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Autopistas, castillos y mermeladas.

(Cecilia Beuchat)

Ocurrió que una noche Tomás se quedó escondido en un


supermercado. Recorrió el lugar. Primero fue a la juguetería. Estaba
feliz. Todos los juguetes para el solito. Construyó una gran pista de
carreras. Entonces, sintió hambre y fue a la heladería, llena de
helados de todos los colores y sabores. Tomás no sabía por donde
empezar a comer. Finalmente, su barriga estaba más fría que el Polo
Sur de tanto comer… Decidió que debería ir a la librería.

Pero en ese momento vio un montón de paquetes con pan, Sacó uno
y le puso abundante mermelada. Entonces, sintió sed y decidió que
debería ir donde estaban las bebidas. Abrió tres chiquititas y las
bebió.
Recordó que cuando iba con sus padres al súper le encantaba ver los
bloques. Allí estaban, de todos los tamaños y modelos. Eligió los
bloques del castillo con caballos, soldados y cañones.
Construyó un hermoso castillo.

Decidió ir al pasillo de los dulces, pero ya no le atraía tanto estar en


el supermercado. Se preguntaba qué estaría haciendo su mamá. ¿Lo
estaría buscando? ¡Qué ganas de estar en casa! Su barriga le dolía
cada vez más. Tenía susto.
Su mamá tendría que pagar todo. Se escondió de tras de unas cajas
y se durmió.

De pronto, unos golpes fuertes lo despertaron. Las luces del


supermercado se encendían y escuchaba una voz conocida que entre
sollozos decía: “¡Sí, tiene que estar!”. Era su mamá. Lo descubrió
detrás de los pañales, embetunado con comida. Tomás no dijo nada.
Abrazó a su mamá y observó el castillo que había creado; pero, en
realidad, ya no le interesaba.
La perrita Lulú
(Anónimo)

Martina era hija única, única sobrina, única nieta.


Aunque no la faltaban amigos, se sentía un poco sola, por eso
insistía:
- Quiero una mascota. Un gato, un perro, un sapo, no importa cual
sea el animal.
La mamá se negaba con excusas, como que la casa es chica, que los
ensucian, que o hay plata para alimentos…
Un día, viniendo de la escuela, escuchó unos pasitos que le seguían.
Era una perrita marrón, peludita, con una mancha negra en el ojo
derecho.
Unos metros antes de llegar, se desató una tremenda tormenta.
Martina entró a su casa, pero la perra quedó en el umbral de la
puerta. Para entonces ya estaba empapada, por lo que la mamá de
martina sintió lástima.
-Está bien, que se quede. Pero solo por hoy- dijo con resignación.
Los días pasaron y la perra permanecía calientita al calefactor. La
llamaron Lulú. Cuatro semanas después, el padre llegó del trabajo
con una mala noticia: había visto un poste con la fotografía de Lulú,
pidiendo que quien la encontrara, la devolviera a su dueña. La dueña
era doña Matilde, la vecina de la otra cuadra, que estaba enferma y
triste porque su perrita y única compañía, había desaparecido.
Martina no lo dudó. Tomó a Lulú entre sus brazos, la acarició más
que nunca y se dirigió, junto a sus padres, a la casa de doña Matilde.
Después de dejarla se sintió apenada, pero con la tranquilidad de
saber que alguien estaba un poquito menos triste.
Un día, mientras miraba la única fotografía que tenía de la perra,
escuchó el teléfono. Era doña Matilde pidiéndole que fuera a su casa,
que la estaba esperando.
-Un regalito- pensó. Tal vez una torta-. Sin embargo, enorme fue la
sorpresa. Sobre la mesa había una canasta cubierta con una manta.
La levantó temerosa y asomó la carita de un cachorrito blanco y
peludito. Parecía guiñarle un ojo. Él también tenía una mancha,
igualita a la de su madre.

Fuente: Anónimo. Revista Maestra Básica N°1.


Buenos Aires, EDIBA, 2004.
El cumpleaños

Eran las 9:00 de la noche y el papá de Raúl, decidió que ya era tarde
y había que irse a dormir.
Raúl, era un chico muy bueno, y sin decir nada, marchó a su
habitación; al poco rato su padre fue a arroparle y se dieron un beso.
La luz de la habitación se apagó, pero Raúl no lograba dormirse,¡Al
día siguiente iba a ser su cumpleaños!.
Pasaron las horas y al final muerto de cansancio, se durmió y
comenzó a soñar…
“Ya se había hecho de día, abrió los ojos y vio que a su lado,
estaba María, su amiguita del colegio. Los ojos de Raúl se iluminaron,
se cogieron de la mano y fueron para la cocina, después de
desayunar, se vistieron y salieron a la calle, hacía un día precioso y
estuvieron todo el día riendo y jugando…”
De pronto sonó el despertador, ya había amanecido y esta vez de
verdad, pensó Raúl. Pero lo mejor de todo es que cuando se dio
vuelta su amiguita María estaba allí, igual que en el sueño se dijo
Raúl a si mismo. Lo que pasaba es que esto ya no era un sueño, era
la realidad.
Los gatitos enamorados

Érase una vez, un gatito que se llamaba Micifuz y una gatita que se
llamaba Yrahua. Tenían los dos amos que se odiaban hasta casi
matarse y no les dejaban amarse, y entonces pues se veían de
noche.
Un día escribieron en un árbol con las uñas:
Yruaha y Micifuz
Un amo lo vio mientras paseaba por el jardín y muy enfadado dijo:
- ¿Yrahau x Micifuz?
- ¡No, no, no!
No debe ser mi Micifuz y era Yrahua.
Se lo dijo al vecino, y al instante se fijo que la gatita estaba
embarazada y los dos vecinos cada noche lo cerraban todo y los
gatos lloraban.

Al cabo de un tiempo dejaron de cerrarlo todo, la gatita tuvo cinco


preciosos gatitos. Los amos se reconciliaron y dejaron que los gatitos
se amaran para siempre.
Un nuevo amigo

Érase un crudo día de invierno. Caía la nieve, soplaba el viento y


Matilda jugaba con unos enanitos en el bosque. De pronto se escuchó
un largo aullido.
-¿Qué es eso? Pregunto la niña.
- Es el lobo hambriento. No debes salir te devoraría- le explico el
enano sabio.
Al día siguiente volvió a escucharse el aullido del lobo y Matilda,
apenada, pensó que todos eran injustos con la fiera. En un descuido
de los enanos, salió, de la casita y dejó sobre la nieve un cesto de
comida.
Al día siguiente cesó de nevar y se calmo el viento. Salió la muchacha
a dar un paseo y vio acercarse a un cordero blanco, precioso.
¡Hola, hola! –Dijo la niña. ¿Quieres venir conmigo?
Entonces el cordero saltó sobre Matilda y el lobo, oculto, se lanzó
sobre él, dándole un mordisco. La astuta y maligna madrastra, perdió
la piel del animal con que se había disfrazado y escapó lanzando
espantosos gritos de dolor y miedo.
Solo entonces el lobo se volvió al monte y Matilda sintió su corazón
estremecido de gozo, más que por haberse salvado, por haber
ganado un amigo.
La comarca de la alegría

Había tantos niños en aquella aldea, que cada vez que el sol estaba
bien alto y esponjado como brillante de color naranja, los pequeños
corrían por las callejuelas saltando como conejos del monte, sobre los
gruesos muros de piedras.
En este poblado, pero los ancianos por los niños, que cuando la
placita se vestía de los colores de la infancia; las abuelas, que se
entretenían bordando sueños en el alma de sus nietos, murmuraban:
Salta en la aldea la algarabía, porque amanece soleado el día y,
luego, al contemplar la brisa, y al ver que ésta pasaba tan rápido,
canturreaban llenos de gozo:
“Va por el parque, fugaz la brisa, tejiendo rondas, atando risas”…
Era costumbre –en la aldea- que todas las tardes los pequeños se
reunieran en los espacios liberes que encontraban. Así, la plazoleta se
llenaba de risas y cantos. Cada encuentro era un festín para los niños
y un regalo para los ancianos. Casi todos los moradores del lugar,
eran labradores, albañiles y artesanos que dedicaban sus ratos de
ocio a la jardinería, al mantenimiento de los empedrados frentes de
sus casas y a los juegos y tertulias con los niños. Eran, además,
personas muy gentiles y amables.
El tiempo pasaba y la comarca se hacía cada día más popular. Todo el
que escuchaba hablar de ella, quería conocerla. Pero sólo podían
entrar los que amaban la alegría.
El paso era restringido de tal modo, que en la puerta del caserío
habían instalado un enorme letrero que decía:
“Solamente se admiten niños, ancianos, titiriteros, malabaristas,
comediantes, cuenta cuentos, payasos, heladeros, confiteros,
vendedores de juguetes y hacedores de sueños”
Así los que tenían alma de niño o de anciano, perdían el camino de
regreso y se quedaban para siempre en ese paraíso encantador. En
cambio, los que no eran alegres ni festivos, tenían que pasar de largo
frente a la aldea, sin mirar, ni siquiera con disimulo.
Cuentan que una vez, hace mucho, pero muchísimo tiempo, pasó por
allí un viejecito encorvado, y al ver a tantos niños y abuelos, juntos,
comentó:
“Esta debe ser La Comarca de la Alegría, porque se escuchaba mucha
algarabía”. Y efectivamente, desde ese día, este lugar fue bautizado
como: LA COMARCA DE LA ALEGRÍA.
Ahora, cuando alguien escuchaba hablar de LA COMARCA DE LA
ALEGRÍA, dice:
¡Oh!, Ese debe ser el lugar donde conviven en la misma cuadre,
Pinocho y el principito. Ahí mismo donde el patio de Blanca Nieves
colindaba con el solar de La Cenicienta; donde Gulliver y Miguel
Vicente Pata Caliente juegan metras y los niños cantan con La Pájara
Pinta, hacen ronda, viajan en arco iris y conversan con Doña María
del Carmen Piñones (la viejecita que le tenía miedo a los vientos).
¿Ustedes quieren ir hasta allá?...... ¡Vamos!...... ahí cerca queda.
Majo, el rinoceronte

Esta es la historia de un rinoceronte. Ni pequeño, ni grande, tan solo


feo. Durante el día, vagaba sin rumbo fijo tratando de apartarse de
los otros animales, para no ser víctima de sus bromas. Así de dura
era la vida de este pobre rinoceronte a quien apoyaron Majo, que
significa “lindo, hermoso”.
Pues bien, sucedió que majo decidió abandonar sus praderas y probar
suerte en el mundo de los seres humanos.
Siempre triste, cruzó bosques y selvas hasta que un día llegó a orillas
de un lago.
Cuando se disponía a beber de sus aguas, oyó una voz que le decía:
- Oye, gordinflón, ¿No te da vergüenza andar con semejante barriga?
Majo se encontró con una rana que lo miraba divertida.
- ¡Uffff! Si fuera solo mi barriga lo que me afea –Contestó Majo.
- Que no, hombre, ponte una faja y verás como cambia tu aspecto.
Casualmente tengo aquí una y solo te costará quinientos pesos.
Majo pagó la faja y siguió caminando un poquito más contento.
No se había alejado mucho cuando escuchó una voz que le decía:
- ¿Cómo te atreves a andar por el mundo con esas pezuñas?
Alzó la cabeza y esta vez vio a un mono.
- ¿Y qué quieres que haga? ¿Qué me las corte?
- Con unas bonitas polainas se notarían menos. Casualmente tengo
aquí unas que apenas te costarían quinientos pesos.
Al cabo de un tiempo se encontró con un zorro que le vendió un lazo
para arreglar el cuerno de su nariz y después con una jirafa que le
vendió un sombrero.
Con el sombrero, se sentía más hermoso, el más elegante y el más
inteligente de todos los animales y lo expresó en voz alta.
- ¡Ja! Le contesto un pajarillo que se había posado en su lomo-. Eso
es lo que tú crees. ¿Es que no te has mirado en un espejo todavía?
¿Cómo crees que puedes andar por el mundo con ese aspecto tan
raro? Te estás aproximando a la tierra de los hombres y cuando
llegues todos se reirán de ti.
Todo señor rinoceronte que se precie debe usar bigote; llevó conmigo
estos billetes especiales para rinocerontes y solo te costarán
quinientos pesos.
Pagó Majo sus últimos quinientos pesos y siguió su camino repitiendo
las palabras del pajarillo: “ya nadie se reirá de mi”.
Y pensando así continuó hasta que llegó un día al pie de una gran
muralla. En sus puertas se leía “tierra de los hombres”.
Majo comprendió que había llegado al final de su trayecto. Las
puertas se abrieron y desde dentro surgió una atronadora carcajada
que procedía de millares de gargantas.
Durante horas y horas los hombres se rieron del extraño ser. De
pronto surgió entre la gente, la pequeña figura de una niña que se
acercó a Majo y, dirigiéndose a los mayores, les dijo:
- No veo la razón por la cual se ríen tanto. Fíjense bien en él, si le
quitamos el bigote, el sombrero, la faja, las polainas y el lazo, nos
encontramos con un bello ejemplar de rinoceronte.
- Cierto –Respondieron todos los hombres. Detrás de esas ridículas
cosas se escondía un bellísimo ejemplar de rinoceronte. Y Majo
comprendió enseguida lo tonto que había sido y, por primera vez en
su vida, se sintió feliz porque a partir de ese momento, él sería Majo,
el rinoceronte.

Horacio Elena: Majo, el rinoceronte.


Texto adaptado.
El cartero del otro mundo

Un día que Pedro Urdemales amaneció sin un peso en los bolsillos, se


le ocurrió una idea para conseguir dinero. Montó en un burro con la
cara para atrás y entró en un pueblo gritando:
- Soy el cartero del otro mundo. Llevó cartas para el cielo. ¿Quién
manda cartas?-. Muchos salieron al oír los gritos, pero nadie
encargaba nada, hasta que una mujer lo llamó y le preguntó:
- ¿Usted viene del cielo?
- Si, señora, y lueguito me voy de regreso, soy el cartero de San
Pedro.
- ¡Quien lo hubiera sabido con tiempo para haberle escrito a mi
marido, que se murió hace un mes!
- Ya no hay tiempo de escribir, señora, porque ando apurado; pero si
usted quiere mandar a su marido plata, ropa y algunas cositas de
comer, porque esta muy pobre y flaco, puede enviárselas conmigo.
- ¡Cuánto le agradezco su buena voluntad. En un momentito voy a
arreglar un paquete para que lleve de todo!.
Al poco rato volvió la buena mujer con una gran paquete con toda
clase de ropa de hombre, una gallina fiambre y dos mil pesos en
billetes, y le encargó que le diera todo a su marido personalmente y
no se olvidara de decirle que siempre lo tenía muy presente en sus
oraciones para que Dios le aumentara la gloria.
Pedro se despidió de ella y siempre montando con el burro con la
cabeza para atrás, se alejó gritando:
- ¡Se va el cartero del otro mundo! ¿Nadie manda cartas para el
cielo?
Y en cuanto salió del pueblo, se montó como corresponde y se largó a
correr a todo lo que daba el burro.
Cuando se vio lejos, se bajo de la cabalgadura y cambió la ropa vieja
que llevaba puesta por la que le entregó la mujer, que estaba como
nueva, y se comió tranquilamente la gallina.
Con los dos mil pesos tuvo Pedro para divertirse unos cuantos días, al
cabo de los cuales se encontró otra vez como al principio: sin un peso
en los bolsillos.
La Gallinita roja y loa Granitos de trigo

Un día, la gallinita roja con sus ocho pollitos amarillos como el oro
escarbaban en el corral, cuando de repente encontraron unos
granitos de trigo. Los pollitos se pusieron muy contentos y quisieron
comérselos de inmediato, pero mamá gallina les dijo:
-Será mejor que los sembremos: así tendremos mucho trigo y
podremos hacer un rico pan.
-¿Quién me ayudará a sembrar?-preguntó.
-Yo no- dijo el pavo.
-Yo no- dijo el gato.
-Yo no- dijo el pato.
-Yo no- dijo el perro.
- Muy bien- dijo la gallina-. Entonces los sembraré con mis pollitos yo
sola.
Y sembraron todos los granitos de trigo. Al cabo de un tiempo los
granos crecieron y maduraron que daba gusto verlos.
La gallina roja dijo:
-Hay que segar el trigo y llevarlo al molino. ¿Quién me ayudará a
segar?
-Yo no- dijo el pavo.
-Yo no- dijo el gato.
-Yo no- dijo el pato.
-Yo no- dijo el perro.
-Muy bien- dijo la gallina-. Entonces los segaré con mis pollitos yo
sola.
Y segó el trigo. Después que desgranó el trigo volvió a preguntar:
-¿Quién me ayudará a llevar el trigo al molino?
-Yo no- dijo el pavo.
-Yo no- dijo el gato.
-Yo no- dijo el pato.
-Yo no- dijo el perro.
-Muy bien; entonces los llevaré con mis pollitos.
Cuando el trigo se transformó en harina, la gallina dijo:
-Hay que hacer el pan con la harina.
¿Quién me ayudará a amasar?
-Yo no- dijo el pavo.
-Yo no- dijo el gato.
-Yo no- dijo el pato.
-yo no- dijo el perro.
-Muy bien. Entonces lo haré con mis pollitos. Y amasó y amasó hasta
que hizo muchos panes y los puso a cocer en el horno.
Cuando el pan estuvo listo preguntó:
-¿Quién se comerá el pan?
-Oh, yo, con mucho gusto- dijo el pavo.
-Oh, yo enseguida voy- dijo el gato.
-Oh , yo claro que sí- dijo el pato.
-Oh, yo, no me lo perdería por nada del mundo- dijo el perro.
Pero la gallina roja se empezó a reír de ellos y les dijo:
-No, no lo comeréis, porque no me ayudaron. Mis pollitos y yo
comeremos estos ricos panes.
Los animales pensaron en lo tontos que fueron al no ayudar a la
gallinita, y se fueron a otro lado para no sentir el rico olor del pan
caliente.
La pompa de jabón y las hormigas

Una pompa de jabón volaba sobre el pueblo de las hormigas y las


pobrecitas gritaban espantadas:
-¡Socorro!, ¡Esta bomba, hará trizas nuestra ciudad!
La hermosa pompo, es una estrella lejana –dijo una hormiguita
mirando con telescopio.
-Las estrellas no tienen esa forma dijo otra.
-Entonces es un planeta de cristal.
-¡Evacuen la ciudad! –gritó la hormiga capitana.
Y todas comenzaron a saltar del hormiguero, llevando talegos de
grano.
-¡Nada de saqueos! ¡La primera que abuse de la confusión morirá! –
dijo la hormiga presidenta mostrando sus enormes pinzas. Y agregó:
-Salgan de a una en fondo.
Y las demás hormigas, perfectamente formadas, empezaron a salir,
llevando sus cestas de huevos y sus hijos en brazos…
-Primero las mujeres –dijo de nuevo la hormiga capitana-. Las
madres de familia adelante. Y estas salían seguidas de sus chiquillos
que eran tan pequeños y morenos, como verdaderos hijos de
hormiga.
Ahora el campo ofrecía exactamente el aspecto de una ciudad en
plena evacuación. Lo más difícil fue sacar a las hormigas
hospitalizadas. Las graves eran llevadas en camillas por las hormigas
enfermas que vestían mandil blanco con una cruz roja. Las más sanas
iban rengueando por el camino.
Cuando todas salieron y marchaban en interminable fila por el campo,
la pompa de jabón cayó sobre la ciudad desierta. Las hormigas, que
se hallaban lejos, cerraron los ojos, se taparon los oídos y fueron
alcanzadas por diminutas gotas de agua.
Dieron un grito horrible creyendo que esos fragmentos las
pulverizarían pero luego se levantaron sanas y salvas, se palparon
asombradas todo el cuerpo y volvieron sus cabecitas hacia el
hormiguero. Este seguía completamente intacto.
-¡Nada ha pasado! -exclamó una hormiguita vieja.
-Pero qué iba a pasar… ¡Si era una pompa de jabón! –dijo una
hormiga doctora.
-No es posible.
-Claro que sí. Por eso el agua nos salpicó a todas.
Pero que ridiculez. Asustarnos de eso.
-Es la psicosis de la guerra.
-Nos parecemos a no sé qué pueblo que imagina ver bombas
atómicas hasta en las pompas de jabón que lanzan los niños desde
los rascacielos.
-¡A volver de inmediato!
Y todas regresaron en perfecto orden hacia la ciudad abandonada.

Óscar Alfaro: El pájaro de fuego y otros cuentos.

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