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Facultad de Humanidades y Educación

Escuela de Psicología
Especialización en Psicología Clínica Comunitaria
Cátedra: Clínica Psicológica

Ensayo II:
Comprensión del Abuso Sexual desde la teoría psicodinámica

Realizado por:
Ariadni González

Caracas, Julio de 2023


El presente ensayo pretende abordar la comprensión del abuso sexual desde la teoría
psicoanalítica, tanto en la víctima como el vitimario. En principio, la Organización Mundial
de la Salud (OMS) define la violencia sexual como (citado en la Organización Panamericana
de la Salud, 2013):
Todo acto sexual, la tentativa de consumar un acto sexual, los comentarios o
insinuaciones sexuales no deseados, o las acciones para comercializar o
utilizar de cualquier otro modo la sexualidad de una persona mediante
coacción por otra persona, independientemente de la relación de ésta con la
víctima, en cualquier ámbito, incluidos el hogar y el lugar de trabajo” (p.2).

Para Freud, la sexualidad estructura el aparato psíquico y plantea tres tipos de


estructuras: neurosis, psicosis y perversión. Las tres pueden estar asociadas a la violencia
sexual, ya sea como víctima o victimario, sólo que varía la forma en que se vive la sexualidad
y el tipo de defensa. Independientemente de la estructura, Freud fue el primero en destacar la
importancia de las experiencias infantiles tempranas y su íntima relación con el desarrollo
psicosexual, donde la noción de lo traumático está muy asociado al origen del sujeto del
inconsciente.
Esta idea se basa en la noción de “desamparo”, donde Freud conceptualiza que en la
génesis del sujeto existe una dependencia total del pequeño ser con respecto a su madre,
implicando la omnipotencia de ésta. Esto influye en la estructuración del psiquismo,
destinado a constituirse enteramente en la relación con el otro y la necesidad de ser amado.
En este sentido, la pérdida o separación, conlleva un aumento progresivo de la tensión, son
las primeras sensaciones de peligro, hasta el punto en que el sujeto se puede ver incapaz de
dominar las excitaciones y ser desbordado por éstas, lo cual Freud designa como un estado
generador del sentimiento de desamparo y angustia (LaPlanche y Pontalis, 1967).
Para comprender la sexualidad desde la perspectiva psicoanalítica, partiremos del
concepto de pulsión. Freud (1905; 1915), define la pulsión como la agencia del representante
psíquico de una fuente de estímulos intrasomática en constante fluir, que forma parte del
aparato psíquico y se basa en el principio de placer, independizándose de lo biológico. Freud
(1905), distingue inicialmente dos grandes tipos de pulsiones: las pulsiones de
autoconservación y las pulsiones sexuales.
Las pulsiones sexuales son definidas como modos de satisfacción (fines) variables
ligados al funcionamiento de determinadas zonas corporales (llamadas zonas erógenas), y son
susceptibles de acompañar diversas actividades del organismo. Esta diversidad de las fuentes
somáticas de la excitación sexual implica que la pulsión sexual no se halla unificada desde un
principio, sino fragmentada en pulsiones parciales, que se satisfacen localmente (placer en el
órgano). Freud distingue que desde el nacimiento del sujeto, existe la sexualidad infantil, en
la medida en que se halla sometida al juego de las pulsiones parciales, íntimamente ligada a
la diversidad de las zonas erógenas, y en tanto que se desarrolla antes de establecerse las
funciones genitales. En este sentido, el sujeto está atravesado por la experiencia sexual y tiene
implicaciones psíquicas el ser víctima del abuso sexual, así como ser el agresor del mismo.
Ahora bien, si lo comprendemos desde la perspectiva de la víctima, la violencia
sexual se encuentra ligada al concepto de traumatismo descrito por Freud, el cual refiere a
una experiencia que aporta en poco tiempo un aumento grande de excitación a la vida
psíquica, donde fracasa su liquidación o su elaboración por los medios normales, lo que
inevitablemente da lugar a trastornos duraderos en el funcionamiento. Asimismo, el aflujo de
excitaciones es excesivo en relación a la tolerancia del aparato psíquico, tanto si se trata de un
único acontecimiento muy violento, como de una acumulación de excitaciones. Se genera una
falla en el principio de constancia, al ser incapaz de descargar la excitación. En este sentido,
se revive la experiencia de desamparo, de quedar sin recursos. Por tanto, la tarea del aparato
psíquico consiste en movilizar todas las fuerzas disponibles, a fin de restablecer las
condiciones de funcionamiento del principio de placer (LaPlanche y Pontalis, 1967).
Por consiguiente, a partir de esta experiencia traumática, la psique genera formaciones
del inconsciente para defenderse. Según LaPlanche y Pontalis (1969), las mismas son formas
que adopta lo reprimido para ser admitido en lo consciente, retornando en el síntoma, el
sueño, el lapsus, el chiste o en toda producción del inconsciente, pudiendo generarse
compulsión a la repetición. Las representaciones reprimidas se hallan deformadas por la
defensa hasta resultar irreconocibles, por lo que en la misma formación de compromiso,
pueden satisfacerse a la vez el deseo inconsciente y las exigencias defensivas.
Por otro lado, aproximándonos a comprender la perspectiva del victimario, es muy
posible que el victimario haya sido víctima en un primer momento, de cualquier tipo de
maltrato o violencia, aunque sobre todo de abuso sexual. Los hallazgos empíricos de van der
Kolk (2002), quien estudió a personas con historias de criminalidad y abuso sexual, encontró
que tenían antecedentes de maltrato severo y abuso sexual infantil. Las personas
sistemáticamente abusadas desde temprana edad, generan este tipo de respuestas extremas
por adaptabilidad y supervivencia.
Freud (1923), conceptualiza su teoría en tres instancias: yo, ello y superyó. Este
último, se considera como una instancia del aparato psíquico que posee un vínculo menos
firme con la consciencia, se ha separado del yo, y tiene la capacidad de contraponerse y
dominarlo. El superyó debe su posición particular dentro del yo, a partir de la identificación
inicial (ocurrida cuando el yo era todavía endeble) y al complejo de Edipo, por lo que se
introduce en el yo los objetos más grandiosos. Esto quiere decir que, el superyó se forma a
partir de la interiorización de las exigencias y prohibiciones parentales. Su función es
comparable a la de un juez con respecto al yo, el juicio acerca de la propia insuficiencia en la
comparación del yo con su ideal. Por tanto, Freud considera como funciones del superyó; la
conciencia moral, la autoobservación, la censura moral y la formación de ideales (LaPlanche
y Pontalis, 1967). Los rasgos psicopáticos, asociados al agresor de abuso sexual, pueden ser
entendidos como un trastorno del superyó. La función de autosupervisión, juicio moral,
autocrítica está relativamente ausente por lo que no hay un registro de la culpa. Y esto puede
ir acompañado de la negación o desmentir el hecho transgresor con facilidad, sin necesidad
de justificarse.
Otra noción que Freud destaca en su teoría es el concepto de ambivalencia. El
conflicto edípico, se concibe como un conflicto pulsional de ambivalencia de oposición entre
amor y odio dirigidos ambos hacia la misma persona. Desde este punto de vista, la formación
de los síntomas neuróticos se concibe como el intento de aportar una solución a tal conflicto.
Siguiendo a Freud, la última teoría de las pulsiones define mejor la agresividad, asociada con
la pulsión de muerte en la medida en que es una fuerza radicalmente desorganizadora y
fragmentadora, bajo el fin último de llevar al sujeto al estado inorgánico y el cese de
tensiones. Estas características han sido subrayadas por psicoanalistas como Melanie Klein,
que insisten en el papel predominante de las pulsiones agresivas desde la primera infancia
(LaPlanche y Pontalis, 1967).
Para Klein, la pulsión es desde un principio ambivalente; el amor por el objeto no
puede separarse de su destrucción. La ambivalencia se convierte en una cualidad del propio
objeto, contra la cual el sujeto se defiende, escindiéndolo en objeto “bueno” y “malo”. En la
etapa esquizoparanoide, es intolerable un objeto ambivalente: idealmente bueno y
profundamente destructor (LaPlanche y Pontalis, 1967). Klein, refiere que el sujeto recurre al
acting-out como mecanismo de defensa ante la dificultad para lidiar con la ambivalencia que
generaron sus cuidadores primarios, que luego se reproduce en su vida diaria y todas sus
relaciones. Esto puede presentarse en el área sexual. Puede llegar a generar tanta rabia la
frustración que genera la pareja sexual que, puede gestarse una rabia destructiva, la cual se
torna en un alejamiento agresivo que pretende abandonar al sujeto por odio, con
omnipotencia y desprecio, donde se comete algún tipo de abuso sexual. Según Klein, el
acting-out denota la incapacidad para acceder a la etapa depresiva, es decir de no contactar
con la pérdida y el duelo, ya que si lo hiciera, el sujeto no se alejaría del objeto sino que lo
perdería y sentiría pena (Etchegoyen, 1986).
En este orden de ideas, Etchegoyen (1986) conceptualiza acting-out como un tipo de
repetición que es de carácter impulsivo que suple un recuerdo. Es una defensa
particularmente fuerte, porque se actúa una repetición que va en contra de la cura, y no se
logra simbolizar a través del lenguaje. Se muestra o manifiesta en el comportamiento, pero no
se llega a verbalizar por lo altamente amenazante que resulta. Muy posiblemente, asociado a
las propias experiencias de abuso. En síntesis, es un mecanismo evacuativo que busca drenar,
más no elaborar ni integrar afectos. El acting-out forma una base para el mecanismo de la
identificación proyectiva. Éste consiste en proyectar en el afuera lo que no se tolera de sí
mismo, depositándolo en una relación para poder controlarlo, provocando actuaciones en los
demás. Por ejemplo, que el agresor que fue víctima, busque una nueva víctima para acosar o
generar algún tipo de agresión sexual y sentirse poderoso ante el hecho de que la otra persona
sea la actúe desde la vulnerabilidad, para éste no contactar con la suya (Etchegoyen, 1986).
Por otro lado, otro concepto que cabe en esta comprensión es el de “identificación con
el agresor”. Este es definido y descrito por Anna Freud (citada en LaPlanche y Pontalis,
1967), consiste en un mecanismo de defensa en el cual el sujeto, enfrentado a un peligro
exterior, se identifica con su agresor, reproduciendo características similares de la agresión o
adoptando ciertos símbolos de poder que lo designan. Según la autora, este mecanismo es
preeliminar a la constitución del superyó, por lo que la agresión es dirigida hacia el exterior y
no hacia el interior. Al igual que en el ejemplo anterior, el victimario toma lo que le permite
sentirse defendido a partir de lo vivido con su propio agresor. Por tanto, ante vivencias
crónicas en la infancia de vulneración, sensación de desamparo y miedo extremo, la respuesta
psíquica es la introyección del objeto cruel idealizado, a través de la identificación de los
elementos omnipotentes del agresor peligroso y poderoso. Al igual que en la identificación
proyectiva, se coloca afuera la vulnerabilidad que no se tolera.

Referencias bibliográficas
Etchegoyen, H. (1986). Los fundamentos de la técnica psicoanalítica. Buenos Aires:
Amorrortu.
Freud, S. (1905). Tres ensayos de teoría sexual. Sigmund Freud Obras completas,
Vol. 7. Argentina: Amorrortu, 314 p.
Freud, S. (1915). Pulsiones y destinos de pulsión. Sigmund Freud Obras completas,
Vol. 14. Argentina: Amorrortu, 389 p.
Freud, S. (1923). El yo y el Ello. Obras Completas Sigmund Freud, Vol. XIX, Amorrortu
Editores.
LaPlanche, J. & Pontalis, J. (1967). Diccionario de Psicoanálisis. Buenos Aires
(Argentina): Paidós, 563 p.
Organización Panamericana de la Salud (OPS). (2013). Comprender y abordar la
violencia contra las mujeres. Violencia sexual. Washington, DC: OPS.
Van der Kolk, B. (2002). Trastorno del estrés post-traumático y la naturaleza del
trauma. Recuperado de: aula.academiafai.com

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