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LOS ESCRIBAS

Los escribas eran los “doctores de la ley” o los “profesores de la fe”, para el pueblo judío.
Con el mismo estatus que los profetas de la antigüedad, eran llamados “hombres de la gran
sinagoga”, por su pueblo, respetados por todos. Nos informa la enciclopedia Británica que,
en un principio, los sacerdotes eran a su vez escribas. (Esd 7:1-6). Sin embargo, se dio mucha
importancia a que todos los judíos tuvieran conocimiento de la ley. Los que estudiaron y
obtuvieron una buena formación consiguieron el respeto del pueblo, y con el tiempo estos
eruditos, muchos de los cuales no eran sacerdotes, formaban un grupo independiente. Por
ello, la palabra “escribas” designaba a una clase de hombres a quienes se había instruido en
la ley. Éstos hicieron del estudio sistemático y de la explicación de la ley su ocupación. Se
les contaba entre los maestros de la ley o los versados en ella. (Lu 5:17; 11:45). Por lo general
pertenecían a la secta religiosa de los fariseos, pues este grupo reconocía las interpretaciones
o “tradiciones” de los escribas, que con el transcurso del tiempo habían llegado a ser un
laberinto desconcertante de reglas minuciosas y técnicas. La expresión “Escribas de los
fariseos” aparece varias veces en las Escrituras. (Mr 2:16; Lu 5:30; Hch 23:9). Este hecho
puede indicar que algunos escribas eran saduceos, que creían sólo en la ley escrita, mientras
que los escribas de los fariseos defendían con celo tanto a la ley como las tradiciones orales
que se habían ido acumulando, ejerciendo una influencia igual a la de los sacerdotes en la
conciencia popular. Los escribas se encontraban sobre todo en Jerusalén, aunque también se
les podía hallar por toda Palestina y en otras tierras entre los judíos de la Diáspora. (Mt 15:1;
Mr 3:22; compárese con Lu 5:17). La gente respetaba a los escribas y los llamaba “rabí” (gr.
Rhab.béi, “Mi Grande; Mi Excelso”; del heb. Rav, que significa “muchos”, “grande”; era un
título de respeto que se usaba para dirigirse a los maestros). Este término se aplica en varios
lugares de las Escrituras a Cristo. En Juan 1:38 se dice que significa “maestro”. Jesús era, de
hecho, el maestro de sus discípulos, pero les prohibió que se la aplicaran como título (Mt
23:8), como hacían los escribas. (Mt 23:2, 6, 7). Condenó a los escribas de los judíos y a los
fariseos porque habían hecho añadiduras a la ley y habían ideado subterfugios para burlarla,
de modo que les dijo: “Han invalidado la palabra de Dios a causa de su tradición”. Mostró
un ejemplo de ello: permitían que alguien que tenía que ayudar a su padre o a su madre no lo
hiciera so pretexto de lo que poseía para ayudar a sus padres era un don dedicado a Dios. (Mt
15:149; Mr 7:10- 13; véase Corbán). Jesús declaró que los escribas, al igual que los fariseos,
habían convertido la ley en una carga para la gente al saturarla de sus añadiduras. Además,
como clase, no le tenían ningún amor a la gente ni deseo de ayudarla; no estaban dispuestos
ni siquiera a mover un dedo para aliviar sus cargas. Amaban los aplausos de los hombres y
los títulos altisonantes. Su religión era sólo una fachada, un ritual, que encubría su hipocresía.
Jesús mostró lo difícil que sería para ellos obtener el favor de Dios debido a su actitud y sus
prácticas, diciéndoles: “ ¿Como habrán de huir del juicio del Gehena?”. (Mt 23:1-33). Los
Escribas tenían una gran responsabilidad, puesto que conocían la ley. Sin embargo, habían
quitado la llave del conocimiento. Los escribas no sólo eran responsables como “rabíes” de
las aplicaciones teóricas de la ley y de la enseñanza de ésta, sino que también poseían
autoridad jurídica para dictar sentencias en tribunales de justicia. Había escribas en el tribunal
supremo judío, el Sanedrín. (Mt 26:57; Mr 15:1). De lo anterior podemos obtener como
enseñanza eterna que lo que en un principio es bueno, en este caso el conocimiento de la ley
que poseían los escribas, con el tiempo puede llegar a convertirse en malo, y es que la
soberbia del conocimiento transforma el ser de las personas y acaba destruyéndolas; por ello,
nunca perderá la actualidad, ni las palabras, ni el ejemplo de Jesús de Nazaret, que vino al
mundo a redimirnos, señalándonos el camino del bien, mismo que a la humanidad en estos
tiempos nos resulta difícil seguir.

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