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CRÍTICA A “NADIE NACE EN UN CUERPO EQUIVOCADO”,

 de José Errasti y Marino Pérez Álvarez.

Creo que no me he encontrado nunca con un libro que combine tantos aciertos y tantos
errores. Ahora bien, los aciertos se refieren sobre todo a pensamientos aislados que, en
conjunto, forman un certero diagnóstico de fenómenos sociales e ideologías de la
actualidad, y no tanto a lo que constituye la tesis principal del ensayo. Es más, en esto llega
a ser una verdadera catástrofe, como se verá después.
Supongo que el libro no requiere presentación, porque sé que es muy conocido por aquí. De
todos modos, para quien no sepa de qué va, es un ataque frontal al “esencialismo de las
identidades sentidas”, es decir, a la idea de que se pueda ser hombre o mujer sólo porque
algo en el interior de la persona así lo afirma por encima de la realidad material biológica.
Es una crítica a lo que se puede llamar la “ideología de la transexualidad” defendida por su
activismo con toda la irracionalidad de la que es capaz, y prácticamente impuesta desde un
poder médico, mediático, político y económico.
Como digo, el texto está lleno de frases certeras, ya desde la introducción:

“La generación menos amenazante para el poder político y económico de la historia


reciente es la que considera que ha alcanzado la mayor altura moral nunca vista en la
civilización occidental.”

Claro está que se parte del posicionamiento crítico de una filosofía materialista y una
izquierda, digamos, sensata y “clásica”, que expone la miseria de la nueva izquierda woke.
Pero este posicionamiento no debería enturbiar la critica, son los argumentos en sí mismos
lo que debe juzgarse.
Se desarrolla en el primer capítulo, pero sobre todo en el segundo (“Diferente como tú,
especial como tú, único como tú”), el análisis de un creciente infantilismo, narcisismo e
hiperindividualismo, favorecido según los autores por el liberalismo económico, la vida
urbana y las “redes sociales” (entrecomilladas porque se hace hincapié en su distinción de
las verdaderas redes sociales, es decir el conjunto de personas con las que nos relacionamos
realmente). Este narcisismo llegaría a un punto en que la maternidad y la paternidad son
vistos como algo extraño y distante, y donde el sexo es diversión y sobre todo identidad,
pero no reproducción:
“Es ahora, en una sociedad donde la reproducción está devaluada, donde también el sexo
comienza a borrarse y a desquiciarse de forma disfuncional”.
De modo que surge la necesidad de recordar que la biología y la función reproductora son
claras sobre el carácter binario del sexo:
“Por lo pronto, la cifras significan que la inmensa mayoría -del orden del 98,3% al 99,98%-
tiene un sexo masculino o femenino. Por otra parte, las categorías intersexuales son
discretas, no continuas ni fluidas (...) patrones reconocibles como el síndrome de Turner u
otros” “No hay situaciones intermedias entre fecundar y gestar. En rigor, la intersexualidad
sólo tiene de “inter” el nombre”

Por supuesto hay muchos ejemplos de ideas aprovechables a lo largo del libro, y mucha
razón cuando se advierte sobre las posibles consecuencias del camino médico-quirúrgico
que se impone, y sobre los intereses económicos implicados.
Pero voy ya con los errores, que son más voluminosos

TEORÍA QUEER Y FEMINISMO

El primero es que ni los autores ni Amelia Valcárcel (la filósofa responsable del prólogo),
saben qué dice la teoría queer que quieren combatir. Siendo más preciso: por alguna
extraña razón se ha formado la idea común y equivocada de que el pensamiento queer es la
base teórica que sostiene el activismo trans, y con estas dos cosas se ha formado un ente
confuso al que aquí se llama “generismo queer”. Y es verdaderamente sorprendente que
habiendo Errasti y Pérez Álvarez hecho los deberes para el capítulo 5 (“La teoría queer a
examen: Judith Butler y Paul B. Preciado”) y elaborando en él un digno resumen, caigan
luego en esa confusión. De ahí que una y otra vez se denuncie un supuesto discurso
contradictorio, por ejemplo, la Valcárcel en el prólogo:
“Llamo “delirio queer” a algo fácil y señalable: a mantener que el sexo no tiene existencia
real, sino que es un constructo, más específicamente, una construcción performativa. Y a la
vez, una revelación espiritual que , desde el interior de cada quien, no cabe negar.”
Los autores insisten en esto varias veces a lo largo del texto, por ejemplo, hablando de
“flagrantes contradicciones”:
“Por un lado, la teoría queer sostiene que el sexo y el género son constructos sociales, y por
otro, afirma que la identidad sentida es reveladora de una condición natural”

Lo que en el libro se está cuestionando es la idea de la transexualidad tal como se ha


establecido por su activismo. No lo queer. La teoría queer no dice lo que ellos sostienen que
dice, y de hecho es completamente contraria. ¿Cómo va a ser “esencialista” la teoría queer?
¿Cómo va a hablar de una “condición natural”? ¿Cómo va a defender que se puede nacer en
un cuerpo equivocado que hay que poner en sintonía con una realidad interior natural,
intrínseca e inapelable, si esa realidad es precisamente lo radicalmente cuestionado, si se
entiende que ser hombre o mujer es, en cuanto a conducta y distinción de género una pura
performance seguida por inercia y por imposición, y en cuanto a sexo biológico, una
narrativa del poder científico?. Lo queer es un postestructuralismo fuertemente nominalista,
que asegura que no hay naturaleza o realidad aprehensible en categorías del lenguaje, sino
que éste es un instrumento de un poder coercitivo y normalizador de lo indefinido. Se
encuentra cómodo justamente en esa indefinición, en lo ambiguo sexualmente, en lo “raro”
(“queer”), en lo que desafía las categorías establecidas. Si en Irán, (como apuntan en el
libro como argumento contra la transexualidad, por la mala fama del país) existe tanto
apoyo a la transición sexual, es exactamente por la razón inversa, porque nadie puede
quedar indefinido, porque o se es hombre, o se es mujer, y el horror es el hombre
afeminado y la mujer varonil.
Es tal la confusión sobre esto, que incluso llegan a coincidir involuntariamente, cuando
escriben casi al final:

“Afortunadamente, la visibilidad, el respeto, y la aceptación de las personas que disienten


de las normas de sexo y de género tradicionales se pueden sostener por sí mismas, con
nobleza y rigor, y sin necesidad de tergiversar la ciencia, imponer neolenguas abtrusas,
generar tribalismo, ni reinventar la Inquisición.”
En efecto, la idea de la posibilidad de disentir de las normas sexuales y de género, abierta a
todo individuo, es lo que define a la teoría queer, puesto que al igual que los autores, no
entienden que exista ninguna inevitabilidad natural en la condición psicológica trans, ni en
la cis. Disentir implica libertad para no obedecer una norma. Para la teoría queer, dado que
casi toda ella está escrita por gente queer y como en una especie de venganza contra la
sociedad que los apartaba y miraba con desprecio, salirse de la norma (ser homosexual,
trans, no binario, queer...) se concibe como un acto de valentía y libertad, frente a la
mayoría borrega.
Pero centrándonos, no sé de dónde proviene este embrollo. Quizá fue una bola de nieve
cada vez mayor surgida dentro del feminismo. Cuestionar, como hace el discurso queer, la
existencia de la mujer, es algo que a muchas feministas no les hace gracia (aunque si
igualmente se cuestiona la existencia del hombre, eso les dará igual, porque ellas van a lo
suyo). Por otro lado, afirmar, como hace el activismo trans, que alguien nacido hombre
puede ser “en realidad “ mujer y reafirmar así “lo femenino” (es decir, el género, que es lo
que entienden que fue y sigue siendo su yugo), tampoco les hace mucho chiste. Y a la
inversa, asegurar que una niña que se comporta como un niño puede ser un niño trans, es
contrario a la postura feminista que defiende en ese caso a la niña sin género femenino, que
es a donde quieren ir. De esas dos aversiones han hecho una amalgama de enemigo a
combatir, y ahí podría estar la explicación.

Sea como fuere, al menos desde el punto de vista feminista se han formado esos dos
bandos, y como siguiendo aquello de “los enemigos de mis enemigos, son mis amigos”, el
libro toma partido por el feminismo trans excluyente como aliado en la causa contra la
ideología de la transexualidad. Así, ya desde la introducción los autores adoptan típicas
expresiones feministas ( “el borrado de la mujer como sujeto político”), e incluso dedican
más tarde sentidas alabanzas al movimiento:
“Por todo esto, alcanza un mérito casi heroico el movimiento feminista político o radical,
que es el único que está poniendo la cara a diario para que se la partan en las redes sociales
y en los medios de comunicación. Mientras tantos intelectuales se ponen de perfil,
carraspean y señalan que se trata de un tema muy complejo, miles y miles de feministas
están sufriendo despidos o problemas en sus centros laborales, campañas furiosas de
difamación y humillación, y demandas por defender una mínima sensatez. Se dejan la piel,
trabajan incansablemente, difunden su racionalidad a través de las escasas vías con las que
cuentan, con una paciencia y un entusiasmo desaparecido en otros ámbitos del activismo
social.”

Se me ocurren varias objeciones a eso de "su racionalidad", pero sigamos adelante. En las
conclusiones dicen:

“La inversión propia del espejismo se ve también facilitada por la confusión que ha vuelto a
reinar respecto de la relación entre sexo y género, que había sido clarificada por el
feminismo”

Clarificada... No, más bien absolutamente sesgada, porque la idea del género como
normativa impuesta para subordinar, someter y explotar a las mujeres simplemente ignora
toda la carga, presión y perjuicio que ha supuesto “ser hombre”, desde el mandato de ser
fuerte y no mostrar debilidad, al deber de proteger y proveer, el de dar la vida en masa
cuando es necesario o el de hacerse cargo de los trabajos de riesgo para la vida. El género
(el conjunto de normas que definen lo que se espera de un hombre o de una mujer), es una
construcción colectiva que favorece al grupo y que limita la libertad del individuo. Por eso
cuando se lucha por su abolición en tanto opresión se ignora que, si bien existe esa presión
social sobre ser mujer y ser hombre, no todo en el género es malo, sino que nace por una
necesidad de la cultura de diferenciar, simbolizar, conferir identidad y reforzar la atracción
de los sexos mediante un código de comportamientos y valores deseables y esperables y
que definen atributos como la ropa, adornos, etc. No tiene sentido que el género, como
creación cultural colectiva, sea algo a todas luces perjudicial para todos, y de ahí que el
feminismo radical intente solucionar este problema sosteniendo que el único género
perjudicado es el de la mujer, y que por lo tanto el sistema fue inventado por los pérfidos y
privilegiados hombres para explotar, encorsetar y someter a las mujeres. Dado que no es
concebible en la mente optimista que la propia vida sea difícil y opresiva e imponga
limitaciones para todos, en su lugar se imagina que todo es tan fácil como que el que está
dando por culo (el género opresor) deje de darlo.

Pero sigamos con esta alianza. En el Capítulo 5, en un repaso por lo demás acertado a la
desnortada ‘justicia social’ asociada al activismo trans, afirman:
“Si se instaura la patologización de la masculinidad y el odio a los varones apelando a una
“masculinidad tóxica”, casi la mitad de la población, asi como buena parte de la otra mitad
que los aman, es probable que no se lo tomen a bien.”
Y así parecen mirar para otro lado sin darse cuenta de que justo eso es promovido por el
feminismo al que ahora se unen.

Siguen:
“SI alguien pensaba que la filosofía no tiene aplicaciones prácticas, aquí tiene el
posmodernismo aplicado, ahora convertido en narrativa dominante y portador de verdades
indiscutibles”

Pero ¿cuál es el trasfondo de la LIVG feminista, sino ese posmodernismo de las identidades
que, ignorando el hecho en sí y el individuo sin distinción de sexo, juzga y condena a quien
lo comete por su condición, su identidad, como un pecado original?
En fin, no sé si en esta alianza hay más de estratégico que otra cosa, pero lo seguro es que
aquí no hay en realidad dos bandos, sino cuatro posiciones: el activismo trans, la teoría
queer, el feminismo TERF y el libro. Los cuatro equivocados en aspectos esenciales, y el
que más y el que menos (seguramente el que más el libro), con sus aciertos, porque es
complicado que un pensamiento extendido carezca de alguna verdad. El activismo trans se
equivoca en las formas, en la cultura de la cancelación, pero también en el fondo, cuando
sostiene que ser hombre o mujer sólo depende de lo que se siente, y cuando promueve la
cirugía incluso en niños. La teoría queer se equivoca al negar la base biológica de la
división en dos sexos que hace posible la reproducción, y el componente natural e
inevitable de la identidad y la orientación sexual propia de cada cual. El feminismo TERF
se equivoca en su idea del género y su pretendida abolición utópica, y en muchas otras
cosas que no vienen al caso.

Y el libro... el libro se equivoca, a mi juicio, en otro punto importante donde aún no he


entrado. La confusión que he desgranado antes, aun siendo llamativa, no es un error
fundamental. Todo el libro podría sostenerse con tal de que se hubiese omitido el capítulo
dedicado a resumir la teoría queer y se hubiese eliminado toda mención de la palabra
“queer”. Lo que me queda por analizar es por tanto lo que yo considero un error de
diagnóstico del fenómeno trans.

¿QUÉ ES LA TRANSEXUALIDAD?

Errasti y Pérez Álvarez cuestionan así la posibilidad, para una persona trans, de saberse
introspectivamente hombre o mujer:
“Exactamente ¿qué ha sentido la persona que dice haber sentido que es varón o mujer de
forma incongruente con lo que indicaría su rol reproductivo? ¿Qué contacto ha tenido con
la experiencia de ser varón o mujer que le permita reconocer su vivencia de esa manera?
¿Con qué la compara?”
Después llaman la atención sobre la afirmación del género, ya que implica acoger
estereotipos asociados a cada sexo:
“Si en el pensamiento sexista tradicional un niño varón que se pinta las uñas deberá adaptar
su género a su sexo, en el pensamiento generista queer el mismo niño deberá adaptar su
sexo a su género”
“Cualquiera que se acerque al mundo trans sin necesidad de que haya seguido el argumento
aquí presentado hasta este punto, habrá podido notar que en las redes sociales y los medios
de comunicación este movimiento se dibuja con una excesiva presencia de los clichés más
rancios y vulgares acerca de lo que es la feminidad y la masculinidad. Por todas partes se
nos muestran tacones, maquillajes, pelucas.”
Y advierten, en alianza con el feminismo, que no existe una base natural para el género y
sus símbolos, sino que es un instrumento de dominación a erradicar:
“El espejismo queer presenta brotando del interior de la persona hacia la sociedad lo que en
realidad son estereotipos sexistas procedentes de la sociedad que el individuo interioriza”
“Obviamente, tales estereotipos no son inocentes ni neutros en cuanto a su ideología y las
relaciones de poder que perpetúan; tampoco son naturales, si con esta palabra queremos
defender la conexión inmediata e inevitable entre los sexos y los estereotipos sexuales.”
“El género (...) se convierte en un negativo fotográfico, una imagen especular del original,
que ya no permite apreciar su dimensión política, su función perpetuadora de las relaciones
de poder patriarcales”
Pero ¿cómo explican entonces la existencia de la transexualidad, si no hay nada en el
interior de las personas trans que les haga estar tan incómodas con su sexo biológico hasta
la aversión extrema hacia sus propios cuerpos, frente a la habitual concordancia? Este punto
es posiblemente el de más débil argumentación de toda la obra. Todo lo que apuntan sobre
la cuestión es:

“En resumen, la identidad de género incongruente con el sexo biológico puede ser debida a
un aprendizaje social organizado alrededor de los estereotipos sexistas tradicionales, o
también a un modelado resultante de la mezcla de una cultura que ha empezado a
promocionar estas ideas y un entorno personal especialmente sensible a estas cuestiones”

y:
“Entendemos que esta disforia sería debida a la rigidez de las categorías “varón y mujer”,
no a un “cuerpo equivocado”. Es un problema social más que clínico-médico-quirúrgico.
Tal es la tesis de este libro”

No queda, en primer lugar, nada claro el posible incentivo del entorno social. La condición
trans, por mucho que se haya aceptado y promocionado en los medios o en los institutos,
sigue comportando un estigma, una condición minoritaria, rara y sometida a dificultades.
La desvinculación del sexo con la reproducción ha podido “desquiciar” el sexo, pero la
transexualidad se debe a otras causas más profundas y aplicables a otras épocas donde no
sucedía eso. La sociedad del “yo” especial puede influir en un aumento de los casos,
extendido en aquellas personas que en otros tiempos se verían quizá a sí mismas como
ambiguas sexualmente, pero no explica un núcleo que atraviesa épocas y culturas. Los
capítulos 1 y 2 del libro son muy certeros explicando fenómenos sociales recientes, pero no
tanto la transexualidad.

En cuanto a la mencionada rigidez de las categorías hombre y mujer como posible causa, es
contradictorio precisamente con el hecho del aumento reciente de los casos, es decir, justo
cuando las normas de género se han ido relajando con respecto a la rigidez de otras épocas.
Y cuando los autores dicen que el movimiento trans llega a ser “una agenda política
contrasexual de desestabilización del género binario.”, no sólo hay contradicción con el
hecho de que, al contrario, lo trans quiere estabilizar, quiere que se sea hombre o mujer,
sino también porque quejarse de una desestabilización del género es incoherente con la
queja por una rigidez del mismo que sería una de las supuestas causas de la transexualidad.
Por lo demás, la explicación de la rigidez no va al fondo de la cuestión. Si hay quienes
sienten esa rigidez hasta el punto de rechazar por completo su cuerpo y la feminidad o al
contrario, la masculinidad asociadas a él, ¿a qué se debe?

Me pregunto si Errasti y Pérez Álvarez se han encontrado alguna vez con una persona trans
que muestre claramente su carácter sexual, porque a mí me parece innegable la feminidad o
masculinidad psicológica en esos casos. Pensemos por un momento en la homosexualidad.
¿Qué es lo que lleva a alguien, con la mayoría de la sociedad y la cultura en contra,
soportando todo tipo de dificultades, con el entorno cercano viéndole como raro, sufriendo
insultos y vejaciones, qué lleva, digo, a esas personas a ser como son incluso en el seno de
la sociedad de normas más férreas y dentro de la familia más conservadora, si no es la
fuerza imparable de su propia naturaleza? Pues asímismo no parece haber otra razón para
que las personas trans lleguen a odiar su propio cuerpo en vez de estar en sintonía con él
como la gran mayoría, para que alberguen de manera tan sincera el deseo de lo femenino o
lo masculino en ellas, y para que sigan ese decidido camino que, por más que en el libro se
quiera presentar como favorable según el caso, sigue estando en general plagado de
problemas.

A la pregunta por la forma en que las personas trans se “descubrirían” a sí mismas como
“mujer” u “hombre” y qué es exactamente lo que sienten y con qué pueden comparar su
subjetividad, habría que responder que posiblemente no lo sepan con exactitud mirando
introspectivamente, al igual que es complicado para todos. Pero la experiencia de ese niño
que desde siempre jugaba con niñas aguantando la hostilidad de los demás, que se ponía a
escondidas prendas de niña y prefería siempre todo lo femenino, de alguna manera le hace
saber que él es más como una niña que como un niño.
Ahora bien ¿no es posible saber de manera introspectiva si se es hombre o mujer?. Escribe
el filósofo José Antonio Marina:

"Si el género fuera un fenómeno exclusivamente social, culturalmente inducido, un niño al


que se le hiciera una operación para cambiarle de sexo, y se le educara como niña, debería
sentirse una niña. Unas situaciones desdichadas nos han permitido investigar este caso en la
realidad. El estudio de 25 niños que habían nacido sin pene, y a los que posteriormente se
castró y educó como niñas, demostró que en todos los casos estas personas mostraron
patrones masculinos, se dedicaban a juegos bruscos y tenían unas actitudes e intereses
típicamente masculinos. Más de la mitad declararon espontáneamente que eran niños, uno
cuando sólo tenía 5 años. Pinker cuenta el caso de un niño que perdió el pene por una
circuncisión mal hecha. Un especialista, que pensaba que el género era una construcción
social absoluta, recomendó que se castrara al pequeño, se le implantara una vagina artificial
y se le educara como niña. A los 14 años se sentía tan desgraciado que decidió que o bien
vivía su vida como chico o acababa con ella."
Si suponemos que para la orientación sexual los autores no tienen el mismo reparo y
entienden que en ese caso uno sí conoce sus propios deseos sin que vengan determinados
por la sociedad, resulta interesante que, además de la identidad masculina o femenina, los
transexuales sea mayoritariamente homosexuales (desde el punto de vista de su sexo
anatómico, es decir, serían heterosexuales desde el de su psique), lo cual es un indicio de
que hay algo de base menos dudosamente natural en conexión con el sexo con el que se
identifican. La homosexualidad, casi completamente ausente en el libro, puede ofrecer
ciertas pistas para comprender la transexualidad. Aunque existen formas distintas de ser
homosexual, donde cabe la posibilidad del aspecto y comportamiento viril (para el caso de
los hombres), es indudable que una de ellas es la del carácter afeminado, y probablemente,
muchos casos de transexualidad guarden relación con este aspecto.
Y en cuanto al abrazo y deseo para sí de los símbolos femeninos (que tanto molesta al
feminismo) o masculinos, vistos como “rancios estereotipos”, la naturalidad del asunto no
reside, lógicamente, en que el gusto por llevar falda o por el pelo corto se encuentren
escritos en nuestra genética, puesto que se trata de elementos culturales, pero seguramente
si exista en nuestro interior una predisposición masculina o femenina indefinidas, que
tenderá a buscar los símbolos culturales disponibles para acabar de definirse.
Una frecuente objeción a la idea de la masculinidad y feminidad naturales es precisamente
apelar a las excepciones, es decir, a los casos donde una mujer o un hombre se aparta por
completo de las conductas asociadas a su sexo, incluso llegando a ser contrarias. La
objeción es: “Si la masculinidad y la feminidad se encuentra ya asociada al sexo, ¿cómo es
que hay mujeres y hombres que no responden a esos patrones? Con el planteamiento que
sigo se entiende perfectamente la refutación: esos casos están hablando de su propia
condición natural. Se puede ser un hombre femenino y una mujer masculina, sin posibilidad
de elección.

Otra importante objeción es la falta de evidencia científica neurológica. Errasti y Pérez


Álvarez mencionan en este punto estudios sobre el cerebro que concluyen en que no hay
cerebros masculinos y femeninos. A priori ya parece dudoso como argumento habida
cuenta del grado de desconocimiento del cerebro humano, pero si se indaga en esos
estudios se puede comprobar que no niegan categóricamente las diferencias, sino que en
todo caso se entienden como “mínimas”, y menores que la variación entre individuos, y se
afirma que las mayores diferencias se relacionan con el tamaño. Dado que por lo general
los hombres tienen un cerebro de mayor tamaño que las mujeres, afirmar que no existe la
diferencia es como decir que los hombres no son más altos que las mujeres, es decir, una
afirmación que no se cumple para todo hombre, pero sí para una mayoría.
En cualquier caso, hay otro posible indicador objetivo: la testosterona y las sucesivas
oleadas que desde la gestación influyen en el cerebro a lo largo de la vida de una persona.
No sé si existen estudios sobre testosterona y transexualidad, pero quizá aportarían datos de
interés. Lo que parece claro es que no existe un consenso científico en que no haya una
base neurobiológica de la transexualidad o de la masculinidad y la feminidad. A priori,
parece lógico en sí mismo y acorde a la lógica evolutiva, que la diferencia física de los
sexos se asocie a unas predisposiciones mentales, conductas e intereses distintos.
Para terminar, tengo que aclarar que esta crítica no supone una defensa del movimiento
trans. Éste asegura de manera optimista que la persona trans ES indiscutiblemente mujer u
hombre, y todo lo que tiene que hacer si así lo quiere es pasar por el quirófano. Peor aún,
asegura que basta que alguien lo diga, incluso un niño de 5 años, para que así sea, con lo
que se abre el absurdo de la autodeterminación arbitraria. Los autores advierten en esto con
razón una condescendencia emocional impuesta sobre la racionalidad.

Lo que yo creo es que en la psique de quien es anatómicamente hombre puede haber un


carácter femenino de manera más o menos acusada, (y a la inversa), pero entiendo que, una
vez surge la disforia de género, se trata de casos desgraciados que no siempre se solucionan
a base de intervenciones quirúrgicas complicadas y no exentas de riesgos.

Simplemente, no hay por qué tomar partido por ninguno de los contendientes de esta
disputa.

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