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tres fases, marcadas entre sí por importante variaciones técnicas y teóricas. La primera y más
larga de estas fases (1908-1927) Ferenczi se abocó al estudio en profundidad de la técnica
psicoanalítica clásica, que se caracterizaba por la objetividad, la neutralidad y la paciencia
ilimitada, y también comenzó su transición hacia su polémica técnica activa, basada en
intervenciones directas, guiadas por una cuidadosa observación de la transferencia.
el tercer periodo se caracterizó por importantes avances teóricos sobre el trauma psíquico, las
nociones de desmentida y la fragmentación psíquica (“El niño mal recibido y su pulsión de
muerte” (1929/2011), “El principio de la relajación y neocatarsis” (1930 [1929]/2011),
“Análisis de niños con adultos” (1931/2011) y “Confusión de lengua entre los adultos y los
niños” (1933 [1932] / 2011) ). Los resultados técnicos y clínicos obtenidos en esta fase reflejan
la solución encontrada por Ferenczi para fijar los límites de la tolerancia y la complacencia con
la que el analista debe tratar a su paciente: tal como un adulto afectuoso trataría a un niño. En
ese sentido, sostuvo que si las interpretaciones resultaban inútiles, el analista, en una actitud
de acogida frente al sufrimiento del paciente, podía recurrir al afecto sincero y la bondad.
Cromberg (2004) destaca como un gran mérito de Ferenczi el hecho de haber conseguido
reposicionar en la teoría psicoanalítica “la comprensión de los efectos psicológicos del
sufrimiento causado por incestos efectivamente ocurridos” (p.38), tratando de llamar la
atención sobre la hecho de que el conocimiento psicoanalítico sobre las vicisitudes del Edipo
en el niño no debería excluir el reconocimiento de la realidad de la violencia homo o
heterosexual, a menudo dentro de la familia. De hecho, el tono de los relatos de Ferenczi
sobre el perfil de los abusadores adultos y el insospechado contexto de violencia sexual
infantil se manifiestan plenamente coherente con las investigaciones actuales, que informan
que el 75% de las víctimas conocen a sus atacantes, de los cuales casi la mitad pertenece al
círculo familiar del niño (Fuks, 2006).
“Las pasiones de los adultos y su influencia en el desarrollo del carácter y la sexualidad de los
niños”, fue publicado en 1933, el año de su muerte, con un nuevo título, “Confusión de
lenguas entre los adultos y el niño (El lenguaje de la ternura y la pasión)”.
Él hizo hincapié en cómo las fantasías edípicas del niño podían allanar el camino para el adulto
perverso o para facilitar su aproximación, porque el niño realmente quiere seducir -sentarse
en su regazo, acariciar, besar- pero espera que todo ello retorne del mismo modo, en el
lenguaje de la ternura; sin embargo, cuando la sexualidad genital adulta impone una
excitación excesiva a su pequeño cuerpo, las fantasías inconscientes de seducción en relación
con los adultos tienden a confundirse con la realidad, provocando la aparición de un fuerte
sentimiento de culpa en el niño víctima de la violencia: su omnipotencia le hace creer que él
fue capaz de provocar el deseo del adulto, por lo que merece sufrir las consecuencias de su
propio deseo.
Así, si la sexualidad infantil típicamente pregenital normalmente experimentada en el nivel de
la fantasía y de los juegos, recibe como respuesta la sexualidad genital del adulto, el proceso
del desarrollo psicosexual tiende a paralizarse: “de este nefasto encuentro entre el deseo
edípico y la invasión del deseo perverso del adulto solo surgirá angustia (...). La función
simbólica de Edipo, a saber, la del dominio psíquico, donde mediante la amenaza de la
castración se vendría a castigar la trasgresión de la prohibición del incesto, queda cancelada”
(Francia, 2010, p.167).
en 1938, la escisión del ego estaba relacionada con el rechazo de un fragmento de la realidad
que puede ocurrir cuando ese fragmento se contrapone a la satisfacción pulsional, o cuando
es excesiva y amenaza el ego en su integridad. De cualquier manera, el resultado de la escisión
del ego consiste siempre en la formación de dos actitudes opuestas que conviven sin entrar en
conflicto.
una manera de hacer al trauma inexistente, una “falsificación optimista” que tendría por
objeto permitir retornar al sujeto a la tranquilidad anterior. En ese sentido, la escisión, la cual
puede tener una extensión variable y diferentes grados de profundidad, se encargará de no
permitir el acceso a la conciencia de las partes intolerables de la experiencia traumática.
analista era puesto en el lugar del agente original del trauma, ocupando una posición de
autoridad. Esta situación demostraba cómo estos pacientes abusados se habían convertido en
rehenes de la repetición traumática de escenas de abuso sexual que impregnaba de pasividad
sus psiquismos.
actitudes específicas de estos pacientes, se apreciaba que ellos, a pesar de ser muy
obedientes y que demostraban aceptar sus interpretaciones, continuaban sorprendiéndolo
con arranques de ira, en los cuales lo acusaban de ser insensible y cruel. Extrañado de tales
reacciones, ya que su técnica lo llevaba a ser mucho más acogedor con sus pacientes y a
valorizar en gran medida los afectos transferenciales, Ferenczi llegó a la conclusión de que
ellas encarnaban una experiencia original de violencia que provenía de un objeto agresor
internalizado, que continuaba atacando, ahora, desde el interior de la psique.
Al hacer que el agresor deje de ser un otro, externo, este queda sometido al proceso primario,
de acuerdo a las reglas del principio del placer. Este proceso resulta, sin duda alguna, en la
minimización de la amenaza externa, pero genera una fragmentación del propio yo. Así, la
identificación con el agresor aparece para instalar dos figuras en la psique, representantes de
la escena de la agresión: un niño abusado y maltratado, que representa el yo fragilizado, y un
agresor, actuando de manera similar a un superyó sádico. Los resultados que surgen de la
interacción entre estas dos figuras psíquicas pueden originar diferentes situaciones.
Si, por un lado, la psique no puede soportar la parte que representa al agresor, este
fragmento será proyectado hacia el mundo exterior, en un movimiento que propicia o facilita
encuentros en el cual el objeto se “encarna” en esa proyección, siendo impelido a actuar
como un sádico. Así, de nuevo frente al agresor, solo le queda al individuo la sumisión y la
obediencia: una reedición de la escena traumática en la que, originalmente, se vio obligado a
blindarse para asegurar su supervivencia. En esta disposición de la identificación con el
agresor, entendemos que el ego, incluso maltratado y sometido, es conservado en alguna
medida -algo que facilita la intervención clínica (Mendes, 2011)
docilidad y la transferencia positiva había un estado de extrema pasividad que los obligaba a
permanecer sumisos frente a su autoridad y al dolor que en ellos causaba el tratamiento. A
partir de esta observación paradójica, concluyó que estaba tratando con mentes que trabajan
predominantemente a través del mecanismo de fragmentación y, a pesar de la transferencia
positiva y de los esfuerzos durante el tratamiento, estos pacientes perciben que cada sesión
los conduce a intensos sufrimientos y, debido a eso, también sentían odio hacia el analista.
Postulaba que sólo una profunda autenticidad y apertura del analista a la escucha de las
críticas y el reconocimiento de sus errores podrían conquistar la confianza del paciente,
considerándola como el elemento que “(...) establece el contraste entre el presente y el
pasado traumatogénico insoportable. Este contraste era esencial para que el pasado fue
revivido, no como una reproducción alucinatoria sino como un recuerdo objetivo”. (Ferenczi,
1933 [1932] / 2011, p. 114- 115, cursivas añadidas)
Si esperamos que la reviviscencia del momento traumático lleve a una abreacción de una gran
cantidad de afectos inconscientes, que ayude a curar los síntomas, en la experiencia de
Ferenczi con los pacientes traumatizados ese proceso no conducía a un resultado
satisfactorio, y sí, sólo una repetición de la escena traumática. Este descubrimiento lo
estimuló a intentar implementar un cambio tanto en su postura como analista como con su
propia conducción del tratamiento. Con el objetivo de llevar a sus pacientes a confiar
nuevamente en un adulto, Ferenczi comenzó a desarrollar una actitud empática, que aspiraba
a disminuir las posibilidades de una retraumatización durante el análisis
noción de la desmentida -una de las más originales de sus elaboraciones- en el sentido de que
“lo traumático no sólo reside en el abuso y la violencia cometida contra los niños, sino
también en el rechazo (por incapacidad o por mala fe) por parte del mundo de los adultos
para reconocer y acoger el episodio” (Figueiredo, 2003, p. 20).
Por lo tanto, entendemos que la violencia sexual en Ferenczi no es, por sí misma,
traumática. Como lo explica Kupermann (2009), el trauma ferencziano se origina por la
falta de acogida que puede ayudar al niño a dar sentido a la experiencia. La noción de la
desmentida parece describir la negación de la realidad del evento traumático no de parte
del niño (como en la represión freudiana o la negación), sino más bien de parte de los
adultos que lo rodean. En este razonamiento, cuando el niño intenta relatar su
experiencia, y es desacreditado, éste es llevado a negar sus propias sensaciones
corporales y desvalorizar lo ocurrido, originando que el registro psíquico de la violencia
psicológica sufrida quede disociado de la totalidad de su ego. Es la falta de un testimonio
y de una presencia sensible que sería inherente a ello, lo que convierte este accidente en
algo inenarrable y traumático. Por otro lado, la acogida del niño y de su lenguaje admite
la polisemia de la palabra y la creación de sentidos inéditos para la experiencia de vivir,
constatando que nos lleva a considerar necesaria la advertencia hecha por Kupermann
(2008) sobre que
En la era de abandono y insensibilidad en que vivimos, persistir en la lectura estructural del
trauma, referidas al sometimiento del psiquismo a las fuerzas siempre excesivas de la pulsión,
en desmedro del papel del medio ambiente e incluso del contexto sociocultural en el cual la
cuestión del trauma es problematizad, es correr el riesgo de convertir al psicoanálisis en algo
completamente obsoleto (p. 158).
Gran parte de la violencia ejercida contra los niños permanece oculta por muchas razones. Una de
ellas es el miedo: muchos niños tienen miedo de denunciar los episodios de violencia que sufren.
En numerosos casos los padres, que deberían proteger a sus hijos, permanecen en silencio si la
violencia la ejerce su cónyuge u otro miembro de la familia, […] El miedo está estrechamente
relacionado al estigma que a menudo va unido a las denuncias de violencia, sobre todo en los
lugares en que el “honor” de la familia se sitúa por encima de la seguridad y el bienestar de los
niños. (Pinheiro, 2006, p.9)
Se considera abuso sexual infantil (ASI) a involucrar a un niño/a en actividades sexuales que no
llega a comprender totalmente, a las cuales no está en condiciones de dar consentimiento
informado, o para las cuales está evolutivamente inmaduro/a y tampoco puede dar consentimiento,
o en actividades sexuales que transgreden las leyes o las restricciones sociales.
El abuso sexual infantil se manifiesta en actividades entre un/a niño/a y un/a adulto/a, o entre
un/a niño/a y otra persona que, por su edad o por su desarrollo, se encuentra en posición de
responsabilidad, confianza o poder. Estas actividades -cuyo fin es gratificar o satisfacer las
necesidades de la otra persona- abarcan pero no se limitan a: la inducción a que un/a niño/a se
involucre en cualquier tipo de actividad sexual ilegal, la explotación de niños/as a través de la
prostitución o de otras formas de prácticas sexuales ilegales y la explotación de niños/as en la
producción de materiales y exhibiciones pornográficas. (Organización Mundial de la Salud,
Octubre, 2001) (Intebi, 2012, p.9)
El horror del trauma crece en la oscuridad del secreto y la impunidad y declina cuando
No siempre que hay ASI hay incesto, pero siempre que hay incesto, hay abuso. Sus
consecuencias serán más graves cuanto mayor sea la implicación afectiva y la autoridad
simbólica que el abusador representa, relacionado además con la prolongación en el tiempo de
dichos actos.
El incesto, o mejor dicho los incestos, provocan horror y fascinación, repulsión y atracción,
generando una intensidad emocional que indujo probablemente a que esta problemática no haya
podido ser pensada, quedando a menudo confinada, al menos en la clínica, al mismo silencio al cual
es compelida la víctima. (Tesone, 2004, p.856)
Trauma y Temporalidad
Trasladando estos conceptos al psicoanálisis, trauma, se trataría de una herida generada por
un agente externo que genera un daño persistente en el psiquismo. Según Benyakar y Lezica
(2005), es el encuentro entre una realidad externa, “situación disruptiva”, siendo lo disruptivo
“una situación que abrupta e imprevistamente desborda toda posible previsión y defensa”
con una “realidad interna”, la singularidad de cada sujeto.
En el caso específico del ASI, es el adulto quien perfora y rompe, lo que Tesone llama “el
envoltorio Yo-Piel del niño” provocando una vivencia traumática grave, en las dos
dimensiones, corporal y psicológica.
Otra definición de trauma en esta línea, es según Laplanche y Pontalis, aquel acontecimiento de
la vida que se caracteriza por su intensidad y por la incapacidad del sujeto para responder ante
él adecuadamente, como por los trastornos y efectos patógenos duraderos que provoca en la
organización psíquica, “se caracteriza por un aflujo de excitaciones excesivo, en relación con la
tolerancia del sujeto y su capacidad de controlar y elaborar psíquicamente dichas excitaciones”
(1996, p. 447).
El abandono de la teoría de la seducción, da paso a una reelaboración teórica. Esa renuncia, que
no es tal, como se verá en Fragmento de un análisis de histeria (1905), en una nota a pie de
página de 1920 donde dirá:
He ido más allá de esta teoría sin abandonarla, vale decir, hoy no la declaro incorrecta, sino
incompleta. Solo he abandonado la insistencia en el llamado estado hipnoide que, con ocasión del
trauma, sobrevendría al enfermo y sería el responsable del ulterior proceso psicológicamente
anormal (Vol. 1, p. 25)`
Ya no se trata del despertar del tema sexual por una impresión sensorial cualquiera, sino de unas
experiencias sexuales en el cuerpo propio, de un comercio sexual Formulo entonces esta tesis: en
la base de todo caso de histeria se encuentran una o varias vivencias — reproducibles por el
trabajo analítico, no obstante que el intervalo pueda alcanzar decenios de experiencia sexual
prematura, y pertenecientes a la tempranísima niñez. (Vol. 3 p. 202)
Los afectos correspondientes a esas vivencias anteriores son exteriorizados a través de una
vivencia actual, como un recuerdo inconsciente. Hace aquí una de las primeras referencia a la
“atemporalidad” de lo traumático como efecto de vivencias anteriores.
Más adelante privilegiará la dimensión de desborde en la economía libidinal (Betrieb), en
“Recordar, repetir y reelaborar” (1914) y en “Más allá del principio del placer” (1920). Allí
plantea que es la represión la encargada de regular el pasaje de los contenidos entre las
instancias psíquicas de acuerdo al principio del placer:
El enfermo puede no recordar todo lo que hay en él de reprimido, caso justamente lo esencial. Si tal
sucede, no adquiere convencimiento ninguno sobre la justeza de la construcción que se le
comunico. Más bien se ve forzado a repetir lo reprimido como vivencia préseme, en vez de
recordarlo, como el médico preferiría, en calidad de fragmento del pasado. Esta reproducción, que
emerge con fidelidad no deseada, tiene siempre por contenido un fragmento de la vida sexual…
(Vol.18, p.18)
Todos los procesos excitatorios dejan huellas permanentes que son la base de la memoria,
restos mnémicos, que no siempre devienen conscientes, generalmente los más fuertes y
duraderos son los que la represión atrapa.
La situación traumática deja al Yo sin ligaduras, y aparece la angustia automática.
compulsión de repetición […] Las reacciones negativas persiguen la meta contrapuesta; que no se
recuerde ni se repita nada de los traumas olvidados. Podemos resumirlas como reacciones de
defensa. (Vol.23, pp.72-73)
Por otra parte, las consideraciones de Winnicott acerca del trauma están en relación, con la
“línea de desarrollo”, y de la dependencia del niño con sus objetos ambientales iniciales. Si
esas relaciones fallan, ya sea por ausencia, intrusión o abuso, se provoca una interrupción del
desarrollo, causando así la ruptura de la continuidad existencial. Si estas deficiencias,
acontecen en las primeras etapas de la formación psíquica del sujeto, no serán registradas
como experiencia, sino que permanecerán “congeladas”, y aparecerán reeditadas en otros
vínculos, por ejemplo en la transferencia. Estos traumas tempranos, dejan marcas en la
estructura psíquica, y se manifiestan en fenómenos como la despersonalización y el
extrañamiento. Las actualizaciones de las situaciones traumáticas, generalmente están
acompañadas de sensaciones, como la de perder conexión con el cuerpo o desorientarse,
originadas en la falta de sostén (Holding) que el medio debió brindar. La función materna es la
que debe controlar la angustia, posibilitando que esas vivencias pasen a un proceso
secundario.
El concepto científico de Tiempo tiene varias dimensiones: una termodinámica, en la cual la
dirección en el caos o la entropía aumentan; otra, matemática espacio-tiempo reformulada por
Eistein, Hawking, Atkins, etc. La flecha del tiempo psicológica se refiere a este como experiencia y
registro de dicha experiencia. Registro que permite distinguir el pasado (lo registrado), el presente
(se está registrando), y el futuro, imaginado pero no registrado. (Laverde, 2011, p.78)
La atemporalidad supone una relación no lineal entre pasado y presente. Lo que ha sido puede
incidir en el presente en forma retardada.
La dimensión temporal da cuenta del dinamismo del inconsciente y su posibilidad de cambio,
así como de registrar e integrar experiencias, pasadas y presentes. Cuando hablamos de
regresión, estamos incluyendo la noción de tiempo psicológico. La existencia de eventos
anteriores, ligados a efectos posteriores, implica la temporalidad.
El acontecimiento traumático, está fuera de los parámetros de la cotidianeidad, su intensidad e
impacto sorpresivo, producen una escisión subjetiva, algo se desprende del mundo simbólico.
Es un exceso de sentido que queda sin posibilidad de representación y no termina de
inscribirse, quebrando la linealidad del tiempo, por lo que reaparece inesperadamente,
produciendo una presencia latente. La temporalidad se deforma de manera tal, que produce
un estiramiento del pasado hacia el futuro, cerrándose en una circularidad, donde la
experiencia vuelve una y otra vez. El trauma acaba con el tiempo, borrando toda huella de
sentido de unidad del ser y del ser continuo en el tiempo. El pasado se vuelve presente y el
futuro carece de otro sentido que no sea el de una repetición interminable.
Es condición inherente a estas “vivencias traumáticas” la temporalidad circular, “congelada”
(Benyakar, 2005). Las huellas traumáticas, en tanto pasado, poseen la cualidad de una
percepción actual que impregna el presente y lo asalta de modo permanente. No pueden ser
ubicadas dentro de una linealidad tiempo-espacio, y no hay posibilidad de recuerdos
encubridores que permitan los desplazamientos del afecto.
El efecto traumático de un suceso va a depender tanto de la intensidad, como de las condiciones
psíquicas y de las defensas o recursos con que el sujeto cuenta, así como también, de la manera
específica en que cada quien construye el sentido de lo vivido. Es a partir de esta afirmación,
que podemos distinguir entre trauma y situación traumática o lo traumático o disruptivo. De lo
que se desprende, que un mismo acontecimiento va a generar o no daño psíquico, de acuerdo a
la singularidad de cada sujeto.
Tesone plantea que cuando el hecho traumático es abuso sexual intrafamiliar o incesto, se
produce una doble escisión, por un lado, la propia de todo trauma y por otro, la irrupción de la
sexualidad adulta en el cuerpo del niño, forzando la barrera de la paraexcitación y rompiendo
a la fuerza el envoltorio Yo-piel del infante. Se produce a la vez una sobrecarga pulsional,
libidinal, y una semántica. Esta “seducción traumática”, produce fuerte impacto en la
construcción de la subjetividad del niño. El exceso pulsional que introduce el adulto, en lugar
de investir libidinalmente el cuerpo del niño, lo congela, lo petrifica, impregnándolo de
pulsión de muerte, “pulsión de muerte desubjetivante” como la llama Green, esto lo
transforma en objeto parcial de las pulsiones del padre abusador, afectando el curso de su
organización libidinal. Deja una marca inscripta en el cuerpo, desintegrando un yo psíquico y
corporal apenas rudimentario, que lo impele a la compulsión a la repetición. (2001)
Si la seducción originaria y el Edipo son procesos que estructuran y ordenan el psiquismo, el
abuso y el incesto desestructuran, o estructuran de manera muy diferente la subjetividad del
niño, El arrasamiento subjetivo que la irrupción de la sexualidad adulta, provoca en el infante,
logra adherir la culpa y la vergüenza a la sexualidad, de manera tal, que muchísimos años
después de padecido el abuso, tengan comportamientos inadecuados o impropios frente a la
sexualidad u otras formas de libidinización placentera, muy alejadas del disfrute esperable.
La experiencia de ASI, produce ajenidad, esa partición del yo que acontece con la experiencia
traumática, queda por fuera del sujeto y es vivenciada como ajena, como un imposible. En tanto
vivencia, es generalmente reprimida, encerrada, enterrada, como lo que no puede haber sido,
como aquello que no es posible representar, porque un sentido en exceso es proporcionado por
el adulto. Según Laplanche, a diferencia de la escena de seducción primaria, aquí no hay
contenidos enigmáticos a develar, sino que el exceso de significación dado por el abusador, es
algo a ser deconstruido. En eso consiste el denodado esfuerzo psíquico que el niño tiene que
realizar para llegar a desarmar esa construcción que le fue impuesta y poder crear su propio
sentido.
El abuso incestuoso, atentará directamente
El impacto del trauma retorna una y otra vez, no sólo por el recuerdo de las vivencias, sino
ante cualquier otra situación, porque ha sido vivido pero no significado. El horror lo mantiene
como un imposible, por lo tanto, que el sujeto integre como propia esa vivencia, resulta un
gran desafío terapéutico. Giberti afirma que la reedición continua de la vivencia y el
descreimiento al que se ve enfrentado, produce “estrago” en el psiquismo, y en el cuerpo,
ASI cuando un adulto utiliza diversas estrategias, tanto implícitas como explícitas, para involucrar a un
niño/a o adolescente en actividades sexuales, las cuales son inapropiadas para su nivel de desarrollo
psicológico.
Las investigaciones dan cuenta de que los niños víctimas de ASI a menudo no develan (incluso ante
preguntas o cuando puedan haber otros signos, como físicos) o presentan importantes demoras en la
develación e, inclusive, muchas personas no comunican el contenido de la agresión hasta la edad adulta o
solo al ser preguntados en el marco de los estudios (Alaggia, 2004; Baía, Veloso, Magalhães & Dell'Aglio,
2013; Goodman-Brown, Edelstein, Goodman, Jones & Gordon, 2003; McElvaney, 2015; Schaeffer, Leventhal
& Asnes, 2011).
1. Refiérase a las particularidades del Abuso Sexual Infantil, sus alcances en la vida adulta, vinculando
tomando en cuenta los postulados sobre el trauma psíquico postulados por Sandor Ferenczi (2 puntos.)
El abuso sexual infantil es un fenómeno complejo que tiene sus particularidades. Imolica dinámicas de
poder ante un niño/niña no evolutivamente preparado para Entendemos por Abuso sexual infantil, de
acuerdo a la revisión de Noel (2015) que toma la definición de la OMS, aquellas prácticas que involucran a
un niño en actividades de índole sexual para las que no está evolutivamente preparado, no comprende ni es
capaz de consentir; actividades que transgreden la ley o la legalidad moral y que involucran dinámicas de
poder, confianza y responsabilidad de un adulto para la descarga pulsional asociada al goce del
adulto(OMS, Noel, 2015).
Existen marcadas diferencias de género en el fenómeno del ASI: en términos estadísticos, la mayor
cantidad de víctimas son niñas y la mayor cantidad de victimarios son hombres, que en un 90% de los casos
son personas del círculo familiar o círculo cercano del niño o niña,(padres, madres, hermanos, tíos,
primos), personas allegadas a las familias (vecinos, amigos cercanos). (Gutiérrez,,Steinberg & Capella,
2016).
Tomando en cuenta los planteamientos de Ferenzci en torno al ASI, es posible señalar que lo traumático
tiene relación con lo que estipula en su obra Confusión de Lenguas, en la cual el autor establece que el
trauma “no era sólo el resultado de una hipersensibilidad constitucional del niño, sino una
consecuencia del choque entre la ternura del niño y las respuestas apasionadas o perversas de un
adulto”. (Njaime & Pereira, 2012). Asimismo, lo traumático deviene de un segundo proceso de
desmentida de la experiencia por parte de los adultos (Daurella, 2012), “lo traumático no sólo reside en
el abuso y la violencia cometida contra los niños, sino también en el rechazo (por incapacidad o por
mala fe) por parte del mundo de los adultos para reconocer y acoger el episodio” (Figueiredo, 2003, p .
20, en xxx)
Como pudimos revisar en la clase del 20 de Junio, para Freud la sexualidad infantil es en sí misma
traumática en cuanto implica un proceso constitucional del aparato psíquico ligado a la fantasía y el
edipo. Sin embargo, Ferenzci aporta nuevas luces sobre el tipo de lazo que se espera se establezca
entre el adulto y el niño, enfocado a la ternura, en contraposición con lo que sucede en las experiencias
traumáticas de ASI, donde el niño es desubjetivado y puesto a disposición del goce del adulto en el
lenguaje de la pasión. El niño, por su nivel de desarrollo psíquico y constitucional, no es capaz de
tramitar estas experiencias cargadas de un afecto que no puede tolerar, lo que lleva a la escisión
psíquica, la que deriva en dos posiciones para poder sobrevivir a la experiencia. 1) La identificación
con el agresor, en la cual asume una postura sumisa, adaptándose a los deseos del agresor e incluso
anticipándose a ellos, como una manera de tolerarlo, “desconectarse” de la experiencia: “se encargará
de no permitir el acceso a la conciencia de las partes intolerables de la experiencia traumática” (Njaime
& Pereira, 2012). Disociamos la experiencia presente: como los camaleones, nos mimetizamos con el
mundo que nos rodea, exactamente con aquello que nos da miedo, para protegernos. Dejamos de ser
nosotros mismos y nos transformamos en la imagen que otro tiene de nosotros. Y todo esto de una
manera automática (Daurella, 2012).
A largo plazo, se establecen dinámicas relacionales y procesos psicopatológicos en los que se produce
la compulsión a la repetición de los fenómenos descritos, pudiendo existir dificultades para el
desarrollo de la sexualidad y la capacidad de goce, existiendo desarrollos de perversiones y el temor a
la homosexualidad. Asimismo, existe daño en relación a la constitución del Yo, quedando el psiquismo
entre la posición del Super Yo y el Ello. (buscar cita)
Memoria, cuerpo y relaciones interpersonales
Factor transgeneracional.