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ejercicio intelectual frío que solo nutre nuestra mente. Una vida espiritual sana
también involucra nuestras emociones porque el compromiso de aprendizaje
de la Palabra de Dios nos lleva a pasar tiempo con un Señor al que amamos.
Aprender de la Palabra y pasar tiempo en la presencia del Señor debe ser una
experiencia emocionante y no un ejercicio intelectual.
Permíteme hacerte una pregunta, ¿te entusiasma estar con el Señor? Ahora, si
el entusiasmo fuera necesario para permanecer con vida, me temo que muchos
cristianos ya habrían partido a la presencia del Señor. Una vez escuché a un
pastor que respondió a la pregunta, «¿cómo estás?» diciendo «¡Mejor de lo que
merezco!» Me gustó tanto su respuesta porque esa es nuestra realidad y
demuestra un entusiasmo que es digno de imitar. Por eso la he adoptado
como mi propia respuesta.
¿Te has puesto a pensar que el Señor decidió que Su Espíritu more en ti? ¡Eso es
emocionante! Quizás lo sabes intelectualmente, pero no lo vives, porque te falta
tener una comunión más estrecha con Dios. Decimos que lo amamos, pero no lo
vivimos con la emoción que requiere ese amor y mucho menos lo compartimos
a los demás. Algunos han dicho que lo más importante es tener un testimonio
que respalde lo que creemos, y estoy completamente de acuerdo, pero también
es importante vivir lo que creemos con entusiasmo y pasión. En nuestra vida
cristiana debe haber un equilibrio entre nuestras creencias más profundas y la
emoción que nos produce vivir lo que predicamos. Eso nos debe llevar a
comunicar ese mensaje con nuestro testimonio y con la pasión de nuestro amor
por nuestro Salvador y Señor.
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El valor de una relación íntima en la presencia del señor.
«Mi apreciada Marta, ¡estás preocupada y tan inquieta con todos los detalles!
Hay una sola cosa por lo que vale la pena preocuparse. María la ha
descubierto, y nadie se la quitará» (Luc. 10:41-42, NTV).
Cuando me arrepentí de mis pecados, reconocí a Jesucristo como mi Salvador y
el Espíritu Santo comenzó a dirigir mi vida, este versículo impactó mi vida.
Comencé a pedirle al Señor que yo pudiera ser esa mujer de la que hablaba la
Biblia.
Yo llegué al Señor consumida por el pecado. Había estado envuelta en alcohol.
Al venir de un pasado de tanto pecado como el alcohol, la promiscuidad y
santería (brujería), mi alma tenía una sed profunda por Dios, un anhelo de
tener una relación estrecha con el Señor y así conocerle más y un deseo de
poder ser transformada por completo en mi mente y en mi corazón.
El poder relacionarnos y conocer a otras personas tiene mucho valor. Aun más,
el tener una relación íntima con el Creador y Salvador es superior a todas las
demás. En el versículo del encabezado vemos cómo María optó por darle
atención a lo realmente valioso. Ella decidió someterse y prestar atención a lo
que el Señor Jesucristo estaba compartiendo.
Los versículos anteriores nos cuentan cómo su hermana Marta se queja ante
Jesús por la falta de acción de su hermana María: «Maestro, ¿no te parece
injusto que mi hermana esté aquí sentada mientras yo hago todo el trabajo?
Dile que venga a ayudarme» (Luc. 10:40b, NTV).
El corazón de Marta reflejaba preocupación por las cosas de este mundo. Ella
estaba muy preocupada por atender muy bien al Maestro, pero era obvio que
había perdido lo que realmente tenía valor. Molesta se dirigió a Jesús para que
la apoyara y le llamara la atención a su hermana. También la forma en que se
expresó de su hermana denotaba desprecio hacia ella.
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Otro de los versículos que impactaron mi vida al comenzar a relacionarme con el
Señor fue el siguiente, «No pierdas el tiempo discutiendo sobre ideas mundanas y
cuentos de viejas. En lugar de eso, entrénate para la sumisión a Dios. “El
entrenamiento físico es bueno, pero entrenarse en la sumisión a Dios es mucho
mejor, porque promete beneficios en esta vida y en la vida que viene”» (1 Tim. 4:7-
8, NTV).
«Pero nada tengas que ver con las fábulas profanas propias de viejas. Mas bien
disciplínate a ti mismo para la piedad; porque el ejercicio físico aprovecha poco,
pero la piedad es provechosa para todo, pues tiene promesa para la vida
presente y también para la futura» (1 Tim. 4:7-8, LBLA).
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