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EL ES "CAPAZ" DE DIOS
I. El deseo de Dios
27 El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido
creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios
encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar:
«La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la
comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues
no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no
vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su
Creador» (GS 19,1).
«¿Cómo es, Señor, que yo te busco? Porque al buscarte, Dios mío, busco la vida
feliz, haz que te busque para que viva mi alma, porque mi cuerpo vive de mi
alma y mi alma vive de ti» (San Agustín, Confessiones, 10, 20, 29).
31 Creado a imagen de Dios, llamado a conocer y amar a Dios, el hombre que busca a Dios
descubre ciertas "vías" para acceder al conocimiento de Dios. Se las llama también
"pruebas de la existencia de Dios", no en el sentido de las pruebas propias de las ciencias
naturales, sino en el sentido de "argumentos convergentes y convincentes" que permiten
llegar a verdaderas certezas.
Estas "vías" para acercarse a Dios tienen como punto de partida la creación: el
mundo material y la persona humana.
San Pablo afirma refiriéndose a los paganos: "Lo que de Dios se puede conocer,
está en ellos manifiesto: Dios se lo manifestó. Porque lo invisible de Dios, desde
la creación del mundo se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder
eterno y su divinidad" (Rm 1,19-20; cf. Hch 14,15.17; 17,27-28; Sb 13,1-9).
Y san Agustín: "Interroga a la belleza de la tierra, interroga a la belleza del mar,
interroga a la belleza del aire que se dilata y se difunde, interroga a la belleza del
cielo [...] interroga a todas estas realidades. Todas te responde: Ve, nosotras
somos bellas. Su belleza es su proclamación (confessio). Estas bellezas sujetas a
cambio, ¿quién las ha hecho sino la Suma Belleza (Pulcher), no sujeta a
cambio?" (Sermo 241, 2: PL 38, 1134).
290 "En el principio, Dios creó el cielo y la tierra" (Gn 1,1): tres cosas se afirman
en estas primeras palabras de la Escritura: el Dios eterno ha dado principio a todo
lo que existe fuera de Él. Solo Él es creador (el verbo "crear" —en hebreo bara—
tiene siempre por sujeto a Dios). La totalidad de lo que existe (expresada por la
fórmula "el cielo y la tierra") depende de Aquel que le da el ser.
«La sabiduría es un hálito del poder de Dios, una emanación pura de la gloria del
Omnipotente, por lo que nada manchado llega a alcanzarla. Es un reflejo de la luz
eterna, un espejo sin mancha de la actividad de Dios, una imagen de su bondad»
(Sb 7, 25-26). «La sabiduría es, en efecto, más bella que el Sol, supera a todas las
constelaciones; comparada con la luz, sale vencedora, porque a la luz sucede la
noche, pero contra la sabiduría no prevalece la maldad» (Sb 7, 29-30). «Yo me
constituí en el amante de su belleza» (Sb 8, 2
«El hombre es racional, y por ello semejante a Dios; fue creado libre y dueño de
sus actos» (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 4, 4, 3).
I. El dictamen de la conciencia
La conciencia «es una ley de nuestro espíritu, pero que va más allá de él, nos da
órdenes, significa responsabilidad y deber, temor y esperanza [...] La conciencia
es la mensajera del que, tanto en el mundo de la naturaleza como en el de la
gracia, a través de un velo nos habla, nos instruye y nos gobierna. La conciencia
es el primero de todos los vicarios de Cristo» (Juan Enrique Newman, Carta al
duque de Norfolk, 5).
366 La Iglesia enseña que cada alma espiritual es directamente creada por Dios
(cf. Pío XII, Enc. Humani generis, 1950: DS 3896; Pablo VI, Credo del Pueblo
de Dios, 8) —no es "producida" por los padres—, y que es inmortal (cf. Concilio
de Letrán V, año 1513: DS 1440): no perece cuando se separa del cuerpo en la
muerte, y se unirá de nuevo al cuerpo en la resurrección final.
36 "La Santa Madre Iglesia, mantiene y enseña que Dios, principio y fin de todas
las cosas, puede ser conocido con certeza mediante la luz natural de la razón
humana a partir de las cosas creadas" (Concilio Vaticano I, Const. dogm. Dei
Filius, c.2: DS 3004; cf. Ibíd., De revelatione, canon 2: DS 3026; Concilio Vaticano
II, DV 6). Sin esta capacidad, el hombre no podría acoger la revelación de Dios. El
hombre tiene esta capacidad porque ha sido creado "a imagen de Dios"
(cf. Gn 1,27).
1960 Los preceptos de la ley natural no son percibidos por todos, sin dificultad,
con firme certeza y sin mezcla alguna de error. En la situación actual, la gracia y
la revelación son necesarias al hombre pecador para que las verdades religiosas y
morales puedan ser conocidas “de todos y sin dificultad, con una firme certeza y
sin mezcla de error” (Concilio Vaticano I: DS 3005; Pío XII, enc. Humani
generis: DS 3876). La ley natural proporciona a la Ley revelada y a la gracia un
cimiento preparado por Dios y armonizado con la obra del Espíritu.
2071 Aunque accesibles a la sola razón, los preceptos del Decálogo han sido
revelados. Para alcanzar un conocimiento completo y cierto de las exigencias de
la ley natural, la humanidad pecadora necesitaba esta revelación:
Conocemos los mandamientos de la ley de Dios por la revelación divina que nos
es propuesta en la Iglesia, y por la voz de la con ciencia moral
851 El motivo de la misión. Del amor de Dios por todos los hombres la Iglesia ha
sacado en todo tiempo la obligación y la fuerza de su impulso misionero: "porque
el amor de Cristo nos apremia..." (2 Co 5, 14; cf AA 6; RM 11). En efecto, "Dios
quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la
verdad" (1 Tm 2, 4). Dios quiere la salvación de todos por el conocimiento de la
verdad. La salvación se encuentra en la verdad. Los que obedecen a la moción
del Espíritu de verdad están ya en el camino de la salvación; pero la Iglesia a
quien esta verdad ha sido confiada, debe ir al encuentro de los que la buscan para
ofrecérsela. Porque cree en el designio universal de salvación, la Iglesia debe ser
misionera.
41 Todas las criaturas poseen una cierta semejanza con Dios, muy
especialmente el hombre creado a imagen y semejanza de Dios. Las múltiples
perfecciones de las criaturas (su verdad, su bondad, su belleza) reflejan, por
tanto, la perfección infinita de Dios. Por ello, podemos nombrar a Dios a partir
de las perfecciones de sus criaturas, "pues de la grandeza y hermosura de las
criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor" (Sb 13,5).
213 Por tanto, la revelación del Nombre inefable "Yo soy el que soy" contiene la
verdad de que sólo Dios ES. En este mismo sentido, ya la traducción de los
Setenta y, siguiéndola, la Tradición de la Iglesia han entendido el Nombre divino:
Dios es la plenitud del Ser y de toda perfección, sin origen y sin fin. Mientras
todas las criaturas han recibido de Él todo su ser y su poseer. Él solo es su ser
mismo y es por sí mismo todo lo que es.
299 Porque Dios crea con sabiduría, la creación está ordenada: "Tú todo lo
dispusiste con medida, número y peso" (Sb 11,20). Creada en y por el Verbo
eterno, "imagen del Dios invisible" (Col 1,15), la creación está destinada, dirigida
al hombre, imagen de Dios (cf. Gn 1,26), llamado a una relación personal con
Dios. Nuestra inteligencia, participando en la luz del Entendimiento divino,
puede entender lo que Dios nos dice por su creación (cf. Sal 19,2-5),
ciertamente no sin gran esfuerzo y en un espíritu de humildad y de respeto ante
el Creador y su obra (cf. Jb 42,3). Salida de la bondad divina, la creación participa
en esa bondad ("Y vio Dios que era bueno [...] muy
bueno": Gn 1,4.10.12.18.21.31). Porque la creación es querida por Dios como un
don dirigido al hombre, como una herencia que le es destinada y confiada. La
Iglesia ha debido, en repetidas ocasiones, defender la bondad de la creación,
comprendida la del mundo material (cf. San León Magno, c. Quam laudabiliter,
DS, 286; Concilio de Braga I: ibíd., 455-463; Concilio de Letrán IV: ibíd., 800;
Concilio de Florencia: ibíd.,1333; Concilio Vaticano I: ibíd., 3002).
42 Dios transciende toda criatura. Es preciso, pues, purificar sin cesar nuestro
lenguaje de todo lo que tiene de limitado, de expresión por medio de imágenes,
de imperfecto, para no confundir al Dios "que está por encima de todo nombre
y de todo entendimiento, el invisible y fuera de todo alcance" (Liturgia
bizantina. Anáfora de san Juan Crisóstomo) con nuestras representaciones
humanas. Nuestras palabras humanas quedan siempre más acá del Misterio de
Dios.
212 En el transcurso de los siglos, la fe de Israel pudo desarrollar y profundizar
las riquezas contenidas en la revelación del Nombre divino. Dios es único; fuera
de Él no hay dioses (cf. Is 44,6). Dios transciende el mundo y la historia. Él es
quien ha hecho el cielo y la tierra: "Ellos perecen, mas tú quedas, todos ellos
como la ropa se desgastan [...] pero tú siempre el mismo, no tienen fin tus años"
(Sal 102,27-28). En Él "no hay cambios ni sombras de rotaciones" (St 1,17). Él es
"Él que es", desde siempre y para siempre y por eso permanece siempre fiel a sí
mismo y a sus promesas
300 Dios es infinitamente más grande que todas sus obras (cf. Si 43,28): "Su
majestad es más alta que los cielos" (Sal 8,2), "su grandeza no tiene medida"
(Sal 145,3). Pero porque es el Creador soberano y libre, causa primera de todo
lo que existe, está presente en lo más íntimo de sus criaturas: "En él vivimos,
nos movemos y existimos" (Hch 17,28). Según las palabras de san Agustín, Dios
es superior summo meo et interior intimo meo ("Dios está por encima de lo más
alto que hay en mí y está en lo más hondo de mi intimidad") (Confessiones,
3,6,11).
370 Dios no es, en modo alguno, a imagen del hombre. No es ni hombre ni
mujer. Dios es espíritu puro, en el cual no hay lugar para la diferencia de sexos.
Pero las "perfecciones" del hombre y de la mujer reflejan algo de la infinita
perfección de Dios: las de una madre (cf. Is 49,14-15; 66,13; Sal 131,2-3) y las de
un padre y esposo (cf. Os 11,1-4; Jr 3,4-19)