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Educar en la Fe y valores a los Jóvenes

Pregunta del Padre Graziano Bonfitto, vicario parroquial


de la parroquia de Ognissanti:

Santo Padre: soy originario de un pueblo de la provincia de


Foggia, San Marco in Lamis. Soy un religioso de Don Orione y
sacerdote desde hace año y medio, actualmente vice-párroco en
la parroquia de Ognissanti, en el barrio Appio. No le oculto mi
emoción, y también la increíble alegría que tengo en este
momento, para mí tan privilegiado. Usted es el obispo y el
pastor de nuestra Iglesia diocesana, pero es siempre el Papa y
por lo tanto el pastor de la Iglesia universal. Por ello la emoción
se multiplica irremediablemente. 

Desearía en primer lugar expresarle mi agradecimiento por todo


lo que, día tras día, hace no sólo por nuestra diócesis de Roma,
sino por la Iglesia entera. Sus palabras y sus gestos, sus
atenciones hacia nosotros, pueblo de Dios, son signo del amor y
de la cercanía que usted alimenta por todos y cada uno.

Mi apostolado sacerdotal se ejerce en particular entre los


jóvenes. Es precisamente en nombre de ellos que desearía
darle hoy las gracias. Mi santo fundador, san Luigi Orione, decía
que los jóvenes son el sol o la tempestad del mañana. Creo que
en este momento histórico en que nos encontramos los jóvenes
son tanto el sol como la tempestad, no del mañana, sino de
ahora.Los jóvenes sentimos actualmente, más que nunca,
la fuerte necesidad de tener certezas. Deseamos
sinceridad, libertad, justicia, paz. Deseamos contar con
personas que caminen con nosotros, que nos escuchen.
Exactamente como Jesús con los discípulos de Emaús. La
juventud desea personas capaces de indicar el camino de la
libertad, de la responsabilidad, del amor, de la verdad. O sea,
los jóvenes hoy tienen una inagotable sed de Cristo. Una sed de
testigos gozosos que hayan encontrado a Jesús y hayan
apostado por Él toda su existencia. Los jóvenes quieren una
Iglesia siempre en el terreno y cada vez más próxima a
sus exigencias.

La quieren presente en sus opciones de vida, aunque


persista en ellos cierta sensación de indiferencia respecto
a la Iglesia misma. El joven busca una esperanza fidedigna
-como usted escribió en la última carta que nos dirigió a los
fieles de Roma-- para evitar vivir sin Dios. Santo Padre
-permítame llamarle «papá»--, qué difícil es vivir en Dios, con
Dios y por Dios. La juventud se siente insidiada por muchos
frentes. Son tantos los falsos profetas, los vendedores de
ilusiones. 

Demasiados los insinuadores de falsas verdades e ideales


innobles. Con todo, la juventud que cree hoy, aún sintiéndose
acorralada, está convencida de que Dios es la esperanza que
resiste a todas las desilusiones, que sólo su amor no puede ser
destruido por la muerte, aunque la mayor parte de las veces
no es fácil encontrar espacio y valor para ser testigos. 

¿Qué hacer entonces? ¿Cómo comportarse? ¿Vale


efectivamente la pena seguir apostando la propia vida por
Cristo? La vida, la familia, el amor, el gozo, la justicia, el
respeto de las opiniones ajenas, la libertad, la oración y
la caridad, ¿son todavía valores que hay que defender? La
vida de los santos, que se mide por las bienaventuranzas,
¿es una vida idónea para el hombre, el joven del tercer
milenio?
Mil gracias por su atención, por su afecto y su premura por los
jóvenes. La juventud está con usted: le estima, le quiere y le
escucha. Siga siempre cerca, indíquenos cada vez con más
fuerza la vía que lleva a Cristo, camino, verdad y vida.
Ayúdenos a volar alto. Cada vez más alto. Y ruegue siempre por
nosotros. Gracias.
Benedicto XVI:

Gracias por este bello testimonio de un joven sacerdote que


está con los jóvenes, les acompaña y, como ha dicho, les ayuda
a caminar con Cristo, con Jesús. ¿Qué decir? Todos sabemos
lo difícil que es para un joven de hoy vivir como
cristiano. El contexto cultural, el contexto mediático, aporta
todo lo contrario del camino hacia Cristo. Parece precisamente
que hace imposible ver a Cristo como centro de la vida y vivir la
vida como Jesús la muestra. Sin embargo, me parece también
que muchos sienten cada vez más la insuficiencia de todas estas
ofertas, de este estilo de vida que al final deja vacío. 

En este sentido me parece que justamente las lecturas de la


liturgia de hoy, la del Deuteronomio (30, 15-20) y el pasaje
evangélico de Lucas (9, 22-25), responden a cuanto, en
sustancia, deberíamos decir a los jóvenes y siempre a
nosotros mismos. 

Como usted ha mencionado, la sinceridad es fundamental.


Los jóvenes deben percibir que no decimos palabras que
no vivamos nosotros mismos, sino que hablamos porque
hemos encontrado y buscamos encontrar cada día la
verdad como verdad para mi vida. Sólo si estamos en este
camino, si procuramos asimilar nosotros mismos esta vida y
asociar nuestra vida a la del Señor, entonces también las
palabras pueden ser creíbles y tener una lógica visible y
convincente. Insisto: hoy ésta es la gran regla
fundamental no sólo para la Cuaresma, sino para toda la vida
cristiana: elige la vida. Ante ti tienes muerte y vida: elige
la vida. Y me parece que la respuesta es natural. Son sólo
pocos los que alimentan en lo profundo una voluntad de
destrucción, de muerte, de no querer ya la existencia, la vida,
porque todo es contradictorio para ellos. 
Lamentablemente, en cambio, se trata de un fenómeno que se
amplía. Con todas las contradicciones, las falsas promesas, al
final la vida parece contradictoria, ya no es un don, sino una
condena y así hay quien desea más la muerte que la vida. Pero
normalmente el hombre responde: sí, quiero la vida.

La cuestión sigue siendo cómo encontrar la vida, qué elegir,


cómo elegir la vida. Y las ofertas que normalmente se hacen
las conocemos: ir a la discoteca, conseguir todo lo posible,
considerar la libertad como hacer todo lo que se quiera, todo lo
que se ocurra en un momento determinado. Pero sabemos en
cambio -y podemos mostrarlo-- que éste es un camino de
falsedad, porque al final no se encuentra la vida, sino realmente
el abismo de la nada. Elige la vida. La misma lectura dice: Dios
es tu vida, has elegido la vida y has hecho la elección:
Dios. Esto me parece fundamental. Sólo así nuestro horizonte
es lo suficientemente amplio y sólo así permanecemos en la
fuente de la vida, que es más fuerte que la muerte, que todas
las amenazas de la muerte. Así que la elección fundamental es
ésta que se indica: elige a Dios. Es necesario entender que
quien emprende el camino sin Dios al final se encuentra en la
oscuridad, aunque pueda haber momentos en los que parezca
que se ha hallado la vida. 

Un paso más es cómo encontrar a Dios, como elegir a


Dios. Aquí llegamos al Evangelio: Dios no es un desconocido,
una hipótesis del primer inicio del cosmos. Dios tiene carne y
hueso. Es uno de nosotros. Le conocemos con su rostro, con su
nombre. Es Jesucristo, quien nos habla en el Evangelio. Es
hombre y es Dios. Y siendo Dios, eligió al hombre para
hacernos posible la elección de Dios. Así que es necesario entrar
en el conocimiento y después en la amistad de Jesús para
caminar con Él. 

Considero que éste es el punto fundamental de nuestra


atención pastoral de los jóvenes, para todos, pero sobre
todo para los jóvenes: atraer la atención sobre la elección
de Dios, que es la vida. Sobre el hecho de que Dios existe.
Y existe de modo muy concreto. Y enseñar la amistad con
Jesucristo. 

Hay también un tercer paso. Esta amistad con Jesús no es


una amistad con una persona irreal, con alguien que
pertenece al pasado o que está lejos de los hombres, a la
diestra de Dios. Él está presente en su cuerpo, que sigue
siendo un cuerpo de carne y hueso: es la Iglesia, la
comunión de la Iglesia. Debemos construir y hacer
comunidades más accesibles que reflejen la gran
comunidad de la Iglesia vital. Es un todo: la experiencia vital
de la comunidad, con todas las debilidades humanas, pero sin
embargo real, con un camino claro y una vida sacramental
sólida en la que podemos tocar también lo que puede
parecernos tan lejano, la presencia del Señor. De esta manera
podemos igualmente aprender los mandamientos -por volver al
Deuteronomio, del que partí. Porque la lectura dice: elegir a
Dios quiere decir elegir según su Palabra, vivir según la
Palabra. Por un momento esto parece casi positivista: son
imperativos. Pero lo primero es el don: su
amistad. Después podemos entender que los indicadores del
camino son explicaciones de la realidad de esta amistad
nuestra. 

Podemos decir que ésta es una visión general, que brota del
contacto con la Sagrada Escritura y la vida de la Iglesia de cada
día. Después se traduce paso a paso en los encuentros
concretos con los jóvenes: guiarles al diálogo con Jesús en la
oración, en la lectura de la Sagrada Escritura -la lectura común,
sobre todo, pero también personal-- y en la vida sacramental.
Son todos pasos para hacer presentes estas experiencias en la
vida profesional, aunque el contexto esté marcado
frecuentemente por la plena ausencia de Dios y por la aparente
imposibilidad de verle presente. Pero justamente entonces, a
través de nuestra vida y de nuestra experiencia de Dios,
debemos intentar que entre en este mundo lejano de Dios la
presencia de Cristo. 

La sed de Dios existe. Hace poco recibió la visita ad limina de


obispos de un país en el que más del cincuenta por ciento se
declara ateo o agnóstico. Pero me dijeron: en realidad todos
tienen sed de Dios. 

Escondidamente existe esta sed. Por ello empecemos antes


nosotros, con los jóvenes que podamos encontrar. Formemos
comunidades en las que se refleje la Iglesia, aprendamos
la amistad con Jesús. Y así, llenos de esta alegría y de esta
experiencia, podemos también hoy hacer presente a Dios en
este mundo nuestro

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