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DSM–V
Las siglas DSM provienen de <<Diagnostic and Statistic Manual of Mental Disorders>>
es decir, un Manual estadístico de los trastornos mentales. También conocida como la
Biblia del psiquiatra, al menos del psiquiatra norteamericano. En 2013 publicó el DSM
– V, es decir, la quinta edición de esta prestigiosa herramienta.
Tiene una enorme importancia en Estados Unidos porque este manual es básico para
las compañías de seguros, para el gobierno, para los médicos y, por supuesto, para las
personas afectadas y sus familias. Está estructurado como una serie de criterios que en
función de que se cumplan o no, establecen si alguien tiene o no tiene un trastorno
determinado. Por tanto, hay presiones en sentidos muy variados: las familias quieren
diagnósticos menos estrictos que aseguren todos los servicios sanitarios y sociales y los
gobiernos y compañías aseguradoras se mueven en sentido opuesto para limitar el
coste total de dichos servicios. Se comenta que la continua ampliación de criterios y la
inclusión de nuevos trastornos va hacer que sean más las personas afectadas de un
trastorno mental que las que podemos considerar como sanas, algo ciertamente
preocupante. Si por sano entendemos que sigue la “norma”, lo más común, pronto
empezaremos a dudar de cuál es la normalidad (Alonso y Alonso, 2014).
Ha habido muchos campos en debate en la edición del DSM – V y el autismo fue uno
de ellos. En lo único que pareció haber un acuerdo fue en la conveniencia de cambiar
los criterios diagnósticos a la luz de los nuevos resultados de investigación, pero había
también cierto miedo a una reformulación que pudiera suponer un cambio muy
drástico.
Entre los aspectos controvertidos fue la inclusión del síndrome de asperger y de una
categoría que actuaba como una especie de cajón de sastre para los casos por debajo
de los umbrales establecidos que se llamó los trastornos permanentes del desarrollo,
no especificados de otra manera (PDD-NOS). La idea según Volkmar, fue prestar apoyo
a aquellas personas que no cumplían todos los criterios y aun así tenían un déficit
frente al resto de la población.
Volkmar, que es un crítico con lo que se hizo con el DSM-V, decidió, realizar los datos
del trabajo de campo que había reunido con aquellos 1.000 casos de autismo. Su
conclusión fue que con los nuevos criterios muchos de ellos, especialmente los que son
más capaces intelectualmente, quedarían fuera del diagnóstico y, por lo tanto, fuera
de los servicios médicos y asistenciales que les corresponderían con los criterios del
DSM-IV previamente en vigor.
Un segundo problema es que será muy difícil comparar los estudios realizados a partir
del DSM-V con los publicados con anterioridad. Ello puede forzar a tener que
reinvestigar muchos de los conocimientos actuales sobre el autismo, con la
consiguiente pérdida de tiempo, esfuerzo y dinero.
Frente a las críticas de que con sus criterios muchos de las personas con asperger o con
PDD-NOS se pueden quedar fuera, Happé indicó que se buscaron las descripciones
para que todos los TEA sean reconocidos. Por lo que, propusieron también una nueva
categoría llamada <<Trastorno de la Comunicación Social>> en la que entrarían
aquellos que tienen algunas de las dificultades del autismo, pero sin los
comportamientos rígidos y repetitivos, un grupo en el que estuvo pobremente descrito
en la categoría de PDD-NOS. También han pretendido que el sistema sea adecuado
para un adulto con TEA que llega por primera vez a un especialista en busca de un
diagnóstico.