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Parece innecesario demostrar que la poesía, lo mismo que otras formas
artísticas, ha experimentado a lo largo de su evolución cambios notables en
sus modos expresivos. Y, aunque permanece a través de toda esa
evolución, ya que podemos llamar poesía tanto a una oda de Píndaro como
a un soneto de Petrarca o a un poema de René Char, es indudable que esos
cambios se han producido y que la indiscutible individualidad de las obras
se ha presentado dentro de un contexto cultural, de una tendencia o
movimiento de ideas y de prácticas: creadoras, sustentado por un conjunto
de poetas. La obra aparece así inmersa, sin desmedro para su singularidad
específica, en una tendencia estética. Su creador puede o no reconocerlo así.
Ello no es lo fundamental para nuestro análisis. Nosotros podemos
comprobar que ese estilo es el producto de un esfuerzo colectivo realizado
por muchos, antes y después de él.
Claro está, que a ese estilo no le dan vida únicamente las obras maes-
tras. Hay —para decirlo de un modo próximo al de Lionello Venturi— una
vida cotidiana del estilo constituida por la obra de los precursores y la de
los alumnos o discípulos. En este plano de la vida cotidiana del estilo, las
obras raras veces alcanzan esos caracteres de excepción y de absoluto que
definen las producciones magistrales, pero ilustran, interpretan o preparan
el instante heroico. A través de ellas es posible determinar si, realmente,
existe o ha existido un estilo o tendencia. Quiero decir, que es posible
determinar si se ha dado o se da efectivamente un grupo de obras que
responden a exigencias comunes de realización. Porque bien puede ocurrir
que el supuesto estilo o tendencia sólo constituya la atribución gratuita de
un crítico o de los propios autores, y las obras consideradas no presenten,
en la práctica, ninguna comunidad de postulados implícitos ni se
desprenda de sus formas expresivas que marchen, en lo esencial, en la
misma dirección. No corresponde, por lo tanto, preguntarse frente a un
movimiento estético si realiza obras magistrales puesto que ello nunca ha
sido incumbencia de las escuelas o de los movimientos, sino de los
individuos. Tampoco habremos de preguntarnos si sus propósitos cuentan
con nuestra aprobación. Lo que importará que nos preguntemos es si el
movimiento posee efectivamente una coherencia interna y esa comunidad
de propósitos implícitos ya señaladas, puesto que son éstos los únicos
factores capaces de conceder existencia a un estilo.
Mi propósito no es demostrar que una determinada poesía es la
única que debe escribirse, sino que hay en nuestro tiempo un estilo de
poesía que reúne las mismas condiciones de existencia de estilos anteriores.
Es decir, que cierta poesía de nuestro tiempo no constituye un hecho
contingente, un corte, una ruptura o un capricho dentro de la evolución 619
poética contemporánea, sino que existe como una tendencia orgánica y en
desarrollo en una determinada dirección, independientemente de las
opiniones y los propósitos de sus cultores.
Conviene recordar, sin embargo, que, previamente a cualquier estilo
o tendencia, existe ese especial cometido de todo poeta de enriquecer la
vida. Es más, diría que la tendencia es resultante de un encuentro o
conjugación crítica entre esa vocación de enriquecimiento y plenitud vital y
las condiciones objetivas de los recursos de expresión. El poeta no parte de
una escuela —cuando ello ocurre, hay manierismo y retórica— sino de su
propia apetencia y necesidad de comunión vital, que objetiva luego en una
expresión con validez de estilo. Esto es, que si un poema no se escribe
nunca desde una tendencia, se integra, una vez realizado, en una de ellas o
la determina.
Ahora bien, a mi juicio existe una condición permanente de la poesía
que se desdobla en dos aspectos: uno de ellos se refiere a las características
esenciales de la realidad poética, es decir, a todo aquello que la poesía ha
tenido siempre, aquello que ha estado presente de algún modo, en una
serie cualquiera de versos, de auténtico valor poético; y el otro se relaciona
con la función que la poesía ha venido cumpliendo, o sea con la capacidad
de la poesía para satisfacer, a través de la sensibilidad, ciertas necesidades
humanas.
Veamos el primer aspecto, el que guarda relación con el proceso
interno de la poesía. Cuando digo proceso interno de la poesía es
posible que muchos piensen no sólo en el manejo estético de las
palabras, sino también en ciertas experiencias emocionales, en todo ese
mundo dinámico, casi siempre inapresable en el concepto, que
constituye el ámbito de la poesía. Naturalmente, no pretendo
desconocer esa realidad emocional distinta en cada época y hasta en
cada individuo, que constituye el impulso impulso nutricio de la
actividad poética tanto creadora como receptiva. A tal punto la
considero importante, que si un poema no se vincula a experiencias
emocionales, fácilmente intuibles por cualquiera de nosotros, resulta
evidente, en mi opinión, que ese poema no existe como tal.
Pero no olvidemos, sin embargo, que esa realidad emocional,
imprescindible para la existencia misma de la poesía, no puede alcanzar
por sí sola el nivel poético. No basta traducir la emoción o el estado de
gracia poéticos para obtener el poema. Ese estado de gracia puede servir
como incitación al trabajo creador, pero una vez que el acto de escribir
comienza se produce lo que René Char llamó la elección objetiva. Vale
decir, que el poeta comienza a trabajar con palabras; comienza a elegir las
más adecuadas para su propósito expresivo. Inventa, no traduce. Su interés
no está en mantenerse fiel a la emoción inicial, sino en aprovecharla
estéticamente, combinando las valencias poéticas de las palabras que la
emoción hace surgir en su espíritu. De ahí, entonces, que, frecuentemente,
sólo quede del estado emocional del comienzo un tono difuso, pero que
posee, no obstante, una utilidad indudable, puesto que concurre a dar una
coherencia de fondo al poema. Podemos, por tanto, identificar este primer
aspecto de la condición permanente de la poesía —el de su realidad interna
— con el lenguaje poético.
¿Qué podemos entender por lenguaje poético? Sabemos que una
palabra cualquiera, considerada independientemente de toda relación,
constituye más que un transmisor de ideas, un excitador de estados
mentales. O sea, que la palabra aislada cobra sentido para nosotros merced
a una actividad libre del espíritu, distinta en cada uno, pero de un tono
igual en todos. Es ese tono el que la hace universal, accesible, si no desde
un punto de vista lógico, al menos para la sensibilidad de cada uno. Así,
por ejemplo, la palabra mesa, pronunciada con independencia de cualquier
contexto verbal, no tiene para cada uno de nosotros igual significación
lógica, ya que no designa una mesa determinada, pero ilumina, por decir
así, las mismas zonas del espíritu. No tiene una significación común, pero
sí una tonalidad común para todos.
Esta carga subjetiva de cada palabra subsiste, aunque subordinada a
una trama inteligible, en el lenguaje lógico. De donde resulta, como vere-
mos más tarde, una función de la poesía, referida no sólo a los poetas y a
los lectores de poemas, sino a todos los hombres, dado que todos quienes
utilizan un lenguaje se ven forzados en la vida cotidiana a cumplir una
actividad espiritual que es, en esencia, una actividad poética.
Pero hay un lenguaje específicamente poético. Todo poeta se expresa
de una manera inhabitual. Este hecho, aunque no implique la definición
más cabal de la poesía, constituye una de sus características o fatalidades
más persistentes. El poeta no puede eludirla. Y por mucho que se acerque
en el estilo de su producción al lenguaje cotidiano, algo marcará la
diferencia con éste, algo tornará extrañas para nosotros sus líneas de pala-
bras. Sin embargo, para que este lenguaje sea válido desde el punto de
vista poético, es preciso que se muestre, aunque diferente del lenguaje
habitual, como otra capacidad del hombre, útil para su comunicación. De
este modo, esas formas expresivas, inicialmente extrañas para nosotros, se
integrarán en nuestra vida íntima y servirán a nuestra expresión cotidiana.
En este lenguaje poético, la palabra entra en relaciones que, en vez
de reducir o encerrar su poder poético, como en el discurso lógico, tienden
a liberarlo, dotándolo de una coherencia nueva, inventiva. Es en este acto
de liberación creadora de la energía emocional de las palabras donde pa-
rece residir el proceso interno de la poesía, que señalé como uno de los
aspectos de su condición permanente.
Analicemos ahora el otro aspecto, el que se vincula con la función
poética. Dije que, a mi juicio, la actividad poética es una función normal del
espíritu humano. No tiene carácter excepcional. Puede haber dificultades
en ciertos espíritus para la aprehensión de los valores de un poema, pero
ello es consecuencia de hábitos de percepción inadecuados, y no de una
falta de disposición poética, pues no otra cosa que una disposición poética
es, en suma, esa libre actividad mental, que existe en todo individuo, y que
se cumple hasta en las operaciones más rigurosas del pensamiento. Y es a
esta actividad o disposición, por medio de la cual el hombre se relaciona
con las cosas y las domina, que la poesía ha alimentado y fortalecido. O, en
otras palabras, la poesía ha servido para que el hombre mantuviera tensa
una disposición de su espíritu, sin la cual no hubiera podido construir el
mundo que lo rodea, edificándose, por añadidura, a sí mismo. O, como
dice Reverdy, sin la actividad poética, que él define como el acto de
trasmutación de lo real exterior en lo real interior, el hombre no hubiera
podido superar el obstáculo inconcebible que la naturaleza levantaba frente
a él.
Dije antes que uno de los rasgos de la condición permanente de la
poesía está dado por su proceso interno, esto es, por la combinación
inventiva de las palabras. Existe poesía no cuando se expresa meramente
una emoción o cuando se habla de un modo distinto del habitual, sino
cuando se relacionan las palabras de una cierta manera, válida para la
sensibilidad.
Vamos a ver ahora diversos ejemplos tomados de poetas de distintas
épocas y estilos, donde está presente, a mi juicio, esa realidad interna o
inventiva de la poesía. Quiero aclarar, sin embargo, que no pretendo ex-
plicar por medio de esa realidad inventiva, que ilustrarán los ejemplos ele-
gidos, todo el valor de una obra. Otros factores, vinculados al mundo de
cada creación, intervienen también para determinar el valor poético.
Quiero decir que, si bien hay una estructura inventiva en todo poema —y
ésta es la razón más poderosa para su trascendencia estética—, existen tam-
bién otros elementos circunstanciales, propios de la época, el medio y la
personalidad del autor, que no pueden desdeñarse en la tarea de aprehen-
der en su integridad la belleza de la obra. Importa, sin embargo, la com-
probación de esa realidad inventiva que ha ido, como veremos, acrecen-
tando su importancia hasta transformarse en nuestro tiempo en el principal
fundamento de una teoría y una práctica poéticas. Tomaré el primer
ejemplo en la Provenza, patria de origen de la poesía occidental de los
tiempos subsiguientes. Es una estrofa que pertenece a la canción Cuando el
agua de la fuente, de Jaufre Rudel de Blaya, de mediados del siglo XII:
Ab dezirada companha.1
Sin duda, una parte de la sugestión que ejercen estos versos dimana
de la leyenda amorosa que protagonizó su autor. Como se recordará, Rudel
se enamora de Melisenda, condesa de Trípoli, no por haberla visto, sino
por las noticias que de ella le comunican los peregrinos procedentes de
Antioquía. Se embarca a fin de lograr el amor de la condesa, y la muerte lo
sorprende en el momento en que va a encontrarla. Los versos citados hacen
referencia al amor lejano del poeta. Pero hay otra razón que da vida y
permanencia a estos versos: es todo aquello que está vinculado al modo
verbal elegido para dar expresión a ese sentimiento cuyo origen conoce-
mos. El poeta dice: Amors de térra lonhdana, / Per vos totz lo cors mi dol... y
ya no es la leyenda el factor operante sobre nosotros, sino una estructura
verbal que advertimos insustituible.
Opuesta situación se ha de presentar tres siglos más tarde en el caso
del trovador gallego Macías, el enamorado. Macías se enamora de una
mujer casada, Elvira, y es correspondido, pero no oculta su amor y el
esposo de su amada termina por matarlo. La leyenda hace fortuna y
muchos poetas posteriores la mencionan y se inspiran en ella, pero Macías
mismo no logra convertir su sentimiento en una estructura poética válida.
En los versos siguientes de Diego Hurtado de Mendoza (fines del
siglo XIV), la trama argumental se reduce, en cambio, al mínimo, y el
efecto poético proviene casi exclusivamente de la fuente sugestiva de las
palabras:
1
Amor de tierra lejana, por vos mi corazón es doliente y medicina no puedo hallar si no
acudo a vuestro llamado, atraído del dulce amor, en vergel o bajo tienda con la deseada
compañera. (Traducción publicada en: Trovadores y juglares, antología de textos medioevales,
por Gerardo Marone. Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, Instituto de Literatura,
Sección neolatina, 1948.)
Cosante
A aquel árbol que mueve la hoja
algo se le antoja.
Aquel árbol del bel mirar
hace de manera flores quiere dar:
algo se le antoja.
Hace de manera flores quiere dar:
ya se demuestra; salidlas mirar:
algo se le antoja.
Hace de manera quiere florecer:
ya se demuestra; salidlas a ver:
algo se le antoja.
Ya se demuestra; salidlas mirar.
Vengan las damas las frutas cortar:
algo se le antoja.
1
A decir a Virgilio: “Ni una dracma / de sangre me ha quedado que no tiemble: / conoz-
co los signos de la antigua llama”.
perdido toda su belleza. Porque es en esas palabras así vinculadas, en esos
segni dell’antica fiamma, donde se me ha revelado la poesía de Dante. En
suma, en un cierto sentido de la relación verbal, que, por su parte, algunos
poetas de nuestro tiempo se empeñan en comprender y desarrollar.
La misma situación advertimos en Petrarca. Por ejemplo, en el soneto
XXXV de In Vita, encontramos dos versos que, a pesar de vincularse
directamente con un estado afectivo de disgusto y contradicción interna,
cobran un valor verbal autónomo; permanecen en nosotros, no como la
versión de un acaecer individual, que pudiera relatarse con otros términos,
sino como una estructura irreemplazable, cuyo interés dimana,
precisamente, de las especiales características de la forma verbal obtenida.
....
1
Solo y pensativo voy midiendo con pasos tardos y lentos los más desiertos campos.
2
Hermanos que vivís después de nosotros, no endurezcáis contra nosotros los corazo-
nes... Excusadnos, puesto que estamos muertos, ante el hijo de la Virgen María... Y rogad a Dios
para que nos absuelva.
Corrientes aguas, puras, cristalinas;
árboles que os estáis mirando en ellas;
verde prado de fresca sombra llena;
aves que aquí sembráis vuestras querellas:
torciendo el paso por su verde seno...
(Égloga primera)
dice el poeta alemán Kerner. En todo caso, la poesía reside, para los ro-
mánticos, en el alma de las cosas. O, en otras palabras, la poesía es la rea-
lidad más honda de cuanto nos rodea. Pensamiento de un valor inaprecia-
ble para la práctica y el concepto poéticos, y que los surrealistas llevarán un
siglo más tarde hasta sus últimos extremos. Todo sirve a la intensificación
de la vida que se propone: el sueño (Novalis escribe: Nuestra vida no es
sueño, pero tiene que volverse sueño y quizá llegará a serlo), el amor, el
medioevo, lo fantástico. Esta conducta de vida o de espíritu trae una nueva
estructura poética. Su centro de gravedad no reside ahora, como antes en
los neoclasicistas, en la norma o en la imitación de los clásicos, sino en la
fuerza interior que infunde un sentido al universo. Esa fuerza interior
transforma cualquier acontecimiento en un símbolo del Todo. Por eso, los
poemas románticos suelen comenzar por una referencia a alguna situación
u objeto concreto —por lo general, del orden de la naturaleza—, para
desembocar luego en una expansión de sentimientos personales, de ideas
de eternidad y muerte. Tal, el poema El Lago, de Lamartine, al que perte-
necen estos versos:
Eternité, néant, passé, sombres, abîmes,
Que faites vous de jours que vous engloutissez?
Parlez: nou rendrez-vous ces extases sublimes
Que vous nous ravissez?1
1
Eternidad, pasado, vacío, hondos arcanos,/ ¿qué hacéis de aquellos días que a prisa
devoráis?/ ¿No volveréis, decidme, los goces soberanos/ qué nos arrebatáis? (trad. De Calixto
Oyuela).
und die kühlen Brunnen rauschen,
1
Oye, que la flauta llora, / y las frescas fuentes corren, / leves caen los tonos de oro. /
¡Calma, calma, y escuchemos! / ¡Dulce ruego, suave anhelo, / Por la noche que me envuelve /
llega a mí la luz del canto. (Trad. de Margit Frenk Alatorre.)
2
La sombra amenazaba ya con su fatal ley / a un viejo afán que mis vértebras ha
desecho (Poesías). Trad. de E. Díez-Canedo.
Ha sido provocada por el simbolismo la imputación de hermética
que, en forma general, se hace a la nueva poesía. Tal imputación es
justificada, si se refiere a la mayoría de los poetas simbolistas, que
ocultaban deliberadamente tras la malla de sus imágenes un significado
que era preciso descubrir; no así, si se la hace extensiva a poetas
posteriores, cuyas características son muy distintas.
Esa ocultación simbolista tenía por finalidad un efecto sugestivo
sobre el lector, y puede decirse que, si hubo diferencias de criterio entre los
poetas de este movimiento en cuanto a los problemas del metro y de la
rima, no existieron con respecto al procedimiento hermético, al cual, por
ejemplo, se ha mantenido fiel toda su vida un simbolista tardío como Paul
Valéry. Para Mounin, no es posible transmitir al lector, por vía de este
procedimiento, una vivencia poética, pues se trata, en rigor, de un misterio
u ocultación sobreañadido a un argumento inicial, lo que transforma la
lectura del poema en una operación intelectual muy parecida al acto de
resolver palabras cruzadas.
De cualquier modo, los simbolistas decantaron la imagen de elemen-
tos descriptivos y pusieron definitivamente en crisis las antiguas formas
expresivas. Algunos de ellos, como Saint-Pol-Roux, se adelantan a las
nuevas escuelas de vanguardia. En Rubén Darío, a quien podemos ubicar
entre los simbolistas, dejando a salvo las fatales diferencias debidas a su
formación y fuerte personalidad, encontramos imágenes que, como la
siguiente, encuadran ya dentro de la tendencia general de la poesía
moderna:
e n cuya noche un ruiseñor había que era
alondra de luz por la mañana.
De André Breton:
Je suis à la fenêtre très loin dans une cité pleine d’épouvante
De Benjamin Péret:
1
Noche azul-verdosa. Los mudos colores renacen. / Es la amenaza de la lanza del rayo
rojo... / ¿Los blindados? ¿Yacen aquí los cabellos de Satanás? / Las colgaduras amarillas que
nadan en la sombra... (Trad. de J. Gietz.)
2
Estoy en la ventana muy lejos en una ciudad llena de espanto / afuera hombres con sombreros de
copa aparecen a intervalos regulares / semejantes a lluvias que yo gustaba (El revólver de cabellos
blancos).
Près d’une maison de soleil et de cheveux blancs
une forêt se découvre des facultés de tendresse
et un esprit sceptique
Où est le voyageur demande-t-elle.
(Le grand jeu)1
De Pablo Neruda:
Conservo un frasco azul,
dentro de él una oreja y un retrato:
cuando la noche obliga
a las plumas del búho...
(Residencia en la tierra, 2)
De Auden:
As I walked out one evening,
Walking down Bristol Street,
The crowds upon the pavement
Were fields of harvest wheat.
(As I walked out one evening)2
De García Lorca:
Sangre que mira lenta con el rabo del ojo,
De Barker:
Go. With mild gradual descent
Burden the memory.
(From “Daedalus”)3
De César Vallejo:
Cuidado con ir por ahí, por donde
1
Cerca de una casa de sol y de cabellos blancos/un bosque se descubre facultades de
ternura / y un espíritu escéptico / Ella pregunta dónde está el viajero (El gran juego).
2
Cuando una tarde paseaba, / caminando por la calle de Bristol, / el gentío que pisaba el pavimento / era
un campo de trigo (Cuando una tarde paseaba).
3
Anda. Con suave y progresivo descenso / deja grávida la memoria... (De “Dédalo").
acaban de pasar gangueando sus memorias
(Poesías completas)
De Emily Dickinson:
I had been hungry all the years;
My noon had come to dine;
I, trembling, drew the table near
And touched the curious wine.
(The poems of Emily Dickinson)1
Escribe Reverdy:
L’arbre rempli de mots qui s’envolent ou tombent
1
He tenido hambre todos los años; / mi mediodía ha venido a comer; / yo, temblando,
he acercado la mesa / y probado el vino curioso (Poemas de Emily Dickinson).
(Glaçon dans l’air)2
Y Huidobro:
Paz en el mar a las olas de buena voluntad
….
….
De Paul Eluard:
A haute voix
Tous les corbeaux du sang couvrirent
La mémoire d’autres naissances
(L’Amour la Poésie)2
De Cummings:
fruit that dangles therefrom
the purpled world will dance upon
(When God lets my boby be)3
2
El árbol lleno de palabras que se vuelan o caen / de frutos maduros o de pájaros
(Témpano en el aire).
2
En alta voz / todos los cuervos de la sangre / cubrieron la memoria de otros
nacimientos (El Amor la Poesía).
3
Encima, como fruta / danzará purpurado el mundo (Cuando Dios deje que mi cuerpo
sea).
(Song)1
De René Char:
Artine traverse sans difficulté le nom d’une ville
(Artine)2
Le loriot
Le loriot entra dans la capitale de l’aube
L’épée de son chant ferma le lit triste.
Tout a jamais prit fin.
(Seules demeurent)
De Drummond de Andrade:
A neblina gelou-me até os ñervos e as tias