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La soteriología del dolor e

) distintas y son sus representantes los proveedores de esta gracia salvadora

La idea de la salvación está presente en algunas religiones y doctrinas filosóficas, en ocasiones

bajo

A menudo los sacerdotes se encuentran con la siguiente pregunta por parte de los fieles: ¿cuáles

son los pasos que debo seguir para alcanzar la salvación? En primer lugar, es necesario entender

que se trata de un camino que debemos recorrer a lo largo de toda nuestra vida, y no de una

misión que podamos resolver en unas horas o en un par de días antes de nuestra muerte.

La salvación del ser humano, su sentido, significado y modo de realización, es

un evento que ha captado la atención del mundo cristiano desde sus inicios.

Este interés sobresalió, particularmente, a finales del siglo I e inicios del II,

cuando se constata que la inminente parusía, atestiguada por varios escritos

del N.T. (Jn16,16; Jn 16,22; Mt 24,34; Mc 9,1) requiere de interpretación

debido a que el fin de los tiempos acompañado del juicio final no ocurre

según lo pensado. (Noratto, 2008). Esa realidad obliga a las primeras


comunidades cristianas a plantear una reflexión profunda sobre el juicio

que Dios hace del mundo y, por consiguiente, una reflexión sobre el modo

como se entiende la salvación en una realidad que implica el transcurrir de

la vida de los seres humanos sin conocer la fecha de caducidad del mundo.

en el sentido de liberación del mal y las consecuencias de la muerte o como

En ese sentido toda salvación es salvación por medio y en la Iglesia, en cuanto toda salvación es de

Cristo y él ha vinculado -aunque de modo subordinado- su ser y su obrar a su Iglesia. Toda gracia

refiere siempre a la Iglesia y vincula siempre de alguna manera con ella.

El vocablo latino salvatĭo llegó a nuestra lengua como salvación. Se trata del acto y el resultado de

salvar o de salvarse. Este verbo, por su parte, refiere a ubicar algo o a alguien a resguardo; a evadir

un riesgo; a excluir una cosa de lo que se hace con otra; o, en el plano de la religión, a acceder a la

gloria divina. En un contexto religioso, la salvación se vincula a liberar el alma de un eventual

castigo perpetuo que llegaría después de la muerte. Para el catolicismo, la salvación consiste en

liberarse del pecado para alcanzar la vida eterna junto a Dios.

Muchas religiones enfatizan la salvación de una manera u otra, y en estos Términos tienen sus

respectivas soteriologías. En la teología cristiana la soteriología ha asumido el sentido de la

reflexión sobre el valor de la redención realizada por Cristo a través de Su sacrificio, liberando a la

humanidad del Pecado Original. Algunas soteriologías se refieren principalmente a relaciones o


unión con Dios (o dioses); otras enfatizan más fuertemente el cultivo del conocimiento o la virtud.

Las diversas soteriologías también difieren según el tipo de salvación que prometen.

A través de los siglos los caminos para lograr la salvación han sido replanteados en el Judaísmo, el

Islam y el Cristianismo. Pero particularmente es en el cristianismo dónde encontramos una praxis

salvífica, en algunos casos, a partir de la existencia del dolor y el sufrimiento, es decir, de la

percepción del “sentido del dolor”, de un sentir doloroso como exigencia de un juicio ontológico.

Viktor Frankl, en su libro “El hombre en busca de sentido” menciona: el hombre no se destruye

por sufrir, sino por sufrir sin motivo, y en el cristianismo sobraran los motivos…

Pero tienen sus propios acentos en su experiencia de Dios. No en vano el pueblo de Israel toma su
nombre de aquel que luchó con Dios… y venció (Gen. 32, 29). Un judío creyente puede discutir,
pelear con Dios incluso condenarle… pero no estar sin Dios5. Y la identificación del Dios de Jesús
con el Amor, con el Abba, y la afirmación de que ese mismo Jesús es el Cristo, ‘Dios con nosotros’,
marcan diferencias fundamentales que definen la personalidad propia de cada tradición religiosa.
Y esas diferencias se proyectan en sus respuestas al sufrimiento humano , plurales y matizadas, en
contraste permanente con su realidad histórica. Señalamos, sin intención ni a) El sufrimiento como
expiación de una trasgresión. El Judaísmo bíblico más antiguo propone que el dolor, la
enfermedad o la desgracia son castigos divinos causados por las transgresiones cometidas por el
sufriente o por algún familiar. Como en otros pueblos tribales, los espíritus centrales protectores
(o dioses del pueblo) quedan liberados de su alianza con el grupo o con la persona por esa
trasgresión, con lo que, o bien retiran su protección a los infractores, con lo que estos quedan a
merced de los espíritus agresores, o ellos mismos reivindican sus derechos lesionados castigando
directamente al pecador6.
El sentido del sufrimiento es, pues, recordar al sufriente su condición pecadora y reincorporarle a
la conducta adecuada.

b) El valor del sacrificio. Esta experiencia del sufrimiento como purificación del pecado se ve
cuestionada por una realidad evidente: el sufrimiento del justo. El libro de Job es el gran ejemplo
de ello: un justo sufre, sin pecado alguno.

Por ello, la tradición bíblica, judía y cristiana, propone otro posible sentido a ese dolor injusto. El
sufrimiento, sea causado por Dios o por el demonio o por el mismo ser humano, acrisola a la
persona, le permite probar su fidelidad y concentrarse en lo central, la experiencia de su Dios
como una fuente de salvación. De esta manera el sufrimiento tiene sentido y valor, de manera
que, como a Job, al final, salen las cuentas en el balance de Dios7.

Desde esta experiencia, otras tradiciones judías y cristianas dan un paso más. La dolorosa
experiencia histórica del pueblo judío, Siervo doliente de Yavéh, tiene para parte del Judaísmo,
desde su conciencia de pueblo elegido, un valor redentor de carácter mesiánico para la
humanidad entera. Su sufrimiento histórico, desde la esperanza mesiánica tiene un valor propio8.

El Cristianismo es diferente en este punto. Su fuente es la experiencia fundamental de la muerte


injusta de Jesús, el Cristo, en la cruz, muerte que se convierte en fuente de salvación para la
humanidad entera y que se convierte en la clave del triunfo definitivo sobre la muerte. Esta
experiencia fundante del Cristianismo se vincula, en el mundo de ideas judío en el que se mueve, a
la idea del sacrificio expiatorio (por ejemplo, en la Carta a los Hebreos) inaugurando una larga
reflexión sobre el valor redentor del sufrimiento que tiene un hito central en las propuestas
teológicas de S. Agustín y S. Anselmo.

Pero, más allá de las lecturas teológicas, para muchos cristianos la figura de la cruz les enseña que
el sufrimiento no sólo puede vivirse como prueba de fe en los planes divinos, sino que puede
también convertirse en ofrenda por el bien de otros. Más allá de la pregunta por su origen, se vive
como una donación amorosa que se espera que produzca bienes a otras personas. Así, el sentido
desolador del sufrimiento cobra una dimensión nueva y pasa del mundo estrictamente personal al
del cuidado por el otro.

c) El sufrimiento como enigma y solidaridad. Otras voces creyentes, judías y cristianas, proponen
no resolver el problema del sufrimiento y de Dios. Mezclar a Dios con el sufrimiento es subrayar
una imagen terrible de Dios y es casi blasfemo. El sufrimiento es parte de una creación libre y
autónoma. No cabe alternativa. Si somos libres, deberemos sufrir. Dios, dicen algunos teólogos
cristianos, acompaña ese sufrimiento que Él mismo ha vivido en Jesucristo. La cruz es el gran
abrazo de solidaridad y, sobre todo, de consuelo, de Dios con el ser humano sufriente.

Por otro lado, los teólogos judíos no pudieron sino reaccionar a la marea inhumana de sufrimiento
que significó la locura genocida de la Shoah, del Hecho, del mal llamado ‘Holocausto’. Y muchos
cristianos compartieron esa experiencia de horror y tuvieron la quizá imposible tarea de ‘hablar de
Dios después de Auschwitz’.

Porque intentar resolver el problema del sufrimiento de tantísimos inocentes y buscarle algún tipo
de sentido, es, para estos creyentes, justificarlo en alguna medida. Si buscamos algún sentido a la
masacre, se puede cerrar la herida, dar a las víctimas por enterradas y legitimar, en última
instancia, el mal. Por ello, más que resolver las aporías racionales de la fe en un Dios bueno y la
realidad del sufrimiento, lo que cabe es “confiar en Dios y a trascender el mal desde la fe y la
solidaridad con las víctimas, al riesgo de perder la vida”9. Sin resolver el enigma, se propone la fe
como entrega misma de la vida en solidaridad con las víctimas, a las que no se puede olvidar. Más
que hablar de Dios, se trata de vivir como Dios. En palabras del judío Elie Wiesel, premio Nobel de
la Paz:

“Después de Auschwitz yo creo que ya no podemos hablar de Dios, sólo podemos hablar a Dios...
digamos lo que digamos sobre el Hecho, es inadecuado’10nguna de exhaustividad, algunas de
estas respuestas.

Una de las ideas que servirá de base para su reflexión es la que plantea el filósofo Paul Ricoeur: El
problema del mal no es solo un problema especulativo; exige la convergencia del pensamiento y la
acción (en el sentido moral y político) y una transformación espiritual de los sentimientos. La
acción y la espiritualidad son llamadas dar a esta aporía no una solución, sino una respuesta d Para
Ruiz de la Peña, Ricoeur supo captar el mensaje que la revelación bíblica emite: “a los creyentes
que reflexionamos sobre el mal, la fe cristiana no nos impone una teoría; nos propone una
praxis”2. Y, aunque el mal es un tema que aborda la filosofía, también es un tema teológico por lo
que el mal hay que atacarlo con “la clara conciencia de que su reflexión se agota en lo penúltimo:
incluso el Dios de la teología natural no es la última palabra sobre Dios”estinada a volverla
productiva1.

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