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Francisco José I
(Palacio de Schönbrunn, Viena, 1830-id., 1916) Emperador de Austria (1848-1916)
y rey de Hungría (1867-1916). Hijo del archiduque Francisco Carlos, se definió a sí
mismo como «el último monarca de la vieja escuela». A la edad de dieciocho años
sucedió en el trono a su tío Fernando, obligado a abdicar a raíz de la revolución
liberal de 1848, que él aplastó violentamente con ayuda del ejército. Convencido
de que la supervivencia del imperio frente a los nacionalismos dependía de la
instauración de un régimen plenamente autoritario, refrendó en un principio la
Constitución de 1849, que abolía cualquier forma de representación popular, y
poco después acabó por derogarla.
El descontento de los súbditos checos y serbios minó aún más la autoridad de los
Habsburgo e incrementó las fricciones con Rusia. Sus últimos años de reinado se
vieron empañados por una serie de tragedias familiares: en 1889 se suicidó su
único hijo y heredero al trono, el archiduque Rodolfo; en 1898, su esposa, la
emperatriz Isabel (popularmente conocida como Sisí), fue asesinada por un
anarquista italiano; y en 1914, su sobrino, Francisco Fernando, que había
sustituido a Rodolfo como heredero al trono, murió en un atentado perpetrado por
un nacionalista serbio.
Este asesinato provocó una crisis entre el bando de Austria-Hungría y Alemania,
por un lado, y el de Serbia y Rusia, por el otro, que culminó con la I Guerra
Mundial.
Nicolás II era descendiente de una antigua dinastía, los Romanov, que gobernaron
Rusia desde 1613. Había heredado los dominios de sus antepasados Pedro el
Grande y Catalina la Grande. Nicolás nació el 18 de mayo de 1868 (el día 6 en el
calendario juliano). Su padre trató de enseñarle las labores del gobierno, sin
demasiado éxito.
En aquellos días, Rusia era el imperio más extenso del mundo, desde el mar
Báltico hasta el Pacífico, con más de 130 millones de súbditos. Sin embargo,
Nicolás II no estaba preparado para regir un país con unas profundas
desigualdades sociales y un inmovilismo suicida en las élites. Terminó sus días
fusilado por los bolcheviques en Ekaterimburgo el 17 de julio de 1918.
Adolf Hitler
(Braunau, Bohemia, 1889 - Berlín, 1945) Máximo dirigente de la Alemania nazi.
Tras ser nombrado canciller en 1933, liquidó las instituciones democráticas de la
república e instauró una dictadura de partido único (el partido nazi, apócope de
Partido Nacionalsocialista), desde la que reprimió brutalmente toda oposición e
impulsó un formidable aparato propagandístico al servicio de sus ideas:
superioridad de la raza aria, exaltación nacionalista y pangermánica, militarismo
revanchista, anticomunismo y antisemitismo.
La doctrina del «espacio vital» y el ideal pangermánico de unir los pueblos de
lengua alemana lo llevarían a un agresivo expansionismo; en apoyo de su política
beligerante, Hitler rearmó Alemania y reorganizó y modernizó su ejército hasta
convertirlo en una maquinaria temible. Francia y Gran Bretaña consintieron la
anexión de Austria y la ocupación de Checoslovaquia, pero la invasión alemana de
Polonia desencadenó finalmente la Segunda Guerra Mundial (1939-45), cuya
primera fase dio a Hitler el control de toda Europa, excepto Gran Bretaña. La
fallida invasión de Rusia y la intervención de Estados Unidos invirtió el curso de la
contienda; pese a la inevitable derrota, Hitler rechazó toda negociación, arrastró a
Alemania a una desesperada resistencia y se suicidó en su búnker pocos días
antes de la caída de Berlín.
Stalin
(Iosif o Jossif Vissariónovich Dzhugashvili, también llamado Josef o Joseph Stalin;
Gori, Georgia, 1879 - Moscú, 1953) Dirigente soviético que gobernó férreamente la
URSS desde 1929 (año en que se erigió como sucesor de Lenin tras el exilio de
Trotsky) hasta su fallecimiento en 1953. Al precio de una represión sanguinaria y
de inmensos sacrificios impuestos a la población, Stalin logró convertir la Rusia
semifeudal en una potencia económica y militar capaz de contribuir decisivamente
a la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
En el nuevo orden de la posguerra, los Estados Unidos y la URSS se repartieron
áreas de influencia; Stalin extendió su poder instaurando regímenes comunistas
en la Europa del Este y alentándolos en otros países. El choque de intereses e
ideologías dio lugar a la «guerra fría» entre ambas superpotencias, que continuó
tras la muerte de Stalin; de hecho, el clima de tensión entre los bloques capitalista
y comunista definiría el escenario internacional hasta la disolución de la URSS en
1991.