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Recordemos que antes del arte helenístico, se sucedió el periodo arcaico -siglos VIII
al V a. C.- cuyas esculturas se apegan al equilibrio, la austeridad, la postura estática y
de gesto estoico. Luego viene el periodo clásico - siglo V al IV a. C. -donde el artista
empieza a estudiar la anatomía humana al detalle; pero exagerando los músculos,
siempre dentro de una armonía, hasta tal punto que sus protagonistas parecen más
“superheroes” que seres humanos, y es que es por eso que sus protagonistas dejan
de ser personas corrientes a ser dioses del Olimpo.
1
la aventura su intención era volver a la sociedad pequeña, segura y familiar, donde
había establecido su identidad1
Después de la muerte de Alejandro Magno, sus sucesores realizaron una serie de
luchas de poder, provocando el colapso del imperio en medio de una agitación intensa
y una pérdida general de los antiguos parámetros y expectativas de la sociedad greco-
macedonia. En la dirección opuesta, Roma comenzó su expansión agresiva y
depredadora, con la disminución de la autoconfianza, el idealismo y los antiguos
valores colectivos sociales y religiosos, generando una retirada y la desilusión en los
individuos mediante la penuria moral del cinismo político y de la violencia de los
tiempos, aspectos que fueron enmascarados por la simple búsqueda del placer y
realizados artísticamente a través de un realismo a menudo cargado de drama.
Volviendo a los rasgos característicos del arte helenístico, este tiene un gran
dinamismo y virtuosismo. El naturalismo introducido, ha dado un paso más allá, ha
alcanzado un punto álgido al fijarse en un instante efímero para eternizarlo. Lejos de
las habituales posturas del período clásico, en las que predominan los cuerpos en
reposo, este grupo escultórico manifiesta la tensión dinámica propia de los cuerpos en
batalla: la contorsión de los músculos, las venas que brotan, los rostros afligidos, el
instante de la desesperación. Se puede decir que el hallazgo de Laocoonte constituye
un punto de inflexión que, al acentuar las formas y el dramatismo violento de las
figuras que sufren el ataque de las serpientes, nos conduce desde el renacimiento
clasicista hacia el manierismo, m i s t e r i o s o , e r u d i t o y f a s c i n a n t e .
1
Escultura Helenística en https://www.wikiwand.com/es/Escultura_helen%C3%ADstica
2
Hauser, Arnold “Historia Social de la Literatura y el arte 1”, pág. 129 (2002) editorial
Debate S.A, Madrid
2
Por ser esta una de las escenas más dramáticas y crueles de la miología griega, el
investigador Ernst Gombrich, dice en su libro “Historia del Arte”3 “…si la motivación
para hacer esta obra estaría en la denuncia de cómo sucumbe injustamente el hombre
valiente que, cual profeta, proclama la verdad; o si la motivación estaría, más bien, en
la oportunidad de hacer un despliegue de virtuosismo...” El autor concluye expresando
que para ese momento de la historia, el arte había perdido su conexión con la magia y
la religión, lo que en definitiva nos hace pensar que ahora éste es la expresión de la
emoción, del sufrimiento y del sentimiento.
“A esto suceden los dos libros del Saqueo de Troya de Arktinos de Mileto, cuyo
contenido es el siguiente: Los troyanos, recelosos por el asunto del caballo, en círculo
a su alrededor, discuten qué debe hacerse. Unos opinan que se le despeñe, otros, que
se le queme. Otros aseguran que, como objeto sagrado, debe ofrecérselo Atenea. Al
fin prevalece la opinión de éstos. Entregados a la alegría, estaban celebrando un
banquete porque habían vuelto de la guerra. En esto, dos serpientes aparecidas
matan a Laocoonte y a uno de sus dos hijos. Afligidos por este presagio terrible, que
atribuyeron a los dioses, los que rodean a Eneas se refugian en el Monte Ida”
3
Gombrich, Ernst, Historia del arte (1999), pagina 195, editorial Sudamericana S.A.
4
Herbert GONZÁLEZ ZYMLA, El Laocoonte de Hagesandro, Polidoro y Athenodoro
de Rodas: a vueltas con la iconografía del ciclo épico troyano al servicio ideológico
del Imperio Romano, Departamento de Historia del Arte I Seminario de Estudios
Iconográficos de la U.C.M.
3
Continuando con la escultura, esta destaca la expresividad de los rostros, que dejan
atrás la serenidad del pasado para dar cuenta del sufrimiento humano. A este
respecto, Ernst Gombrich5 señala que: “La manera en que los músculos del tronco y
los brazos acusan el esfuerzo y el sufrimiento de la desesperada lucha, la expresión
de dolor en el rostro del sacerdote, el desvalido retorcerse de los dos muchachos y el
modo de paralizar este instante de agitación y movimiento en un grupo permanente,
han concitado desde entonces la admiración”
Las dos serpientes cumplen también una función desde el punto de vista plástico.
Ellas, a través de los anillos con que envuelven a los personajes, le dan unidad al
grupo escultórico. Laocoonte no es más un sacerdote. Despojado de sus vestiduras
(que yacen bajo su cuerpo), es un hombre, un padre que, con igual destino que sus
hijos, los ve morir injustamente. Si Laocoonte no merece el castigo que los dioses le
propinan por decir la verdad, menos aún lo merecen sus hijos.
Todo esto no es otra cosa que probablemente la confirmación del abandono de los
dioses. La mirada de Laocoonte, al parecer busca una señal del cielo; su boca se
entreabre, pero no como quien grita, sino como quien se entrega a una suerte
inexorable con toda la dignidad de la que es capaz. Sin embargo el horror no lo priva
al sacerdote de su humanidad.
La obra Laocoonte y sus hijos fue descubierta el 14 de enero del año 1506, al
parecer su hallazgo fue fortuito, pues consta que lo sacó a la luz un labrador
Félix Fredis, un campesino que cavaba en unos viñedos. Fue el escultor Miguel Ángel
Buonarroti, uno de los primeros testigos en aparecer en la excavación, quien confirmó
5
Gombrich, Ernst, op. cit. pág. 198
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la correspondencia entre el relato de Plinio el Viejo y la pieza encontrada. Así por
orden del Papa Julio II, muy pronto el grupo escultórico fue trasladado al Patio
Octogonal del Belvedere en el Vaticano y, con el paso del tiempo, se ubicó en el
Museo Pío-Clementino, aunque estuvo en poder de Napoleón Bonaparte entre 1799 y
1816.