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TEMA 24.

DELINCUENCIA E INTELIGENCIA
A continuación, se procede a la exposición del TEMA 24 de la parte específica para psicólogos
en su apartado A), relativa a la relación existente entre la delincuencia y la inteligencia, un tema
que se puede enmarcar junto con algunos otros temas más en un bloque donde se expone la
conducta delictiva y su vinculación con la inteligencia y las diferencias psicológicas en función
del sexo, edad y de las variables sociales y culturales.
No obstante, antes de introducirnos en mayor medida en la materia que nos ocupa es preciso
destacar el papel de la investigación criminológica en este ámbito, la cual trata de hallar las
diferencias entre delincuentes y no delincuentes en variables como la inteligencia, sexo, edad
o clase social, valiéndose para ello de la Psicología Diferencial, la cual alude a las variables
demográficas. En este sentido y para estudiar dichas variables, se entiende la conducta delictiva
como un “proceso” que primero aparece en libertad y luego puede continuar siendo estudiado
una vez el sujeto es recluido en prisión. Estos aspectos tienen en común una serie de premisas
como:
1. La individualidad de cada ser humano.
2. La existencia de una paradoja criminológica teniendo en cuenta la individualidad.
3. Las características individuales asociadas a la conducta delictiva.
4. El conocimiento de la influencia de estos factores sobre la conducta delictiva.
A su vez, si hablamos de factores individuales relacionados con la delincuencia, es importante
mencionar 2 de ellos que se consideran relativamente significativos, como son la edad y el sexo,
encabezando los factores diferenciadores entre los individuos que delinquen. Y si nos
centramos en la variable inteligencia, se puede decir que junto con la clase social y la raza, han
sido consideradas como un foco continuo de controversia en el que diversos autores se han
mantenido en discordancia. A pesar de ello y tras numerosos estudios, se llegó a la conclusión
de que las variables inteligencia y delincuencia podían estar indirectamente relacionadas.
En cuanto al concepto de inteligencia, Galton la define como “una capacidad general de
naturaleza biológica, innata y estable a lo largo del ciclo vital”, una concepción que se deriva del
enfoque psicométrico de la inteligencia entendiéndola como un “mapa geográfico” compuesto
de habilidades mentales heredadas, fijas y cuantificables, el cual viene representado por
Spearman y Thurstone.
Por su parte, Binet y Simon la definen como “una capacidad formada por procesos mentales
superiores determinados por la herencia, pero abiertos a las influencias culturales”, un enfoque
considerado como el germen de la orientación cognitiva de la inteligencia representada
inicialmente por Piaget y actualmente por Sternberg, Gardner y Feuerstein.
Por otro lado destaca Wechsler, el cual definió la inteligencia como “la capacidad para actuar
con un propósito concreto, pensar racionalmente y relacionarse adecuadamente con el
ambiente”. Pero es Snow quien propone una definición amplia y consensuada de inteligencia
que incluye:
- Una estructura multifacética.
- Un funcionamiento.
- Un desarrollo y modificabilidad, ya que crece y se nutre producto de las interacciones.
- Además de estar integrada con la personalidad y la vida emocional, según sea la motivación,
actitudes e historia del sujeto.

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A continuación, pasamos al siguiente epígrafe del tema dedicado a la forma de evaluación y
medida de la inteligencia, teniendo en cuenta en todo caso que influyen en la misma los
elementos culturales, contextuales y de ambiente en los que el sujeto se desenvuelve. Para
comenzar con la MEDICIÓN es importante hacer referencia a los test construidos por Binet, los
cuales ejercieron una gran influencia en la medida de esta variable, pero fue a partir de la
adaptación realizada por Terman en 1916 con el test de “Stanford-Binet” cuando se utiliza por
primera vez el concepto de “Cociente Intelectual (CI)” para medir la inteligencia, aunque ya se
hubiera introducido el término de “edad mental” en 1908.
Dentro de los valores del CI se puede destacar la normalidad, que corresponde con un valor de
100, donde una puntuación superior habla de gran inteligencia y una puntuación inferior de
inteligencia deficitaria en términos de DT. En este sentido, para la obtención de este valor se
recurre a los Test de Inteligencia, los cuales se pueden clasificar según el contenido en:
1. Test de inteligencia general, basados en la concepción unitaria de la Inteligencia.
2. Test de aptitud general, que se utilizan para la predicción del éxito académico o profesional
y tienen un interés práctico de orientación vocacional.
3. Test de aptitudes, los cuales miden características específicas homogéneas de la
Inteligencia, distinguiéndose entre test de aptitudes generales y de aptitudes especiales.
4. Test de rendimiento, que miden el éxito en un programa.
Asimismo, la medida de la inteligencia se puede estructurar siguiendo a Alonso Tapia en:
1. Medida de la inteligencia desde el enfoque Binet-Terman-Wechsler, donde se alude a la
Escala de inteligencia de Stanford-Binet y a la Escala Wechsler y donde además, habría que
situar la Escala de Alexander, muy utilizada en el medio penitenciario.
2. Medida de la inteligencia y de las aptitudes desde el enfoque factorial, donde se hace
referencia a los test provenientes del factor “g” de Spearman y los de la teoría de los factores
de Thurstone.
3. Medida del conocimiento, la inteligencia y las aptitudes desde el enfoque de la Psicología
Cognitiva que parte de la Teoría Triárquica de Sternberg.
4. Medida de la inteligencia desde un enfoque dinámico basado en la “Evaluación del potencial
de Aprendizaje” de Feuerstein y la “Evaluación de la zona de desarrollo próximo” de
Vygotsky. Donde en el caso de Feuerstein, destaca el fundamento de que los estímulos del
ambiente pueden ser transformados si un agente mediador selecciona y organiza los
estímulos más adecuados para que estos sean los que se presenten y, en el caso de
Vygotsky destaca la denominada “zona de desarrollo potencial” centrada en la diferencia de
actuación entre el nivel de habilidad observado en el niño y su capacidad latente.
Y en lo que concierne a las influencias culturales, es importante destacar como en última
instancia la inteligencia se utiliza para designar una propiedad de la conducta y es resultado de
una atribución que un observador realiza sobre actos de un sujeto y sus cualidades
subyacentes. A tal efecto, Sternberg la entendió como la conducta adaptativa dirigida a la meta,
donde interesa destacar la imposibilidad de separarla del contexto en el cual se desarrolla.
En este sentido, se entiende que su propia estructura viene afectada por las experiencias que
cada cultura proporciona, y la comparación entre sujetos de diferentes entornos culturales hará
posible establecer los mecanismos que relacionan las habilidades intelectuales con las
experiencias externas del sujeto.

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Para ello están los estudios transculturales, en los cuales cada cultura proporciona un conjunto
de contextos para la acción inteligente altamente idiosincráticos, pero donde hay que considerar
que las culturas no forman una escala de contextos uniformemente pautados, sino que cada
una ofrece contextos para la acción e instrumentos para la resolución de problemas.
Desde este punto de vista, tampoco se puede considerar a la cultura como una VI, sino que son
determinadas prácticas culturales, sociales, etc., realizadas en contextos específicos, con
instrumentos concretos, las que tienen efectos sobre el rendimiento de los sujetos ante tareas
intelectuales.
A respecto, los estudios transculturales han puesto de manifiesto “la influencia de los contextos
específicos en el desarrollo de las habilidades cognitivas”, donde se destaca otro ejemplo de la
importancia del contexto cultural de la mano de Sternberg y su Teoría Triárquica de la
Inteligencia con uno de sus tres componentes como es la “subteoría contextual de la
inteligencia” señalando la importancia del contexto sociocultural en el que la conducta tiene
lugar y mostrando la persona su inteligencia en la medida que:
a) Actúa adaptándose a su entorno cultural,
b) Modifica su entorno actual para adaptarlo a sus necesidades y
c) Cambia de entorno si no puede realizar ninguna de las acciones anteriores.
Por su parte, centrándonos en los test, estos tuvieron gran difusión en los contextos educativos,
en el ejercito y en la selección de personal, pero a partir de los años 60 se empezaron a hacer
varias críticas en cuanto a su utilización, donde destaca el sesgo cultural, la interpretación
biológica y la inmovilización-absolutización de los resultados. En este sentido, es importante
señalar el sesgo cultural, que hace referencia a que muchos de los ítems que contienen los test
son de tipo verbal y donde hay que poner de relieve que el lenguaje no es el mismo en todas
las culturas, ni siquiera en las distintas clases sociales, dando lugar a un entendimiento diferente
por parte de las diferentes culturas o clases.
Por otro lado, vinculado a la importancia social están las “inteligencias sociales”, donde se
pueden diferenciar dos tipos:
A. La inteligencia socio-institucional, que se refiere a los elementos competenciales
relacionados con el funcionamiento social institucional y vinculados al éxito social. donde
dentro de ella se puede hablar de: inteligencia económica, histórica e institucional.
B. La inteligencia socio-personal, que se refiere al reconocimiento y buen nombre personal,
diferenciándose entre: inteligencia intrapersonal e interpersonal.
Finalmente, y desde el punto de vista de los sesgo, se puede decir que muchos autores han
cuestionado la validez de los test para medir el CI de las minorías al determinar que estos grupos
no cuentan con igualdad de oportunidades, por lo que los resultados no se podrían evaluar de
la misma manera. En principio, las diferencias en el CI indican diferencias en la capacidad de
aprender, pero para muchos grupos este aspecto es el resultado de diferencias en la
oportunidad de aprender. Al respecto, se ha tratado de resolver este problema con los “test
justos desde el punto de vista cultural”, optándose en la mayoría de los casos por reducir el
empleo de datos verbales, y de ahí que los test no verbales se basen en relaciones geométricas
de algún tipo.
En general, se puede determinar que la inteligencia desempeña un papel preponderante en la
vita cotidiana de una persona, donde habitualmente se considera que ser más inteligente que
otros implica ser más y tener más, vinculando a unas personas con el éxito y a otras con el
fracaso.
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Este tipo de inteligencia es la llamada inteligencia general, sin embargo, desde siempre ha
existido una inteligencia social vinculada a la realización práctica, que se ha convertido en un
factor más relevante para la predicción del comportamiento. A tal efecto, se puede decir que el
ser humano presenta dos tipos de actividad intelectual:
 La inteligencia general clásicamente dividida en elementos verbales y manipulativos, la cual
miden los test de inteligencia y que aplicada al contexto penitenciario se denominaría
inteligencia impersonal.
 La inteligencia emocional, vinculada al desenvolvimiento de la persona en el contexto social
y cuyo valor predictivo es mucho mayor, la cual aplicada al contexto penitenciario sería
inteligencia interpersonal.
A partir de ahí se puede analizar cómo influye la inteligencia en el paso al acto delictivo y en el
éxito de los programas de reeducación de delincuentes. A pesar de ello, es importante destacar
que se suele emparejarse la inteligencia (general) baja con la facilidad delictiva y la inteligencia
(emocional) alta con el éxito del tratamiento.
En primer lugar, señalando la inteligencia como variable moduladora en el paso al acto
delictivo, es habitual considerar que “tener un bajo nivel de inteligencia” es un factor
determinante de la delincuencia, aunque ello es interpretado no como un factor delictivo, sino
como un déficit que limita el adecuado ajuste social del individuo. Ya que, una inteligencia alta
se relaciona con el éxito escolar y este con el éxito en la vida adulta.
En este sentido y como ejemplo de CI bajo, Lombroso afirmaba que el criminal nato presentaba,
aparte de todos los demás elementos hereditarios, un evidente déficit de inteligencia. Por su
parte, Goddard sostenía que la “penuria mental” implicaba una incapacidad para discriminar
correctamente el significado de la ley, las normas sociales y las consecuencias del
comportamiento delictivo, así como Goring encontró una mayor tasa de personas con
deficiencia mental entre delincuentes que entre no delincuentes. A pesar de ello, este enfoque
perdió peso a favor de los planteamientos más sociológicos como el de Cohen, quien se ocupó
de relacionar la variable inteligencia en el proceso causal delictivo, mediando en la relación
“clase social-delincuencia”, y manteniendo que son aquellos sujetos no preparados
adecuadamente para el éxito en la escuela los más proclives a caer en la delincuencia en busca
del reconocimiento no logrado.
Además de los autores mencionados, Henggeler ha formulado una hipótesis explicativa sobre
la posible conexión indirecta entre bajas habilidades intelectuales y conducta delictiva, donde
las bajas habilidades intelectuales darían lugar a :
1. Dificultades académicas y psicosociales en las relaciones con otras personas.
2. Pobreza de habilidades intelectuales, especialmente de inteligencia verbal.
Esta triple vía de relación entre la baja inteligencia verbal y la delincuencia no establece que la
falta de habilidades cognitivas sea una causa directa de la delincuencia, sino que estas
carencias funcionarían poniendo en situación de desventaja a los individuos y haciéndoles más
susceptibles de las influencias criminógenas.
Finalmente, en lo relativo a la inteligencia como variable moduladora en el éxito de los
programas de reeducación, de acuerdo con Henggeler, para disminuir la tasa de delincuencia
habría que intervenir tratando de: a) Evitar los déficits académicos, b) Facilitar las relaciones
con los demás, y c) Fomentar la adquisición de habilidades cognitivas.

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En esta línea es necesario mencionar los trabajos de Garrido Genovés y Ana Gómez, quienes
adaptaron los trabajos de Ross y Fabiano al contexto penitenciario español, prestando especial
atención a la adquisición de competencias psicosociales de los sujetos encarcelados y
utilizando el término “cognición interpersonal” para abarcar los procesos necesarios para que
los delincuentes realicen el ajuste social necesario, los cuales serían:
1. Razonamiento moral, como aquellos juicios de valor que hacemos sobre las cosas.
2. Resolución cognitiva de problemas, como aquel proceso que llevamos a cabo cuando, antes
de actuar pensamos en los pasos a dar, habilidades que son aprendidas.
3. Empatía, que es nuestra capacidad para comprender y expresar sentimientos, opiniones o
pensamientos con sinceridad pero de modo amable.
4. Impulsividad versus autocontrol: donde la impulsividad implica actuar ante estímulos
inmediatos sin pensar en las consecuencias y el autocontrol pensar antes de actuar.
5. Pensamiento crítico, como aquella habilidad para plantear dudas o críticas acerca de la
conducta propia y la ajena, lo que supone recapacitar.
6. Razonamiento abstracto, que es aquella capacidad humana para elevarse desde lo concreto
e inmediato hacia cuestiones más generales que se salen de ellos.
7. Conducta de elección, la cual se relaciona con aquellas habilidades necesarias para la toma
de decisiones frente a diversas alternativas.
Todas estas capacidades cognitivas son importantes para que los Ttos. tengan éxito, y en este
sentido, Ross realizó un análisis de los programas realizados con delincuentes donde encontró
características comunes a los programas efectivos, como que: a. eran multifacéticos, abarcando
varios campos deficitarios del sujeto y desde ópticas diferentes, y b. casi todos incluían
modalidad dirigida a influir en los procesos cognitivos. Así se puede concluir que la cognición
del delincuente juega un importante papel en la cta. delictiva, por lo que abordarla será un factor
esencial en su reeducación. Así, nos encontramos con 2 aspectos relevantes:
1. El análisis de las habilidades cognitivas que son relevantes en la vida social.
2. La creación de técnicas específicas para enseñar las habilidades cognitivas, donde destacan
2 programas, el Programa de Pensamiento Prosocial de Garrido Genovés y Ana Gómez y
el Programa de Competencia Social de Bayón, Compadre y Salarich.
En todo caso, se hace necesario entrenar al interno en: análisis racional del propio
comportamiento, autocontrol, razonamiento medios-fines y pensamiento crítico. Asimismo, es
importante destacar que la inteligencia como variable que media en el éxito del tratamiento para
la reeducación es la capacidad para ajustarse a las exigencias sociales respetando las normas
y haciendo vida ordinaria dentro de las normas establecidas legalmente, y en este sentido, es
conveniente dejar claros 2 aspectos; en primer lugar que:
a) El entrenamiento en habilidades cognitivas no es suficiente para el éxito de un programa de
reeducación, ya que no podemos negar la importancia de factores económicos, sociales,
situacionales y culturales.
b) No todos los delincuentes tienen déficit en habilidades cognitivas. Y aquellos que las poseen
difieren unos de otros, por lo que es imprescindible adaptar las características del programa
a los déficits concretos del interno.
Con esto damos por finalizada la exposición del TEMA 24 de la parte específica de psicología
apartado A), relativa a la relación existente entre la inteligencia y la delincuencia destacando el
papel de la investigación criminológica, la cual presta especial atención a la importancia de
explicar la conducta delictiva mediante el estudio del conjunto de factores característicos de los
individuos que los hacen diferentes a unos de otros.
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