Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Hay un cierto canon de la narrativa colombiana, con un gran nombre que estoy
seguro no necesitan que les nombre, un segundo escalón de claros (como
Fernando Vallejo, claro) y oscuros, y una plétora de nombres más o menos
jóvenes casi ninguno para tirar cohetes.
Fuera de ese canon no sé si hay paraíso pero sí sé que, como casi siempre,
hay joyas de esas que casi nadie conoce, o de las que nadie habla, y que
necesitan una operación de rescate.
Hace dos años coincidieron las portadas del único suplemento cultural y de la
única revista de libros que había en Colombia (ahora ya sólo queda el
suplemento, la revista de libros se acabó: ¿quién iba, acaso, a comprar una
revista de libros en un país donde casi no se compran libros?) con un mismo
título en portada asombrosamente idéntico: “El secreto mejor guardado de la
literatura colombiana”. Y ese secreto mejor guardado era Tomás González.
Que ni era secreto ni estaba guardado: ahí andaba, desde hacía unos cuantos
años, al acceso de todos, publicado por una de las más importantes editoriales
de Colombia, Norma (aquí Belacqva), en su principal colección de narrativa.
Y sin embargo, sí. Publicado, accesible, disponible como está, autor de culto
como es, y a pesar de todo sigue siendo el secreto mejor guardado de la
literatura colombiana. Y tiene visos de seguir siéndolo para siempre: si esas
portadas, que lo hayan invitado al Hay Festival en Cartagena, que todos sus
libros se encuentren en las librerías…, no han cambiado su estatus
fundamental de autor prácticamente desconocido para la inmensa mayoría,
incluso de quienes, en Colombia, sí leen, ¿qué podría ya suceder para que
deje de ser, apenas, un autor de culto que sólo sus seguidores, como una
secta, leemos?
Jeremías Andrade busca a su nieta, secuestrada por uno de los grupos ilegales
que asuelan Colombia, por un territorio que parece más Comala que el
Magdalena Medio o el Llano colombianos, en un viaje que desde el principio
uno presiente sin sentido y sin salida, cada vez más opresivo, más
desesperado, más desesperanzado. Todo es como una gran pesadilla de la
que el lector, acorralado y agotado, no ve la hora de escapar.
Ahí les dejo, entonces, con este canon, breve y propio, sí, pero nada
improvisado. Tres escritores colombianos, tres novelas más bien, que les
recomiendo. Cada una de ellas, sola, merece más la pena que muchas juntas
de las que ahora pueblan las librerías bogotanas.