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Golpeando las puertas del cielo

Raúl Zurita

Bob Dylan es a la poesía de la segunda mitad del siglo XX lo que Ezra Pound fue a la
primera. Al lado de él las estrellas consagradas del oficio de poeta, y no sólo los
anglo: Ted Hughes, Seamus Heaney, pero también Brodsky, Walcott e incluso la
Szymborska parecen mausoleos.Su apellido verdadero es Zimmerman, Robert Allen
Zimmerman, y nació el 41 en Minesota. Oírlo es conmocionante y de eso son
testigos millones -sin Dylan Los Beatles jamás habrían compuesto el "Sgt. Pepper's"-
pero leerlo lo es aún más. Un autor de la generación beat lo calificó de
shakespereano y en realidad su manera de sacarle al habla común las resonancias
más hondas y amplias, más cómicas y desoladoras, más oníricas y lúcidas, es la
herencia de Shakespeare, herencia que el castellano jamás ha podido suplir.
Con Dylan basta leer a un sólo personaje de los que aparecen en la fila de la
desolación para ya estar en la historia mayor, empleando una palabra de moda hoy,
para estar en el gran "canon":

Cenicienta, ella parece tan fácil 


"Toma uno para conocer uno", y sonríe 
poniendo sus manos en los bolsillos
de atrás
al estilo Bette Davis 
Y llega Romeo, él está gimiendo 
"Tú me perteneces creo" 
Y alguien dice, "estás en el lugar incorrecto mi amigo, 
mejor te vas" 
Y el único sonido que queda 
después que las ambulancias se han marchado 
es el de Cenicienta barriendo 
en la fila de la desolación.
(On Desolation Row)
Por esa fila de la desolación van pasando finalmente todos, la humanidad entera,
porque la obra de Dylan, como Pound o el Finnegans Wake de James Joyce, es
también una gran cita de toda la historia de la literatura, desde la Biblia hasta Dante,
desde Chaucer hasta Rimbaud, desde Melville hasta Kerouac, con la particularidad
de que en su poesía ese inmenso patrimonio reaparece siempre bajo la forma de los
sueños. Entre miles de ejemplos está el Sueño 115 de Bob Dylan, donde a partir del
"Moby Dick" de Melville se llega el descubrimiento de América. Las múltiples
escenas del Sueño 115 son tan intensamente cómicas como desolladas, y no hay en
la escritura de hoy una muestra mayor de desparpajo y de libertad creativa. Su
potencia radica en que esa libertad retrata un mundo que no podemos sino
reconocer como el nuestro o, al menos, que no podríamos no reconocer como el
nuestro si le hiciésemos más caso a nuestros sueños:

Pero la cosa más divertida pasó 


cuando estaba dejando la bahía 
Vi tres carabelas en el camino 
que venían en sentido contrario al mío 
Le pregunté al capitán que cuál era su nombre 
y que por qué mejor no manejaba un camión 
Me respondió, me llamo Colón 
Solo le dije, "buena suerte".
( Bob Dylan's 115th Dream)

Está también "Highway 61 Revisited" y entre cientos de otras canciones igualmente


increíbles, alucinantes, está una escena y la música de una película: "Pat Garrett and
Billy the Kid", de Sam Peckimpah. Un sheriff ha sido herido de muerte, está de pie en
medio de un río que le llega a las rodillas y mira al frente mientras las lágrimas
comienzan a correrle por su cara. En la orilla una mujer también lo mira y también
las lágrimas empiezan a rodar por su cara (es Katy Jurado). Ambos están inmóviles
mirándose y el azul del río se hace cada vez más intenso. De pronto sube la música y
la frase que se repite, a todo volumen, es "golpeando, golpeando las puertas del
cielo". Es Dylan, es "Knocking on Heaven's Door". Jamás en mi vida he envidiado más
algo. Jamás en mi vida he querido tanto ser otro. Jamás en mi vida he deseado tanto
morir como de algo así.

Tomado del periódico El Mercurio, domingo 2 de julio de 2006

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