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Leovigildo: el rey arriano más grande que España vio nacer.

Varios reyes pasaron por la monarquía visigoda; algunos más queridos que
otros, unos más inteligentes, sin embargo, si de monarcas godos se trata, es
imposible que el nombre del ilustre Leovigildo no sobresalga de entre muchos
de ellos. Gran estratega militar, hombre sabio, tenaz e implacable en lo que se
refería a asuntos bélicos, Leovigildo logró arreglar de manera admirable, en el
periodo que concernió a su gobierno, los errores cometidos por sus
antecesores. Recuperó territorios, restableció el orden económico del reino,
hizo cambios a las leyes de su región que favorecieron y aliviaron
enormemente a su pueblo.

El reinado de Leovigildo fue precedido por un cúmulo de deslices de los reyes


anteriores, que tuvieron inicio en la guerra civil que suscitada en el periodo
regido por Agila, quien no fue el rey más querido entre los nobles, cosa que le
costó la cabeza y el poder. Sin embargo, fueron las malas decisiones de su
combatiente, Atanagildo, las que llevaron una nueva invasión bizantina a los
terrenos visigodos.

Cuando Leovigildo subió al trono—el cual compartió con su hermano Liuva I,


quien decidió dedicarse de lleno a sus conflictos con los francos y proteger las
provincias visigodas en las Galias— estaba consciente de tal situación
desastrosa, así que inició en el año 570 los movimientos bélicos en contra de
sus enemigos bizantinos, quienes estaban ocupados con sus propios rivales en
Europa, Asía y África; a pesar de haber atacado en un momento oportuno, y de
lograr tomar vasta parte del territorio que Atanagildo había perdido, tales como
las regiones de Bastetania y la ciudad de Medina Sidonia, realmente el rey no
pudo hacer más que mover a los bizantinos a una pequeña franja del
Mediterraneo, sin obtener su destierro completo.

A pesar de este triunfo parcial, Leovigildo logró uno de los objetivos frustrados
de sus predecesores: la conquista de Córdoba. Entre una revuelta campesina
(la primera de la que se oyó hablar en la España visigoda), este gobernante se
hizo del rebelde territorio, y superó con creces los intentos de Agila y
Atanagildo. Con todo esto, Leovigildo obtuvo de nuevo posesión de las tierras
más fértiles de la provincia Bética, cosa que ayudó en demasía al maltratado
tesoro visigodo.

En otras cuestiones, Leovigildo resultó ser un hombre determinado, que estaba


al tanto de la necesidad de una autoridad marcada. Por ello, su primera acción
gubernamental consistió en la expropiación de terrenos a los nobles que no
estuvieran dispuestos a pagar los tributos correspondientes para ayudar a la
economía del reino, acto que tuvo resultados favorables para las arcas
visigodas. Además, puede considerarse como el primer rey que se distinguió
de sus súbditos, coronándose y subiendo al trono con superioridad al estilo
bizantino, con una marcada diferencia entre los demás reyes que se mostraban
generalmente accesibles a todo el mundo; asimismo, este hombre implementó
una moneda personalizada, en la que estaba plasmado su busto y nombre.

En materia de leyes, en el año 573, este rey creó una de las obras legislativas
más importantes de su época: el Codex Revisus. Basado en el Código de
Eurico, Leovigildo se encargó de corregir, suprimir e incluir varias de las
normas que este documento contenía. El Codex Revisus estaba dirigido a toda
la población en general, sin importar la etnia o visión religiosa; se considera
que la única regla que marcó una distinción entre godos y romanos fue la
concerniente a la división de tierras, ya que era un elemento clave para la
economía visigoda que el rey no podía darse el lujo de arriesgar.

Sin embargo, una de las reformas más grandes que se suscitó, y quizá la más
importante, fue la derogación total de la negativa ante matrimonios mixtos entre
godos y romanos, ley instituida desde el Código de Alarico con una
consecuencia de pena capital.
Leovigildo no sólo tuvo un desarrollo excelso en ámbitos bélicos y financieros,
sino que también aportó varios cambios dentro de la misma monarquía.
Comenzó con la enorme transformación de la manera establecida para elegir al
rey, la cual se basaba en una monarquía electiva: los nobles se reunían y
escogían al que sería el nuevo gobernante; no obstante, después de la muerte
de Liuva I, el reino se unificó bajo el entero mando de Leovigildo, que recuperó
las provincias de Galias, y otorgó a sus hijos funciones con el firme propósito
de evolucionar a una monarquía hereditaria que conservaría su linaje. Sin
embargo no todo salió de acuerdo a lo que tenía planeado.

Si bien Leovigildo tuvo un desenvolvimiento extraordinario en cada campaña


en la que se embarcaba, hubo un elemento que no logró controlar y que llevó a
la muerte a su hijo Hermenegildo: la religión.

Puede decirse que Leovigildo cometió un error fatal al desposar a


Hermenegildo con la princesa Ingundis (Ingundia en algunas ediciones)
después de cederle la provincia Bética; fue una medida tomada ante la
tambaleante fe arriana del hijo mayor del rey. A pesar de que lo que se
pretendía era hacer abjurar a la princesa del catolicismo, para desgracia del
monarca resultó todo lo contrario; al partir a Sevilla, Ingundis y Leandro (un
monje local) empezaron con la conversión de Hermenegildo hacia el
catolicismo. En esta transición, el mayor de los dos descendientes del
soberano cambió su nombre a Juan.

Aun si Leovigildo al principio intentó no iniciar un movimiento bélico, la rebelión


de Hermenegildo fue inevitable. Este se alió con los bizantinos, quienes sólo le
ofrecieron apoyo en el campo de batalla; la población romana tampoco tenía
una particular simpatía por el rebelde godo. En realidad, al dar inicio la revuelta
del hijo mayor, la población visigoda se dividió en dos: los que estaban de parte
de su rey y los seguidores de Hermenegildo. Así, esta guerra fue considerada,
más que nada, de godos contra godos, y causó todavía más destrucción que
cualquier batalla con rivales extranjeros.
Como se ha dicho, Leovigildo gozaba de una increíble habilidad militar, la cual
arrasaba con el objetivo que este hombre tuviera visualizado. La rebelión de su
retoño no fue la excepción. Si bien hubo un tiempo de paz entre padre e hijo,
en el cual Hermenegildo se proclamó rey de Sevilla mientras su progenitor se
ocupaba de la conquista del territorio Vasco, el tiempo de la guerra principió.

En el año 582, Leovigildo dio los primeros indicios de movimiento hacia el sur,
donde con una facilidad esplendorosa recuperó los territorios de Mérida, la
Bética y sitió Sevilla, sin tener mayor problema con el ejército suevo, aliado de
Hermenegildo, o con los bizantinos, quienes ni siquiera acudieron a la batalla
gracias a la astucia del rey que pagó para que estos no prestaran su ayuda.
Ergo, Leovigildo procedió a la reconquista de Córdoba, donde pudo capturar a
su hijo con una intervención de Recaredo, quien convenció a su hermano para
entregarse a su padre. Finalmente, Hermenegildo fue exiliado en Valencia en el
año 584, para ser trasladado después a Tarragona en 585, donde fue
asesinado por un godo llamado Sisberto, que se sospecha fue enviado por el
monarca.

Así finalizó la rebelión de Hermenegildo, que frustró parcialmente los planes de


herencia monárquica de Leovigildo, y privó al mismo de uno de sus hijos; fue
esta guerra la única en el régimen de monarca que puede considerarse una
pérdida para él, no sólo por la muerte de su hijo, sino que también por la
devastación sucedida en los territorios. Al final, como una ironía, el mismo
monje que instruyó al descendiente mayor del rey se encargó también de
introducir a Recaredo a la religión católica. El reinado del descendiente menor
de Leovigildo se mantuvo fielmente en el catolicismo, y por si fuera poco, hay
sospechas de que el propio gran rey godo dejó su fe arriana en los últimos
años que tuvo de vida.

El final de la vida bélica de Leovigildo se dio con la conquista del reino suevo
de Galicia. Después de los acontecimientos sucedidos en Galicia, donde
Eborico (hijo del fallecido rey Miro) fue destronado por su cuñado Audeca,
Leovigildo interrumpió el reinado de este a sólo un año de haber comenzado;
en 585, el monarca godo emprendió su última campaña. Aplastó sin dificultad
las tierras del reino suevo y destronó a Audeca, destruyó los barcos
comerciales entre Francia y Galicia y se apoderó de su cargamento,
aprisionando a sus tripulantes. Posteriormente, se apropió del tesoro real del
territorio y lo unificó al reino visigodo Español, convirtiéndolo en la sexta
provincia de su dominio, cosa que era su meta primordial. Hubo un intento de
motín interno al año de los acontecimientos, por parte de un hombre llamado
Malarico, no obstante este no tuvo mayor importancia ya que el rey lo arrasó
inmediatamente.

Al término de esta revuelta, el rey convocó al Aula Regia, un organismo que se


encargaba de asesorarlo en cuestiones militares, sociales y políticas. Ahí,
informó los triunfos y glorias obtenidas.

El esplendor y capacidad del rey era evidente. Leovigildo había logrado lo que
sus tres antecesores no pudieron: empoderar al reino de Toledo, controlar a su
pueblo con mano firme, recuperar territorios perdidos o considerados un reto
gigante para conquistar y, sobretodo, unificar el territorio (salvo algunos pocos
lugares que seguían independientes); así nació bajo su mandato el que
después se conocería concretamente como el Reino Visigodo de Toledo.

Este eminente monarca subió a la corona con metas y determinación, que lo


convirtieron en una figura primordial de la historia de los godos en España.
Leovigildo fue, para muchos historiadores, el mejor y más importante rey
visigodo arriano, que levantó a un pueblo taciturno y maltrecho en todos los
ámbitos, derruido por el malgasto de dinero en la guerra civil contra Agila y las
posteriores malas medidas tomadas por Atanagildo. Dio a sus súbditos tiempos
de tranquilidad y estabilidad, además de reformas que influenciaron de manera
positiva a sus gobernados. Murió en su palacio, dejando tras de él un
sinnúmero de victorias y el recuerdo de un hombre que revivió a todo un reino
que muchos otros hubieran perdido.

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