En primer lugar, la desinstitucionalización implica un choque y un cambio cultural que afecta
concepciones, prácticas y deseos de quienes habitamos dichas estructuras. La lógica corporativa que exhiben las
organizaciones sociales que se incorporan al Estado es una reacción tardía al desguace y apropiación privada que
viene desde la instalación de las políticas sociales de reforma social derivadas del Consenso de Washington. En los
últimos tiempos, este corporativismo se alimenta y crece en espejo, de la persistencia del funcionamiento clasista
del estado conservador. La respuesta corporativa es una reacción que desplaza el conflicto social hacia el interior
del Estado. El espacio institucional estatal, no está habituado a la participación popular y es tradicionalmente
refractario a ella. Gran parte de los reclamos y demandas de los movimientos son interpretados desde las
instituciones del Estado como sectoriales, que privatizan la acción social y que construyen territorio sin Estado,
por lo que son descalificados y rechazados. Nuevos elementos disruptivos que hacen presencia en el espacio
estatal responden a cierto recelo contra lo estatal y lo burgués propio de las lógicas autonomistas y clasistas. A
diferencias de otras etapas históricas, ambos elementos tensionan lo estatal sin ser subsumidos totalmente por la
gramática movimientista hegemónica. El autonomismo es impulsado por el deseo y pensamiento autogestivo y
sobrevive alimentado por el acoso propio de la tendencia a la clientelización que produce la relación de
disparidad de poder entre el Estado y las organizaciones. El clasismo actual está renovado, es de tipo no
excluyente y sobrevive como reacción a la permanente presión del tradicional policlasismo subalternizante.
Ambos elementos son parte del traslado del conflicto social al seno del Estado y generan incomprensión,
incomodidad y rechazo en quienes habitamos el Estado y trabajamos en la elaboración e implementación de la
política social. La realidad institucional de virtual privatización de los espacios demanda la dificultosa tarea de
reconstruir lo público y reconstruir un Estado plural. Son desafíos diversos y complejos porque implican cambios
en las capacidades estatales y entre ellas en la cultura institucional y las subjetividades de sus funcionarios. Pasar
de un Estado heterogéneo a un Estado plural supone, entre otras cosas, saberes-prácticas-deseos que acepten y
que permitan procesar el conflicto generado con las clases sociales afectadas. La incorporación de “los
movimientos” en las estructuras del Estado también requiere de otro tipo de conocimientos y de capacidades
estatales. En primer lugar, esta dialéctica compleja institucionalización-des-institucionalización implica un cambio
en concepciones, prácticas y deseos en los agentes estatales. Es entendible que a partir de esta realidad de
traslado del conflicto al interior del Estado y de la actuación sinérgica de partes del Estado con las organizaciones
se dispute, al interior de las instituciones, espacios con otras perspectivas-prácticas-deseos propia de una cultura
institucional donde el poder de los demandantes fue tradicionalmente considerado un problema. Esta cultura
tiene mucha fuerza porque, en general, las instituciones de la acción social llevan tres décadas de vigencia de un
paradigma donde el fortalecimiento organizativo autónomo de las organizaciones de los pobres es considerado
tradicionalmente como un obstáculo insalvable para la gobernanza. En este marco conceptual regido por el ajuste
derivado del consenso de Washington, todo aumento de poder de los excluidos redunda en un desequilibrio
macroeconómico insalvable (López; 2005).

La presencia del movimiento de organizaciones de la economía popular en el gobierno de la Provincia de


Buenos Aires ha instituido una intervención estatal organizada a partir de reconocer la estructuración gremial
interna de la UTEP. Intervenir con lxs trabajadores por ramas: recuperadores, construcción, textiles, fábricas
recuperadas, producción de alimentos y sociocomunitarios constituye un elemento nuevo que colabora en su
visibilización. La participación en el RENATREP es una acción fundamental en la visibilización y la valorización del
trabajo. La política social provincial opera sinérgicamente con las organizaciones territoriales. Estas acciones
abren la posibilidad de discutir las condiciones en las cuales se desarrolla cada tarea poniendo en cuestión la
distribución primaria de ingresos en las distintas ramas de la economía donde opera (construcción, alimentos,
residuos, comercialización, fábricas recuperadas, textiles, cuidado). Sería una ruptura importante con el enfoque
liberal de política social porque no opería exclusivamente en el plano de la distribución secundaria del ingreso,
sino que intentaría, además, cambiar las condiciones para otra distribución primaria del ingreso (Danani; 1996).

La mirada estadocéntrica se torna inadecuada en el marco de un Estado que ha abandonado sus


obligaciones con las clases más desprotegidas y sus instituciones se encuentran erosionadas. En algunos casos, la
incapacidad del Estado puede agravar los conflictos que se suscitan en situaciones de exclusión. La intervención
puede ser enriquecida incorporando la perspectiva del actor intentando avanzar hacia una modalidad de gestión
que intente reconstruir el espacio público desde los aportes de las organizaciones que ocuparon el lugar
abandonado por el Estado. Entender a las organizaciones como parte de la solución y no del problema nos
permite una visión más crítica de las limitaciones del aparato estatal y un reconocimiento de sus estructuras
profundas clasistas, elitistas y oligárquicas de algunos de sus núcleos. Para superar polarizaciones paralizantes
considero que es importante seguir explorando modelos de gestión asociada de forma de evitar el aumento de la
conflictividad social (Poggiese; 2000).

5 – Consideraciones finales

La dignificación de los puestos de trabajo, es una demanda sustantiva en términos objetivos y subjetivos
que expresa el deseo de superar el “estatuto social de asistido” y podría ser un punto de inicio de un trabajo de
planificación participativa estratégica con las organizaciones de la economía popular desde una concepción de
sinergia emancipatoria. En ese marco, el trabajo de planificación debería tener presente los procesos de creación
de valor en cada rama. Desde una perspectiva amplia se podrían explorar la realización de los valores de uso y de
cambio, la valoración social de los mismos y la sostenibilidad económica de cada oficio en cada rama de actividad.
Reconvertir lo asistencial en laboral supone un cambio paradigmático porque corre a la política social del entorno
de la redistribución secundaria del ingreso para vincularla con la distribución primaria. De esta forma se la re-
vincula con el desarrollo y con el desarrollo local urbano, territorial y rural. Estos cambios deben corresponderse
con una reorganización institucional para articular las dependencias gubernamentales que estas perspectivas
sostienen. Discutir política social en el marco del desarrollo es discutir procesos productivos, la utilización de los
recursos, factores productivos, su impacto en los territorios, los precios, el empleo, las tecnologías, los mercados.
Supone abrir una discusión conflictiva, tradicionalmente cerrada a unos pocos agentes “autorizados”, porque
implica en alguna medida “democratizar la economía”. Las discusiones sobre como dignificar los puestos de
trabajo de: recuperadores, vendedores, constructores, costurerxs, cuidadorxs, productorxs familiares,
trabajadorxs del cuidado, operarixs de fábricas recuperadas lleva a discusiones e intervenciones transdiciplinarias
específicas por ramas de actividad y sobre cada uno de los factores productivos: tierra, herramientas, mano de
obra, finanzas, tecnología, etc. La experiencia de trabajo desde el Estado con organizaciones populares marca la
necesidad de una nueva institucionalidad que pueda pensar y organizar prácticas desde este paradigma
emergente. Por ejemplo, el problema de la tecnología debe ser repensado a partir de ciertas rupturas
epistemológicas difíciles de procesar en las viejas instituciones, necesitan una nueva institucionalidad no
formateadas por el pensamiento hegemónico, marcado por el paradigma, moderno capitalista, homogeneizante,
de crecimiento, de escala, etc. Instituir un INTI claramente orientado a la recuperación y sistematización de
tecnologías apropiadas a la producción popular y de pequeña escala es fundamental para sostener otro tipo de
producción para otro tipo de modo de vida. Su actuación es crítica en los diversos campos del hábitat popular, la
producción popular alimentaria, textil, de construcciones, de recuperación de residuos, medicinales, ya que
necesitan una máxima apertura a paradigmas emergentes ambientales, sociales y económicos basados en el
dialogo de saberes, de prácticas y de traducción intercultural. 4

Gestionar tierra abre a la posibilidad, después de casi un siglo, de volver a tener políticas de población
que permitan planificar el territorio desde una perspectiva equilibrada y evitar el crecimiento de la ciudad
informal en las villas y asentamientos y los desbordes por inaccesibilidad al suelo urbano y hacinamiento
manifestados en las ocupaciones masivas de tierra. Mejorar las capacidades de gestión de tierra implica poder
discutir la tierra y para ello se debería articular espacios para impulsar una discusión tradicionalmente obturada.
Es necesaria concertar una discusión con las organizaciones implicadas: socioambientales, contra las
fumigaciones, salud popular, derechos humanos, soberanía alimentaria y territoriales. Para poner en agenda la
tierra es importante reimpulsar la legislación nacional de ordenamiento territorial y desarrollar las capacidades
estatales en relación a la gestión de tierras. Instrumentar la reasignación de tierra vacante y en estado de
abandono con destino a la producción agroecológica en los 1500 municipios del país podría generar bases
alternativas para una economía en torno a los bienes comunes como la tierra y los alimentos en clave de
abundancia y no de escasez. En los casos de propiedad difusa, se asignaría un uso público orientado a la
producción agroecológica hasta que se defina el dominio. Esta reorientación del uso podría avanzar en el sentido
progresivo de re-instalación de la función social de la propiedad.

La regulación del trabajo socio-comunitario puede ser un avance en la creación/fortalecimiento de otra


institucionalidad de base territorial comunitaria más democrática en línea con el desarrollo de capacidades de
poder popular en comunidades o comunas u otras alternativas orientadas hacia la institucionalización de una
democracia participativa. Reconocer e institucionalizar el denso entramado de organizaciones socio-comunitarias
torcería el rumbo desterritorializador de la implementación de políticas sociales que se ha evidenciado a partir de
la importancia de efectores como el ANSES o los bancos. La situación de debilidad del Estado por el achicamiento
o por la erosión institucional puede ser compensada a partir de reconocer a los efectores territorializados en
arreglos cualitativos Estado-mercado-organizaciones sociales-familias que al ser fruto del ejercicio libre del pueblo
colaboren con sus prácticas sociales en la construcción de una sociedad plural donde construyamos “un mundo
en donde quepan muchos mundos”. En la perspectiva emergente de la economía popular, la participación ya no
es un atributo opcional en el diseño de la política social, es una condición estructural en el diseño de la política.
Como expresa Alcira Argumedo, el protagonismo es una condición estructural necesaria del sostenimiento del
régimen político de tipo nacional-popular. Al igual que lo fue el fortalecimiento de los sindicatos en los 40, el
reconocimiento y la regulación de las organizaciones comunitarias, territoriales y sindicales de la economía
popular pasa a ser una condición necesaria de la sostenibilidad de la expansión del sistema de protección al
trabajo. Dadas las pujas de poder permanentes, una relación entre la política social y las organizaciones
caracterizada por la sinergia emancipatoria pasa a ser una condición necesaria para la sostenibilidad de toda la
expansión del sistema de protección social. El ejercicio del derecho social no está garantizado por la existencia de
la letra escrita, es necesaria una fuerza social organizada y una alianza entre el Estado y esa organización que
garantice la apropiación social de los derechos sociales conquistados.

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