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PEDAGOGÍA QUE APRENDE DE SU PRÁCTICA

La tutoría invierte la relación habitual y tradicional en el aula. Lleva a razonar y descubrir, no a

encontrar pronto la respuesta que el maestro espera. Las preguntas que se hacen en la tutoría no

son para inducir respuestas “correctas” sino para profundizar la comprensión del tema.

El aprendizaje verdadero será el que surja del libre encuentro de una o un docente, que

realmente goza lo que ofrece, con el estudiante que descubre y se acerca a ella o a él con deseo

de aprender. Aunado a lo anterior, el logro educativo de las escuelas que implementan la tutoría es

tanto más interior y satisfactorio cuanto más carece de incentivos y soportes externos dado que al

coincidir el interés de quien desea compartir un conocimiento con quien desea lograrlo se origina

un movimiento en el que tanto el docente como el aprendiz quedan empeñados y no cesan sino

hasta alcanzar lo que los convocó inicialmente. Como forma de evaluación, el tutor orilla al

aprendiz a demostrar de diversas formas: lo lleva a revisarlo, reflexionar sobre él, exponerlo en

público y enseñarlo a otros compañeros.

En la escuela convencional se violenta al docente al obligarlo a seguir la dosificación de un

programa general, conozca a fondo o no los temas, se entusiasme por enseñarlos o no, y se

procede con violencia equivalente cuando el docente los impone sin consulta al grupo de

estudiantes.

Los jóvenes que practican la tutoría son absolutamente competentes, muy empeñosos,

sumamente atentos, empáticos, maduros y aun carismáticos. Quienes tienen amplia experiencia en

la tutoría refieren como algo regular que al principio los jóvenes mexicanos se muestran tímidos y
retraídos con los adultos. Después de seguir las prácticas de la tutoría invariablemente se

transforman, se vuelven decidores, seguros, sociables y afectuosos.

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