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(Cecilia Beuchat)
Pero en ese momento vio un montón de paquetes con pan, Sacó uno
y le puso abundante mermelada. Entonces, sintió sed y decidió que
debería ir donde estaban las bebidas. Abrió tres chiquititas y las
bebió.
Recordó que cuando iba con sus padres al súper le encantaba ver los
bloques. Allí estaban, de todos los tamaños y modelos. Eligió los
bloques del castillo con caballos, soldados y cañones.
Construyó un hermoso castillo.
Eran las 9:00 de la noche y el papá de Raúl, decidió que ya era tarde
y había que irse a dormir.
Raúl, era un chico muy bueno, y sin decir nada, marchó a su
habitación; al poco rato su padre fue a arroparle y se dieron un beso.
La luz de la habitación se apagó, pero Raúl no lograba dormirse,¡Al
día siguiente iba a ser su cumpleaños!.
Pasaron las horas y al final muerto de cansancio, se durmió y
comenzó a soñar…
“Ya se había hecho de día, abrió los ojos y vio que a su lado,
estaba María, su amiguita del colegio. Los ojos de Raúl se iluminaron,
se cogieron de la mano y fueron para la cocina, después de
desayunar, se vistieron y salieron a la calle, hacía un día precioso y
estuvieron todo el día riendo y jugando…”
De pronto sonó el despertador, ya había amanecido y esta vez de
verdad, pensó Raúl. Pero lo mejor de todo es que cuando se dio
vuelta su amiguita María estaba allí, igual que en el sueño se dijo
Raúl a si mismo. Lo que pasaba es que esto ya no era un sueño, era
la realidad.
Los gatitos enamorados
Érase una vez, un gatito que se llamaba Micifuz y una gatita que se
llamaba Yrahua. Tenían los dos amos que se odiaban hasta casi
matarse y no les dejaban amarse, y entonces pues se veían de
noche.
Un día escribieron en un árbol con las uñas:
Yruaha y Micifuz
Un amo lo vio mientras paseaba por el jardín y muy enfadado dijo:
- ¿Yrahau x Micifuz?
- ¡No, no, no!
No debe ser mi Micifuz y era Yrahua.
Se lo dijo al vecino, y al instante se fijo que la gatita estaba
embarazada y los dos vecinos cada noche lo cerraban todo y los
gatos lloraban.
Había tantos niños en aquella aldea, que cada vez que el sol estaba
bien alto y esponjado como brillante de color naranja, los pequeños
corrían por las callejuelas saltando como conejos del monte, sobre los
gruesos muros de piedras.
En este poblado, pero los ancianos por los niños, que cuando la
placita se vestía de los colores de la infancia; las abuelas, que se
entretenían bordando sueños en el alma de sus nietos, murmuraban:
Salta en la aldea la algarabía, porque amanece soleado el día y,
luego, al contemplar la brisa, y al ver que ésta pasaba tan rápido,
canturreaban llenos de gozo:
“Va por el parque, fugaz la brisa, tejiendo rondas, atando risas”…
Era costumbre –en la aldea- que todas las tardes los pequeños se
reunieran en los espacios liberes que encontraban. Así, la plazoleta se
llenaba de risas y cantos. Cada encuentro era un festín para los niños
y un regalo para los ancianos. Casi todos los moradores del lugar,
eran labradores, albañiles y artesanos que dedicaban sus ratos de
ocio a la jardinería, al mantenimiento de los empedrados frentes de
sus casas y a los juegos y tertulias con los niños. Eran, además,
personas muy gentiles y amables.
El tiempo pasaba y la comarca se hacía cada día más popular. Todo el
que escuchaba hablar de ella, quería conocerla. Pero sólo podían
entrar los que amaban la alegría.
El paso era restringido de tal modo, que en la puerta del caserío
habían instalado un enorme letrero que decía:
“Solamente se admiten niños, ancianos, titiriteros, malabaristas,
comediantes, cuenta cuentos, payasos, heladeros, confiteros,
vendedores de juguetes y hacedores de sueños”
Así los que tenían alma de niño o de anciano, perdían el camino de
regreso y se quedaban para siempre en ese paraíso encantador. En
cambio, los que no eran alegres ni festivos, tenían que pasar de largo
frente a la aldea, sin mirar, ni siquiera con disimulo.
Cuentan que una vez, hace mucho, pero muchísimo tiempo, pasó por
allí un viejecito encorvado, y al ver a tantos niños y abuelos, juntos,
comentó:
“Esta debe ser La Comarca de la Alegría, porque se escuchaba mucha
algarabía”. Y efectivamente, desde ese día, este lugar fue bautizado
como: LA COMARCA DE LA ALEGRÍA.
Ahora, cuando alguien escuchaba hablar de LA COMARCA DE LA
ALEGRÍA, dice:
¡Oh!, Ese debe ser el lugar donde conviven en la misma cuadre,
Pinocho y el principito. Ahí mismo donde el patio de Blanca Nieves
colindaba con el solar de La Cenicienta; donde Gulliver y Miguel
Vicente Pata Caliente juegan metras y los niños cantan con La Pájara
Pinta, hacen ronda, viajan en arco iris y conversan con Doña María
del Carmen Piñones (la viejecita que le tenía miedo a los vientos).
¿Ustedes quieren ir hasta allá?...... ¡Vamos!...... ahí cerca queda.
Majo, el rinoceronte
Un día, la gallinita roja con sus ocho pollitos amarillos como el oro
escarbaban en el corral, cuando de repente encontraron unos
granitos de trigo. Los pollitos se pusieron muy contentos y quisieron
comérselos de inmediato, pero mamá gallina les dijo:
-Será mejor que los sembremos: así tendremos mucho trigo y
podremos hacer un rico pan.
-¿Quién me ayudará a sembrar?-preguntó.
-Yo no- dijo el pavo.
-Yo no- dijo el gato.
-Yo no- dijo el pato.
-Yo no- dijo el perro.
- Muy bien- dijo la gallina-. Entonces los sembraré con mis pollitos yo
sola.
Y sembraron todos los granitos de trigo. Al cabo de un tiempo los
granos crecieron y maduraron que daba gusto verlos.
La gallina roja dijo:
-Hay que segar el trigo y llevarlo al molino. ¿Quién me ayudará a
segar?
-Yo no- dijo el pavo.
-Yo no- dijo el gato.
-Yo no- dijo el pato.
-Yo no- dijo el perro.
-Muy bien- dijo la gallina-. Entonces los segaré con mis pollitos yo
sola.
Y segó el trigo. Después que desgranó el trigo volvió a preguntar:
-¿Quién me ayudará a llevar el trigo al molino?
-Yo no- dijo el pavo.
-Yo no- dijo el gato.
-Yo no- dijo el pato.
-Yo no- dijo el perro.
-Muy bien; entonces los llevaré con mis pollitos.
Cuando el trigo se transformó en harina, la gallina dijo:
-Hay que hacer el pan con la harina.
¿Quién me ayudará a amasar?
-Yo no- dijo el pavo.
-Yo no- dijo el gato.
-Yo no- dijo el pato.
-yo no- dijo el perro.
-Muy bien. Entonces lo haré con mis pollitos. Y amasó y amasó hasta
que hizo muchos panes y los puso a cocer en el horno.
Cuando el pan estuvo listo preguntó:
-¿Quién se comerá el pan?
-Oh, yo, con mucho gusto- dijo el pavo.
-Oh, yo enseguida voy- dijo el gato.
-Oh , yo claro que sí- dijo el pato.
-Oh, yo, no me lo perdería por nada del mundo- dijo el perro.
Pero la gallina roja se empezó a reír de ellos y les dijo:
-No, no lo comeréis, porque no me ayudaron. Mis pollitos y yo
comeremos estos ricos panes.
Los animales pensaron en lo tontos que fueron al no ayudar a la
gallinita, y se fueron a otro lado para no sentir el rico olor del pan
caliente.
La pompa de jabón y las hormigas