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Los relatos de infancia, una puerta a la ficción

Karen González Cabrera

El escritor, psiquiatra y psicoanalista argentino Nestor Braunstein, en alguno de sus libros


sobre la memoria, decía, citando a Freud, que el relato de nuestro primer recuerdo se
ubicaba comúnmente entre los dos y los cuatro primeros años de edad, y que este primer
recuerdo, terrorífico o paradisíaco, está íntimamente ligado a nuestra personalidad e
incluso, contiene la llave para develar los misterios de la vida anímica de los sujetos.
En este libro Braunstein igual comenta los informes de los médicos sobre los
pacientes a los que atienden y algunos relatos literarios. El objetivo es desentrañar en las
narraciones sobre el pasado individual, el funcionamiento de esa maquinaria llamada
memoria. ¿Cómo funciona, cómo se configura en la narración y qué tan fidedigna es a eso
que llamamos "primer recuerdo"? ¿Cómo podemos decir de nuestro primer recuerdo que es
el primero si para nombrarlo tuvimos que aprender las palabras que lo crearon a través de la
palabra de los otros?
Somos lo que somos por lo que recordamos, el conjunto de recuerdos y olvidos
entretejidos por los recuerdos propios, ajenos y circunstanciales o históricos configuran la
memoria individual. Según Braunstein la vida es una novela, la que cuentan los pacientes
en terapia, la que se escribe en los diarios y en las autobiografías, la que nos contamos a
nosotros mismos cada que vemos nuestro reflejo en el espejo.
La narración oral o escrita de la memoria es una ordenación de eventos que en sí
mismos no son cronológicos, en ese sentido, la escritura es una selección, supresión y
creación de eso que se supone constituye al yo. Todo recuerdo es en realidad irracional y
está acompañado de olvido, es su telón de fondo. La magia está en que, según teorías
psicoanalíticas, la memoria ocupa los espacios del olvido en la historia de cada uno y le
concede coherencia. Nuestra historia, nuestro relato, inventa, sustituye y suprime aquello
que prefiere desechar, por ello es tan importante el olvido, eso que se decidió no recordar y
suplantar. Dirá Braunstein sobre el olvido, en referencia a la teoría freudiana, que
generalmente los miedos y las angustias tienen su origen durante los primeros años de vida,
sin embargo, los relatos de la infancia encubren estos recuerdos con los del paraíso perdido
o el infierno fantástico temible. Tanto uno como otro mundo habitan la memoria como

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encubridores de sucesos olvidados que produjeron angustia, vergüenza, miedo o
desasosiego.
Ante la oración "La memoria empieza en el terror" de un cuento de Cortázar que
Braunstein analiza, justamente por ser el accidental primer recuerdo del narrador, viene una
explicación acerca de las funciones y la trampa de eso que llamamos memoria. En cuanto
sucesos inofensivos que traen consigo angustia, habrá que reconocer la huella de una
desmemoria encubierta. El relato poco conocido de Cortázar cuenta un evento que por sí
solo no es significativo pero que implica, o tiene detrás, un aspecto mayor: la angustia que
no se explica necesariamente con el relato de la memoria. Posiblemente la sensación
descrita en el cuento la hayamos vivido todos al despertar en ausencia de quienes nos
cuidan cuando niños, una sensación de orfandad ante la luminosidad de un cielo gris
violeta, a esa hora en la que no se sabe si está a punto de salir el sol o de ocultarse. A ese
recuerdo del cuento del escritor argentino, le acompaña la narración del supuesto canto de
un gallo que rompe el silencio y lo espanta. La asociación entre el amanecer en soledad, la
luz que se proyecta por una ventana abierta y el canto del gallo, no es recordada
propiamente por el protagonista sino que es reconstruida a partir del relato de los otros, en
este caso, la madre que justifica el suceso. El espanto, sensación del recuerdo, es
encubierto con la explicación del canto del gallo y la posterior canción de cuna de la madre,
palabras que inauguran el relato de la memoria primigenia al restaurar la angustia. De aquí
que a la luz de la adultez nos parezca sin sentido el espanto a partir del usual canto de un
gallo.
Hace varios años un amigo cinéfilo me recomendó una película de Carlos
Reygadas que según él era "buenísima". No hace mucho comprendí, luego de conocer los
libros de Braunstein, por qué le había gustado tanto, quizá su mirada de psicólogo había
encontrado relaciones que nunca vi en aquel entonces y sólo me provocaron una sensación
de malestar y confusión. Post tenebras lux es una película que muestra, justamente, la
relación entre recuerdo, olvido y memoria, y la posible supresión de eventos pasados que
desde niños archivamos. Con escasos diálogos y escenas pausadas, la historia transcurre en
una zona campestre y boscosa, y presenta el caso de una familia con dinero que decide vivir
en el campo. El padre de la familia comienza a relacionarse con el resto de los habitantes
del pueblo y a conocer sus historias íntimas. Poco a poco el matrimonio se irá deteriorando.

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A primera vista pareciera un argumento escueto, sin embargo menciono algunos de los
momentos que muestran la relación que antes apunté y por consiguiente la profundidad de
sentido que el largometraje comunica.
La primer escena es un campo con vacas, perros y burros donde se encuentra una
niña de alrededor de tres años, sola, jugando. Pocos minutos después comienza a ocultarse
el sol y los animales desaparecen, entonces viene el llanto y el llamado a la madre.
Siguiente escena: al alba, casi con la misma luz que en el atardecer, aparece la figura de un
diablo que entra a la casa y pasa por las habitaciones, primero la de los padres
semidesnudos en la cama y luego hacia los niños donde un niño está parado al lado de la
cama y presencia al diablo rojo entrar al cuarto de los padres con un maletín y cerrar la
puerta. Siguiente escena: hay una convivencia familiar normal en donde la niña y el niño
juegan inadvertidos. Siguiente: el padre asiste a una junta de alcohólicos anónimos en el
pueblo y se presentan algunos compañeros narrando su historia, historia que evidentemente
enmascara su identidad al repetir insistentemente que en realidad son buenas personas.
Siguiente: un compañero cuenta al padre de la familia el motivo de su adscripción al grupo
de AA. Cayó en el alcohol y las drogas el día que vio a su padre acostarse con su hermana
de quince años. Cada una de estas escenas contiene reminiscencias que traen consigo
sentimientos de orfandad, como en la primer escena; miedo a lo desconocido y narrado por
los otros desde los primeros años de vida como "el mal" con la representación de un diablo
rojo con cuernos y cola que se aparece al alba; la vergüenza de confesar y mostrarse débil
frente a otros en la junta de AA; y, la confesión aparentemente inocente sobre el trauma del
incesto que llevó al personaje a evadir su realidad.
La película presenta sentimientos nada ajenos que vienen al presente desde los
primeros recuerdos y que en ocasiones están asociados a relatos que encubren lo que no se
puede decir, lo que los otros explican, lo que se desconoce o es prohibido, como puede ser
la práctica sexual de los padres, el trauma. Estos recuerdos son reemplazados por
explicaciones que poco a poco configuran la memoria individual al atribuirles un sentido
relacionado con el presente. Usualmente son los padres quienes dotan de significado y
justifican el miedo, la angustia o vergüenza durante la infancia, ellos ofrecen la herencia del
lenguaje que configura la memoria individual, y por consiguiente, parte de la identidad.

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El lugar que acoge estas remembranzas está en gran parte en la literatura.
Archivero de memorias por excelencia, también universaliza la experiencia de uno
haciendo parte a terceros. Cartas, diarios, autobiografías, y me atrevo a decir que también
algunos poemas, son contenedores de la invención personal y literaria de la vida desde el
recuerdo del supuesto origen del yo. ¿Porque, qué es la literatura si no precisamente la
representación de la memoria desde distintas personas gramaticales? Aunque para no entrar
en terrenos escabrosos, digamos que, al menos en la poesía y las escrituras del yo la voz
autoral vuelca algo de sí, a pesar de que, incluso, la mayoría de los poetas expliquen a la
voz poética como una otra voz que se hace presente en la expresión.
Así pues, si toda memoria es relato, también la literatura es configuradora de un
tiempo, de vivencias pasadas; sucesivas, como en la narrativa que presenta
cronológicamente los hechos; o bien, como el absoluto atemporal que se congela en un
poema y presenta encriptado su mensaje hasta que se revela como un relámpago su sentido.
En un poema, o prosa poética, de Cesare Pavese titulado "El niño que había en mí" la voz
poética evoca un instante de la infancia que trae consigo el sueño de una aventura
interrumpida cuando de pronto aparece un hombre en el campo donde jugaba y que,
irritado, le pide se vaya de su campo porque maltrata su alfalfa. La distancia que se toma la
voz poética al dirigirse a sí mismo cuando niño como un otro que disfruta de la tarde
apacible es significativa en tanto diálogo con su yo presente, pues la sensación que describe
del incidente está en primera persona, mientras que la racionalización o explicación viene
dada por una distancia en la enunciación con aquel que fue: "Si al muchacho le faltó coraje,
me ilusiona pensar/ que fue a causa de la inflexible autoridad que/ aparentaba aquel
hombre". La fractura de la paz infantil, del juego imaginativo de sentirse un indio que lanza
fechas y tiene la cara pintada, se ve disuelto cuando el adulto le pide se retire de su
propiedad, a lo que la voz poética pretende justificar el recuerdo humillante. Esa sensación
de miedo a que lo golpeara, y a la vez de vergüenza, pervive en el recuerdo "las lágrimas y
los mordiscos a la almohada/ me dejaron un regusto de sangre en la boca" y pareciera que a
través de la memoria, relato de la razón, explica el inofensivo acontecimiento, relato
encubridor quizá para explicar aquello que irrumpió en su ensoñación de niño. Sensación
que el poema recupera del olvido y que por ello, además, resulta tan significativa para
quien re-cuerda, en el ejercicio que la etimología que la palabra contiene: volver al órgano

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del corazón, al inconsciente, ahí donde la razón no cabe, y entonces dejarle la tarea al
consciente, a la memoria justificadora.
Creo que lo interesante de las representaciones narrativas sobre la memoria de la
infancia es que organizan y otorgan un sentido y una explicación a experiencias del
recuerdo que parecieran no tener explicación lógica pero que extrañamente concuerdan con
el deseo de la imagen que se pretende proyectar en el presente. Quizá como lectores y
espectadores de la vida de otros podemos ser testigos también de los distintos yoes que, de
forma múltiple y variable, nos constituyen como relato en este proceso de vivir el presente
a través de los otros, la historia y el pasado recordado por uno mismo.

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