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EL LAOCOONTE A TRAVÉS DEL TIEMPO

Relata el poeta Virgilio, en el canto II de la Eneida, la trágica historia de un sacerdote de Apolo en


Troya, cuya escena de muerte ha servido para inspirar las más grandes obras artísticas, como es el
caso de los dos ejemplos expuestos a comentar en este trabajo, por una parte el célebre grupo
escultórico helénico, el Laocoonte y sus hijos, y por otra parte, la pintura del Greco con el mismo
nombre.

MITOLOGÍA: EL LAOCOONTE
En el canto II de la Eneida se describe como los griegos, tras una década en las costas troyanas,
esperaban el momento oportuno para penetrar dentro de aquellas murallas que suponían un
obstáculo a los helenos. Sin embargo, el príncipe de Ítaca, caracterizado por su astucia e
inteligencia, aceptó que era imposible adentrase dentro de esas murallas sin la propia ayuda de los
troyanos, por lo que ideó un plan que otorgaría finalmente la victoria griega y condenaría a la
ciudad de Troya en su destrucción al completo. Así pues, en los últimos momentos de la guerra, los
griegos desembarcaron sus naves simulando una retirada, dejando unicamente en aquellas costas, un
formidable caballo de madera que escondía en su interior a algunos guerreros griegos. El colosal
caballo fue presentado en un principio a los troyanos como una ofrenda dedicada a la diosa Atenea,
que debía ser introducida dentro de la ciudad para conseguir el favor de la diosa y el triunfo
definitivo.

El Laocoonte, sacerdote de Apolo en Troya, ante esta situación, se resistía a dejar entrar la ofrenda
dentro de la ciudad y pronunció la famosa frase Timeo Danaos et dona ferentes (Desconfío de los
Dánaos incluso cuando traen regalos) 1 seguido de esto, clavó una lanza en la barriga del caballo
para demostrar que este era completamente hueco. No obstante, no fue el único que advirtió del
peligro que se avecinaba causa del caballo. La hija del rey, Casandra, vaticinó un destino funesto a
la ciudad si adentraban dentro de los muros a la supuesta ofrenda. Pero, los troyanos seducidos por
la posible victoria definitiva, no escucharon las advertencias de sus adivinos.

Más tarde, una vez se alejaron las naves griegas, el pueblo troyano quiso brindar un sacrificio en
nombre de Poseidón, con la intención de que éste hundiese los barcos griegos durante el viaje. El
Laocoonte, a pesar de no ser un sacerdote del dios marítimo, fue elegido responsable de ejecutar el
sacrificio al carecer, en la ciudad, de un sacerdote que le rindiese culto al dios del mar. El antiguo

1 Virgilio, Eneida libro II, 49.


sacerdote de Poseidón había sido lapidado anteriormente por el pueblo troyano cuando los griegos
arribaron a las costas de la ciudad, ya que se interpretaba que éste no había cumplido su función de
mantener el favor divino para evitar la llegada de naves enemigas.

Así pues, el sacerdote junto a sus dos hijos se dispuso a ejecutar el sacrificio de un toro en nombre
de Poseidón, cuando de repente aparecieron del mar, dos grandes serpientes llamadas Porce y
Caribea . Aquellas bestias se hallaban enroscadas en los cuerpos de ambos infantes, su padre, al
acudir al rescate de sus hijos, también resultó capturado por las serpientes, ocasionando la muerte
por asfixia de las tres víctimas. Las serpientes, una vez acabada con la misión se retiraron al
santuario, enroscándose a los pies de la estatua de Atenea.

Inmediatamente, los troyanos pensaron que este suceso estaba relacionado directamente con el
caballo de Troya y que el Laocoonte había despertado la furia de Atenea al negarse dejar entrar el
caballo. Sin embargo, la realidad era otra, el sacerdote había sido castigado en nombre de Apolo,
por romper el voto de celibato y engendrar dos hijos.

Atemorizados por el incidente con el Laocoonte, decidieron rápidamente entrar al caballo dentro de
la ciudad. Inconscientemente, lo que ellos pensaban que sería su trofeo de la victoria se convirtió en
la causa de su derrota, permitiendo a los griegos adentrarse dentro de la ciudad y finalmente ganar
la guerra.

ESCULTURA EL LAOCOONTE.

El 14 de Enero de 1506, un grupo de esculturas clásicas habían sido halladas en Roma, coincidiendo
con el auge del Renacimiento, por lo que no sorprende que muchos artistas del momento acudieran
atraídos por la fascinación que generaba el hallazgo. Miguel Angel, que no tardó en enterarse, fue
de los primeros en presenciar aquella majestuosa escultura de 2,42m de altura máxima 2 recordando
rápidamente la descripción que hizo el historiador Plinio el Viejo sobre la original, tallada en bronce
“la mejor de todas las obras, tanto de escultura como pintura” atribuida a los escultores de la escuela
de Rodas, Agesandros, Polydoros y Athenodores. En cuanto a su datación, este es un tema
controvertido, debido a que los historiadores no se ponen de acuerdo sobre cuál es su verdadera
cronología. No obstante, se data en el siglo I a.c.

El grupo escultórico helenístico que a día de hoy se halla en los museos vaticanos de Roma, es
técnicamente una escultura con un tallado riguroso en mármol, detonando un gran naturalismo en la
2 Elvira, Miguel Ángel, El arte griego III, Madrid, 1989, pp. 159-60
técnica, las superficies están detalladas de manera que se advierte de diferentes tratamientos según
las texturas, como es el ejemplo del cabello, las manos y las telas. Le sigue un estudio de la
anatomía impoluta e idealizada que se manifiesta sobretodo en el anciano. A su vez, estamos ante
una escultura de bulto redondo, que aunque deba ser apreciada frontalmente, se exige para su total
comprensión que el espectador se desplace hacia los laterales, y así apreciar en su totalidad esos
detalles que precisamente dota el naturalismo propio de la obra.

Su composición es asimétrica, la forma que nos proporcionan los tres protagonistas del grupo es una
forma piramidal, donde predomina una diagonal desde el pie izquierdo del Laocoonte hasta su codo
derecho, aportando dinamismo y un cierto desequilibrio a la imagen. Sutilmente, en la escena
predomina una diagonal más, la mirada entre las víctimas de la escena, que relaciona directamente
así a los tres protagonistas. A estas diagonales se les suma la presencia de sinuosas curvas aportadas
por las serpientes que enlazan y rodean a los personajes, creando la unidad del drama y sentido del
espacio centrípeto. También, el escorzo que se distingue en la rotación de los cuerpos, aporta cierta
profundidad a la vez que se produce un contraste entre los cuerpos de los hijos, uno que yace
desfallecido hacia atrás, y otro que se lanza hacia delante para combatir a las serpientes. En cuanto a
la figura del Laocoonte, ésta se presenta muy dinámica por su variedad de posiciones, con la pierna
derecha doblada y la izquierda retrasada, a la vez que sujeta a la serpiente con las dos manos por la
cabeza y cuerpo, intentando evitar su mordedura. Todo este conjunto de formas dejan como
resultado una idea de movimiento que se hace presente en todas las partes de la escultura.

Señalando a los tres personajes, se destaca la expresividad de agonía puramente humana en sus
rostros al ser atacados por las serpientes. Ante este aspecto, el historiador Gombrich (1950) escribe
que: “La manera en que los músculos del tronco y los brazos acusan el esfuerzo y el sufrimiento de
la desesperada lucha, la expresión de dolor en el rostro del sacerdote, el desvalido retorcerse de los
dos muchachos y el modo de paralizar este instante de agitación y movimiento en un grupo
permanente, han concitado desde entonces la admiración.” (p. 104). Esta agonía se ve acentuada,
como señala Gombrich, en el rostro del sacerdote, mostrando esa denominada Terribilitá que tanto
fascinaba a Miguel Ángel y que posteriormente empleará en algunas de su obras como el Moisés.
Sin embargo, no solo su rostro expresa sufrimiento, sino que, los propios músculos de los brazos y
las piernas se hallan en tensión, mostrando la impotencia en su batalla perdida. Mientras tanto, sus
hijos ubicados en los laterales, el de la derecha mira suplicante a su padre mientras que el de la
izquierda parece yacer fallecido.
EL LAOCOONTE DEL GRECO

Una de las más celebres obras que inspiró directamente la escultura helénica fue la pintura
manierista del Greco, El Laocoonte. Al igual que la primera, representa el momento culminante en
el que el sacerdote y sus hijos luchan por su vida, cobrando un sentido muy importante de la
violencia y el dinamismo. La pintura resulta llamativa a la vez que misteriosa, no solo por ser la
única obra de temática pagana en el catálogo del pintor renacentista, sino que influenciado por un
contexto puramente cristianismo, la obra esconde una numerosa iconografía cristiana que marca a la
vez, una gran diferencia respecto al grupo escultórico de la antigüedad clásica, donde su iconografía
bebe directamente de la narración pagana.

Visualmente, lo primero en lo que difieren ambas obras es en su técnica artística y la cronología.


Mientras la primera trata de una escultura exenta tallada en mármol del siglo I a.c, la segunda es una
pintura al óleo sobre un lienzo, datada quinientos años más tarde, en el 1610-1614.

En cuanto a la descripción de la composición pictórica, se presenta en primer plano a un grupo


iluminado por una luz fantasmal que intenta liberarse del ataque de dos serpientes, marcando ese
carácter violento y dinámico que también presenciamos en la escultura. El joven de la izquierda,
lucha y logra sujetar con ambas manos el cuerpo del reptil, mas no la cabeza que está a escasa
distancia de sus costillas. Su anatomía desnuda y débil, fue pintada con el alargamiento
característico del propio Doménikos, al igual que todas las figuras que lo acompañan, hecho que
choca con la representación anatómica idealizada que los personajes presentan en la escultura. En el
centro del grupo, similar a la obra helenística, se sitúa el gran protagonista de la escena, el
Laocoonte, con la diferencia de que éste último se halla luchando contra su destino derrumbado en
el suelo en una fuerte diagonal. Sin embargo, el tercer personaje yace igualmente derrumbado en un
fuerte escorzo, pero sin serpiente que le aceche, aportando una vez más, la idea de que posiblemente
uno de los dos hijos ya esté muerto.

Por otra parte, el tratamiento del grupo es muy personal, no hay unidad entre los personajes.
Contrariamente a la escultura, donde el padre y los hijos forman un todo 3. En el caso de la pintura,
cada personaje libra su propia batalla personal, próximos entre sí, pero aislados en sus destinos.

Otra de las grandes diferencias respecto a la escultura, es que en la parte derecha de la obra
aparecen dos figuras, masculina y femenina que no intervienen en la escena, solo observan. Su

3 F. Revilla, El simbolismo cristiano del Laoconte del Greco, 1991 pp. 2


identificación es tan dudosa que los historiadores no se ponen de acuerdo sobre sus identidades.
Algunos señalan que podría tratarse de Apolo y Artemisa, Poseidón y Casandra o Adán y Eva.
Tendría mucho más sentido que se tratase de estos últimos, para otorgarle un sentido más cristiano a
una obra en teoría profana.

En cuanto al fondo, sorprende que a lo lejos se observe una representación panorámica de Toledo y
entre medias, un caballo de carne y hueso que se sitúa frente a la puerta de Bisagra, la entrada a la
ciudad. En un contexto mitológico, esa visión de Toledo se entiende como una representación
alegórica de la ciudad de Troya, al igual que el caballo, que representa al caballo de madera propios
de la escena.

Como ya se ha comentado anteriormente, ésta, es una obra que ha recibido numerosas


interpretaciones por los historiadores. Se descarta que el único objetivo del Greco fuese hacer una
pintura personal del mito, sino que su finalidad era emplear una iconografía pagana con elementos
cristianos como transmisor de un sutil mensaje religioso. El principal mensaje del cuadro sería esa
batalla entre el bien el mal, dos hombres luchan para salvarse de la picadura de la serpiente, es
decir, el pecado, mientras, dos figuras que se interpretan como Adán y Eva observan este combate
que ellos ya perdieron una vez. El caballo sería por su parte, quien transporta el alma del hijo
fallecido hacia la ciudad de carácter “Jerusalén celestial” que en este caso es Toledo. Finalmente, a
esta escena tampoco le falta la presencia de dios, el cielo nubloso sería la fiel representación de dios
que no podría estar ausente.

En definitiva, es irónico pensar como lo único que comparten ambas obras, la escultura del
Laocoonte y la pintura del Greco El Laocoonte, son las formas, unas formas que el propio pintor
Cretense se encargo de reelaborar con la intención de dotándolas con una simbología e iconografía
cristiana que se camuflan a la perfección entre una obra de temática profana.

BIBLIOGRAFÍA
- Elvira, Miguel Ángel, El arte griego III, Madrid, 1989, pp. 159-60
- Gombrich Ernest, Historia del arte, Londres, Phaidon, 1950, pp. 104
- Revilla Fernando, El simbolismo cristiano del Laoconte del Greco, 1991, pp. 2
- Virgilio, Eneida libro II, 49

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