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Cumplir 38 años es estar en esa parte de la vida en la que todas las listas de “haz

esto antes de los cuarenta y lo agradecerás en los cincuenta” se supone que deben
suceder en todos los ámbitos de nuestras vidas: familiar, profesional, físico,
espiritual: ten hijos, cuídate los dientes, haz ejercicio, deja de fumar, ponte
bloqueador (es real), reconcilia lo reconciliable (también se nos pide reconciliar
lo irreconciliable) y una serie de cosas que debemos hacer para no estar
frustrados, solos y/o enfermos a los cincuenta años. Y me gustan esas listas.
Seamos honestos me gustan todas las listas: las de consejos, las de pendientes, las
del súper, las de cosas que meter en una maleta y muchas otras. Me gustan las
listas porque ordenan, porque estructuran, porque de alguna manera, y quizá
parcialmente marcan un rumbo. Y tener un rumbo es tener mucho. Pero más allá de lo
que las listas me dicen que debo estar haciendo en esta etapa de mi vida, yo me
siento muy feliz por muchas cosas. A los 38 años ya se tiene la madurez para saber
qué es lo que verdaderamente importa y que no. Hace algunos años Simon Anholt,
asesor político en temas de reputación y marca quien ha construido un índice de los
factores que le dan determinada imagen a los países, dijo lo siguiente: “Hay muy
pocas cosas que en verdad importan. No dejes de ver lo que en verdad importa”. Y
cuando me lo dijo no lo pude entender, hoy lo entiendo e intento vivir conforme a
ello. Y, ¿a mis 38 años que me importa en verdad? Me importan mis hijos, mi salud
(me sigo sintiendo de 20 pero los golpes en la bicicleta de montaña y las secuelas
del no dormir dicen lo contrario), mi familia, mis amigos (aquellos con los que
crecí y los que he tenido la fortuna de encontrar a lo largo del camino). Me
importan los libros. Me importa mi trabajo y aquellos con los que trabajo. Me
importa aprender. Me importa saber tomar decisiones. Pero sobretodo, me importa
darme cuenta que nunca tenemos resuelto el tema. Ningún tema. Pensar lo contrario
es engañarse. Me importa estar entendiendo con buen humor y con actitud que no todo
tiene por qué resolverse siempre (nada más ajeno a mi personalidad) pero tampoco
nada que sea tan cierto como eso. Y a mis 38 años ¿qué no me importa? Eso es una
gran felicidad. Lo que deja de importarnos. No me importa decir que NO; no me
importa equivocarme (a veces me duele, pero no me importa). No me importa decir lo
que realmente pienso, defender una idea, aunque sea impopular o poco convencional.
No me importa asumir, al contrario, lo encuentro liberador. No me importa hacer el
ridículo ¿Por qué será? No me importan los moretones. No me importa subrayar los
libros. No me importa cambiar de opinión. He cumplido 38 años y me encanta tener la
edad que tengo. Una edad en que la fuerza y la claridad (la mayoría de las veces)
acompañan todavía a la juventud. ❤

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