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DESIGUALDAD DE GÉNERO:EL CÁNCER EN UNA SOCIEDAD

MACHISTA .
MELANY ELSA CHAVEZ

12-10-2022

Pues los hombres sólo confían en el silencio de sus camaradas, siempre dispuestos a
encubrir sus trampas .

El caso Weinstein simboliza bien las condiciones a las que se enfrentan las mujeres en un
mundo de hombres. Simone de Beauvoir publicó El segundo sexo cuando la igualdad entre
hombres y mujeres ante la ley todavía estaba lejos de alcanzarse. Pero una vez que las
democracias han completado sus legislaciones igualitarias, tendríamos derecho a esperar que
las mujeres ya no constituyeran el género subordinado. Pero no es así, pues se mantiene
intacta una indudable desigualdad real bajo la teórica igualdad formal. Pues para incorporar-se
al mundo masculino, las mujeres todavía tienen que pagar peaje. Gracias a denuncias como
Me Too, es posible que el peaje sexual comience a retroceder. Pero aunque el peaje carnal
disminuya, se mantiene intacto el peaje a pagar en subordinación y servidumbre.

La desigualdad de género funciona como un dispositivo con dos mecanismos y cuatro resortes
acoplados en cruz: esa cruz con la que cargan las mujeres para poder responsabilizarse de sí
mismas. El resorte del extremo superior es la segregación laboral y profesional que empieza
con la elección diferencial de carrera. Esto les asigna, a pesar de su titulación superior, un
capital humano especializado en el cuidado (care). Así, la educación, la sanidad (excepto los
primeros espadas del bisturí) y las áreas sociales se están convirtiendo en un gueto rosa
reservado a las mujeres, y hasta las ingenierías del hogar y el jardín se feminizan: arquitectura,
agrónomos, montes, medio ambiente. Y en cuanto una profesión se feminiza también se
devalúa, cayendo su prestigio y sus ingresos. Lo mismo ocurre con el empleo público (excepto
los altos cargos de confianza todavía masculinos), pues los varones prefieren la empresa
privada con mayores sueldos, mientras las mujeres necesitan la segura protección del
funcionariado.

A un lado del travesaño de la cruz figura la discriminación salarial (brecha de género), que casi
nunca es explícita sino producto de los menores complementos percibidos en comparación a
los varones que los acaparan: horas extra, productividad, jornada intensiva, incentivos a los
cargos de confianza, etcétera. Una brecha que se va acumulando a lo largo de la carrera, tras
verse agravada por la retirada por maternidad, transmitiéndose a las menores pensiones tras
la jubilación. Pues a las mujeres que trabajan se las trata como a inmigrantes forzados a
aceptar puestos con menores salarios y derechos, teniendo además que mostrar mayor
obediencia, disciplina y sumisión sindical.

El tercer resorte es el bloqueo de sus oportunidades de ascenso (techo


de cristal), que a pesar de su mayor titulación académica les obliga a
caer en el subempleo. Esto supone una inversión del principio de Peter,
pues para que los varones asciendan hasta su nivel de incompetencia
las mujeres han de conformarse con quedar por debajo de su capacidad
probada. Un bloqueo que está operado por las redes de complicidad
masculina que controlan los canales de ascenso, pues los hombres sólo
confían en el silencio de sus camaradas, siempre dispuestos a encubrir
sus trampas .
La desigualdad entre hombres y mujeres funciona por cuatro resortes:
segregación laboral, brecha salarial, bloqueo de las oportunidades de
ascenso y obligación de asumir la carga familiar. Un mecanismo que
opera por la complicidad masculina.
El otro mecanismo de subordinación es la necesidad de emparejarse
que experimentan las mujeres para poder acceder a un nivel de vida
digno de su concepto de sí mismas. Pues reducidas por sí solas a sus
propios medios, las mujeres se saben condenadas a un destino inferior
a sus pares masculinos. Y la única oportunidad todavía legítima de
compensar esa desventaja insuperable es emparejarse con un varón
dispuesto a compartir su estatus con ellas. Es el célebre contrato sexual
teorizado por Carole Pateman, por el que las mujeres ceden el acceso
exclusivo a su sexualidad a cambio de compartir el estatus de su pareja,
que pasa a considerarse su dueño y señor. Lo que implica una cierta
privatización de las mujeres que, como “señoras de”, pasan a ser
propiedad de sus parejas. Y como tales propietarios, los varones se
sienten no solo con derecho sobre ellas sino además llenos de
condescendencia en tanto que donantes magnánimos. Esa misma
condescendencia que conduce a los Weinstein de este mundo a
sentirse propietarios privados de las mujeres que les deben sus puestos.

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