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Alvaro Montenegro y Elvira Espejo en su senda

Arte de tejer con viento

Por Luis A. Gómez

El saxofón grita ante la montaña, de asombro. El qaqachaka, desde arriba, responde


caracterizando su presencia guerrera. Y en ese diálogo amistoso, a veces brusco,
pasan los oídos minuto y medio en “Markani–El Lugareño”, pieza que habita el nuevo
disco de Alvaro Montenegro y Elvira Espejo, artistas de distintos lares, surgidos de
diferentes rebaños. Thaki-La Senda se llama el invento, el artificio de tejer flautas con
charangos, fagot con pinkillos.

Pero retrocedamos un poco, hasta el primer segundo. Ahí la voz de Espejo, casi un
suspiro en la noche, se convierte en el hilo principal que habrá de guiarnos por todo el
laberinto sonoro que han construido durante meses ella y Montenegro junto a músicos
qaqachakas y paceños. “A dónde irás, Madre del rebaño eterno”, canta la tierra
vestida de mujer que nos lleva hasta su origen, entre los rebaños de llamas y la fuerza
colorida de sus ropajes tejidos en su casa.

Se abre entonces el día musical, a ritmo de charango y flauta, y en el paisaje se juntan


los artistas para cantar de la llamita ploma o, más allá, de la sirinita pastora, del viaje a
la región de la “Madre Sustentadora”. Avanzado un tercio del disco, también aparece
“Lunarija” para tejer con cuerdas de hiska charangos y khonkhotas: coquetas notas
que alegran y también muestran cómo Elvira y Alvaro escogieron los vellones para
hilar con paciencia, sensiblemente. Lo mismo en “Zambullidor” que en “Padre
viajero”, donde una flauta brillante sigue a la voz de puntitas, tímida pero
encandilada.

En este arte telar, para el que los creadores escogieron además sus mejores colores,
hay además un momento de fiesta y regocijo que merece párrafo aparte. Pinkillada de
carnaval, cañada sonora, “Siway siway imilla” es sin duda la línea trazada y anudada
firmemente al medio del tejido. En un banquete sin mesura, dos grupos de artistas
soplan sin pausa unos frente a los otros, unos entre los otros… quién sabe. Saxofones
y fagot ante pinkillos alegres, phututus que anuncian, que convocan, que avisan. Y en
el centro mismo de una melodía con armonías agridulces, la voz, la Elvira sonriente
invocando a la pastora que arrea a las llamas, que pastorea a los astros en un devenir
de ciclos inmensamente fértiles en estos parajes.

Cerca del destino final, campanas como las que adornan las orejitas del rebaño,
anuncian el amor en “Sirinita” y alguien viene queriendo llevarse a la pastora al cerro.
También llegan a este disco el “Hermano del invierno” y una “Danza de los ratones”
en la que, sobre el tablado, patean tacones y abarcas para afianzar la cadencia aguda
de las cuerdas metálicas con algún saxofón delgado. Y ya, nos vamos, “mamala paw
paw”, tras de la que nos ha dado el inicial soplo por el que ahora cantar podemos,
tejer podemos.

Impresionan. Porque en veinte temas y un poco de cartón colorido caben ocho


músicos y un nuevo mundo. Un mundo en el que además vemos caminar lo que nos
han heredado otras voces de la mano firme de la tradición qaqachaka. Thaki-La Senda
es un viaje, no más.

II

La proeza parece el sello de nuestro tiempo en Bolivia. Los cambios que han venido
ocurriendo y la intensidad profunda de los sentimientos que producen son resultados
de proezas: para cambiar el curso del destino, como el de los ríos, hacen falta pies y
manos, y la voluntad indomeñable de los pueblos andinos. Así también, en los parajes
cobijados por la cordillera que de antiguo eran los reinos aymaras, trazar una senda es
un trabajo que requiere el accionar colectivo de la comunidad para forzar el trazo
lineal sobre la tierra.

Es que, trazar sendas es imponente, lo mismo que caminarlas durante toda una vida de
ida y de regreso, pastoreando el rebaño o yendo a visitar a los otros, a los que habitan
en el extremo diferente del camino. Esa sensación deja el disco que Montenegro y
Espejo han creado junto con los músicos de sus parcialidades. O como dice Elvira en
el video que acompaña a la música, de juntar lo tradicional qaqachaka con lo no
tradicional “salió una senda nueva”.

Alvaro Montenegro me cuenta que para conjuntarse, los músicos de la ciudad (de esta
“ciudad cóncava” que es su territorio original) fueron tres veces a Qaqachaka a
reunirse con sus pares indígenas, a compartir y aprender. Y de vuelta, hasta en tres
ocasiones Los Sirineros llegaron a La Paz para las sesiones de trabajo y grabación en
las que plasmaron Thaki-La Senda, disco y proyecto. “La intensidad de lo vivido en
este proceso es lo que más me ha marcado”, confiesa, “el producto final es apenas un
recuerdo de todo”.

Abierta la brecha, esta música busca ahora paso entre escuchas y corazones de estas
tierras, aunque infortunadamente no sea posible presentarla toda en conciertos o en
plazas, o en radios. Eso no oscurece el hecho de que el tejido de estos dos aires, de
vientos con distinta madre, sea el reflejo sonoro de un territorio en el que parece
necesario el encuentro, digno y gozoso. Montenegro fue a mirar a Espejo, que reviró
con sus ojos un reflejo brillante… quedan convidados todos a caminar con ellos.

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