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COMENTARIO DE TEXTO

Desde la infancia hasta casi la mayoría de edad, a las muchachas se les dice que el casamiento
es la única finalidad de su vida, y la educación e instrucción que se les prodiga están dirigidas
a tal objetivo. Lo mismo que a la bestia, a la que se ceba para el matadero, a ella se la prepara
para el sacrificio de su vida. y es curioso, Y asombra constatarlo, que se le permita instruirse
mucho menos acerca de las funciones de esposa y madre que lo que se enseña a un simple
artesano para aprender su oficio. Es indecente y sucio para una muchacha respetable saber
algo acerca de las relaciones maritales. ¡Oh, incoherencia de la respetabilidad, que necesita
del voto marital para poder transformar una cosa obscena en una pura y sagrada relación
consanguínea que nadie se atrevería a criticar! Sin embargo, exactamente esta es la postura
de quien reivindica el matrimonio. La futura esposa y madre es mantenida en la más completa
ignorancia respecto al único bien del que dispone en la competición del mercado, el sexo.
Por esto inicia una relación con un hombre que dura toda la vida. para encontrarse después
repentina y hondamente desazonada, repelida y ultrajada más allá de los límites que podría
concebir por el más natural y sano de los instintos: el sexo.[…]
Los defensores de la autoridad temen el advenimiento de la libre maternidad, que les ha de
robar a sus presas. ¿Quién lucharía en las guerras? ¿Quién crearía las riquezas? ¿Quién sería
policía, carcelero, si la mujer se negara a procrear hijos indiscriminadamente? ¡La especie, la
especie! Gritan el rey, el presidente, el capitalista, el cura. La especie debe ser preservada,
aunque la mujer sea degradada a una mera máquina, y la institución matrimonial es nuestra
única válvula de seguridad frente al pernicioso despertar sexual de la mujer. Pero son en vano
estos desesperados esfuerzos por mantener este estado de dominación. Son en vano,
igualmente, los edictos de la Iglesia, los dementes ataques de los gobernantes, es en vano el
uso de la ley. La mujer no quiere tomar parte por más tiempo en la producción de una especie
enferma, débil, decrépita, de desgraciados seres humanos, que no tienen ni la fuerza ni el
coraje moral para librarse del yugo de la pobreza y la esclavitud. En cambio, desea poco y
mejores hijos, engendrados y criados con amor y a través de la libre elección; no por
compulsión, como impone el matrimonio. Nuestros pseudomoralistas tienen todavía que
aprender el profundo sentido de responsabilidad frente a un niño, que el amor en libertad ha
despertado en el pecho de una mujer. Antes preferiría renunciar para siempre a la gloria de
la maternidad que traer una vida en una atmósfera en donde se respirara destrucción y
muerte.

EMMA GOLDMAN (1911). "Matrimonio y amor"

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