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EL GRAN INVENTO CARIBE

Hay al norte de Colombia, a orillas del mar Caribe, una urbe cosmopolita cómplice
de eximias figuras literarias como Cepeda Samudio y García Márquez, pórtico
luminoso del progreso y con justa razón llamada, en su momento, remanso de
paz.
Esa urbe ha sido la artífice de un invento que en ningún otro terruño pudo haber
florecido con tanto realismo mágico, audacia y armonía, invento que tiene vida y
que sabe de olores, texturas, sabores, colores y sonidos. Invento reconocido por
la Unesco como Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad.
Con más de un siglo de existencia y con el poder de reinventarse año tras año el
carnaval de Barranquilla constituye una auténtica experiencia de sentido, en
especial para el Ser caribe. Se trata de una fuerza creadora que irrumpe
liberadora en el alma de un pueblo, reivindicando la mundaneidad como única
posibilidad de realización de la “naturaleza” humana. En efecto, la relación
humano-mundo es de carácter vinculante, es una relación de copertenencia, que
se establece a través del lenguaje (“…el más peligroso de todos los bienes”);
lenguaje que es, en esencia, simbólico y se erige en diferencia específica de la
especie humana.
De manera que si aspiramos a una comprensión totalizante del carnaval de
Barranquilla no será por el camino de la ratio cartesiana sino por los senderos de
la exuberancia creadora que, al ritmo de flautas y tamboras, al son de
bullerengue, cumbia y mapalé, con la venia del Rio Grande de la Magdalena que
presta su brisa para cortejar el calor de la arenosa, dinamita el espíritu haciéndolo
estallar en infinitas formas y colores.
Son las dos de la tarde, la brisa que viene del río juega como niño travieso con los
cabellos de agraciadas mujeres y el vaho que brota del pavimento aviva los
movimientos de cumbiambas y comparsas. En medio del jolgorio se avistan las
marimondas con su pito “pea pea”, burlonas y muy orondas. Tributando un
reconocimiento a la madre África, lanza y escudo en manos, zigzaguea el Africano.
A ritmo de porro tapao, y con movimiento frenético del cuerpo, lucen sus
chambras las pilanderas, mientras que a ritmo de merecumbé una Negrita Puloy
cimbra el alma corpórea y se traga el mundo con cadenciosas caderas.
Policrómico avistamiento de Coyongos, Toritos, Caimán cienaguero, diablos
Arlequines, Farotas…y detrás de cada danza hay una cosmovisión donde está
comprometida toda la corporeidad y espiritualidad del ser. Con vestimenta propia
de una danza guerrera de origen africano, por ejemplo, la vida y la muerte se
suceden durante los cuatro días de carnaval a través de la danza del Congo. Si
queremos acercarnos a una experiencia de sentido sobre esos asuntos
preliminares de la existencia humana será acertado fijar la mirada en quienes
participan en los rituales ancestrales de dicha danza.
¿Y el Garabato? Bella danza que sintetiza, a ritmo de chandé, la tensión entre la
vida y la muerte (dos caras de una misma moneda), relación dialéctica que deja al
descubierto, una y otra vez, que la realidad es puro devenir. Devenir que se
expresa en la unidad dialéctica de las contradicciones acentuadas por máscaras y
disfraces, cantos, danzas, letanías y un sinnúmero de ocurrencias populares.
Cuatro días ininterrumpidos donde el río de Heráclito, la realidad entera hecha de
discontinuidades, de encuentros y desencuentros, amalgama de contrarios que se
reclaman, fluye bajo el imperio omnipotente de fuerzas dionisiacas avivando en
cada danza la memoria de un eterno retorno hecho de bailes, música, colores,
máscaras y cantos.
Por doquier hay disfraces, la máscara es protagonista. Máscaras, disfraces,
letanías y demás ocurrencias populares constituyen la máxima expresión
simbólica de un conglomerado social cuyo ethos se caracteriza por su apertura al
mundo, su constante despliegue de alegría y su compromiso con lo exuberante de
la vida.
El carnaval de Barranquilla es, pues, un acontecimiento con raíces profundas
donde el disfraz es protagonista porque, como bien acertó a decir Nietzsche,
“Todo lo que es profundo ama la máscara”.
Autor: Elkin Contreras Mendoza

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