Está en la página 1de 12

38.

El encuadre analítico

1. Recapitulación
Anunciamos al com enzar la cuarta parte que el concepto de situación
analitica es m ás fácil de captar intuitivam ente que de poner en conceptos,
y desgraciadamente lo estamos dem ostrando. Tam poco es sencillo, por
cierto, separar la situación analitica del proceso analitico.
En el capítulo anterior vimos la preocupación de Zac (1968, 1971) por
discrim inar entre situación y proceso, así como la form a nítida y convin­
cente con que estudia las variables y las constantes que configuran a la
par que hacen posible el proceso analitico.
En «Un enfoque metodológico del establecimiento del encuadre»
(1971), uno de los trabajos más rigurosos que he leído sobre el tem a, Zac
destaca que esas constantes están ligadas a una determ inada concepción
teórica, y todos reconocemos como un rasgo del genio de Freud haberse
dado cuenta de cuáles eran las variables que debían trasfo rm an e en cons­
tantes para que el proceso asumiera el carácter de analitico. Al estudiar
las constantes, Zac distingue las absolutas, que dependen de la teoría psi­
coanalitica, y las relativas que tienen que ver con el analista y con la pare­
ja analista/analizado.

2. Las tesis de Bleger


Vamos a ver ahora en qué forma Bleger (1967) intenta comprender el
proceso analitico con una dialéctica de constantes y variables.
Tanto Bleger como Zac y en general todos los autores argentinos que,
como Liberman (1970, especialmente el capítulo prim ero), estudiaron es­
te tem a se inclinan a aplicar la denom inación de situación analitica al
L'onjunto de relaciones que incluyen el proceso y el encuadre.
Como dice Bleger (1967), ningún proceso puede darse si no hay algo
dentro de lo cual pueda trascurrir, y esos carriles por donde se desplaza el
proceso son el encuadre: para que el proceso se desarrolle tiene qUe haber
un encuadre que lo contenga. En otras palabras, cuando hablamos de un
jtroivso analítico estamos considerando implicitamente que debe inscri­
birte en una totalidad más abarcativa, más amplia, la situación analítica.
litin tesis básica del artículo de Bleger es, pues, que la situación analítica
nm fixura un proceso y un no-proceso que se llam a encuadre.
De acuerdo con esta propuesta, situación y proceso quedan perfecta­
mente delimitados pero a costa de una definición estipulativa que le resta
autonom ía al concepto de situación analítica.1
La otra tesis de Bleger es que la división entre constantes y variables,
aleatoria p o r definición en cuanto tomamos por constantes las variables
que mejor nos parecen, también lo es en la práctica, pues a veces las cons­
tantes se alteran y pasan a ser variables: el marco se convierte en proceso.
La tercera tesis es que si bien las alteraciones del encuadre a veces nos
dan acceso a problem as hasta ese m om ento inadvertidos no se justifica
de ninguna m anera m odificar el encuadre para lograr esas finalidades.
Esa conducta técnica es inconveniente por dos razones: una, porque lo
que surge es un artificio que va a carecer de toda fuerza probatoria y
nunca va a poder ser analizado limpiamente; y, dos, porque nunca puede
uno estar seguro de que el analizado va a reaccionar en la form a prevista.
El experimento puede fallar y entonces quedarem os desguarnecidos fren­
te a la alteración que nosotros mismos propusimos. Estas dos razones le
hacen a Bleger proclam ar que de ninguna m anera tiene el analista la li­
bertad técnica y ética de m odificar el encuadre en busca de determ inadas
respuestas, con lo que se pronuncia contra las técnicas activas y la reedu­
cación emocional.
El últim o postulado de Bleger es que en la inmovilidad del encuadre
se depositan predom inantem ente ansiedades psicóticas. H asta aquí los
principios de Bleger se pueden com partir desde diversas teorías; pero Ble­
ger ahora da un paso más, muy coherente con su m anera de pensar, y es
que esa parte m uda que se deposita en el encuadre es la simbiosis. Más
adelante nos vamos a ocupar de la teoría del desarrollo que propone Ble­
ger y de su concepto de psicosis, pero digamos desde ya que pueden no
com partirse en ese punto sus ideas y aceptar sin em bargo plenamente sus
explicaciones sobre la dialéctica del encuadre psicoanalítico.
Podem os convenir, entonces, por de pronto, que el mutism o del en­
cuadre debe ser atendido preferentem ente y considerado com o un
problem a porque de hecho lo es. El mayor riesgo del encuadre es su m u­
tismo, porque como tendemos a darlo por fijo y estable, no lo considera­
mos y no lo interpretam os adecuadamente. La m udez del encuadre se da
por sentada, se tom a f o r granted y entonces nunca se discute,
Bleger piensa, desde luego, como la mayoría de los autores, que cual­
quier inform ación que reciba el paciente sobre el analista tiene un carác­
ter perturbador, y que es muchas veces en esas circunstancias que se m o­
vilizan las ansiedades más fuertes y menos visibles; pero lo que a él le in­
teresa señalar es justam ente el caso opuesto, poco o nada estudiado.

1 V o lv e r tm o i t o t o tod avía al final d e eite capitulo; y adelantém onos a decir que va-
m o i ■ p ro p c flw o t i » « H H ó n .

/en
C uando el encuadre se perturba, afirm a Bleger, pasa a ser proceso,
porque lo que define el setting es su estabilidad. Una experiencia que to ­
dos hemos tenido muchas veces es que, a partir de una ruptura del en­
cuadre, aparecen configuraciones nuevas en el m aterial, a veces de lo m ás
interesantes. Coincido defm idam ente con Bleger en que esto no autoriza
en m odo alguno a m odificar el encuadre con fines experimentales.
Quiero acotar tam bién, porque es muy im portante, que cuando digo
que el encuadre es estable quiero decir con m ás precisión que, a diferen­
cia de las variables que cam bian continuam ente, el encuadre tiende a m o­
dificarse con lentitud y no en relación directa con el proceso sino con
norm as generales. En otras palabras, el encuadre cam bia lentam ente,
con autonom ía y nunca en función de las variables del proceso.
Siempre que m odifiquem os el encuadre en respuesta a las c a r a c t é r i s é
cas del proceso estam os recurriendo a la técnica activa. Sí una persona,
por ejemplo, tiene avidez, esa avidez debe ser analizada y no m anejada
aum entando o disminuyendo el núm ero de las sesiones. O tro ejemplo
pueden ser los honorarios. Un aum ento o una disminución de honorarios
no deben hacerse nunca sobre la base del material que está surgiendo. El
materia] puede m ostrar convincentemente que el analizado desea que se
le aum enten los honorarios, o que se le disminuyan; pero n o debe ser a
partir de esa circunstancia que se tom a la decisión de proponer un cam ­
bio en el m onto de los honorarios, sino sobre la base de hechos objetivos,
ajenos fundam entalm ente al material. No serán, pues, los deseos del p a­
ciente sino los datos de la realidad (por difícil que nos sea evaluarlos y
por m ás que nos equivoquemos al hacerlo) los que nos hagan aum entar o
dism inuir los honorarios. Vale la pena señalar aquí que el error que p o ­
dam os cometer al evaluar los hechos objetivos no afecta al m étodo y no
hace m ás que m ostrar una falla personal, siempre subsanable y anali­
zable. Yo pienso en cambio, firmemente, que si m odificam os el setting
respondiendo al m aterial cometemos un error que no vamos a poder an a­
lizar, simplemente porque hemos abandonado por un m om ento el m éto­
do psiconalítico. El encuadre no debe depender de las variables.2 Lo mis­
mo piensa Jean Laplanche (1982) cuando se pronuncia en contra de cual­
quier m anipulación del setting. Toda m anipulación pretende ser una m a­
nera de comunicar m ensajes, pero lo único que logra es desestabilizar las
variables sobre las cuales debería operar la interpretación (ibid., pág.
139). «Yo pienso — dice severamente Laplanche (y coincido con él)— que
toda acción sobre el encuadre constituye un acting out del analista»
(ibid., pág. 143).
Es necesario señalar, tam bién, que este tipo de error no depende para

2 Recuerdo que cuando empecé mi análisis didáctico era bastante frecuente que se « in ­
terpretara» que el analizado quería o necesitaba que le aum entaran los honorarios. E stas
Interpretaciones, previas a un aum ento, se dirigían a la culpa o al deseo d e reparar pero
nunca, com o es natural, al m asoquism o; y desde luego sobrevenían uniform em ente en UIM
determ inada época del aflo (o del ciclo económico).
nada del contenido de lo que hagamos ni tam poco de la buena voluntad
con que estemos procediendo. Lo que aquí im porta no son nuestras in­
tenciones sino que hemos alterado las bases de la situación analítica. En
este sentido, y en clara oposición a lo que siempre dice Nacht (1962, etcé­
tera), pienso que de nada vale ser buena persona si se es mal analista. ¡Y
habría que ver, todavía, qué clase de buena persona somos cuando pro­
cedemos de esta manera!
Esta norm a no es, sin em bargo, absoluta. A veces corresponde tener
en cuenta ciertos deseos del analizado y por diversas razones, ya que el
encuadre debe ser firme pero tam bién elástico. Esta condescendencia
tendrá que ser siempre m ínima, consultando la realidad no menos que
nuestra contratrasferencia; y nunca debe hacerse con la idea de que a
partir de una m odificación de ese tipo vamos a obtener cambios estructu­
rales en el paciente.
E n resumen, pienso que el proceso inspira el encuadre pero no lo debe
determ inar.

4. Un caso clínico
Recuerdo un hom bre de negocios, joven, inteligente y sim pático, cu­
yos discretos rasgos psicopáticos no me pasaban inadvertidos. A p ropó­
sito de un reajuste de honorarios, que ya estaba previsto por la inflación,
afirm ó que el honorario propuesto era más de lo que podía pagar.
Describió las dificultades que pasaba con su pequeña industria (y que yo
conocía), me recordó que su m ujer tam bién se analizaba y term inó pi­
diéndom e una reducción de algo menos del diez por ciento. Acepté, no
sin señalarle que, hasta donde yo podía juzgarlo, él estaba en condiciones
de hacerse cargo de mis honorarios completos. Se sintió muy contento y
aliviado cuando yo acepté su propuesta y siguió asociando con tem as ge­
nerales. Un rato después dijo que había estado recordando los últimos
días una anécdota de su infancia que le provocaba un sentim iento singu­
lar. C uando estaba en tercer grado juntaba figuritas, como la m ayoría de
sus compañeros, y tam bién la m aestra tenía su álbum . A él le faltaba p a­
ra completar d suyo una de las figuritas difíciles y advirtió con gran exci­
tación que su maestra la tenía entre las repetidas. D ando por sentado que
ella no sabría el valor de esa figurita, le propuso un cambio y le ofreció
una cualquiera de las suyas. Ella aceptó, y fue así que él completó su co­
lección y pudo cam biarla por aquella am bicionada pelota de fútbol que
lo acompaftó poi un largo tiem po de su infancia que, digámoslo entre pa-
rénteiU, IinWft lido bastante desolada, Le dije entonces que, tal vez, él se
equivocata III Jlllgar a su m aestra. Es probable que ella supiera que la fi­
gurita (JUt* 61 nceoltaba era difícil de obtener, pero se la dio generosa­
mente, «ubiemiu etlAnto am bicionaba él aquella pelota de fútbol. Cam­
bió lûWtftliïcsiili* од tono hipom aníaco y dijo con insight que tal vez yo tu­
viera rturôtti. it»»» u lo habla pensado; pero tenía que reconocer que su
m aestra era inteligente y generosa. Recordó a continuación varias anéc­
dotas en que se la m ostraba ayudando con buena voluntad a sus alum ­
nos. Un par de semanas después dijo que la situación en la fábrica había
m ejorado y que podía volver a pagarm e mis honorarios completos.
Acepté.
Creo que mi conducta en este caso fue correcta y estrictamente analí­
tica. Al decidirla tuve en cuenta la intensidad de sus mecanismos proyec-
tivos. El paciente decía desde la prim era sesión y sin ningún pudor que yo
ie cobraba indebidam ente, que me aprovechaba de él y que mi deshones­
tidad era evidente. C uando él me pidió la reducción de honorarios lo hi­
zo, sin embargo, con una actitud de respeto, por mucho que tuviera de
reactiva, y esgrimiendo razones reales, las dificultades financieras de su
empresa y lo m agro de su presupuesto familiar. Luego de consultar mi
contratrasferencia, yo decidí aceptar su propuesta, plenamente conciente
de que el pedido com prom etía mi encuadre, seguro que de hacer valer
mis derechos (que por otra parte no estaban tan amenazados) o de in­
terpretarle su deseo de pagar de menos, sólo hubiera logrado dar contra
el muro de su recalcitrante proyección. Creo que lo hecho fue legítimo en
cuanto no se proponía corregir sus fantasías m ostrándole que yo era
«bueno» sino acom odar mi setting a la rigidez de sus mecanismos de de­
fensa. Tuve en cuenta, asimismo, que yo no podía decidir hasta qué pun­
to sus apreciaciones sobre la m archa de su fábrica eran correctas y, como
dice la sabia m áxim a latina in dubio pro reo.
El analizado respondió a mi (pequeña) generosidad con una generosi­
dad mucho m ayor, con el recuerdo encubridor de su latencia que me per­
mitió una vez más enfrentarlo con sus mecanismos psicopáticos (engaño,
Inirla).
Deseo decir al pasar, aunque no viene al caso, que, por razones de
incto, no me incluí en la interpretación de la m aestra generosa («y eso le
pasa conmigo a propósito de la reducción de honorarios»). Pienso, sin
embargo, que la interpretación que yo formulé en términos históricos
i on tenía latentemente una auténtica resonancia trasferencial, que no creí
oportuno explicitar en ese m om ento muy particular. Cuando poco des­
pués él me pidió volver a mis honorarios completos pude interpretar con
lodo detalle el conflicto trasferencial.

V La mudez del encuadre


l.u ¡dea de Bleger sobre el m utism o del encuadre merece una discu­
tían detenida. Su trabajo estudia la dialéctica del proceso psicoanalítico
m cuanto las constantes del encuadre pasan en un momento dado a ser
WUlftbles y subraya que cuando esa dialéctica no se cumple el analista
tlPllP que estar muy atento.
l'I ensayo de Bleger se pregunta qué pasa cuando el analizado cumplí
*4% i*l encuadre. Por esto dice que va a estudiar el encuadre cuando no ei un

•tilt
problema, justamente para demostrar que lo es. El encuadre, como el amor
y el niño, dice Bleger, sólo se siente cuando llora; y su investigación se dirige
precisamente a ese encuadre que no llora, que es mudo. Tiene mucha razón,
porque cuando el encuadre se altera el analista está sobre aviso, mientras que
cuando no hay alteración tendemos a despreocuparnos.
Bleger se refiere, entonces, a los casos donde el encuadre no se m odi­
fica para nada; cuando el analizado lo acepta por com pleto, total y táci­
tam ente, sin siquiera com entarlo. Es ahí, nos advierte, donde pueden ya­
cer las situaciones más regresivas, donde puede abroquelarse la defensa
más contum az.
Bleger no pone en duda que el encuadre tiene que estar m udo; al
contrario se ha definido porque debe estarlo p ara que se pueda realizar la
sesión, para que haya proceso; y h a dicho, tam bién, que n ada justifica ai
analista que lo mueve para influir sobre el analizado y el proceso. Pero
Bleger sabe, como todos nosotros, que el encuadre no va a estar por
siempre inánime. Tiene que haber estabilidad pero los cambios son inevi­
tables: en algún m om ento el paciente va a llegar tarde o el psicoanalista
va a estar resfriado —para decir cosas triviales— . M ientras el psicoana­
lista no se enferm e, puede que las fantasías hipocondríacas queden fija­
das en el encuadre, que presta asidero «real» a la idea de un analista in­
vulnerable a la enferm edad. Se comprende ahora la razón que tiene Ble­
ger al decir que hay aspectos del encuadre que permanecen mudos y que
hay que tener mucho cuidado, porque ese silencio implica u n riesgo,
puede esconder una celada, una tram pa.

6. Encuadre y simbiosis
Es notorio que Bleger paite de la hipótesis de que en el sujeto coexis­
ten aspectos neuróticos y psicóticos. La parte neurótica de la personali­
dad nota la presencia del encuadre y registra las vivencias que provoca (la
sesión fue muy corta o muy larga, se lo atendió dos m inutos antes o des­
pués de la hora). Es la evaluación del encuadre que todos aceptamos y
por supuesto también Bleger. Lo que él agrega a este esquema pertenece
a la parte psicòtica de la personalidad — que le gustaba llam ar P P P —,
que aprovecha la falta de cambio en el encuadre a fin de proyectar la
relación indiscrim inada con el terapeuta. No hay pues incom patibilidad
entre el encuadre que habla y corresponde a los aspectos neuróticos y el
encuadre m udo de la psicosis: lo primero se verbaliza, m ientras lo otro
queda inm ovilizado y se lo reconoce sólo cuando el encuadre se altera.
En otras palabras, los aspectos psicóticos de la personalidad aprovechan
la inmovilidad del encuadre para quedarse mudos. P ara decirlo con ma*
yor precisión, la m uda psicosis tiene por fuerza que adosarse al encuadre
que ea, p o r definición, la parte del proceso analítico que n o habla.
C uando Bleger Instato en que el encuadre se presta para recibir los aa»
pectos pitoótiooi que quedan allí m udos y depositados está pensando en
su propia teoría de la psicosis y del desarrollo. Bleger piensa que al co­
mienzo hay un sincitio, conjunto de yo y no-yo, form ado por un organis­
mo social que es la diada m adre-hijo. El yo se va form ando a partir de un
proceso de diferenciación. El requisito fundam ental del desarrollo es que
el yo esté incluido en un no-yo del cual se pueda ir diferenciando. Este
no-yo, que funciona como un continente para que el yo se discrimine, es
precisamente el que se trasfiere al encuadre.
P ara esta teoría, entonces, la parte no diferenciada de la personalidad
tiene su correlato más natural en el encuadre que, por definición, es el
continente donde se desarrolla el proceso psicoanalítico. De acuerdo con
las ideas de Bleger, el encuadre se presta excelentemente para que en él se
trasfiera y se repita la situación inicial de la simbiosis m adre-niño. Como
puede verse, nuestro autor es muy coherente con sus propias teorías.
Aunque aceptemos otras ideas sobre el desarrollo y la psicosis,
sus precisiones sobre el proceso y el encuadre son de un valor permanente.

7. Significado y función del encuadre


La idea de Bleger sobre el mutism o del encuadre, es, a mi juicio, una
contribución original al estudio del proceso analítico, que adquiere toda-
vlu más relieve al explicarlo en función de la psicosis. En los diez años
lei Kos que nos separan de su prem atura m uerte3 llegamos a com prender
ntjto más el m udo lenguaje de la psicosis y ahora podemos form ular sus
Ulcus con mayor precisión.
Cuando Bleger nos previene sobre el riesgo de que el encuadre quede
mudo se refiere a su significado pero no a su función. Conviene discrimi-
fliu estos dos factores. El encuadre tiene la función de ser mudo para que
tobre ese telón de fondo hable el proceso; pero creer que lo sea por entero
Itionturía tanto como pensar que hay algo que, por su naturaleza, no
purtlc ser recubierto de significado. Nosotros podemos penetrar el signifi-
ntdo del encuadre sin por ello tocar sus funciones, más si lo pensamos co-
mo continente de ansiedades psicóticas. Hay que tener presente, entonces,
¿IUp ticmpre existe una trasferencia psicòtica que aprovecha la estabilidad del
ODCitndre para pasar inadvertida, para quedar inmovilizada y depositada.4
AI diferenciar entre la función y el significado se comprende que para
i - titilli este no se necesita modificar aquella. Evidentemente, a veces al
iiuultllcarse la función se destaca el significado; pero ese significado
]Hm1itumos alcanzarlo a través del m aterial que trae el paciente sobre la
Illllr Uta del encuadre. En este sentido podemos concluir que no existe un
Nli URclre básicamente m udo, que el encuadre es siempre un significante.

' murió el 20 de junio de 1972, a una edad en que to d o hacía suponer q u e iba a
■«•flüHUti tu obr* vigorosa m uchos aflos.
* m t n not Ilava i una discusión honda y difícil, la relación d é la situación y el proceto
fM 'M tIM iltkoi con los comienzos del desarrollo, que procuraré enfrentar m ás adelanta.

MI
Acerca de la mudez del encuadre recuerdo lo que me dijo un alum no,
que a veces el encuadre es m udo porque el analista es sordo. H abría que
hablar, pues, de la sordom udez del encuadre, para incluir la contratras­
ferencia y tam bién las teorías del analista con respecto a la psicosis.
C uando se entiende el lenguaje no verbal de la psicosis el encuadre deja
de estar mudo y aparece con su valor significante.
Actualm ente sabemos con bastante seguridad que la parte más a r­
caica de la personalidad, que de hecho corresponde al período preverbal
de los primeros meses de la vida y tiene directa relación con el fenómeno
psicòtico, se expresa preferentemente por canales no verbales y paraver-
bales de com unicación, según lo expusimos al hablar de la interpreta­
ción.5 Se puede decir con propiedad que la psicosis es verdaderamente
m uda en cuanto se estructura con mecanismos que están m ás allá de la
palabra. Cuando la psicosis empieza a hablar, deja de serlo.
Detengámonos ahora, por un m om ento, en la noción misma de rup­
tura del encuadre. Si queremos definirla objetivam ente, la ruptura del
encuadre consiste en algo que altera notoria y bruscam ente las normas
del tratam iento, y modifica consiguientemente la situación analitica. A
veces la alteración proviene del analizado, configurando entonces un ac­
ting out; otras veces de un error (o acting out) del analista, otras, por fin,
de una circunstancia fortuita, por lo general una inform ación no perti­
nente que el analizado recibe de terceros. En todo caso, se conmueve el
m arco en que se desarrolla el proceso, se abre una grieta por la cual el
analizado puede literalmente meterse en la vida privada del analista.
Junto a esta definición objetiva, al hablar de ruptura del encuadre de­
bemos tener en cuenta las fantasías del analizado. El paciente puede ne­
gar que h a habido una ruptura del encuadre, como puede pensar que la
hubo donde no sucedió. Como siempre en nuestra disciplina, lo decisivo
será la respuesta personal del analizado. El encuadre es, pues, un hecho
objetivo que el analista propone (en el contrato) y que el analizado irá re­
cubriendo con sus fantasías.
Desde una perspectiva instrum ental, el encuadre se instituye porque
ofrece las mejores condiciones para desarrollar la tarea analítica; y, cu­
riosam ente, buena parte de esta tarea consiste en ver qué piensa el pa­
ciente de esta situación que nosotros establecemos, qué teorías tiene
sobre ella. El encuadre es la lámina del Rorschach sobre la cual el pacien­
te va a ver cosas, cosas que lo reflejan.

8. Otro material clínico


Recuerdo un pedente que apoyaba en el hecho de que yo lo atendiera
siempre en In milina forma una fantasía aristocrática (y omnipotente) de

1 lílt* te m í « Д О М lltt«tt«de «n mi treb e jo to b re la reconstrucción del desarrollo psí­


quico tem p rin o ( I W t t . In tu id o rom o capitulo 28 de este libro.
que yo era su valet, que le abría la puerta, entraba detrás de él, le lim­
piaba el traste, etcétera. Esta fantasía, vinculada al encuadre, quedó in­
movilizada durante mucho tiem po, com pletam ente m uda. Evidentemen­
te, yo no estaba predispuesto a analizarla, porque doy p o r sentado que la
form a de recibir al paciente no debe variar mucho y es parte de mi set­
ting. Es cierto que la idea de valet aparecía en otros contextos, pero no
con la fuerza y la convicción cuasi delirante que asumió el día en que yo
tuve que cambiar ocasionalmente la form a de recibirlo.
Una paciente que lleva seis años de análisis y tiene muchísimo dinero,
a los tres días de un reajuste de honorarios que en nada difiere de otros
anteriores, interrum pe el análisis. Sin decir nada se va de viaje a Europa
y desde allí m anda una carta diciendo que ha com etido una locura y
quiere reanudar el tratam iento. La paciente tenía un hijo en análisis y
con este aum ento, por prim era vez en seis años, había sobrepasado los
honorarios que pagaba por el hijo. En ese m om ento se movilizó una si­
tuación psicòtica proyectada en el encuadre, y era que ella tenía siempre
que gastar menos en el tratam iento que su hijo, porque si gastaba más
era como sus padres, que siempre se habían preocupado de ju n tar dine­
ro, sin interesarse por ella. Esto jam ás fue explicitado en el tratam iento y
jam ás tuvo el más mínimo problem a para pagar; además, el dinero poco
im portaba para ella. La sum a en sí no tenía ningún significado; pero bas­
tó una diferencia realmente ínfim a para que ella pasara a ser, por
influencia del aum ento, la m adre que se ocupa más de sí misma que de su
hijo, y dejó el tratam iento.6
Com o es de suponer, este tipo de conflicto con respecto a su relación
con los padres egoístas y a su función m aternal se exteriorizaba en diver­
sos contextos; pero correspondía siempre a los niveles neuróticos de la re­
lación con los padres, de cóm o habían m anejado ellos el dinero, la sensa­
ción de que el dinero les im portaba más que ella misma como hija y que
eso era lo que le producía una sensación perm anente de desvalorización,
etcétera. En la parte psicòtica, en cambio, el pago operaba com o si­
tuación concreta que dem ostraba m ágicamente que ella no era con su hi­
lo como sus padres (según pensaba) habían sido con ella. Ese aspecto es-
tuba totalm ente escindido y puesto en el m onto de lo que ella pagaba por
mi análisis y por el del hijo.
Kstos dos ejemplos ilustran suficientemente, creo yo, la form a en que
In parte psicòtica queda inmovilizada en el encuadre. Creo que se advier­
te, tam bién, que esto sucede porque la psicosis no habla con palabras y a
vetes no la escuchamos. Con respecto a mi analizado, sólo después de
Aquel episodio pude darm e cuenta de que yo había analizado m uchas ve-
t'pii su actitud de superioridad frente a mí por pertenecer a una clase so­
rtiti superior a la mía; pero nunca que él creía realmente que esa circuns-
tfinda definía irrecusablem ente los papeles del señorito y el valet en
Id tiusferencia.
Con respecto a la m ujer que hizo la «locura» de interrum pir el análi­

* Сечи clinico presentado al Sem inarlo de T tcnica de 1975.


sis porque se había alterado un equilibrio sin fundam ento, el m aterial p a­
rece contener una nota querulante frente a los padres de la infancia que
aparecía totalm ente encastrada en el m aterial neurótico de sus com pren­
sibles frustraciones infantiles.
En resumen, creo que, si som os capaces de escucharla, menos podrá
la psicosis acom odarse en el silencia del encuadre para pasar inadvertida.

9. Encuadre y metaencuadre
Hemos estudiado detenidamente las relaciones del proceso con el en­
cuadre y hemos suscrito la opinión de la m ayoría de los autores de que el
encuadre no debe variar con los azares del proceso.
El encuadre recibe, en cambio, influencias del medio social en que el
tratam iento se desarrolla. Esto es inevitable y también conveniente. De­
term inadas situaciones del ambiente deben ser recogidas por el encuadre,
que adquiere así su asiento en el medio social en que se encuentra. El en­
cuadre debe legítimamente modificarse a partir de los elementos de la re­
alidad a la que en última instancia pertenece.
Al medio social que circunda al encuadre y opera en alguna medida
sobre él, Liberman (1970) lo llama metaencuadre. Son contingencias que
no siempre contem pla estrictamente el contrato analitico pero gravitan
desde afuera, y que el encuadre tiene, a la corta o a la larga, que con­
tem plar. Ejem plo típico, la inflación. Otro ejemplo podría ser el respeto
de los feriados im portantes: en esos días no es aconsejable trabajar. Los
analistas argentinos que no trabajan los feriados nacionales (pero sí otros
menos im portantes) se vieron frente a un pequeño conflicto cuando años
atrás se dejó de considerar feriado nacional el 12 de octubre, el día del
descubrimiento de América, que el presidente H ipólito Yrigoyen exaltó
com o Día de la Raza. Hace algunos años le habían quitado ese carácter
que se le volvió a asignar recientemente, después del conflicto por las
islas Malvinas. Sería un ejemplo típico de la «alteración» del encuadre
que viene de afuera y corresponde al metaencuadre.
Con el plástico nom bre de mundos superpuestos, Janine Puget y Leo­
nardo W ender (1982) estudian un fenómeno ciertamente común que pa­
sa casi siempre inadvertido, y es cuando analista y analizado com parten
una inform ación que es en principio extrínseca a la situación analítica y
sin embargo se incorpora al proceso por derecho propio. En estos casos
una realidad externa común en ambos surge en el campo analítico. «Su
presencia en el material es fuente de distorsiones y trasform ación en la es­
cucha del analista, asi como de perturbación en la función analítica»
(pág, 520)< Ш analista se ve asi de pronto en una situación donde está
de hecho compartiendo algo con su analizado, lo que le hace perder la
protecddn que lí brinda el encuadre y lo expone a fuertes conflic­
tos de eontrntrMforonclA que jaquean especialmente su narcisismo y
su eicoptofllla.
Si bien el campo de observación de Puget y W ender tiene límites
am plios que van de la ética a la técnica, de la contratrasferencia al en­
cuadre y de la teoría al m étodo, he decidido estudiarlo en este punto
com o un ejemplo privilegiado de las form as en que el encuadre psicoana­
lítico depende del ám bito social en que analista y analizado inevitable­
mente se encuentran.

10. Nuevo intento de definición


A lo largo de estos capítulos hemos podido ver que hay, de hecho, va­
rias alternativas para definir la situación analítica y establecer sus víncu­
los con el proceso analítico.
Como dijimos antes, la palabra situación del lenguaje ordinario denota
el lugar donde algo se ubica, el sitio donde algo tiene lugar. Según la pers­
pectiva teórica en que nos coloquemos, ese «sitio» puede entenderse como
una estructura o Gestalt, como un campo o un encuentro existential.
Si la concebimos como una estructura, la situación analítica se nos
presenta como una unidad form ada por diversos miembros, dos, más
precisamente, cada uno de los cuales sólo cobra sentido en relación con
los demás. Con esta perspectiva se dice que la trasferencia no puede en­
tenderse desgajada de la contratrasferencia o que las pulsiones y los sen­
timientos del analizado tienen que ver con la presencia del psicoanalista.
Por esto Rickman (1950, 1951) subrayaba que la característica funda­
mental del m étodo freudiano es ser una «two-person psychology».
El concepto de Gestalt o estructura no difiere m ucho del de cam po, y
de hecho los que definen la situación analítica como un campo se apoyan
en ideas guestálticas y estructurales. Cuando la definimos de esta m anera
significamos que la situación analítica está recorrida por líneas de fuerza
que parten del analizado y del analista, que de este m odo quedan ubica­
dos en un campo de interacción.
La situación analítica podría por fin entenderse como un encuentro
existential entre analista y analizado. Si no la concebimos así es porque
no pertenecemos a esa línea de pensamiento; pero así la definen todos los
unalistas existenciales, más allá de las diferencias que puedan distin­
guirlos. P ara todos ellos la sesión psicoterapèutica es un lugar de en­
cuentro, del ser-en-el-mundo.
En las tres definiciones recién apuntadas veo un p ar de elementos
decisivos: 1) la situación analítica se reconoce por sí misma, tiene
autonom ía y 2 ) es ahistórica, atem poral, no preexiste al m om ento en que
ЧС constituye.
Hay otra form a de definir la relación analítica que, a mi juicio, es
muy diferente d élas anteriores, aunque a veces se confundan. En este ca-
40 la situación analítica se define estipulativamente a partir del proceso.
Pura llevarse a cabo, el proceso necesita por definición un no-proceso,
ф 1С es el encuadre; y entonces vamos a utilizar la palabra situación para
abarcar a am bos. La idea de que debe haber algo fijo para que el proceso
se desarrolle es lógica, es irreprochable; pero no por esto vamos a redefi­
nir la situación analítica com o el conjunto de constantes y variables. Es
cierto que gracias a este arbitrio se resuelven las imprecisiones del len­
guaje ordinario, pero a costa de simplificar los hechos quitándole a la si­
tuación analítica toda autonom ia.
Si nos decidimos por m antener la vigencia conceptual de la situación
analítica, tenemos que reconocerla com o atem poral y ahistórica, pero
entonces vamos a contraponerla y com plem entarla con la noción de pro­
ceso, con lo que reingresa la historia.
P ara cerrar esta discusión con una opinión personal, diré que entre si­
tuación y proceso hay la misma relación que entre el estado actual y la
evolución de la historia clínica clásica. O tam bién entre la lingüística
sincrónica y diacrònica de Ferdinand de Saussure (1916). La perspectiva
sincrónica estudia el lenguaje como un sistema, en un m om ento y en un
estado particular, sin referencia al tiem po. El estudio diacrònico del len­
guaje, en cam bio, se ocupa de su evolución en el tiem po. Esta discrimina­
ción fue u n a de las grandes contribuciones de Saussure, porque le perm i­
tió distinguir dos tipos de hechos: el lenguaje com o sistema y el lenguaje
en su evolución histórica.
Aplicando estos conceptos, podrem os decir que la situación analítica
es sincrónica y el proceso analitico diacrònico, y p a ra estudiarlos debe­
mos discriminarlos cuidadosam ente, sin rehuir la m araña a veces inextri­
cable de sus relaciones.

También podría gustarte