Está en la página 1de 3

El poder de nuestras palabras 2.

Amaya Castro 29 octubre, 2013.

Siempre que estamos delante de niños hablamos con cuidado, porque no queremos que
ellos aprendan palabras incorrectas o porque no queremos que las pronuncien sin
control y puedan hacernos pasar vergüenza en cualquier momento. ¡Claro! Los niños
dicen muchas cosas sin detenerse a pensar en el efecto que puede causar el hecho de que
las pronuncien en un determinado contexto. Somos conscientes del gran poder de
nuestras palabras.

Así son las palabras para nuestra vida, nuestra vida toma la acción que tienen las
palabras que decimos. Es por eso que pensar antes de hablar tiene mucho sentido, pues
nos evita muchas situaciones incómodas y desagradables. El poder de nuestras palabras
es tan grande que con ellas podemos crear o destruir.

Nuestras palabras tienen el poder de crear y el poder, también, de destruir. El mejor


ejemplo de esto lo podemos apreciar en una amistad o una relación. Cualquier palabra
fuera de lugar o que pueda generar algún tipo de malentendido, quizás provoque la
ruptura de ese vínculo.

Incluso la ausencia de las palabras puede ocasionar algún tipo de problema. En las
relaciones de pareja, sobre todo, la comunicación es sumamente importante. Sin
embargo, siempre hay algún secreto o algo que no se le cuenta a la pareja “por su bien”
y que termina derivando en una serie de conflictos muy difíciles de abordar y superar.

Pero, el poder de nuestras palabras es mucho más poderoso. Su capacidad de crear y de


destruir también es aplicable a nosotros mismos. No escucharnos, dedicarnos
afirmaciones negativas y reprimir lo que deseamos decir son algunas de las múltiples
maneras en las que nos haremos daño, nos sentiremos frustrados y en las que, tal vez,
consigamos alimentar una baja autoestima.

Abandona las palabras de “esto no me queda bien”, “qué mala cara tengo hoy” o “no
sirvo para nada”. Intenta dedicarte palabras bonitas a ti mismo, porque si tú no lo haces,
¿esperas que los demás sí lo hagan?
Si tú no te dedicas palabras bonitas nadie lo hará. Porque tal y como te ves, así te verán
los demás. Hemos aprendido a dedicarles estas palabras a los demás, pero ¿qué pasa con
nosotros? Parece que no sabemos darnos el valor que merecemos, nos ponemos en un
segundo lugar y esto provoca determinados problemas. Es entonces cuando los “soy
incapaz” o “no puedo” se hacen eco en nuestra vida llegando a ser una realidad.

Llegados a este punto, sería ideal reeducar, alimentar y restaurar nuestro vocabulario. A
medida que vamos creciendo y madurando vamos perdiendo nuestra inocencia. Esto
puede hacer que nuestra capacidad para crecer disminuya. Así, empezamos a dudar de
nosotros mismos, a ver lo negativo y lo feo, en vez de lo positivo y lindo, a desconfiar
antes de conocer.

Con expresiones cotidianas del tipo “¿No hay comida?” o “¿Hay comida?” a primera
vista prácticamente la pregunta es la misma, pero en la primera ya estamos
condicionando que NO HAY. Por lo tanto, empiezan a surgir una serie de afirmaciones
como:

- Soy pobre.
- No tengo.
- Soy incapaz.
- No sé.
- Ni siquiera lo intentaré.

Si digo no puedo, es cierto ¡no puedo! Pero si digo ¡sí puedo! también es cierto porque
lo dije también. A las palabras NO SE LAS LLEVA EL VIENTO, quedan enganchadas
en nuestra mente y en nuestro corazón y así van dirigiendo nuestra vida, por el camino
que le vamos indicando.

El poder de nuestras palabras es tan grande que si digo “no puedo” así será.

Si nuestro vocabulario es pobre y pesimista, así será nuestra vida. Queremos


abundancia, queremos paz, queremos ser felices, etc., pero con nuestra boca declaramos
todo lo contrario. Cuando la incoherencia impregna nuestra existencia, lo que deseamos
jamás llegará a cumplirse.

De nuestras palabras depende nuestro futuro, así que empecemos a cambiar nuestra
vida, cuidando las palabras que decimos y nuestra forma de hablar. Hagámoslo como si
estuviéramos rodeados de niños siempre y nuestra vida se dirigirá por ese camino que
deseamos transitar.

También podría gustarte