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Práctica Pedagógica Observacional II

Juan Esteban Burbano Garzón

Comienzo a escribir esto el miércoles 19 de Octubre. Eran por ahí las 4:00 p.m. y todo seguía
como siempre en el lugar donde trabajo. Siempre que veo transcurrir el día y la noche
acaecer, me pregunto si la gente es consciente de esta maquinación infernal a la que somos
sometidos diariamente por la rutina de las “obligaciones”, pues a la fotocopiadora no hacen
más que llegar pedidos de papeles con suma urgencia y solicitudes de correo que la gente es
incapaz de redactar; no porque tengan discapacidad escritora, sino porque sufren de atraso
tecnológico. Y me hallo aquí, en las horas donde pienso que muchas veces no nos
beneficiamos del conocimiento que decimos poseer, más bien pareciera que nos
aprovechamos de la ignorancia de la gente. Es aquí donde toma la importancia de esta foto
que les presento, como pueden ver, es una captura de una clienta regular. Ella, pese a que
aparentemente es perteneciente a la tercera edad, es una señora muy alegre y sarcástica.
Siempre que la veo llegar al local con una bolsa llena de papeles, pasa solicitando
documentos con comentarios locuaces y bromea con cuanta persona pueda hablar; y aunque
en esta foto lleva puesto un abrigo de color amarillo pálido, casi siempre se le ve luciendo
todo tipo de gabardinas. Además, es la única clienta que pide revistas para llevar, lo que me
hace sospechar que tiene un negocio de ropa o vende productos relacionado con ello, pues
tiende a comprar las ediciones relacionadas con la moda. Pese a todo esto, lo curioso surge
con la fotografía en sí misma; me explico: desde que tenemos noción del movimiento realista,
la invención del daguerrotipo impactó en las masas por su capacidad de captar la realidad tal
y como es; sin embargo, desde mi perspectiva la fotografía peca de ese error epistemológico.
Hoy en día, ya ni en los sentidos se puede confiar, y las fotos no hacen más que representar
muchas veces el disfraz del momento, esa ilusión realista sesgada por las tendencias y las
apariencias que nos exigimos mostrar a la sociedad. Por ejemplo, tal y como Deleuze y
Guattari lo describirían: las redes sociales no son más que agenciamientos maquínicos hechos
verdades, es decir, esas personas que aparentan vivir vidas de lujo o las noticias con
encabezados desbordados e imágenes burlescas sobre alguna figura pública para forzar la
opinión pública, no son más que ficciones pobres que se adaptan a un mundo que todo lo ve.
A raíz de todo esto, cobra sentido en mí la gravedad del asunto cuando regularmente la
señora me pide que le tome una foto para mandarle una postal a sus hijos, mencionando que
viajan por el extranjero y que está a la espera de alguna señal que le haga saber de ellos.
Aunque la foto que se me permitió usar para este escrito no es más que la de ella sonriendo
en la vitrina; donde particularmente atiendo, vuelve a mí
el pensamiento de que estamos condenados a sentir en
soledad mientras la superficie se deleita de máquinas.
Salimos con fecha de producción y como relojito hacemos
todos nuestros deberes para dignificarnos y sonreír ante
las otras máquinas, que seguramente también están como
esa foto: enfermas de ficción y tanta realidad por
disfrazar.

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