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(S.

Pié Ninot, La Teología Fundamental, 319-322

Los “signos de los tiempos” ¿Nuevos signos de la Revelación y/o


proféticos?

5. Los "signos de los tiempos”: ¿nuevos signos de la Revelación y/o nuevos signos
proféticos?
La categoría signos de los tiempos ha aparecido como una nueva categoría
teológica, especialmente a partir del Vaticano II. En efecto, se trata de una expresión
que Juan XXIII usó por primera vez en la bula de convocación del Concilio Vaticano II
(25.12.1961) y en el esquema de la Encíclica Pacem in terris (6.8.1964) y el Vaticano II
la utiliza en la constitución Gaudium et Spes con estas palabras: “para conseguir este fin
(la misión de Jesucristo de servir y no ser servido), la Iglesia tiene el deber en todas las
épocas de escrutar los signos y los tiempos y de interpretarlos a la luz del Evangelio, de
tal modo que pueda responder a las cuestiones eternas y de los hombres sobre el sentido
de la vida. Conviene, pues, conocer y comprender el mundo en el cual vivimos, sus
esperanzas, sus aspiraciones y su carácter frecuentemente dramático” (GS 4; de forma
parecida en, 44).
De esta forma, pues, los signos de los tiempos se sitúan en el análisis de la realidad
vivida como acontecimientos que tienen, en virtud de su contexto y de su perspectiva
humana, una significación “profética” que sobrepasa su pura materialidad. En efecto, a
partir de los diversos hechos que suceden en los hombres y en la sociedad, la lectura
creyente de la realidad es capaz de discernir “el germen divino que existe en todo
hombre” (GS 3) que lo convierte en abierto al Evangelio. El discernimiento de estos
signos en los tiempos es una tarea eclesial según el Vaticano II ya que: “el pueblo de
Dios se esfuerza en discernir cuales son los verdaderos signos de la presencia o de la
voluntad de Dios” (GS 11). Se trata de una aplicación inmediata de la doctrina general
del Concilio sobre la Iglesia como pueblo de Dios y será en la línea del sensus fidei (LG
12) donde se inscribirá el discernimiento de los signos. Aquí se pone de manifiesto toda
la teología de la revisión de vida o de los hechos cotidianos promovida y practicada
especialmente por los movimientos especializados de Acción Católica, con la JOC
como promotora, que se ha convertido en un estilo teológico-pastoral que ha influido en
múltiples realizaciones y experiencias de iglesia (parroquias, consejos pastorales,
asambleas, comunidades de base, catequesis, movimientos evangelizadores,
congregaciones religiosas...). Por eso, J.P. Torrell escribe: “por el célebre método en
tres puntos (de los movimientos de Acción Católica), ver - juzgar - actuar, no sólo se
han visto influidos militantes, sino también consiliarios y de rechazo también los
teólogos. Estos últimos tuvieron la sorpresa de descubrir no solo una vida cristiana, a
veces mística, sino también una teología implícita que, una vez estructurada, podía
resultar maravillosa”.
La consideración, pues, de los signos de los tiempos como signos proféticos
reveladores de la presencia nueva de Dios en el mundo forma parte de la tarea eclesial
de descubrir el misterio de Dios en su realización histórica, pasada, presente y futura.
Con razón observaba M.D. Chenu poco después del Vaticano II: “la expresión signos de
los tiempos adquiere sentido y alcance no solo por los contextos literarios de la
redacción conciliar, sino en el tejido mismo de la doctrina -y del método-, allí donde
precisamente la Iglesia se define en su relación consustancial con el mundo y la historia.
Se trata en verdad de una categoría “constitucional” que decide las leyes y condiciones
de la evangelización desde el momento en que el cristianismo se siente comprometido
en los “acontecimientos”, enfrentado como está con las demandas, las esperanzas, las
angustias de los hombres, sus hermanos, creyentes o increyentes’'190. No sin razón, K.
Rahner apuntaba novedosamente a una teología propia que surge de la categoría “signos
de los tiempos” calificada como “cosmología eclesiológica práctica”.
La reflexión contemporánea sobre su lugar propio en la teología lo ha situado en la
“hermenéutica de la historia”, tal como puede verse en dos representantes de la teología
de la liberación: Cl. Boff el cual cuestiona la validez de tal categoría abogando en
cambio hacia un retorno de la teología de los histórico, y J.M. Hurtado, quien, a partir
de un análisis detallado sobre su uso en la teología de la liberación, concluye
subrayando que los “signos de los tiempos” son la “posibilidad de un encuentro
profundo entre este hombre concreto de hoy y el Evangelio”- En esta línea, L.
González-Carvajal ha propuesto una sistematización práctica sobre este tema con tres
criterios de discernimiento: el análisis sociológico del presunto signo, el análisis
teológico y la referencia de los signos a sus destinatarios.
En el ámbito más específico de la teología fundamental, H. J. Pottmeyer los ha
situado dentro de la “hermenéutica de la historia".
R Fisichella, por su parte, muestra los signos de los tiempos como la continuidad
del signo en el mundo contemporáneo, por esta razón la tarea permanente de la
comunidad cristiana, y de todo creyente individual, debe ser el de prestarles atención
para que por su mediación sea posible percibir todo lo bueno, bello y verdadero que la
presencia de Dios -y su signo por excelencia, Jesucristo- realiza aún hoy en la historia
humana. A su vez ha subrayado que no debería caerse en una inflación de su uso y
mejor sería utilizarlos para hechos positivos y no negativos que constituyan historia.
De alguna manera, esta categoría de los “signos de los tiempos” asume elementos
teológicos presentes en el clásico argumento profético, aunque en una clave más clara
de teología de la historia, entendida no como adivinanza del futuro, sino captada en su
sentido último, es decir, como lugar de la Revelación dada en Jesucristo y en camino
hacia su realización plena en la escatología. En definitiva, para el cre-yente, todo
acontecimiento humano tiene una dimensión significativa y profética profunda desde
que Jesucristo “hombre perfecto entró en la historia del mundo” (GS 38), siendo así el
“Redentor del hombre y el centro del cosmos y de la historia” (Redemptor hominis, n°
1).

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