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COLUMNISTA

JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ G.


PUBLICADO EL 05 DE FEBRERO DE 2022

ADMINISTRACIÓN PÚBLICA OPINIÓN


La pedagogía constitucional
Por José G. Hernández Galindo
El artículo 41 de la Constitución dispone: “En todas las instituciones de
educación, oficiales o privadas, serán obligatorios el estudio de la
Constitución y la Instrucción Cívica. Así mismo se fomentarán prácticas
democráticas para el aprendizaje de los principios y valores de la
participación ciudadana. El Estado divulgará la Constitución”.

Es la pedagogía constitucional, a la cual se refirió la Corte Constitucional


desde sus primeras sentencias.

Lo que ocurre hoy en el país —mucho más que en otras épocas, a lo largo
de estos treinta años de vigencia de la Carta— muestra claramente la
necesidad de la pedagogía constitucional. Porque —ignorando o
contraviniendo la Constitución, sus reglas, valores y principios, así como la
jurisprudencia constitucional— son muchas las cosas que se dicen, se hacen
y se aprueban, tanto a nivel de los altos cargos públicos como en los
inferiores, y se advierte también entre los ciudadanos del común. Ello
conduce no solamente a una enorme inseguridad jurídica, sino al paulatino
desgaste de las instituciones propias del Estado de Derecho.
Esa pedagogía debería ser general, no solamente con los estudiantes, como
resulta de la norma. Además de la función estatal de divulgar la Constitución
—a lo cual deberían contribuir los medios de comunicación—, sería
conveniente insistir en el conocimiento de las normas fundamentales y de la
jurisprudencia constitucional por parte de los integrantes de las corporaciones
públicas de elección popular, comenzando por el Congreso. Así podríamos
evitar el frecuente desconocimiento de las reglas consagradas en la Carta y
en los reglamentos sobre aspectos formales y sustanciales de proyectos de
ley o de reforma, proposiciones, debates, votaciones, decisiones de control
político, derechos de la oposición, uso de la palabra, disciplina interna y hasta
atribuciones y límites aplicables a quienes presiden las sesiones.

No se entiende, por ejemplo, cómo sigue ocurriendo que, tras reiterada


jurisprudencia de la Corte Constitucional, sigue siendo desconocido en las
Cámaras el principio de unidad de materia —según el cual todo proyecto de
ley debe referirse a un mismo asunto, sin que sea admisible la introducción
de los denominados “micos”—, o continúe la disconformidad entre el título de
un proyecto de ley y el contenido de su articulado.

Tampoco es comprensible que, contra lo expuesto en numerosas sentencias,


siga siendo violado el principio de consecutividad y, por tanto, ya en el último
debate aparezcan textos normativos completamente nuevos, no conocidos,
ni considerados en los debates anteriores. O —peor aún— que, en tratándose
de un proyecto de acto legislativo reformatorio de la Constitución, durante el
segundo período sean incluidos proyectos de artículos que no fueron objeto
de debate en el primer período, cuando la regla del artículo 375 de la Carta
Política es perentoria: “En este segundo período sólo podrán debatirse
iniciativas presentadas en el primero”.

No está bien que se resuelva —como aconteció el año pasado— modificar


una ley estatutaria mediante la ley anual de presupuesto o presentar un
proyecto de reforma para prorrogar por dos años el período presidencial y el
de los propios congresistas, sustituyendo claros términos constitucionales. Ni
que los presidentes de las cámaras presenten sus personales opiniones
como decisiones adoptadas por el Congreso.

Hace falta la pedagogía constitucional

Colprensa

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