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Juan Carlos Volnovich AZ.

La construcción del padre

Capítulo 11

GENERAR UN HIJO;

LA CONSTRUCCIÓN DEL PADRE

Para Yamila, que me inició en la

desconcertante y apasionante

experiencia de la paternidad.

Hasta ahora, antes que en la denuncia de la supremacía del padre, la deconstrucción


del patriarcado como sistema de dominio, ha venido basando sus explicaciones en el
poder ejercido por los hombres sobre las mujeres a partir del sistema sexo-género. En
el feminismo académico, el discurso acerca de las diferencias sexuales -diferencias que

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suponen particulares relaciones entre los géneros- lo invade todo. Existen evidencias
acerca de lo mucho que se ha trabajado sobre la sexualidad y de lo poco que se le ha
dedicado a la paternidad.

Para el feminismo, para la teoría de las relaciones entre los géneros, el tema de la
paternidad ha quedado relegado, empequeñecido al lado del tema de la sexualidad a
pesar que es, justamente, en el nivel de la paternidad donde se han dado, en las
últimas décadas, los cambios más vertiginosos a partir de las innovaciones en la
distribución y atribución de obligaciones y derechos determinados por las diferencias
sexuales. (Evelyne Sullerot. 1993).

Por eso es que pienso que el lugar del padre, en tanto columna vertebral del
patriarcado, es (o debería ser) el eje del feminismo. Lo es, del psicoanálisis. Tanto para
Freud en el Edipo individual, como en Totem y Tabú; tanto para Lacan en los tres
registros, Real, Imaginario y Simbólico, el padre, el Nombre del Padre, tiene una
importancia central y definitiva. No obstante, todavía está por verse si la teorización
psicoanalítica como universal, única y diversa, es compatible -ayuda más que
perjudica- a la deconstrucción del patriarcado. Todavía esta por verse si los paradigmas
patriarcales de los que Freud queda tributario son irreconciliables con una teoría que
vaya en busca de la liberación de las mujeres o si el enorme y asombroso discurso
lacaniano avanza o retrocede en relación a una epistemología y una política feminista
cuando afirma que tanto hombres como mujeres carecen de falo y están castrados por
el lenguaje. Recurriendo a Jane Flax, a Teresa de Lauretis y en otras y otros autores
más (J. Laplanche, M.Tort, S. Bleichmar, S. Tubert, J. Butler, M. Rosemberg, F. Jameson,
J. B. Ritvo)1 volveré, después, a la apasionante polémica en torno a un “Freud, más que
Lacan” para el feminismo; o a favor de un “más Lacan, y menos Freud” para la

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1En los casos en que no hago referencia a algún texto en especial, o en el de aquellos autores
o autoras que no consignen el año de producción suponen la obra en su conjunto.

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subversión del sujeto. Solo quiero anticipar, ahora, que introducirnos en ese tema,
incluye el desafío de enfrentarnos a una complejidad que se resiste a quedar
clausurada con comentarios banales acerca del falocentrismo de Freud o el
logocentrismo patriarcal de Lacan basados en el poder de la nominación.

Se que no soy ni el único, ni el primero, en sospechar que toda la construcción


psicoanalítica, reactualizada por el sofisticado discurso lacaniano, no es otra cosa que
un intento de restituir al padre el poder perdido en estas últimas décadas; décadas
signadas por enormes cambios en la correlación de fuerzas entre hombres y mujeres
que caracteriza al patriarcado. Me refiero, claro está, a la paradójica circunstancia que
define este fin de milenio: nunca como en nuestros días los hombres hemos dado
muestras más evidentes de estar iniciando un movimiento que tiende a involucrarnos
cada vez más en la crianza de nuestras hijas y de nuestros hijos. Nunca como en
nuestros días tantas niñas y tantos niños se han criado separados de su padre y de
cualquier otro varón.

Padres que cambian pañales mientras sus mujeres cambian cheques en el banco.
Hombres que dan la mamadera al tiempo que las esposas duermen porqué por la
mañana tienen que salir a trabajar temprano. Sementales que se encariñan con el
líquido donado y que -lejos de "borrarse"- reclaman ante los jueces el derecho a
mantener un vínculo más duradero con sus espermatozoides. Es innegable que algo
está cambiando en este asunto de ser padres. La irresponsabilidad que caracterizaba a
los hombres acerca del lugar donde depositaban su blanco producto y sobre el destino
posterior a ese hecho biológico -el desinterés y la despreocupación con respecto a los
hijos- parece estar dejando lugar a modos diferentes de gerenciar y administrar los
vínculos filiales.

Los anticonceptivos han llegado para quedarse y con ellos el poder de la decisión de la
procreación está empezando a cambiar de mano. Si antes las mujeres estaban
expuestas a que los hombres -torpeza, o capricho mediante- “le hagan un hijo” aún
contra su voluntad (lo que significaba para las mujeres, una inevitable pérdida de su
autonomía), ahora son las mujeres las que pueden decidir -no del todo, pero un poco

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más libremente; no todas, pero sí la mayoría de clase media o acomodadas- cuando y


de quién quedar embarazadas.

El avance de la ciencia y de la técnica: mater semper certa; pater semper incertus. El


test de Jeffreys vino a acabar con la incertidumbre milenaria: una gotita de sangre de la
niña o del niño, una gotita de sangre del hombre y, ahí, nomás, la certeza de la
paternidad biológica. Y la paternidad biológica viene, muchas veces, acompañada de
una cuota actual y retroactiva de alimentos que se mide en dólares.

Raúl, el paciente a quién aludí en trabajos anteriores (mujeriego redimido que ahora, a
los 50, mantiene una fidelidad inmaculada a la mujer que ama) llega lívido a la sesión.
Viene de una reunión con los “muchachos”, sus amigos de siempre, compinches desde
la adolescencia de tantas “correrías”. A Roberto, uno del grupo, hombre rico -muy
rico- que con los años se ha transformado en hombre público, se le apareció un
muchacha de 18 años que dice ser su hija. Juicio de filiación, abogados, jueces, gotita
de sangre para el banco genético y... ¡sí!, es la hija. Decenas de miles de dólares para
la mamá de la niña, otros tantos para la niña; terror que cunde entre los amigos y -a
que ocultarlo- entre los analistas varones de sus amigos.

Raúl intenta -misión imposible- repasar su historia: ¿por donde habrá diseminado sus
espermatozoides a lo largo de su accidentada vida? y tiembla pensando en que bien le
podría pasar a el, o a cualquiera de sus amigos -“bien que le podría pasar a Vd.” me
dice el irresponsable no midiendo las consecuencias transferenciales que ocasiona.

Decía: el avance de la ciencia y la técnica. Probeta mediante, alquiler de úteros,


donación de óvulos, aunque nunca como en nuestros días se llegó tan lejos en los
intentos de separar el cuerpo biológico de la gestación, lo cierto es que la crianza de
las hijas y de los hijos sigue siendo “cosa de mujeres”. Ante la separación de cónyuges,
los jueces en un 80-90 % de los casos -dependiendo de la edad de las criaturas- dan la
custodia a las madres pero si -por gestiones y reclamos razonables y encendidos de los
padres- los jueces llegaran a darle la tenencia de los hijos a los padres son,
seguramente, (y, sobre todo, si se trata de niñas y de niños pequeños) otras mujeres

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las que se harán cargo de criarlos: la nueva mujer del padre, la empleada doméstica, la
abuela, etc.

La desocupación de mano de obra masculina con la incorporación de las mujeres al


mercado laboral favorecida por la demanda del terciario que la reconversión de la
economía produce, complica aún mas las cosas, desplazando hacia la esfera doméstica
a una legión de varones lastimados donde más nos duele: la ineficacia en el
cumplimiento de nuestra condición de proveedores. Con el fracaso a cuestas en la
esfera pública, no son pocos los varones que se repliegan hacia la retaguardia del
hogar para disputar allí el poder de las mujeres e intentar -cubiertos por la noble
intención de hacerse cargo de los chicos- despojar a las madres de la cría: el último
dominio del que disponen. No obstante, a pesar del movimiento de varones en
relación a los niños, a pesar de la desocupación, todavía son las mujeres las que crían a
las niñas y a los niños.

Y el aumento de parejas parentales separadas no hace más que confirmar esta


tendencia: las mujeres siguen declamando el discurso del amor romántico pero ya no
lo practican como antes. Ahora la paciencia les da para aguantarnos unos años, nada
más, y después son ellas las que, en mayoría estadística, toman la iniciativa de la
separación o el divorcio.

¿Qué sucede, entonces?: las niñas y los niños que conozco se crían y se educan con
mujeres. En el hogar: la mamá, la empleada doméstica, la abuela. En la escuela: la
maestra y la directora. A la hora de enfermarse: la pediatra y la odontóloga. A la hora
de ir al analista: la analista. Estas niñas y estos niños, si ven un hombre, este es el
personaje contingente que acompaña a la mamá y que desaparece como papá tan
pronto como desaparece como marido de la mamá.

Y si el varón aparece, lo vemos así, componiendo una imagen costumbrista y patética


que, para la clase media, es: el auto con el papá al volante que estaciona en doble fila,
el rubiecito de cinco años que sale corriendo del hall del edificio con una mochila mas
pesada que el mismo y un papel donde la mamá escribió las recomendaciones de lo
que puede o no puede comer y a que hora tiene que tomar el antibiótico. El señor que

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espera en la plaza, con cara de cumplir con un deber ajeno y mirando el reloj, que su
hija baje de la calesita. El gesto aburrido en la mesa del Mac Donalds donde los chicos
devoran su hamburguesa mientras el señor concentra la mirada en otras mesas con la
esperanza de encontrar alguna mamá que le recree la vista, cuestión de hacer más
llevadero el pesado trance del fin de semana.

Decía antes, que nunca como en nuestros días los hombres hemos dado muestras mas
evidentes de estar iniciando un movimiento que tienda a involucrarnos cada vez más
en la crianza de nuestras hijas y de nuestros hijos. Nunca como en nuestros días tantas
niñas y tantos niños se han criado separados de su padre.

¿Y el psicoanálisis?

"de la madre depende que el padre conozca o no al bebé". "Depende de la


madre hacer posible la relación del bebé con el padre. La madre no debe
estorbar ni obstaculizar ese vínculo, lo que no quiere decir que los padres
puedan reemplazar a las madres. Los padres pueden, si, ayudar en la casa
para que la mamá se sienta dichosa y esté en condiciones de atender a su
bebé, pero no necesita estar allí todo el tiempo. Solo lo necesario como
para que el bebé experimente el sentimiento de que el padre es real y de
que está vivo. Si el padre está presente y desea conocer a su hijo, el niño
debería sentirse agradecido y afortunado".(sic)2

Mientras Winnicot -lo mejor del psicoanálisis británico- aconsejaba esto a través de la
BBC de Londres, Francoise Dolto afirmaba, a través de su programa radial en la France
Inter que

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2Winnicot, D.W: Conozca a su niño. De. Hormé-Paidós. Buenos Aires, 1962. Citado por
Badinter, E: ¿Existe el amor maternal? . Ed. Paidós-Pomaire. Barcelona, 1981.

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"el amor del padre jamás se manifiesta a través del contacto físico. El
contacto físico del bebé con el padre no debe existir o, si acaso, debe
quedar reducido al mínimo. Los padres han de saber ante todo que no es
por el contacto físico, sino a través de la palabra como han de ganarse el
afecto y el respeto de sus hijos"3.

Si traigo estas citas -elocuentes en la trasparencia del contrabando ideológico que


portan- es para usarlas como pretextos de lo desarrollaré a continuación.

Hasta ahora, tanto varones como niñas, hemos sido paridos por mujeres y hemos sido
criados por mujeres pero, a diferencia de lo que pasa con los varones -que "arman" su
Edipo con una madre, atenta y solícita, que desde el comienzo de la vida manipula su
cuerpo (como no podría ser de otra manera) para responder a las necesidades que
garantizan su supervivencia- las niñas no tienen mayormente un contacto corporal
"justificado" con el padre. Como lo señalara con agudeza Emilce Dío Bleichmar4 el
amor edípico de la niña con su padre se desarrolla fundamentalmente a través de la
mirada: el padre mira el cuerpo erótico de su hija y la niña se convierte así, de entrada,
en culpable de querer llamar la atención del padre. Y es culpable porque la misma
prohibición que impulsa al niño de cuatro o cinco años a renunciar a la madre ya que
de ahí en más -y superyo mediante- el amor erótico ha quedado desnudado (pero que
nada dice del amor vivido hasta entonces), es la prohibición que impulsa a la niña de
cuatro o cinco años hacia el padre y, desde el vamos, sanciona como erótica la
pretensión de constituirse en objeto del deseo para el padre.

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3Dolto, F: Tener Hijos. Ed. Paidós-Pomaire. Y en Lorsque l´enfant parait. T II, p.171. Citado
por Badinter, E: ¿Existe el amor maternal? . Ed. Paidós-Pomaire. Barcelona, 1981.

4 Dío Bleichmar, Emilce: “La subjetividad de la niña y la constitución de la sexualidad


femenina”. En Zona Erógena. Número 20. Buenos Aires. Invierno ’94.

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Es la visión del cuerpo erótico de la niña, es la mirada del padre, es la acusación que
pesa sobre la niña de provocar esa mirada la que confunde la cuestión. Porque la niña
no es culpable de ser provocadora desde que la agresión sexual que recibe del
progenitor adulto a través de la mirada seductora y sexual no es -o no solo es- la
consecuencia de la intencionalidad de un acto sino que es la condición de un atributo:
su cuerpo de mujer.

Con esa mirada que toma el cuerpo de la niña como cuerpo sexual por el solo hecho de
ser cuerpo de mujer; con esa mirada que excluye otros contactos afectivos, los
varones contribuimos a introducir violentamente un significado sexual en la
representación que nuestras hijas van adquiriendo de su propia identidad. Identidad
que deviene, entonces, "culpable" de una intencionalidad sexual que se basa más en la
circunstancia pasiva de tener un cuerpo-objeto que despierta el deseo del papá, que en
la intención activa de provocarlo. Al buscar el cariño del papá la niña se encontrará
despertando una mirada lasciva que la desnuda, y así la niña seducida, violentada, se
convertirá inmediatamente en seductora y, por lo tanto, en culpable.

Por otro lado, las estadísticas, en su fría elocuencia, nos enfrentan a una cruel realidad:
por el mero hecho de tener cuerpo de mujer las niñas están incluidas en la población
con mayor riesgo de ser víctimas de ataques incestuosos y de abuso sexual. Más aun:
el hogar es el lugar más inseguro para una niña. Cuando la agresión se comete en la
calle o en la escuela, la comunidad reacciona e interviene la Justicia. Cuando la
agresión es cometida en el hogar, la impunidad premia el acto delictivo en la mayoría
de los casos5.

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5 Graschinsky, Judith: “Acerca del ataque incestuoso del padre hacia la hija”. Monografía.
Carrera de Postgrado en Especialización en Estudios de la Mujer. Buenos Aires. 1988. Citada
por Fernández, Ana María: .La Invención de la Niña. Unicef. Argentina. 1993.

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Pienso que no se trata de seguir acusando a las mujeres. Que es necesario acabar con
la política de imponer a las mujeres, exclusivamente, la crianza de los niños. Los
hombres no podremos gestar en nuestro interior un bebé pero si podemos, sin lugar a
dudas, asistirlo y atenderlo desde los primeros momentos de nacido y no debemos -o
no deberíamos- depender de la autorización de las mujeres para hacerlo. Atender y
asistir las necesidades de un niño no tienen por que ser consideradas cualidades
esencialmente femeninas que los hombres -de buena manera o a regañadientes-
tendríamos que aceptar. Los padres deberíamos decidirnos a tocar a nuestros hijos, a
bañarlos, a darles la mamadera, a acariciarlos y a jugar con ellos. También, claro está,
jugar con su cuerpo y con el nuestro. Cuando digo “hijos” me refiero tanto a los
varones como a las niñas. Un contacto fluido con nuestras hijas mujeres -que no quede
reducido a la mirada- seguramente ayudará a espantar los fantasmas del incesto y
evitara la erotización de la relación filial. Y esto es especialmente importante en el caso
harto frecuente de padres que, prisioneros de exigencias laborales durante el día,
están mucho mas ausentes que las madres del hogar; en el caso de padres separados
que no conviven con sus hijas y que solo están con ellas algún fin de semana o en las
vacaciones; en caso de hijas púberes que necesitan un contacto afectuoso y que
resienten tanto la evitación del contacto, como la sexualización del mismo a través de
la mirada que "provocan".

No estoy con esto incitando al contacto incestuoso ni ignorando las estadísticas que
reflejan apenas la cruel realidad que padecen las niñas por el solo hecho de tener un
cuerpo de mujer; no quisiera caer en la ingenuidad de apelar al romanticismo de un
vínculo entre padres e hijas que ignore lo que pasa con la estimulación exagerada que
supone el contacto con la desnudez del cuerpo o la exhibición impertinente e impúdica
del cuerpo de los adultos. Hoy en día, ninguna madre se horroriza ante la erección de
su bebé como respuesta a las caricias producidas durante los servicios higiénicos o
alimentarios. Pero no pasa lo mismo en relación a la erección del padre a partir del
contacto (o la mirada) con el cuerpo de su hija. Claro está que no hay normas culturales
para esto pero lo que es seguro es que las argentinas y los argentinos no somos
suecos. Lo que equivale a decir que la mayor parte de los actualmente gestantes -y
aquellas y aquellos que están criando niños- no tienen incorporado naturalmente en su

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propia historia infantil la práctica de bañarse desnudos con sus padres. Nada tiene de
malo pero sería bueno recordar que el borde entre el contacto próximo, natural y
afectuoso con el cuerpo de los padres puede superponerse con el límite de la
estimulación exagerada, el exhibicionismo encubierto y la violencia sexual simbólica y,
muchas veces, actuada.

DE GENITOR A PADRE.

Una distancia insalvable separa el acto biológico de engendrar un hijo, del desafío de
construirse como padre. De eso -del deseo de los padres reales, padres encarnados,
padres construidos históricamente (y no solo simbólicos)- el psicoanálisis casi nunca
habla. A ese aspecto, entonces, me referiré aquí.

Ya se sabe: los aportes genéticos del macho nada dicen acerca del deseo de ser padre
(si es que tal deseo existe) pero una vez que el bebé nace -y, aún antes de nacer- es
algún tipo de padre el que empieza a construirse. Así, la paternidad está ligada a la
adopción ya que -genitores, o no- todos nos vemos enfrentados a la tarea de adoptar a
nuestra cría. Y son las niñas y los niños -es el acceso a los hijos- lo que permite que un
padre se vaya construyendo como tal6.

The child is the father of the man dice Freud7 citando a Wordsworth, el poeta
romántico inglés. Pués bien, vamos a la lógica. Si una mujer que no tiene un hijo, no es
una madre (y está por verse si, acaso, es una mujer), un hombre que no tiene un hijo,
no es un padre aunque no ser padre no le impida ser considerado “todo un hombre”.

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6 Remito a la maravillosa novela de Kenzaburo Oé: Una cuestión personal. Anagrama. Barcelona, 1989.

7 Y, también, citado por Lacan en El Seminario: La ética del psicoanálisis. Remito al excelente artículo
de Luis Chitarroni “Disgresiones acerca de la paternidad del hijo de hombre”, en Conjetural. Número
29. Buenos Aires, Junio 1995.

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Pues bien: si el varón que no tiene un hijo no es un padre ¿puede ser considerado hijo
el niño que no tiene padre? ¿o solamente se lo designará bastardo?

“¡Nacer, dice Bernard This8, no es solo salir del vientre materno! Cortado y anudado el
cordón umbilical, el niño es separado de una parte de sí mismo, su placenta.
Reconocido varón o niña, recibe un nombre de pila; su nacimiento es declarado por su
padre en el Registro Civil que le corresponde: un funcionario lo inscribe en el Estado.
Su existencia depende legalmente de esa declaración. Sólo a partir de esta primera
inscripción podrán los funcionarios del Estado expedir lo que se llama “acta de
nacimiento”. Y la niña o el niño tendrán el apellido del padre aún cuando lleven el
apellido de la madre que es, por supuesto, el del padre de la madre.

Padre es, entonces, el que, al nombrarnos, nos humaniza: “Que un nombre -no
importa cuán confusamente- designe a una persona determinada, en eso consiste,
exactamente, el pasaje al estado humano”.9

¿Que puede definir, positivamente, al padre?

Tradicionalmente podríamos decir que las tres o, al menos, una de estas tres
condiciones:

-Haberlo engendrado.

-Ser la pareja, tener relaciones sexuales con la madre.

-Convivir con el niño.

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8 This, Bernard: El padre: acto de nacimiento. Paidós. España. 1982.

9 Lacan, J: La Instancia de la Letra en el Inconsciente. Ficha mimeográfica

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Dos son los obstáculos que se oponen a la proximidad de un padre con su hija o con su
hijo.

-Los imperativos laborales.

-Las mujeres que rodean a los niños.

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FEMINISMO CON FREUD Y LACAN

Anticipé, al principio, que recurriendo a Jane Flax, a Teresa de Lauretis y en otras y


otros autores más (J. Laplanche, M.Tort, S. Bleichmar, S. Tubert, J. Butler, M.
Rosemberg, F. Jameson, J.B. Ritvo) me internaría en la apasionante polémica en torno
a un “Freud más que Lacan” para el feminismo; o a favor de un “más Lacan y menos
Freud” para la subversión del sujeto. Dije, también, que introducirnos en ese tema,
incluye el desafío de enfrentarnos a una complejidad que se resiste a quedar
clausurada con comentarios banales acerca del falocentrismo de Freud o el
logocentrismo patriarcal de Lacan basados en el poder de la nominación.

Con Dorothy Dinnerstein (1976) comenzó una ofensiva teórica que propuso a los
varones compartir con las mujeres la crianza de los hijos. Poco después, Nancy
Chodorow (1978), inspirada en el funcionalismo de Talcott Parsons, confirmó está
posición, reiterando la versión más convencional: ya que en nuestra sociedad -dice
Nancy Chodorow- los padres están mucho menos disponibles que las madres, a las
niñas se les hace más difícil ingresar en la triangulación edípica y por eso tienden a
quedar atrapadas en la identificación a estereotipos femeninos que las condenan
dentro de los límites de la maternidad.

No fue difícil atacar la posición de Nancy Chodorow. No, para los argentinos, bien
entrenados por los franceses en desconfiar del funcionalismo norteamericano. Aunque
la propuesta puede ser compartida -claro que los varones debemos involucrarnos en la
crianza de nuestras hijas y de nuestros hijos- al sostener el cumplimiento de los “roles
asignados” por el patriarcado, Nancy Chodorow hace poco para reformular el
interrogante crucial de ¿qué es un padre? Nancy Chodorow ignora el cuerpo pulsional,
sociologiza la cuestión e ignora la complejidad deseante; mientras Jessica Benjamin
(1988), en la misma línea, repara el error -introduce el inconsciente- pero no cambia el
paradigma desde que remite a los vínculos interpersonales los fundamentos de la
subjetividad.

Volvamos, ahora al interrogante crucial de ¿qué es un padre?

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Para empezar: Lacan sostiene -con Freud y Levy-Strauss- que la interiorización del tabú
al incesto es el acto fundacional de la cultura. De ahí que reclame la intervención de
una fuerza externa para intentar desgarrar la poderosa relación que une al niño con su
madre. Esa fuerza, claro está, es el padre. Dicho de esta manera, se supone que nada
interno en la madre o en el hijo puede garantizar que se separen. Así, la ley paterna es
concebida como un dispositivo que viene de afuera, viene del exterior y, al forzar al
niño a romper con la simbiosis primordial materna, lo habilita, en Nombre del Padre, a
inscribirse en el universo simbólico. Solo que el giro lingüístico de Lacan, hace a las
culturas, equivalentes de La Cultura y encubre, con la estructura y los efectos
supuestamente universales y a-históricos de la lógica del lenguaje, la posibilidad de
deconstrucción de la cultura y de las relaciones sociales de poder y de dominio que la
determinan.

Decía que, para Lacan, esa Ley paterna es una intervención que viene de afuera, viene
del exterior. Es, si se quiere, “real”. Y eso real está ligado al hecho -para nada
intrascendente- de ser cultura masculina, no como efecto del lenguaje, sino como
consecuencia de las relaciones del poder ejercido por los hombres sobre las mujeres.
De ahí que Freud aparezca como mucho mas “realista” que Lacan, porque Freud no
nos pide aceptar que nuestros hijos y nuestras hijas están castrados del mismo modo o
en el mismo grado; Freud no sugiere que la lucha edípica y la iniciación en la cultura
tienen las mismas consecuencias para niñas y varones.

Es cierto que Freud desvía la cuestión hacia la biología. “Anatomía es destino”, dice; y,
al hacerlo, deja bien en claro que en este mundo, en esta cultura patriarcal, no da lo
mismo nacer varón o nacer mujer. Freud enmascara las cuestiones del poder bajo las
diferencias anatómicas pero acepta dos circunstancias importantísimas:

1.-que los hombres tienen privilegios que les son quitados a las mujeres -que solo las
mujeres están castradas- y

2.-que esa diferencia genera un cierto Malestar en la Cultura.

En cambio, Lacan nos propone aceptar que tanto hombres como mujeres estamos
castrados y así circulamos, no por la cultura, sino por el lenguaje. La clave lingüística

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del psicoanálisis lacaniano, puede que permita concebir un avance en la


deconstrucción cultural de la diferencia entre los géneros pero, en realidad, al
reemplazar a la cultura, a su historia, a las relaciones de dominio que en su seno
producen malestar, por la lógica universal del lenguaje, impide avanzar en la
comprensión de las determinaciones que nos producen mujeres y hombres de tal o
cual manera. Porque el caso es que, aunque Lacan afirme que tanto hombres como
mujeres carecen de falo y están castrados, las consecuencias de esta carencia no
parece ser la misma para unos y otras.

Tengo la impresión que al cambiar el eje del psicoanálisis -al proponer una teoría
estructural del lenguaje y un registro simbólico supuestamente “neutral” y
universalista en reemplazo de una concepción del desarrollo psicosexual de los
sujetos- Lacan ayuda poco a develar los orígenes sociales de la construcción del género
y omite la génesis de las asimetrías de poder que caracterizan al patriarcado. Esto es:
una vez más, con Lacan, se afirma y oculta la autoridad del padre: se privilegia su lugar
y se protege su dominio.

Así que, cuando Lacan se pregunta “¿Qué es un padre?”10, sólo busca un pretexto para
afirmar, una vez más, que un padre “es, precisamente, el Nombre del Padre”. Es, si
acaso, una referencia. Una referencia a la que sería preferible aludir como referente.

“¿Qué hace a la presencia -desde un tiempo que no es ayer- de esta esencia


del padre? Y, después de todo, nosotros, analistas, ¿sabemos bien de que se
trata?

De todas maneras quería hacerles observar esto: en la experiencia analítica, el


padre no es más que referencial. Interpretamos tal o cual relación con el padre

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Juan Carlos Volnovich AZ. La construcción del padre

pero: ¿analizamos alguna vez a alguien en tanto que padre? Si así fuera, ¡que
alguien me lo haga notar! El padre es un término de la interpretación analítica.
Nada más. A él se refiere algo.

No obstante propongo resituar el Complejo de Edipo a la luz de estas


observaciones. De alguna manera el mito de Edipo produce algunas molestias
(entre las feministas) porqué aparentemente instaura la primacía del padre, que
sería una convalidación del patriarcado. Yo querría hacerles sentir algo: eso por
lo cual, para mí, al menos, no me parece en lo absoluto una convalidación del
patriarcado. Muy lejos de eso. El padre nos hace aparecer eso: un punto de
entrada por donde la castración podría ser aferrada con un acceso lógico y que,
de esta manera, se definiría por ser numerable. El padre, no solo está castrado,
sino que es castrado precisamente al punto de no ser más que un número. Y
esto se indica claramente en las dinastías. George III, George IV, GeorgeV.”11

Está claro: para Lacan el padre es una referencia al padre; es un operador estructural;
es un agente que cumple la función de “doble agente”.

“La noción del padre real es científicamente insostenible. Solo hay un único
padre real, es el espermatozoide. Por lo tanto no es en lo absoluto sorprendente
que nos encontremos sin cesar con el padre imaginario. Y está estrictamente
excluido que se defina de una manera segura al padre real, sino es como agente
de la castración.”12

10Lacan, J: Seminario De un discurso que no sería de la apariencia. 16-6-71. Ficha mimeográfica.


Traducción de Beatriz Rajlin.

11 Lacan, J: op.cit.

12 Lacan, J: El Seminario: El reverso del psicoanálisis. Ficha mimeográfica.

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Juan Carlos Volnovich AZ. La construcción del padre

El límite es preciso: los varones podemos incluirnos como “padres reales” en dos
momentos:

-durante el coito, como espermatozoides: “Solo hay un único padre real, es el


espermatozoide”.

-en un segundo momento, durante la crianza de nuestros hijos, después que la madre
haya organizado el vínculo simbiótico con la criatura. Los varones debemos compartir
la crianza de nuestras hijas y de nuestros hijos pero siempre desde el lugar de
interdicción del goce materno ante el cuerpo del hijo o de la hija ya que “está
estrictamente excluido que se defina de una manera segura al padre real, sino es como
agente de la castración.” A menos que ese lugar desborde la interdicción y entonces,
esos cuidados primarios que el padre le dispensa a su hija o a su hijo, serán
considerados como conductas maternales desempeñados por un hombre. Esto es:
estarán al servicio -al decir de Silvia Bleichmar- del “ejercicio de su propio goce
autoerótico, vale decir, homosexual”13 .

Entonces: los varones debemos dejar de estar ausentes; debemos cantar presente
pero para cumplir con la interdicción que nos toca; lo demás lo haremos -permítanme
una traducción libre para el “propio goce autoerótico” y “homosexual”- de puro
onanistas y afeminados.

Tengo la impresión que poco es lo que vamos a avanzar si eso es lo que las y los
psicoanalistas opinan de los hombres que, a despecho de Winnicott, de Francoise
Dolto, de Laplanche y de Bleichmar, compartimos con nuestras mujeres la crianza de
los niños. Aunque “onanistas” y “afeminados” no sean halagos, precisamente, en
realidad me importa menos como opinión que como afirmación teórica.

17
Juan Carlos Volnovich AZ. La construcción del padre

“¿Cómo ingresa el padre en estos tiempos de los orígenes en los cuales está en
vías de constituirse lo originario sepultado en el inconsciente? Lo hace, tanto en
la niña como en el varón, de dos modos diferentes: por un lado como separador
del vínculo fusional inicial con la madre -captura en el fantasma de escena
primitiva a partir del posicionamiento que ocupa, como intervalo que separa del
objeto primordial, así lo definió Melanie Klein poniendo de relieve su función de
corte aún antes de que se establezca su carácter de interdictor-; por otra parte, y
a partir de los cuidados precoces compartidos, como metonimia de la madre que
inscribe a su vez, restos de percepción que no terminan de ser asimilados por los
movimientos de pulsación que ella ejerce”14

“...como metonimia de la madre”.

Leímos bien. Un hombre que comparte con su mujer los cuidados de su hija o de su
hijo -los cuidados precoces, los primeros cuidados- lo hace “como metonimia de la
madre”. Es decir, como aquello que designa un objeto por una de sus partes.

Así, para Lacan, y para Bleichmar, no importa o no existe -lo mismo da- el padre “real”.
Y, si los varones debemos abandonar ese lugar de padres ausentes, lo haremos solo
para cumplir con la interdicción que nos toca; lo demás se hará en clave femenina.

Entonces, si el psicoanálisis no tiene recursos para teorizar las relaciones de un hombre


con su cría -como no sea a través del referente “interdictor” o a través de la apelación
a la función de corte-; si un hombre que asiste a su prole solo puede ser significado
como “una buena madre” porqué no hay registro posible desde el psicoanálisis

13Bleichmar, Silvia: “Paradojas de la constitución sexual masculina”, en la Revista de la Asociación de


Psicoterapia para Graduados. Número 18. Buenos Aires. 1992.

14 Bleichmar, S: op.cit

18
Juan Carlos Volnovich AZ. La construcción del padre

lacaniano para las acciones, los afectos, las interacciones de los varones con nuestras
hijas y con nuestros hijos, pues habrá que construirlos. Habrá que construir al padre y,
simultáneamente, habrá que construir los recursos teóricos que den cuenta de esa
construcción. Nadie podrá ahorrarnos a los varones el trabajo y el gusto de
enunciarnos “padres” y nadie podrá ahorrarnos a los psicoanalistas-feministas (y,
cuando digo: “los” psicoanalistas, me refiero a los psicoanalistas varones) el trabajo
teórico de bajar al padre del caballo de lo “simbólico” para hacerlo aparecer en lo
“real”15.

Efectivamente: la sociología funcional impone al psicoanálisis la idea de que, quiéralo o


no, existe un padre real (en el sentido vulgar del término); esto es: que hay tanto
agentes como portadores. Por supuesto que no importa si el papá es el papá. Lo que
no puede pensarse es que quede vacío el lugar de una Ley que ejerce su influencia en
todas y en todos, en cada una y en cada uno de nosotras y de nosotros; ley que
garantice nuestra incorporación al universo simbólico que no es otro, claro está, que el
universo del lenguaje regido por una lógica universal y a-histórica donde no cuenta la
cultura patriarcal ni la historia del dominio masculino. Lo que no puede pensarse es el
impacto de un varón haciendo con su cría algo más que separarlo de la madre. Tal
parecería que ese “algo más” será, necesariamente, femenino.

_____________________________________________________________

15Son relativamente escasos los trabajos sobre el padre escritos por psicoanalistas feministas mujeres.
A detacar: Meler, Irene: “Construcción de la subjetividad en el contexto de la familia postmoderna.
Un ensayo prospectivo”. En Actualidad Psicológica, año XXI, Número 238. Y, Tubert, Silvia: “La
paternidad”en Mujeres sin sombra. Siglo XXI. Madrid, 1991.

19
Juan Carlos Volnovich AZ. La construcción del padre

Pero no es tan simple como parecería la diferencia entre funciones y portadores.


“Tampoco es justo diferenciar la ley de los actos (la supuesta ley paterna, para el caso),
de los actos singulares que la enuncian”16, dice con razón Juan Ritvo.

Dinnerstein y Chodorow adhieren a la sociología funcional norteamericana. También,


aunque sin quererlo, lo hacen los analistas lacanianos. Tengo la impresión que, muy a
su pesar, algunos psicoanalistas lacanianos reintroducen con la “función de corte”, la
sociología funcional norteamericana que suponen rechazar. Cuando, por ejemplo,
Joël Dor repite una vez más el concepto lacaniano de la paternidad como metáfora y
aclara que no es lo mismo la ausencia del padre en la familia que la ausencia del padre
en el Complejo de Edipo dice, como al pasar, “la presencia del padre contingente, es
decir, real...”17. Al afirmar esto, Joël Dor equipara al padre simbólico con la categoría
de función y de necesidad; y, a ellas, les opone la contingencia y la noción de agente
entendida como representante intermediario.

Pero en Lacan, el agente, no es agente de la Ley, sino de la causa y por eso puede llegar
a ser “agente doble”. A diferencia de lo que reclama en última instancia la sociología
funcionalista, el padre real no es (o no debería ser) un emisario del padre celestial y, “si
se la cree”, si se confunde con el sujeto llamado a la paternidad, no hará más que
equivocarse asimilándose a la Ley; a los militares que imponen el orden y ponen
límites, dicen; a Dios.

_____________________________________________________________

16Ritvo, Juan Bautista: “La apariencia del padre real” en Revista Conjetural. Número 29. Buenos Aires,
Junio de 1995.

17 Dor, Joël: El padre y su función en psicoanálisis. Nueva Visión. Buenos Aires. 1991.

20
Juan Carlos Volnovich AZ. La construcción del padre

Tal vez la afirmación de Jane Flax18 “La obra de Lacan no puede contribuir mucho a los
nuevos conceptos feministas sobre el género” sea un tanto taxativa pero, sin embargo,
nos permite cuestionar la retórica lacaniana desde un Freud dignificado después de
tantas décadas de críticas feministas.

Tal vez lo que aquí expongo exceda el marco de este texto pero me gustaría dejar
consignado, al menos, lo siguiente.

-La letanía: “una cosa es Lacan y otra es el lacanismo” con el que se intenta inocentizar
la obra de Lacan salvándola de aquellos repetidores, ecolálicos o diversionistas que la
han bastardeado, me parece irrespetuosa y ajena a la poderosa producción
psicoanalítica argentina hecha de voces informales que demuestran como, muchas
veces, la copia es mejor que el original. Que el psicoanálisis argentino es copia de un
original que no existe y que en la multiplicidad de versiones y traiciones a la obra de
Freud y a la obra de Lacan es donde vive lo mejor del psicoanálisis es, para mí, una
evidencia tan incontestable como lo es la necesariedad del psicoanálisis para el
feminismo contemporáneo.

-Al simplificar la densa producción lacaniana, descartándola por pereza o ignorancia,


corremos el riesgo de renegar de lo mejor de un capital epistémico atesorado a lo largo
de, por lo menos, tres décadas.

¿Criticar a Lacan? ¿Debatir con Lacan? Si, pero recordando la complejidad de su


retórica trágica. “Pensamiento trágico”. Así lo dice Frederic Jameson19.

_____________________________________________________________

18Flax, Jane: Psicoanálisis y Feminismo. Pensamientos fragmentarios. Ediciones Cátedra. Valencia.


1990.

19Jameson, Frederic: Imaginario y Simbólico en Lacan. Ediciones El cielo por asalto. Buenos Aires.
1995.

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Juan Carlos Volnovich AZ. La construcción del padre

La celebración de la sumisión a la Ley y la subordinación del sujeto al Orden Simbólico


con todas las consecuencias reaccionarias y conservadoras que tiene, no puede
entenderse sin aceptar que, ante todo, para Lacan, la sumisión a la Ley es, más que
represión, alienación en el sentido ambiguo en el que Hegel, a diferencia de Marx,
considera este fenómeno. La celebración de la sumisión a la Ley y la subordinación del
sujeto al Orden Simbólico no pueden entenderse sin aceptar que, ante todo, para
Lacan, el psicoanálisis trata acerca de la subversión del sujeto20.

_____________________________________________________________

20“La sustitución sistemática del “referente” por el “significado”, permitiría pasar lógicamente de la
afirmación propiamente lingüística de que el significado es un efecto de la organización significante,
a la conclusión, bastante diferente, de que, en consecuencia, el “referente” -es decir, la Historia- no
existe.” Jameson, Frederic: Imaginario y Simbólico en Lacan. Op. Cit.

22
Juan Carlos Volnovich AZ. La construcción del padre

LA EXPERIENCIA DE LA PATERNIDAD:

PEIRCE CON FREUD.

Fue a finales de la década de los ’60 -y gracias a Marie Langer- que surgió mi interés
por la psicología femenina. No se convirtió, con todo, en mi única pasión. Por aquel
entonces era -como no podía ser de otra manera- un “ortodoxo” analista kleiniano que
cursaba los Seminarios del Instituto de Psicoanálisis de la A.P.A. cuando, de manera
casual, tuve mi primera aproximación a los Collected Papers de Peirce. Los leí e insistí
en que se tradujeran: insistí para que se publicaran. Hoy en día, La ciencia de la
semiótica (tal el título del libro) -texto desaparecido de las librerías y, más aún, de las
bibliotecas- es casi lo único que de Pierce se ha publicado en español.

Por influencia de Peirce21 escribí, entonces, lo que fue mi primer trabajo. Llevaba como
título “La construcción de la realidad por el niño”. Épocas de enorme influencia
estructuralista, el trabajo destilaba empirismo y pragmatismo lo que quería decir, era
insostenible a la crítica: blanco fácil para el descarte. En un claro gesto de claudicación
cedí al terrorismo intelectual de la época e intenté, entonces, darle un barniz y una
apariencia que lo hiciera un poco más potable a los imperativos vigentes. Para
empezar, le cambié el título original que pasó de ser “La construcción de la realidad
por el niño” a “El concepto de realidad en el niño”. (Como es evidente, “construcción”
es el significante omitido). Así, con ese título, fue posteriormente incluido en los
Cuestionamos 22 que compilaron Marie Langer y Armando Bauleo.

_____________________________________________________________

21 Y de Jean Piaget.

22 Langer, Marie ; Bauleo, Armando : Cuestionamos 2. Granica Editor. Buenos Aires 1973.

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Juan Carlos Volnovich AZ. La construcción del padre

“La construcción de la realidad por el niño” era, claro está, la construcción que el niño
hace del padre real. Ahora, a treinta años de aquella experiencia, vuelvo con Peirce a
insistir en la construcción del padre.

“El esfuerzo más sistemático por defender la centralidad del sujeto en las
teorías del significado, propone considerar el psicoanálisis como una rama de la
semiótica: y, aún más, que si la semiótica como teoría de la auto-conciencia
surge a comienzos de siglo con los escritos de Charles Sanders Peirce y Ferdinand
de Saussure, alcanza su madurez solo cuando la consolida el psicoanálisis con la
obra de Lacan”

dice Kaja Silverman en The Subject of Semiotics.23

Haré, entonces, un rodeo por la semiótica para poder llegar a donde voy: a la
construcción del padre.

En las últimas décadas, la semiótica ha sufrido un cambio en su eje teórico: de


clasificación de un sistema de signos ha derivado a la exploración de los modos de
producción de signos y significados, a las formas en que se usan, al análisis de las
maneras en que son incorporados y violados los códigos por la actividad social. Allí
donde, hasta hace poco, se estudiaban los sistemas de signos, ahora se pone el énfasis
en la actividad que construye y transforma los códigos al tiempo que construye y
transforma a los individuos que llevan a cabo esa actividad. Por esta vía los individuos
pasan a ser considerados “sujetos de la semiosis”.

A partir del “sujeto de la semiosis”, son dos las líneas que se han desarrollado.

_____________________________________________________________

23 Silverman, Kaja: The Subject of Semiotics. Oxford University Press. New York. 1983.

24
Juan Carlos Volnovich AZ. La construcción del padre

La primera posición se centra en los aspectos subjetivos de la significación y está


poderosamente influida por el psicoanálisis lacaniano donde el significado se
construye como efecto del sujeto (siendo el sujeto, a su vez, un efecto del significante).

La otra es una semiótica interesada en acentuar el aspecto social de la significación, su


uso práctico: en ella el significado se construye como valor semántico producido a
partir de códigos culturalmente compartidos.

La primera posición tiene nombres propios: Julia Kristeva y Christian Metz.

La otra se llama, fundamentalmente, Umberto Eco.

Por su parte, Teresa de Lauretis24 intenta marcar una zona de intersección mutua
entre ambas corrientes de la semiótica y, al hacerlo, me parece que nos conduce por
el camino correcto hacia una política feminista de la paternidad.

Porque la paternidad -si no es un instinto- podría ser entendida como “hábito”.

Es Peirce (1897) quién lo denomina “hábito”.

Para Peirce, “hábito” es lo que designa una disposición natural o adquirida; “hábito”
sería

“ (…) una especialización original o adquirida de la naturaleza de un hombre de


tal forma que lo lleva a comportarse siempre de una forma describible en
términos generales y en toda ocasión (o en la mayoría de las ocasiones) con
características singulares”.25

_____________________________________________________________

24De Lauretis, Teresa: Alicia doesn’t. Hay traducción al castellano. Alicia ya no, Cátedra. Valencia.
1984.

25Peirce, Charles Sanders: Collected Papers. Harvard University Press. 1958.

25
Juan Carlos Volnovich AZ. La construcción del padre

Por otro lado cuando Laplanche, muy psicoanalítico, nos dice que los deseos
inconscientes “tienden a satisfacerse a través de la restauración de signos que están
asociados a las experiencias más tempranas de satisfacción” alienta la posibilidad de
pensar los deseos inconscientes como efecto de esfuerzos y de “hábitos
inconscientes”. Por lo tanto, especular teóricamente alrededor de “hábitos
inconscientes” -”hábitos” en el sentido de Peirce; “inconsciente” en el sentido de
Freud- tal vez podría conducirnos al territorio de la subjetividad donde los discursos de
la semiótica y el psicoanálisis se articulen para eludir, a la luz del significado, el dilema
entre pulsión y razón.

Decía que Peirce lo llama “hábito”, pero prefiero, siguiendo a Teresa de Lauretis26, el
término de “experiencia”.

Si pretendemos ampliar nuestra comprensión crítica acerca de la construcción del


padre -lo que quiere decir: cómo se establece, cómo se reproduce y cómo se innova en
las relaciones de los varones con sus hijos y con sus hijas- me parece imprescindible
elaborar teóricamente la idea de “experiencia”. “Experiencia” como término teórico
inevitablemente confrontado y conjugado27, por una parte, con las teorías del
significado y de la significación y, por otra, con la concepción psicoanalítica que da
cuenta de la construcción subjetiva.

_____________________________________________________________

26 De Lauretis, Teresa: op.cit.

27 Ardoino, Jacques: “Vers la multiréférentialité”. En Savoye, A y Hess, R: Perspectives de l’Analyse


Institutionnelle. Méridiens Klincksheck. París, 1988. Hay traducción de José Perrés. No es este lugar
para extenderme acerca de la multirreferencialidad discursiva en lo “interdisciplinario”. Solo,
consignar que cada lengua deberá ser hablada de acuerdo a sus propios referentes y únicamente
podrá ser entendida desde ellos. Lo que no ignora la necesariedad de un cierto “poliglotismo” y de
una limitada coordinación de las diferentes disciplinas. Reunir y urdir las diferentes tramas
disciplinarias para conformar un tejido flexible y tupido, supone la “articulación”, la “traducción”, la
“transpolación”, la “convergencia”, la “conjugación” de lenguas. Ardoino prefiere usar el término
“conjugar” por razones polisémicas que suponen la posibilidad que tienen ciertos conceptos de
circular en forma casi lúdica (“jugar con”) evitando la sacralización de los mismos.

26
Juan Carlos Volnovich AZ. La construcción del padre

Lo que sigue es, entonces, un intento de aproximarnos a esa confrontación; el inicio


del arduo trabajo de la conjugación propuesta.

Porqué “experiencia” es, como también lo es “praxis”, un término frecuente que va


desde la filosofía hasta el lenguaje coloquial. Pero aquí lo tomo como termino teórico
que anuda la subjetividad, la sexualidad, el cuerpo y hasta la actividad política.
Entonces, me toca aclarar, para empezar, que cuando afirmo la “experiencia de la
paternidad” no pretendo aludir al mero registro de datos sensoriales, o a la relación
puramente psicológica con los hijos; a las anécdotas de esa interacción filial o a la
adquisición de habilidades y competencias por acumulación o exposición repetida al
estilo de dar la mamadera, cambiar los pañales o ir a la cancha de fútbol. Tampoco uso
el término en el sentido esencialista e individualista, para aludir a algo que le
pertenece a uno mismo y es exclusivamente suyo aun cuando los otros puedan tener
experiencias similares. Sino, mas bien, lo hago en el sentido de “proceso”; “proceso”
por el cual se construye la subjetividad de todos y cada uno, en tanto padres socio-
históricos. Así considerado, el proceso es continuo y su fin inalcanzable se renueva
cotidianamente. Para cada varón, por lo tanto -antes que un punto de llegada o de
partida- su subjetividad, su condición de padre, es una construcción que no tiene
principio y nunca termina.

Es al efecto de la interacción con la hija, con el hijo y con el mundo, a lo que propongo
llamar “experiencia”. “Experiencia” que se produce no como respuesta a imposiciones
externas sino en base a la implicación personal, subjetiva, en aquellas actividades,
discursos e instituciones que dotan de importancia (significado y valor) al
acontecimiento de la paternidad. “Experiencia” como proceso continuo por el cual se
construye semiótica e históricamente la subjetividad. Insisto: así considerada, la
paternidad ejercida por un hombre, está asociada a la cotidiana construcción de su
subjetividad en un proceso que no tiene punto de partida al tiempo que carece de
punto de llegada: no se sabe cuando uno empieza a construirse como padre y nunca se
tiene la certeza de haberlo sido.

Así, si queremos ampliar nuestra comprensión crítica de como se construye un padre a


partir del acto de genitura -lo que quiere decir: como se establece y se reproduce al

27
Juan Carlos Volnovich AZ. La construcción del padre

infinito un modelo de relación paterno-filial- se impone elaborar una teoría de la


“experiencia”. Y esta teoría hay que confrontarla, por una parte con las teorías del
significado y de la significación y, por otra, con las concepciones relevantes del sujeto.
Para eso es necesario -por lo menos- sentar en la mesa del psicoanálisis y las teorías de
las relaciones entre los géneros, a la semiótica. Decisión audaz y no exenta de
consecuencias.

Quedaría, entonces, planteada la cuestión en una complejidad ampliada desde que


incluye, al menos, a tres disciplinas. A saber:

-el psicoanálisis

-la teoría de las relaciones entre los géneros

-la semiótica

¿Por qué la semiótica?

¿De que otro modo podemos registrar la incorporación de valores sociales y de


sistemas simbólicos en la subjetividad, si no es a través de la inteligibilidad que nos
promete la semiótica al precisar la mediación de los códigos (esto es, la relación del
sujeto en el significado y en el lenguaje) que hace posible tanto la representación como
la auto-representación?

Quiero decir: existe un padre real y existe un discurso (de ahí la pertinencia de la
semiótica) acerca de la paternidad (acerca de lo que un padre es) que va produciendo
una particular manera de “ser” padre.

28
Juan Carlos Volnovich AZ. La construcción del padre

Dejando para después la crítica al funcionalismo quisiera afirmar y reafirmar aquí, que
existe un padre real y que -como bien sostiene Moustapha Safouan28- la función del
padre real no es la de oponer la Ley al deseo, sino la de conciliarlos. La experiencia
psicoanalítica nos muestra que su oposición no es para nada una confrontación entre
dos fuerzas exteriores, una con relación a la otra, sino que el deseo constituye un
efecto imaginario del orden simbólico como tal.

La función del padre real. El padre es un sujeto masculino que, a través de un tipo
particular de relación con la realidad social, a través de un tipo particular de
“experiencia”, especialmente a partir de una experiencia particular de la paternidad, le
va devolviendo a su cuerpo la condición de sujeto de la semiosis: efecto de significado
del signo.

Y ¿que son los signos?

“Un signo o representamen -dice Pierce- es algo que está por algo para alguien
en algún aspecto o capacidad. Se dirige a alguien, esto es, crea en la mente de
esa persona un signo equivalente o, quizás, un signo más desarrollado. A ese
signo creado lo denominaré el interpretante del primer signo. El signo está por
algo, que es un objeto. Está por ese objeto, no en todos sus aspectos, sino en
referencia a un tipo de idea, que a veces he denominado el fundamento de la
representación”.29

Por su parte, Eco -que en 1979 le dedica un maravilloso trabajo “Pierce, and the
semiotic foundations of openness”- sostiene que los signos son inequívocamente

_____________________________________________________________

28 Safouan, Moustapha: “La función del padre real” en Estudios sobre el Edipo. Siglo XXI. 1977.

29 Peirce, Charles Sanders: Collected Papers. Harvard University Press. 1958.

29
Juan Carlos Volnovich AZ. La construcción del padre

fuerzas sociales y reinterpreta a Peirce en lo que él llama “el realismo no ontológico,


sino pragmático” de Peirce.

“Peirce estaba interesado no solo por los objetos como conjuntos ontológicos de
propiedades, sino que, lo más importante, concebía los objetos como ocasiones y
resultados de la experiencia activa. Descubrir un objeto significa descubrir la
forma en que actuamos sobre el mundo, produciendo objetos o produciendo
usos prácticos de ellos”.30

Pero la importancia del signo no tendría su efecto -esto es, no sería un signo- sin la
existencia o la ”experiencia” por parte del sujeto de una práctica social en la que se ve
físicamente, corporalmente, envuelto e involucrado. Atender las necesidades de un
niño pequeño, cambiarle los pañales, nada dice, no prejuzga acerca de su inscripción
como obligación que genera repugnancia, o placer lúdico, por ejemplo.

Si insisto en la semiosis es porque la semiosis especifica la mutua determinación entre


el significado, la percepción y la experiencia, relación compleja si las hay, por los
efectos recíprocos entre el sujeto y la realidad social que sugieren una continua
modificación de la conciencia. Así, el concepto de semiosis, depende de la íntima
relación entre la subjetividad y la práctica; y el lugar de la paternidad en esa relación es
lo que nos da a los varones ese significado cambiante de sujetos masculinos.

Plantear que lo más personal -la paternidad- está determinada socialmente, es afirmar
que la paternidad es “esencialmente” política. Así entendido, desde que uno se
construye como papá a través de la “experiencia” de la paternidad, más que un asunto
que nos corresponde como varones, como adultos sexuados, es un asunto
epistemológico y político.

30
Juan Carlos Volnovich AZ. La construcción del padre

En las últimas décadas, como una forma de hacer política, el feminismo está
“inventando”, construyendo, nuevas estrategias, nuevos contenidos, y nuevos signos
semióticos para los padres. Pero, también, y esto es si acaso lo más importante, el
feminismo pretende llevar a cabo ciertos cambios en los “hábitos” de los padres y
producir -construir- nuevas subjetividades.

Y es tal vez allí donde hay que ir a buscar la especificidad de la paternidad: no en la


virilidad como cercanía con el cuerpo de varón; no en el inconsciente como deseo
propio de los hombres diseminadores; no en la tradición masculina que nos pretende
protectores; no en los resquicios y las grietas que nos dejan las mujeres; sino, más
bien, en la actividad política, teórica y epistemológica mediante la cual puedan ser
articuladas las relaciones del sujeto con la realidad social a partir de la experiencia
histórica que los varones desarrollamos, también, con nuestra prole.

30Eco, Umberto: The role of the reader: explorations in the semiotic of texts. Indiana University Press.
1979.

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