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LOS DE NARANJA TAMBIÉN SE CONTAGIAN

“Están ganando más, cuando ellos no están poniendo la moto, gasolina, tiempo, energía […]
nosotros tenemos que lidiar con el tráfico, la lluvia, los clientes y ahora el virus. Eso debería ser
mejor pago”. Palabras de un rappitendero en el supermercado “Éxito” de la calle 53, Bogotá
D.C, en abril, 2020.

Una congregación de hombres con abrigos anaranjados, motocicletas y bicicletas cuya parte
trasera distingue de cualquier otra, se ha manifestado en las calles del norte bogotano. Ya están
cansados de soportar las paupérrimas condiciones laborales, siendo su cotidianidad una mezcla
de estrés, indignación, temor y desolación. Me refiero a personas que por motivos varios se
encuentran obligadas a zigzaguear por las calles, haciendo diligencias y entregando productos en
las puertas de los edificios, estando siempre afanadas por hacer la mayor cantidad de servicios,
puesto que estos exiguamente se remuneran.

En cuanto al salario se incluyen valores que oscilan entre dos mil a cuatro mil pesos, menos de
una carrera mínima de un taxi. Es deprimente observar cómo la empresa afirma que esta cantidad
es aparentemente suficiente para ejecutar laboriosas tareas a los rappitenderos. Remitirle una
rosa a la novia, enviar instrumentos, comprar el mercado, cinco helicópteros, dos cabras, tres
yates y un avión…

Si por un lado está el deficiente salario, por el otro se encuentran las nulas exigencias de material
de seguridad vial, siendo insignificante el accidente de alguno de estos hombres. El cinismo de la
corporación por definirlos como “emprendedores independientes”, es un subterfugio absurdo.
Debido a lo anterior, más del 90% de los domiciliarios no se encuentra afiliado al sistema de
salud, de pensiones, o de riesgos laborales. El horario no existe, y la presión laboral del sistema
por hacer pedidos es altísima, incluso existe un change.org, y ahora una pequeña manifestación
que parece olvidarse rápido.

Una aclaración. Los rappitenderos tienen fama de no ser de fiar: algunos de ellos hurtan,
delinquen, violentan, fuman, se embriagan, entre otras atrocidades. Su popularidad es baja, tanto
así que su desprestigio se intensificó en el irónico escape de Aída Merlano, puesto que algunos
creen que fue un rappitendero el cómplice. Empero, las malas conductas de ciertas personas no
representan todo el gremio. Es inaudito generalizar y juzgar a todos por unos pocos.

Pues bien, pocas veces pensamos en ese individuo que presiona el timbre para entregar un
domicilio. Él, cuya vida no le ha sonreído y seguramente está desesperado, esforzándose por
poder llevar el pan a la casa. ¿Hasta cuándo estas injusticias serán una cotidianidad en este país?
¿Por qué estamos obligados a exponernos en la crisis para alzar nuestra voz y reclamar un
derecho? ¿O acaso leí mal, y la constitución jamás habla en sus Artículos 25, 123, y otros, sobre
el “derecho al trabajo digno”? Otro ejemplo triste de una vociferación, que carecerá de respuesta.

Hasta el próximo domingo.


ESQUIRLAS:
1. Aprovecho para saludar y felicitar por su cumpleaños a Alejandro Collazos, que además
de ser el mejor padrino, es uno de los primeros suscriptores de esta columna en vías de
desarrollo.
2. El número de lectores de “Opinión E Incertidumbre” ha crecido exponencialmente en la
anterior semana. No olviden compartir este proyecto con todos sus seres queridos y
conocidos. ¡Muchas gracias!

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