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Indicaciones:
- Lee atentamente cada texto, pregunta y alternativas.
- Aplica estrategias y técnicas de comprensión abordadas en clases.
- Concéntrate en tu propia prueba y mantén una actitud acorde la instancia evaluativa.
Un día, paseándose por un bosquecillo, vio correr hacia él a un eunuco de la reina, seguido de varios oficiales que parecían
presas de la mayor inquietud, y que corrían de acá para allá como hombres extraviados.
-Una perra podenca muy pequeña -añadió Zadig-. Ha tenido perritos hace poco; cojea de la pata izquierda y tiene las orejas
muy largas.
-No -respondió Zadig- en mi vida la he visto. Ni siquiera supe que la reina tuviese una perra.
Precisamente, y por una de esas casualidades extraordinarias, el caballo más hermoso de las cuadras del rey se había escapado
corriendo por las llanuras de Babilonia. El montero mayor y todos los demás oficiales corrían tras él con tanta inquietud como
el eunuco lo hacía tras la perra. El montero mayor se dirigió a Zadig y le preguntó si había visto pasar al caballo del rey.
-Es un caballo que galopa muy bien. Tiene dos metros de alto, los cascos muy pequeños, una cola de casi un metro de larga;
las copas de su freno son de oro; sus herraduras son de plata _dijo Zadig.
> En el área Andes Centrales vivieron varios pueblos precolombinos a lo largo de más de 10 mil años. En el Museo
Chileno de Arte Precolombino puedes encontrar piezas originales de al menos 14 culturas Andinas. Aquí nos
acercaremos sólo a tres de ellas: Chavín, Tiwanaku e Inka.
Fragmento extraído de https://museo.precolombino.cl/wp-content/uploads/2021/03/Culturas-de-America-
Precolombina-Andes-Centrales.-Educacion-Media.pdf
Regreso en este momento de visitar al dueño de mi casa. Sospecho que ese solitario vecino me dará más de un
motivo de preocupación. La comarca en que he venido a residir es un verdadero paraíso, tal como un misántropo no
hubiera logrado hallarlo igual en toda Inglaterra. El señor Heathcliff y yo podríamos haber sido una pareja ideal de
camaradas en este bello país. Mi casero me pareció un individuo extraordinario. No dio muestra alguna de notar la
espontánea simpatía que experimenté hacia él al verle. Antes bien, sus negros ojos se escondieron bajo sus párpados, y
sus dedos se hundieron más profundamente en los bolsillos de su chaleco, al anunciarle yo mi nombre.
¿El señor Heathcliff? -le había preguntado. Se limitó a inclinar la cabeza afirmativamente. -Soy Lockwood, su nuevo
inquilino. Me he apresurado a tener el gusto de visitarle para decirle que confío en que mi insistencia en alquilar la
Granja de los Tordos no le habrá molestado.
-La Granja de los Tordos es mía -contestó, separándose un poco de mí, y ya comprenderá que a nadie le
hubiera permitido que me molestase acerca de ella, si yo creyese que me incomodaba. Pase usted.
La casa en que habitaba el señor Heathcliff se llamaba Cumbres Borrascosas en el dialecto de la región. Y por
cierto que tal nombre expresaba muy bien los rigores atmosféricos a que la propiedad se veía sometida cuando la
tempestad soplaba sobre ella. Sin duda se disfrutaba allí de buena ventilación. El aire debía de soplar con mucha
violencia, a juzgar por lo inclinados que estaban algunos pinos situados junto a la casa, y algunos arbustos cuyas hojas,
como si implorasen al sol, se dirigían todas en un mismo sentido. Pero el edificio era de sólida construcción, con
gruesos muros, según podía apreciarse por lo profundo de las ventanas, y con recios guardacantones protegiendo sus
ángulos.
“Cuanto más horrible es este mundo (como el de hoy, por ejemplo), más abstracto es nuestro arte, mientras
que un mundo feliz hace surgir un arte del aquí y del ahora”.
Paul Klee, 1915.
La exposición Paul Klee, organizada por Centro Cultural La Moneda en conjunto con Zentrum Paul
Klee de Berna, exhibirá no solo la faceta como artista, sino que también el lado más humano e íntimo de uno
de los referentes más importantes del arte moderno de la primera mitad del siglo XX.
Con 107 piezas, la muestra presenta dibujos, pinturas, acuarelas, títeres, fotografías, documentos y
herramientas del taller de Paul Klee, revelando aspectos nuevos y desconocidos de la personalidad y trabajo
del artista que experimentó contextos históricos como la Primera Guerra Mundial, el ascenso del nazismo y la
censura.
La muestra se despliega en ocho secciones: Infancia, Naturaleza, 1933, Abstracción, Teatro, Bauhaus, Ángeles
y Reducción.
En 1815, era obispo de D. el ilustrísimo Carlos Francisco Bienvenido Myriel, un anciano de unos
setenta y cinco años, que ocupaba esa sede desde 1806. Quizás no será inútil indicar aquí los rumores y las
habladurías que habían circulado acerca de su persona cuando llegó por primera vez a su diócesis.
Lo que de los hombres se dice, verdadero o falso, ocupa tanto lugar en su destino, y sobre todo en su
vida, como lo que hacen. El señor Myriel era hijo de un consejero del Parlamento de Aix, nobleza de toga. Se
decía que su padre, pensando que heredara su puesto, lo había casado muy joven. Se decía que Carlos Myriel,
no obstante este matrimonio, había dado mucho que hablar. Era de buena presencia, aunque de estatura
pequeña, elegante, inteligente; y se decía que toda la primera parte de su vida la habían ocupado el mundo y la
galantería.
Sobrevino la Revolución; se precipitaron los sucesos; las familias ligadas al antiguo régimen,
perseguidas, acosadas, se dispersaron, y Carlos Myriel emigró a Italia. Su mujer murió allí de tisis. No habían
tenido hijos. ¿Qué pasó después en los destinos del señor Myriel?
El hundimiento de la antigua sociedad francesa, la caída de su propia familia, los trágicos espectáculos
del 93, ¿hicieron germinar tal vez en su alma ideas de retiro y de soledad? Nadie hubiera podido decirlo; sólo
se sabía que a su vuelta de Italia era sacerdote.
En 1804 el señor Myriel se desempeñaba como cura de Brignolles. Era ya anciano y vivía en un
profundo retiro.
Hacia la época de la coronación de Napoleón, un asunto de su parroquia lo llevó a París; y entre otras
personas poderosas cuyo amparo fue a solicitar en favor de sus feligreses, visitó al cardenal Fesch. Un día en
que el Emperador fue también a visitarlo, el digno cura que esperaba en la antesala se halló al paso de Su
Majestad Imperial. Napoleón, notando la curiosidad con que aquel anciano lo miraba, se volvió, y dijo
bruscamente:
Majestad -dijo el señor Myriel-, vos miráis a un buen hombre y yo miro a un gran hombre. Cada uno de
nosotros puede beneficiarse de lo que mira.
Esa misma noche el Emperador pidió al cardenal el nombre de aquel cura y algún tiempo después el
señor Myriel quedó sorprendido al saber que había sido nombrado obispo de D.
Llegó a D. acompañado de su hermana, la señorita Baptistina, diez años menor que él. Por toda
servidumbre tenían a la señora Maglóire, una criada de la misma edad de la hermana del obispo