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Reflexiones en torno a una visita en grupo.

18/02/2020

Fue una experiencia nueva para mí pasear con un grupo de alumnos por Santa Cruz. Tenía
dudas de que la actividad que organicé resultara satisfactoria para ellos. Algo que me aterra
es aburrir a los alumnos, y sé lo fácil que resulta hacerlo sin querer. A veces me da la
impresión de que nacieron ya aburridos pero al cabo reflexiono y me doy cuenta de que no
es así, de que somos los profesores los que les aburren contándoles cosas que no les
interesan, obligándoles a realizar tareas que para ellos no tienen sentido, a fijar en su
memoria datos que olvidarán el segundo siguiente a vomitarlos en un examen.
Mi propósito con la visita al castillo de San Cristóbal, al puerto y al museo histórico militar de
Almeyda era muy humilde, simplemente que vieran -por primera vez para muchos- unas
ruinas arqueológicas, que comprendieran que la ciudad no ha sido siempre tal y como la
conocemos y que lo visualicen; en fin, que la historia está ahí, a nuestro alcance y que su
conocimiento puede ser entretenido. También, que comprendieran la importancia primordial
del puerto como punto de abastecimiento de casi todo lo que consumimos en la isla.
Sobre todo, me preocupa que una actividad como esta al final consiga el efecto contrario al
deseado, que odien la historia, que aborrezcan el estudio. Sé que eso suele pasar, que ellos
caminan por el fino alambre del rechazo a toda clase de conocimiento, y estoy seguro de
que a veces somos los profesores, o el sistema educativo en general, los responsables
principales de que eso ocurra. Claro que vivimos en una sociedad que desprecia por
completo el conocimiento. Leí hace poco que vivimos en la sociedad de la opinión, y es
verdad. La realidad, en este mundo de las redes sociales, es solo una virtualidad construida
con opiniones, en su mayoría sin ninguna clase de fundamento, coherencia, saber ni
vergüenza. Y este fenómeno es la base perfecta para que se desarrolle una sociedad futura
de enfrentamientos dogmáticos entre las personas. Todo el mundo tiene derecho a opinar,
todo el mundo opina y toda opinión es igual de válida. En esas estamos y eso nos puede
conducir al horror.
Me gustaría que mis alumnos aprendieran de mis clases, o de una salida como la de ayer,
al menos esta lección: que el saber es imprescindible para ejercer la propia libertad. Que
conocer es mucho más que opinar, que también es disfrutar, es vivir, es gozar, al contrario
de lo que esta sociedad de los consumidores les ha hecho creer. En esta sociedad del
pensamiento acelerado y del consumismo compulsivo parece que lo único importante es
desear y obtener, al precio que sea, aquello que nos hace individuos libres, ya sea una laca
para el pelo o la habitación de un hotel al mejor precio. Todo es mentira: la sociedad sigue
siendo, como siempre, una masa de borregos que creen a pies juntillas todo aquello que les
cuentan los que tienen el mando, ya sea desde la política o desde la publicidad, o incluso
desde ese basurero de ideas gastadas que son las redes sociales. Eso sí, la modernidad
consiste en ser los borregos mejor engañados de la historia.

Ulises

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