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El misterio de la casa encantada

Autor:
 Eva María Rodríguez
Edades:
A partir de 6 años
Valores:
 las apariencias engañan, hospitalidad
Martina volvía todos los días corriendo de sus clases de
ballet para que no le hiciera de noche. De camino tenía
que pasar delante de una casa que no le gustaba nada.
Todo el pueblo decía que estaba encantada. Y algo debía
de haber de verdad en todo aquello porque, a pesar de
que allí no vivía nadie, se decía que por las noches había
luces y se oían unos ruidos muy extraños.

Un día a Martina se le hizo tarde y cuando salió de su


clase de ballet ya había anochecido. Martina tenía mucho miedo, porque no
quería pasar delante de la casa encantada.

-Vamos, Martina, que cuanto más te lo pienses más tarde se hará -le dijo
una de las niñas que iba con ella a clase. Y no le faltaba razón, pensó
Martina.

Martina decidió que, al acercarse, se escondería todo lo que pudiera para


que no llamar la atención de lo que hubiese dentro de la casa encantada. Y,
cuando se estaba acercando, así lo hizo. Escondida entre los pocos
vehículos que por allí había y utilizando los setos y los bancos Martina se
fue deslizando poco a poco.

Martina se quedó allí agazapada, muerta de miedo, hasta que las figuras
blancas dejaron de entrar. Entonces, la niña se armó de valor y salió
corriendo a una velocidad que ni ella misma creía que era capaz de
alcanzar. Y no paró hasta llegar a casa.

Su madre, al verla sin aliento, se asustó mucho. Cuando le preguntó lo que


le pasaba, Martina le contó a su madre lo que había visto en la casa
encantada.

-Son fantasmas, mamá -terminó diciendo Martina-. Figuras blancas


entrando despacio y en silencio en la casa encantada.

-Será mejor que vayamos a ver qué pasa allí, hija -dijo su madre-. Tiene
que haber una explicación.

-No, mamá, es muy peligroso -dijo Martina.

-Mañana te iré a buscar a clase y pasaremos por allí, a ver qué pasa -dijo
mamá-. Y no hay más que hablar.

-Pero vamos en coche -dijo Martina.


Al día siguiente, Martina y su madre aparcaron el coche delante de la casa
encantada, poco antes de anochecer. Esperaron allí un rato hasta que,
finalmente, empezaron a verse unas figuras blancas a lo lejos que se
dirigían a la casa.

-Ahí están los fantasmas, mamá -dijo Martina.

-Creo que hay que llevarte a graduar la vista, hija -dijo su madre-. Son
personas vestidas de blanco, como tú y como yo. Vamos, te lo demostraré.
No te apartes de mi lado.

Madre hija se acercaron hasta la casa. Las luces estaban encendidas, pero
todavía no se oía ningún ruido. Llamaron al timbre. Alguien abrió. Era una
mujer vestida completamente de blanco.

-¿En qué puedo ayudarles? -dijo la mujer-. Estamos a punto de comenzar


nuestra sesión.

La madre de Martina le contó la historia de su hija y la mujer, muy


amablemente, las invitó a pasar.

-Aquí practicamos yoga todas a última hora de la tarde -dijo la mujer-. Lo


que oíste son mantras, sonidos ancestrales que utilizamos para meditar.
También usamos una música especial durante nuestras sesiones. ¿Os
gustaría quedaros y compartir nuestra práctica de hoy?

Martina y su madre aceptaron, y se quedaron impresionadas con lo que allí


se hacía.

-Volved cuando queráis -les dijeron. Martina y su madre les dieron las
gracias y volvieron a casa.

-Misterio resuelto -dijo la madre de Martina cuando estuvieron de nuevo en


el coche.

-Gracias mamá -dijo Martina.

-La gente dice muchas cosas y es importante comprobar si son verdad, hija
-dijo su madre.

-Tienes razón -dijo Martina-. No lo olvidaré.

-No te olvides tampoco que tenemos que ir al oculista -dijo mamá-.


Seguramente necesites gafas.

-Si eso me servirá para ver personas en vez de fantasmas, me parece una
idea estupenda, mamá.

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