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“Fariseos”

La secta judía de los fariseos (heb. «los separados») comprendía en tiempos de


Jesús alrededor de seis mil miembros; como la de los asenios, se la relaciona
ordinariamente con los asideos (heb. hrnridim: «los piadosos») que en tiempo de los
macabeos lucharon encarnizadamente contra la influencia pagana 1Mac 2,42. Contaba
entre sus miembros a la totalidad de los escribas y de los doctores de la ley, como
también a cierto número de sacerdotes. Organizando a sus miembros en cofradías
religiosas trataba de mantenerlos en la fidelidad a la ley y en el fervor.

1. Orígenes del conflicto con Jesús.

Parece que históricamente la responsabilidad de la muerte de Jesús incumbe en


primer lugar a la casta sacerdotal y a los saduceos; a los fariseos no se los nombra en
los relatos de la pasión (excepto Jn 18,3); algunos de ellos asumieron abiertamente la
defensa de Jesús Jn 7,50 9,16 y de los cristianos Act 5,34 23,9; varios vieron en Jesucristo al
que cumplía o realizaba su fe judía Act 15,5 —así Pablo, su más ilustre
representante Act 26,5 Flp 3,5. Es un hecho, sin embargo, que gran número de fariseos se
opuso encarnizadamente a la enseñanza y a la persona de Jesús. Esta oposición, no
ya el oportunismo de los sumos sacerdotes, es la que ofrecía interés a los ojos de los
evangelistas, puesto que caracterizaba el conflicto entre el judaísmo y el cristianismo.

Para no juzgar farisaicamente a los fariseos de tiempos pasados es preciso reconocer


las cualidades que dieron origen a sus excesos. Jesús admira su celo Mt 23,15, su
solicitud por la perfección y por la pureza; Pablo subraya su voluntad de practicar
minuciosamente la ley; hay que felicitarlos por su adhesión a tradiciones orales vivas.
Pero escudándose en su ciencia legal aniquilan el precepto de Dios con
sus tradiciones humanas Mt 15,1-20, desprecian a los ignorantes en nombre de su propia
justicia Lc 18.11s; impiden todo contacto con los pecadores y los publicanos limitando así
a su horizonte el amor de Dios; consideran incluso que tienen derechos para con Dios
en nombre de su práctica Mt 20,1-15 Lc 15,25-30. Y como, según Pablo Rom 2.17-24, no
pueden poner en práctica este ideal, se comportan como hipócritas, «sepulcros
blanqueados» Mt 23,27. Encerrados en su universo legalista, están ciegos a toda luz, que
venga de fuera y se niegan a reconocer en Jesús más que a un impostor o un aliado del
demonio.

2. El fariseísmo.

Esta utilización de la palabra «fariseos» en un contexto de polémica determina un uso


habitual en la tradición cristiana. En este sentido restringido el fariseísmo no es una
secta, sino un espíritu, opuesto al del evangelio. El cuarto evangelio conservó algunas
escenas típicas sobre la ceguera de los fariseos Jn 8,13 9,13.40, pero ordinariamente los
asimila a los «judíos», mostrando así que su conflicto con Jesús tiene un valor
transhistórico. Hay fariseísmo cuando se cubre uno con la máscara de la justicia para
dispensarse de vivirla interiormente o de reconocerse pecador y escuchar el
llamamiento de Dios, cuando encierra uno el amor de Dios en el círculo estrecho de su
ciencia religiosa. Esta mentalidad se descubre en el cristianismo naciente, entre los
judeocristianos con que tropezará san Pablo Act 15,5: éstos quieren someter a prácticas
judías a los convertidos procedentes del paganismo y de esta manera mantener bajo el
yugo de la ley a los que habían sido liberados de él por la muerte de Cristo. Hay también
fariseísmo en el cristiano que desprecia al judío desgajado del árbol Rom 11,18ss. El
fariseísmo amenaza al cristianismo en la medida en que éste retrocede al estadio de
observancia legal y desconoce la universalidad de la gracia.

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