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Siete años exigiendo justicia, verdad y memoria por los siete de Lagos de Moreno

La madrugada del 7 de julio de 2013 en Lagos de Moreno, Jalisco, seis jóvenes y un adulto fueron
desaparecidos. Cuatro de los seis muchachos (Ángel de Jesús de 19 años, Daniel de 22, Eduardo de
21 y Gerardo de 18) caminaban juntos por una de las avenidas principales de la ciudad rumbo a la
casa de Daniel tras celebrar el cumpleaños de Eduardo, cuando, un grupo de sujetos armados a
bordo de una camioneta con “torreta” les interceptó para llevárselos contra su voluntad. A los
otros dos jóvenes, Cristian de 18 años y a Marco de 19, se los llevaron a cada uno de puntos
diferentes; mientras que a Rodrigo el adulto–, lo extrajeron de manera violenta de su propia casa.

A siete años de estos acontecimientos, y frente a la contingencia sanitaria por la pandemia de


COVID-19, que ha limitado la posibilidad de salir a las calles a manifestar la demanda inclaudicable
de justicia, verdad y memoria, compartimos el siguiente artículo académico que emana del trabajo
de investigación: Memoria que resiste: la lucha de los familiares de las víctimas de la violencia del
7 de julio de 2013 en Lagos de Moreno, Jalisco (2013–2017), a cargo de Dalia Souza, Maestra en
Gestión y Desarrollo Social por la Universidad de Guadalajara.

Reúne fragmentos de los siguientes apartados: “Construir memoria acerca de lo inolvidable”,


subtítulo “¿Por qué los hechos del 7 de julio de 2013 en Lagos de Moreno, Jalisco?”; “La
construcción y usos de la memoria de las víctimas de la violencia en la búsqueda de justicia”,
subtítulo “Una propuesta: resistir”; y “El comienzo de la lucha por la memoria y la justicia”.

Por Dalia Souza / @DaliaSouzal

A la desaparición de las víctimas, continuaron en un primer momento, las acciones individuales de


los familiares para localizar a sus hijos y hermanos (rastreo del último sitio en el que se les vio, así
como lugares y personas frecuentadas). Posterior a ello y tras no obtener información sobre el
paradero de sus seres queridos, siguieron las denuncias por desaparición frente a las
instituciones competentes –municipales y estatales–.

Dichas movilizaciones posibilitaron que las familias de cuatro de las siete víctimas (Daniel,
Eduardo, Gerardo y Ángel de Jesús) se identificaran entre sí como afectados del mismo agravio y
continuaran la búsqueda de sus seres queridos unidos. De acuerdo con la experiencia de los
familiares, esto fue así por el vínculo afectivo que sus hijos tenían entre sí como amigos y porque
los cuatro jóvenes fueron víctimas de los mismos hechos, además, porque existía/existe una
noción sobre la legitimidad de sus hijos como víctimas inocentes.

De esta manera, la búsqueda que en el inicio fue individual, comenzó a tomar carácter colectivo y
grupal. No sólo en términos cuantitativos, puesto que, en el desarrollo del proceso de denuncia –
oficial y pública– se incorporaron las familias de Cristian, Marco y Rodrigo, sino también, en lo
cualitativo; los vínculos afectivos, empáticos y de solidaridad tras reconocerse uno a uno como
lacerados del mismo delito –la desaparición–, como dolientes de la misma tragedia y como
víctimas de la misma injusticia, propició la unión entre sí para desarrollar en conjunto acciones
para exigir el regreso de sus hijos y hermanos.

Las labores de búsqueda alterna que iniciaron las familias consistieron en la colocación de carteles
con el rostro de los seis jóvenes y el adulto –a pesar de la negativa de las autoridades, la difusión
en medios de comunicación, e incluso, la localización de testigos y lugares.
En tanto, las acciones de visibilización, denuncia y protesta consistieron en actos de
convocatoria pública para exigir el pronto regreso de los jóvenes y también, para demandar a la
autoridad los derechos que, como familias, mantenían sobre el proceso judicial que se llevaba a
cabo.

El 14 de agosto de 2013, luego de un mes de espera, agentes del Ministerio Público convocaron a
las familias a una reunión en la ciudad de Guadalajara, ahí junto con empleados del servicio
médico forense les notificaron que sus hijos y hermanos habían sido localizados sin vida y que,
sus restos se encontraban en condiciones difícilmente identificables.

De acuerdo con la versión dada por la autoridad –contenida en el expediente y consignada en los
medios de comunicación–, se localizaron fragmentos de restos óseos en las inmediaciones de
una finca apodada “La ley del monte”, ubicada en una brecha que lleva hacia la comunidad de La
Sauceda y la delegación de Comanja de Corona, ambas en el municipio de Lagos de Moreno. Estos
restos humanos, de acuerdo con los análisis genéticos realizados, pertenecían a cuatro de las
siete víctimas: Daniel, Gerardo, Rodrigo y Marco. Confirmarían más tarde la identificación de
Eduardo y Ángel de Jesús. En ese momento y hasta la actualidad, no se han encontrado en dicho
lugar indicios o muestras biológicas que pertenezcan a Cristian, la autoridad asegura que el joven
fue acaecido bajo los mismos hechos.

Los jóvenes habrían sido sometidos tras su desaparición a vejaciones físicas y tortura, y tras su
asesinato, sus cuerpos fueron disueltos en sustancias químicas para tratar de desaparecerles por
completo. Esta información se encuentra contenida dentro del expediente de investigación
225/2013-P, a la vez que se da cuenta de ello en algunas notas periodísticas de medios de
comunicación locales, estatales y nacionales, debido a las declaraciones que en aquel momento el
ex titular de la Fiscalía General del Estado (FGE) Luis Carlos Nájera, dio a conocer públicamente:

Luis Carlos Nájera Gutiérrez de Velasco, titular de la Fiscalía General del Estado (FGE), mencionó
que los restos humanos encontrados por un camino que conduce a un punto conocido como
Comanja de Corona, después del relleno sanitario o en las inmediaciones de una finca
denominada La Ley del Monte, pudieran ser las víctimas disueltas en ácidos (El Informador,
05/08/2013).

No obstante, que la autoridad ofreció documentos periciales donde, a través de pruebas genéticas
de confronta realizadas entre los restos encontrados y los perfiles de ADN tomados a las familias,
se corroboraba presuntamente el parentesco entre ambas partes; dos de las siete familias
decidieron realizar pruebas genéticas independientes para comprobar la versión ofrecida. Las
otras cuatro familias hasta el momento mantienen la incertidumbre sobre si los restos que les
fueron entregados pertenecen realmente a sus hijos y hermanos. En el caso de la familia de
Cristian, evidentemente la incertidumbre está anclada a la ausencia de restos o un cuerpo.

Siguiendo con la narración de los hechos, dos días más tarde, el 16 de agosto de 2013, los restos
identificados fueron entregados a cuatro de las siete familias en cajas de madera con el logotipo
del Gobierno del Estado de Jalisco en medio de una misa organizada por la Fiscalía General del
Estado.

El acto de convocatoria pública que se realizó sin el consentimiento de los familiares, así como la
suma de irregularidades en la entrega de los restos, resultó indignante y estremecedor. En
consecuencia, emitieron un comunicado en el que manifestaron que sus derechos les habían sido
violentados y que, por ello, exigían lo siguiente:

1.– Pleno acceso al expediente que previamente habían solicitado el día 9 de agosto de 2013;

2.– Respeto al derecho a un peritaje independiente para la determinación de los perfiles genéticos
y los restos encontrados;

3.– Diligencia en las investigaciones y el fortalecimiento de las declaraciones testimoniales y


confesionales con otros medios de prueba;

4.– Garantía de seguridad e integridad física para cada una de las familias

5.– Y estricto apego a la Ley General de Víctimas y a los Derechos Humanos.

Esta celebración funeraria maquilada a expensas de las familias, la entrega de pequeños


fragmentos óseos y no de un cuerpo, el sentimiento de injusticia atribuido a la forma abrupta en
la que perdieron a sus hijos y hermanos, la brutalidad y naturaleza del crimen perpetrado, la
inocencia de las víctimas frente a la criminalización oficial y social de las mismas, la ausencia
física del ser querido y la impunidad en torno al caso judicial; marcaron para las familias el inicio
de un conjunto de acciones ya no sólo enmarcadas en el esclarecimiento de los hechos y la
localización de sus hijos y hermanos.

Y es que, desde ese momento y hasta ahora, estas acciones se suscriben en la búsqueda de
justicia jurídica, en la construcción de una justicia del tipo simbólica; es decir, aquella que es
detonada de forma paralela a la justicia del Estado a través de las acciones de los familiares, así
como, en la construcción de memoria para a sus seres queridos.

Ya que, si bien, como sujetos lacerados –también– por este delito, podría pensárseles como entes
pasivos, inactivos y/u ofrendados a la conmiseración social, la experiencia empírica ha
demostrado que ellas y ellos –las familias, las madres, los padres, los hermanos– son capaces en
colectivo y en solitario de reaccionar y generar acciones de forma proactiva para hacer frente a
las situaciones que les han impactado consecutivamente y a través del tiempo. Porque no nos
referimos a personas cuyo sufrimiento se encuentra anclado solamente a un acontecimiento
violento, sino a la continuación de múltiples violencias y violaciones antes y después de éste.

UNA PROPUESTA: RESISTIR

Son las personas, los sujetos como agentes y actores sociales, en este caso familiares de las
víctimas de la violencia, quienes han emprendido acciones alrededor de los efectos que, de
manera individual y colectiva han experimentado producto de los escenarios de crisis que les
rodea en lo local, pero que, tienen origen en la suma de contextos críticos a escala.

Estas acciones se suscriben como alternativas a las lógicas preestablecidas del saber y el hacer,
principalmente con el objetivo de alcanzar una sociedad y/o escenarios de vida más justos. Al
mismo tiempo, éstas no se presentan como únicas y/o exclusivas soluciones en el marco de la
realidad que enfrentan, sino que se suman, nutren y/o constituyen por otras experiencias y
conocimientos.
En la búsqueda de una sociedad más justa, estas alternativas logran constituirse ya sea sobre los
marcos de derecho existentes o como formas del hacer y el conocer contrarias o radicales a las
lógicas establecidas. Pues, como precisa Butler (2018) “cuando la ley es un régimen violento, hay
que oponerse a la ley para paradójicamente oponerse a la violencia” (p.23).

Al mismo tiempo, el origen de éstas radica en la experiencia de vida que fracturó los campos de
sentido y acción de los sujetos y de la cual, han emanado una suma de alternativas que,
consideramos pueden ser reconocidas como resistencias; resistencias en este caso que se
suscriben por la justicia y la memoria; e incluso, para “resistir a las formas de poder económico y
del Estado” (Ídem).

Por supuesto que no es una resistencia fortuita, es producto de la suma de precariedades y,


particularmente, de la vulnerabilidad acumulada que experimentan los sujetos. Butler, afirma
con ello que, “los modos de resistencia afloran en oposición a una infraestructura que falla”; por
lo tanto, si ésta –a la cual se era/es dependiente– deja de proveer condiciones mínimas de apoyo,
si ya no está ahí para nosotros, entonces, eso significa que nos hemos quedado sin refugio, que
somos vulnerables. Aunque, hay que advertir que lo anterior no significa que antes de ésta no lo
fuésemos ya por otros factores, simplemente se hace “inaceptable”.

Entonces, la vulnerabilidad emerge antes a la resistencia y, por ende, conduce a esta última:
“somos, en primer lugar, vulnerables y entonces superamos esa vulnerabilidad, al menos
provisionalmente, a través de actos de resistencia” (p.25). Pensar lo contrario, es decir, entender
a la resistencia sólo como una forma para vencer la vulnerabilidad, precisa Vargas (2018), sería un
ideal paternalista, un ideal neoliberal que se concentra en el individualismo.

Al recurrir a esta explicación entre vulnerabilidad y resistencia desde la perspectiva de Butler, se


reconoce que las formas de resistencia no requieren o significan la superación de los escenarios
de vulnerabilidad, sino que, es ésta, en realidad, la que se convierte en una “fuerza
movilizadora”.

Decir lo anterior implica asumir un reconocimiento sobre los alcances que presenta tanto el
actuar, como las formas de hacer de los sujetos. No demerita su condición como alternativas al
desarrollo y tampoco sus posibles implicaciones y efectos sobre los contextos locales y/o a escala
que les rodean, sino que, establece límites ideológicos sobre los procesos que se investigan. Y es
que, cuando Butler afirma que la vulnerabilidad es una “fuerza movilizadora” reconoce su
potencial efectivo en las movilizaciones políticas, como demanda de un “terreno habitable”;
aunque coincide con Arendt en que, como terreno habitable y de pugna, la calle no es o resulta el
único espacio de aparición política, pues, el espacio de aparición llega a existir en el momento de
la acción política.

Sin embargo, el espacio de aparición no es plenamente separable de cuestiones relativas a la


infraestructura y la arquitectura, es decir, a un espacio o condición material que penetre en el
acto que lo hace posible. Con ello, el término “movilización” depende de forma intrínseca de un
“sentido operativo de movilidad” que actúa como derecho en sí mismo y que condiciona al
cuerpo –el cuerpo del sujeto–, “sostenido y agente (en plena acción), que opera implícita o
explícitamente en números movimientos políticos” (p. 30).
El cuerpo ejerce su derecho a la movilidad, y opera bajo ciertos tipos de demandas y
movilizaciones políticas. En ese sentido, cuando se trata de personas que se han reconocido a sí
mismas en situaciones precarias –de vulnerabilidad o ante condiciones infraestructurales– la
demanda de acabar con la precariedad es “escenificada públicamente” por ellos, quienes
exponen su vulnerabilidad.

En estos casos, hay una “resistencia corporal plural performativa operando” que demuestra
“cómo las políticas sociales y económicas están diezmando las condiciones de subsistencia,
hacen reaccionar a los cuerpos” (pp. 30-31). De esta forma, “el sujeto de derecho corporalmente
individual no puede llegar a capturar el sentido de vulnerabilidad, exposición o incluso
dependencia”, requiere el reconocimiento y aceptación de que éste depende de otros cuerpos y
de redes de apoyo. Esto no significa sólo que el cuerpo o sujeto éste ligado a una red de
relaciones, sino que, “en virtud de esos mismos límites, se define por las relaciones que hacen su
vida y su acción posibles” (pp. 31–32).

Decimos entonces que el origen de las acciones que ejercen los familiares de las víctimas radica en
la experiencia de violencia, injusticia y olvido que atravesaron/atraviesan tras la desaparición y
asesinato de sus seres queridos, ello como condición precaria o que les vulnera.

Estos familiares como cuerpos que no se deslindan de su derecho a la movilidad, así como a su
dependencia con otros, generan resistencias. Éstas se suscriben como resistencias por la justicia y
la memoria. Y es que, Viñar (2007) nos recuerda que la memoria es un proceso incoercible para la
especie humana; por lo tanto, cuando en la historia evocar y recordar son prohibidos y
trasformados en su lugar en un acto delictivo esto les “convierte automáticamente en un acto
sagrado de resistencia y dignidad” (p.29).

Las acciones que emprenden los familiares se suscriben como resistencias visibles y reconocibles
en medio de un espacio de aparición que advertimos, no sólo es representado por la calle como
espacio público-político, ya que, como anunciábamos antes en función de los argumentos que
Butler expone a partir de Arendt, el espacio de aparición existe en el momento de la acción
política. Así, las acciones que hemos nombrado memoriales y por la justicia, aparecen como
acciones políticas tanto dentro de los espacios de manifestación pública, como en los contornos
más privados de la organización colectiva y familiar.

ESPACIO DE RESISTENCIA

La memoria que las familias de las víctimas de la violencia han construido, es en sí misma un
espacio de resistencia, pues ha significado un esfuerzo de oposición constante, entre su memoria
y la memoria oficial, entre su verdad y la verdad oficial, entre el olvido social y el recuerdo que
ellos mantienen intacto sobre sus hijos y hermanos.

De la misma forma, creemos que se trata de un espacio de resistencia, debido a las acciones que
las familias emprendieron sin claudicar, para obtener una disculpa pública de parte de la
autoridad que fuera capaz de redignificar la imagen y el recuerdo de las víctimas.

“Había aceptado el presidente municipal de aquel entonces, que iba a dar la disculpa en la Gaceta
Municipal, una revista que nadie lee, que nadie conoce, de hecho, me trajeron vuelta y vuelta, yo
creo que tres meses o cuatro meses, y como que haber si me aburría o dejaba de ir, pero nada y
yo que voy, y voy, y voy. Y cuando me la dan, tenía fecha de haber salido como de tres meses
atrás. Entonces nos enojamos más y todo se hizo más fuerte, entonces cuando la CEAV cerró la
demanda, obligan a Hugo a hacer la disculpa pública y ya nos la da, también por escrito”.

Además, se considera que la disculpa pública obtenida por los familiares es un logro para esta
memoria que se construye sobre el recuerdo social de las víctimas de 7 de julio de 2013, para la
verdad alrededor de su identidad y del hecho que les ocasionó la muerte; e incluso, se enmarca,
de acuerdo con la percepción de las familias, como un hecho trascendental dentro de la historia:

“Pero eso de haber logrado la disculpa también nos ayudó muchísimo, de hecho, yo nunca he
sabido de un caso donde un presidente municipal se disculpé, y de hecho no estoy seguro, si fue el
primero en Jalisco: es el primero”.

Por último, podemos decir que las gestiones realizadas por los familiares en torno a la disculpa
pública del expresidente municipal, Hugo René Ruiz Esparza Hermosillo, tras criminalizar a sus
seres queridos, evidencian además del conflicto constante por desplazar a la verdad y el discurso
oficial, los esfuerzos e impactos que se han tenido sobre el olvido y el recuerdo social del hecho.

LUEGO DE LA DESAPARICIÓN

Los familiares, como sus narraciones lo señalan, realizaron no sólo la denuncia oficial sobre el
caso, sino que, colocaron sobre el escenario público, la pugna que ejercían por el regreso de los
desaparecidos: carteles de búsqueda, al menos tres marchas y manifestaciones para requerir la
solidaridad de la sociedad en la búsqueda de sus seres queridos y la puesta del caso dentro del
espacio mediático para atraer la atención y acción de las autoridades locales.

Tassin (2017) explica, que la acción política de la manifestación, en el caso de las personas
desaparecidas y/o los desaparecidos, implica “aparición”. Aparición de los actores y la revelación
de toda una vida colectiva: “una existencia que aparece frente a todos y crea con sus acciones el
espacio de ese aparecer que las instituciones y las autoridades legítimas tienen el deber de
garantizar, y los ciudadanos de actualizar” (p.103).

Porque advierte, “lo más intolerable de la desaparición es la desaparición incluso de la muerte


misma” si se sustrae a un ser de la existencia visible y reconocida, del mundo y de la comunidad
de actores, se hace desaparecer una historia (pp.102-103) y, por tanto, no podría haber memoria
de los desaparecidos.

TRAS LA LOCALIZACIÓN SIN VIDA Y LA ENTREGA DE LOS RESTOS

Posterior al anuncio de la localización sin vida de las víctimas y la entrega de sus restos, el ejercicio
de memorialización estuvo íntimamente vinculado a la develación de la verdad sobre la
identidad de las víctimas y su inocencia, así como y, por ende, sobre los hechos y los
responsables; esto, como se señaló, debido a la criminalización pública que el presidente
municipal ejerció en contra de los seis jóvenes y el adulto.

En efecto, afirma Ortega (2008) que cuando se nombra el asesinato o la desaparición –en este
caso ambos crímenes– “el nominador se adueña de las palabras y se dota de una nueva
identidad” (p.42). De esta manera se restituye a los ausentes en el sentido de su ausencia –
aunque sólo sea una parte mínima-. En el caso de las luchas políticas de la memoria, afirma Ortega
citando a Jelin, “éstas emergen como respuestas a la crisis de la verdad”.

LA CONMEMORACIÓN Y LA PUGNA CADA 7 DE JULIO

Con una marcha y un acto religioso de convocatoria pública cada 7 de julio, muy parecidos a
aquellos que realizaban los familiares durante el primer mes de la desaparición de las víctimas;
acompañados de lonas con los rostros de los seres queridos y mensajes que aluden a la exigencia
de justicia, verdad y no olvido, así como al recuento de los años transcurridos, la conmemoración
del aniversario luctuoso de las víctimas se convirtió en un ritual memorial anual insustituible.

Cada 7 de julio desde el año 2014, los familiares y amigos convocan públicamente a participar de
la marcha y la misa que realizan en nombre de las víctimas de aquel día. Esta acción memorial
implica, realizar un recorrido a pie que parte del lugar conocido como “El jardín de Lomas” hasta
llegar a alguna de las dos principales iglesias de la ciudad. Ahí con globos, camisas, botones y
fotografías con las imágenes de las víctimas, se lleva a cabo el acto memorial y de
conmemoración.

Habrá que precisar que, durante los años 2015, 2016 y 2017 de manera consecutiva la invitación
se amplió hacia familiares de las víctimas de desaparición en el municipio. En cada marcha las
familias de los que han aparecido y los que aún no lo han hecho, caminaron juntas, y mientras
recordaban a los suyos, exigieron el regreso de los que aún no han vuelto a casa.

A decir del señor Armando, padre de Daniel, la conmemoración del 7 de julio se ha convertido en
un tipo de “tradición” dentro del imaginario social y de la memoria colectiva:

“Nosotros sentimos que se está volviendo una tradición. De hecho, la gente nos pregunta, cuando
empieza a acercarse el día siete de julio la gente nos empieza a abordar “va a haber marcha, de
dónde va a salir, en dónde va a ser la misa” entonces pues se está fortaleciendo eso, se está
haciendo como una tradición ya. Y yo siento que es una manera de no dejar morir el caso”.

Sobre los sobrevivientes en la conmemoración pública, advierte Blair (2002), “las luchas por los
sentidos del pasado se actualizan en los rituales y conmemoraciones”. Con el paso de los años,
las fechas que evocan eventos importantes, marcados por la magnitud del hecho en sí mismo,
dada su notoriedad paradigmática como refiere Pita (2010), en el caso de los familiares de las
víctimas de la violencia y la forma en que las muertes de los suyos son denunciadas; quedan
ancladas en el imaginario social haciendo posible el no olvido y la memoria social/colectiva.

La relevancia del acto de rememorar y relatar a otros, sugiere Jimeno (2008) posibilita que “la
persona encuentre caminos para construir el sentido subjetivo de la vida”. De allí la importancia,
sugiere la autora, sobre la reconstrucción de la memoria de hechos dolorosos personales o
colectivos y lo polémico que este proceso puede resultar (p. 268).

Con ello, Blair advierte sobre los desafíos que enfrentan las sociedades que han atravesado por
experiencias traumáticas, entre estos están: el tema de la memoria y/o el olvido. De acuerdo con
la autora, éstos “arrastran consigo, asuntos como la verdad, la justicia, el perdón y la
reconciliación” (p.14).
La autora se cuestiona “¿cómo buscar la reconciliación sin verdad y sin justicia?, ¿de qué lado
está la verdad en una sociedad fracturada por la guerra?” mientras precisa que, la necesidad
social de evocar para sanar en el caso de las víctimas –como terreno moral–, así como el de las
sociedades de recordar o, en su defecto, de olvidar para reconciliarse “se suman a la necesidad de
comprender cómo estas experiencias traumáticas comprometen no sólo el pasado, al quedar
“atrapadas” en la memoria de las sociedades, sino también su futuro, en tanto ellas son la
“materia prima” (Ídem).

Después de cuatro años de ardua lucha por la memoria y la justicia, las familias de las víctimas de
la violencia del 7 de julio de 2013 en Lagos de Moreno, Jalisco, han conseguido erguir un mural
memorial en el lugar donde sus hijos y hermanos estuvieron con vida por última vez.

Dicha acción trascendió el mero acto artístico y detonó en las familias, como precisa Ovalle y Díaz
(2016), “nuevos procesos de reflexión, denuncia, construcción de conocimientos y
transformaciones subjetivas” (p. 45), en torno al recuerdo, la pugna por la verdad, la búsqueda de
justicia y el no olvido de sus seres queridos.

El mural está compuesto por los rostros de cinco de las siete víctimas; por orden de aparición –
izquierda–derecha– podemos observar a Daniel Armando, Ángel de Jesús, José Gerardo, Eduardo
Isaías y Rodrigo y en medio de ellos una placa con los nombres de las siete víctimas y, junto a
ellos los de 33 personas que aún se encuentran desaparecidas en Lagos de Moreno.

La placa lleva consigo la siguiente leyenda: “En memoria de todos nuestros seres queridos
víctimas de la violencia y desaparición “Hasta que la dignidad se haga costumbre y la justicia
prevalezca”. El proceso de creación y rescate del espacio implicó también renombrar el lugar; por
lo tanto, los familiares decidieron que aquel sitio que antes se llamó y fue conocido por todos
como la “Ley del monte”, hoy sería reconocido como la “Ley de la verdad”, esto porque debe
recordarse siempre lo que ahí ocurrió, ya que, al hacerlo, estos hechos no sólo no serán
olvidados, sino que, además, no volverán a repetirse.

***

Referencias

Blair, E. (2002). Memoria y Narrativa: La puesta del dolor en la escena pública en Estudios Políticos
No. 21, 9–28.

Butler, J. (2018). Resistencias. México: Paradiso.

El Informador (2013). “Analizan restos óseos encontrados en Lagos de Moreno”. Disponible en


http://www.informador.com.mx/jalisco/2013/476653/6/analizan–restos–oseos– encontrados–
en–lagos–de–moreno.htm

Jimeno, M. (2008). Lenguaje, subjetividad y experiencias de violencia en Das, V. (2008). Sujetos del
dolor, agentes de dignidad. Colombia: Universidad Nacional de Colombia; pp. 261–290.

Ortega, F. (2008). Rehabitar la cotidianidad en Das, V. (2008). Sujetos del dolor, agentes de
dignidad. Colombia: Universidad Nacional de Colombia; pp. 15–70.
Ovalle, L y Díaz, A. (2016). RECO arte comunitario en un lugar de memoria. Mexicali: Universidad
Autónoma de Baja California y Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología.

Pita, M. (2010). Formas de vivir y formas de morir: el activismo contra la violencia policial. Buenos
Aires: Centro de Estudios Legales y Sociales.

Vargas. S. (2018). Introducción en Butler, J. (2018). Resistencias. México: Paradiso; pp. 10– 20.

Viñar, M. (2006). “Memoria, silencio y salud. Represión, silencio y consecuencias psíquicas”.


Documento en línea consultado en http://www.upec.cat/mm/file/Marcelo%20Vinar.pdf

Tassin, E. (2017). La desaparición en las sociedades liberales en Gatti, G. (2017). Desapariciones.


Usos locales, circulaciones globales. Colombia: Siglo del Hombre Editores–Universidad de los
Andes: pp. 99–119.

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