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GRANDES BATALLAS MEDIEVALES - UNED -1

Los ejércitos visigodos en batalla (ss. VI-VIII)


Raúl González Salinero. Profesor Titular de Historia Antigua. UNED.

Los visigodos, aunque son un pueblo bárbaro, ya que se asentaron fuera de


los límites del Imperio Romano, tuvieron numerosos contactos y relaciones con él,
sobre todo de carácter comercial y militar, provocando una rápida asimilación de los
usos y costumbres del pueblo romano, romanización que también afectará al ámbito
militar.
Los visigodos obtuvieron grandes triunfos, como los de Adrianópolis (378)
contra las tropas romanas y en la de los Campos Catalaúnicos (451) contra los
Unos de Atila.
El ejército estaba formado principalmente por Godos, aunque no existía
ningún impedimento para que tanto la población galorromana e hispanorromana
formasen parte de él. Esta colaboración se daba entre nobles y grandes
propietarios, los cuales podían aportar contingentes. El fin no era otro que el de
mantener sus propiedades y posiciones sociales.
La unidad básica de su ejército era la “thiufa”, compuesta por mil hombres
bajo el mando de un “thifaudus” o “milliarius”. Los “quingentenarius” dirigían cinco
“centuriae”, 500 hombres. El “centenarius” estaba al frente de una centena de
hombres y el “decanus”, dirigia una “decania”, 10 hombres.
Es muy probable que las ciudades con un número grande de población
contasen con una “thiufa”. Existe la posibilidad de que la organización del ejército
visigodo tuviera una base territorial y que se apoyase en las provincias y las grandes
ciudades, por lo que los mandos superiores serían los “comites civitatum” y los
“duces provinciarum”.
Cuando se producían sublevaciones o invasiones en el reino, se preparaba
una expedición militar, “publica expeditio”. El rey tenía la capacidad de movilizar a
grandes contingentes usando la ley. El rey Wamba aprobó en el año 673 una ley
militar que otorga este poder al rey. Todas las personas que tuviesen la edad, la
condición de combatir y que residiese dentro de un radio de 100 millas del lugar del
conflicto, debía incorporarse obligatoriamente al ejército. Esta movilización afectaba
a godos, romanos, obispos y demás miembros del clero. El incumplimiento era
castigado con diversas penas, entre ellas, la pérdida del derecho a testificar.

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Ervigio aprobó una nueva ley militar (681) en las que introdujeron algunos
cambios. los clérigos ya no eran movilizados, pero los propietarios y siervos fiscales
debían proporcionar una décima parte de los siervos de sus tierras. Las penas por
incumplimiento variaban según la clase social; los duques o condes eran castigados
con el destierro y la confiscación de tierras y bienes. Las demás personas, “viliores”
o “inferiores” eran castigados con azotes, la decalvación y una multa de 62 sólidos.
Si no podían hacer efectiva la paga eran condenados a la exclavitud. Esta ley refleja
la protofeudalización que había alcanzado la organización del ejército visigodo.

La derrota de Vouillé (507)

El rey franco Clodoveo estaba llevando a cabo una fuerte política de


expansión que supuso un inevitable choque con los visigodos. Este enfrentamiento
se produjo en la localidad de Vouillé, cerca de Poitiers, donde el ejército godo sufrió
una importante derrota de mano de los francos. El rey godo Alarico II murió en la
batalla y las consecuencias fueron desastrosas. Los francos tomaron diversas
ciudades y se hicieron con el tesoro de los godos. Ante el avance franco, el pueblo
godo se replegó hacia el sur, en la Península Ibérica, donde acabaron fundando el
Regnum Gothorum con capital en Toledo.

Conquista del Reino Suevo (585)

El rey visigodo Leovilgildo puso en marcha durante su reinado una ambiciosa


política de restauración de la autoridad visigoda sobre Hispania. El Reino Suevo fue
uno de sus principales objetivos, y aprovechando la rebelión de su primogénito
Hermenegildo, que se había convertido al catolicismo, en el 585 Leovilgildo
encabezó la ofensiva y penetró en el Reino Suevo, apoderándose de él y
consolidando así el territorio del noroeste peninsular.

Rebelión del dus Paulo (673)

Mientras el rey Wamba se encontraba en campaña contra los vascones,


estalló en la Narbonense una rebelión. Para sofocarla, Wamba envió al dux Paulo,

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pero este se unió a los sublevados contra Wamba, auto proclamándose Rex
Orientales de Hispania.
Wamba tuvo que poner fin a la campaña contra los vascones y dirigirse a la
Narbonense con sus ejércitos para poner fin a la rebelión. Tras meses de lucha,
Wamba y su ejército se trasladaron a Toledo, llevando consigo a los líderes de la
conspiración. Se les perdonó la vida, pero fueron sometidos al castigo de entrar a la
ciudad descalvados y con la barba rasurada.
Una de las consecuencias de esta rebelión fue la promulgación de una ley
militar por parte de Wamba, ya que muchos nobles no habían acudido a la llamada
del rey.

Guadalete (711)

Si las anteriores batallas habían servido para unificar y consolidar el Reino


Visigodo, Guadalete supuso su desaparición y el inicio de la conquista musulmana
de la Península Ibérica.
Tras la muerte de Witiza, Rodrigo encabezó un golpe de estado y asumió la
corona apoyado por un sector de la aristocracia. La expansión musulmana en el
magreb no acabó en Ceuta, ya que desde allí, Tariq, lugarteniente del gobernador
de Ifriquiya, encabezó una expedición con destino a la Península Ibérica. Tariq
desembarcó con su hueste en Algeciras y consolidó allí su base, esperando
acontecimientos. Rodrigo, que se encontraba enfrentándose a los vascones en el
norte, concentró al ejército y se dirigió hacia el sur para forzar el enfrentamiento y
consolidar así la autoridad de su reinado. Tanto aliados como enemigos del monarca
respondieron a su convocatoria (de obligado cumplimiento, pues podrían perder sus
bienes, exiliarles o darles muerte en caso de incumplimiento). Aunque las
controversias son diversas, lo que está cada vez más claro, es que las familias del
anterior rey, Witiza, jugaron un papel relevante en los acontecimientos, ya que
entraron en tratos con Tariq para derrotar a Rodrigo. Las fuentes no proporcionan
demasiados detalles al respecto, pero se sabe que Rodrigo estaba al frente del
ejército visigodo, mientras que Sisebuto y Oppa (hijos o hermanos de Witiza)
comandaban los flancos. Los jinetes bereberes, con un armamento más ligero que
la caballería visigoda, debieron hacer una maniobra envolvente rodeando el
enemigo. Parece ser que en el momento decisivo, Sisebuto y Oppa desertaron con

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sus tropas, permitiendo que el enemigo triunfase en su estrategia. Las bajas fueron
muy numerosas, y entre ellas la del propio rey Rodrigo, de quien nunca se localizó
el cuerpo.
Con la derrota del ejército de Rodrigo y los acuerdos con los miembros de la
aristocracia visigoda, Tariq continuó con su expansión por la península, y el Reino
Visigodo llegó a su fin.

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LAS NAVAS DE TOLOSA, 1212


Francisco García Fitz. Catedrático. Universidad de Extremadura.

Antecedentes

Al sufrir el rey de Castilla Alfonso VIII una importante derrota en Alarcos


(1195) frente al ejército almohade de al-Mansur, entiende la necesidad de firmar una
alianza con el rey Pedro II de Aragón para poder detener a los almohades, ya que
parecía que estos estaban en predisposición de recuperar el territorio perdido,
incluído Toledo.

Treguas y frente común

A pesar de sus grandes diferencias, los reyes Sancho VII el fuerte de Navarra
y Alfonso VIII de Castilla firmaron en Guadalajara una tregua que les permitió
construir un frente común ante la amenaza almohade. Alfonso VIII de Castilla
también firmó otra tregua en Valladolid con Alfonso IX de León, culminando la paz
en las fronteras occidentales, permitiendo así centrar los esfuerzos militares
cristianos en la frontera del Tajo.

Cruzada

El papa Inocencio III encomienda al arzobispo de Toledo, Rodrigo Jiménez de


Rada, la predicación de una cruzada, atrayendo a un elevado número de caballeros
franceses, borgoñones, ingleses, alemanes y de otras regiones de Europa.
A partir de ahora tan sólo tenían que provocar al enemigo islámico y declarar
la guerra santa en al-Ándalus.

El avance del ejército cristiano

La conquista del castillo de Salvatierra por los almohades en septiembre de


1211 parece que se convirtió en el detonante final del conflicto, aunque el ejército
cristiano no pudo partir hasta un año después desde Toledo. No fué sencillo
coordinar unas tropas compuesta por fuerzas tan diversas; mesnadas reales,

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huestes señoriales, fuerzas de las órdenes militares, milicias de los concejos


castellanos y los “ultramontanos”, tal como se conocía a los cruzados venidos más
allá de los Pirineos.
El avance cristiano por el interior de al-Ándalus no entró una resistencia
importante, tomando con facilidad Alarcos, Caracuel, Benavente y Piedrasbuenas.

La Batalla de Navas de Tolosa (1212)

El viernes 13 de julio de 1212, el ejército cristiano se hizo con el puerto de


Muradal que estaba en mano de los almohades, replegándose estos hacia al sur y
dejando protegido el estrecho Paso de la Losa, el cual debían atravesar los ejércitos
cristianso en su camino hacia el sur.
Según narra la “Historia de los hechos de España” del arzobispo Rodrigo
Jiménez de Rada, que parece que fue testigo directo de los hechos, un “rústico que
Dios nos envió impensadamente”, les indicó una ruta segura por la que evitar el
Desfiladero de La Losa. De esta forma pudieron atravesar la sierra por el camino
que hoy se conoce como paso del Rey, llegando así a la Mesa del Rey. En ese
lugar, y en una posición más elevada, se encontraba el ejército almohade preparado
para el combate.
Los almohades recurrieron a la misma estrategia de Alarcos, el tornafuye, la
especialidad de la caballería ligera almohade, pero esta vez ni el número de
efectivos ni las características geográficas del terreno les permitiría ejecutar esta
maniobra con éxito, ya que los ejércitos cristianos eran muy numerosos para
ejecutar una maniobra envolvente que a la vez se sumaba la dificultad de la escasa
amplitud del campo de batalla.
En cuanto al número de efectivos, las crónicas islámicas hablan de
seiscientos mil cristianos y las crónicas castellanas de quinientos mil jinetes
musulmanes. En la actualidad se cree que el ejército almohade estaba compuesto
en torno a cien mil efectivos, entre peones y caballeros, y el de los ejércitos
cristianos, en poco más de diez mil caballeros y de unos cincuenta mil peones.
A pesar de esta diferencia numérica, los caballeros de los ejércitos cristianos
estaban mejor dotados de armamento que los almohades, sobre todo en lo referente
a las defensas de la caballería pesada; yelmos de metal y cuero, cotas de malla y

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escudos. Para el ataque disponían de lanzas y espadas para los caballeros y de


alabardas, arcos y cuchillos para los infantes.
El ejército musulmán estaba mucho más limitado en armamentos, ya que su
estrategia era la de una caballería mucho más ligera en combate. El armamento
defensivo se limitaba al escudo de madera o de cuero. Los peones, muy
numerosos, llevaban lanzas, espadas y arcos, con el objetivo de frenar la carga de
la caballería cristiana.
El lunes 16 de julio los dos ejércitos se encontraron cara a cara. El ejército
cristiano estaba organizado de la siguiente forma, en el centro se colocaron los
castellanos, con el rey Alfonso VIII y el arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada; Pedro
II de Aragón se colocó en el ala izquierda y Sancho VII de Navarra en el ala
derecha.
El ejército musulmán colocó en la vanguardia a sus arqueros bereberes para
desordenar a la caballería pesada y en los laterales a la caballería ligera almohade y
andalusí. La estrategia cristiana consistió en resistir la caballería enemiga y lanzar
ataques en oleadas por el centro para impedir maniobras envolventes. Esto
favoreció a la larga el éxito cristianos, ya que los musulmanes no habían previsto
una lucha cuerpo a cuerpo contra sus arqueros. Una carga final dirigida por los tres
monarcas alcanza finalmente el campamento de al-Nasir, cuya guardia personal es
superada por los cristianos. Ante tal situación, parece que el califa ya había huido
hacia Baeza. Las fuentes cuentan que los cristianos acabaron sin piedad con las
tropas musulmanes mientras estas huían para evitar un reagrupamiento.

Las consecuencias de la victoria cristiana

Tras el triunfo en las Navas, Alfonso VIII de Castilla tomó también Baños de
la Encina y Vilches. Baeza fue masacrada y la ciudad de Úbeda tomada por los
aragoneses. Una vez cumplido el objetivo el rey de Castilla abandonó Sierra
Morena. Estos acontecimientos se han calificado de extraordinarios por su
envergadura, y sobre todo, porque fue el inicio del retroceso definitivo de los
almohades en al-Andalus.

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MURET, 1213. El marco de la cruzada albigense


Martín Alvira Cabrer. Profesor Titular. Universidad Complutense de Madrid.

Antecedentes

La derrota en la batalla de Muret significó para la Corona de Aragón el fin de


un proyecto de construir un gran estado a caballo de los Pirineos.
Un siglo antes de la contienda, en los territorios que serán conocidos
posteriormente como Languedoc, se produjo la expansión de un movimiento
religioso que pretendía volver a los orígenes del cristianismo, en unos tiempos
donde la Iglesia de Roma se había alejado del mensaje evangélico. A este
movimiento se le conoce como catarismo, una doctrina dualista que rechaza los
sacramentos y que se pregunta sobre la existencia y los problemas del mal del
mundo. Se convirtió en una iglesia peligrosa para la Santa Sede, ya que no sólo
alcanzaba a la plebe, sino también a la propia nobleza. Las autoridades
eclesiásticas fueron testigos de la expansión y de la influencia del catarismo, del
aumento de las burlas hacia las prácticas católicas y resistencia al pago de los
diezmos eclesiásticos. Los señores feudales, que en teoría debían ser los baluartes
de la fe en el territorio, hacían caso omiso de las exigencias papales y toleraban la
práctica del catarismo, convirtiéndose en algunas ocasiones en verdaderos adeptos.

La Cruzada Albigense

El asesinato del legado papal, Pière de Castelnou, en 1208, se convierte en


el pretexto para convocar la cruzada contra los cátaros. El papa Inocencio III dictó
una bula solicitando a los prelados y nobles de la cristiandad que tomaran las armas
para vengar la muerte del legado y acabar con la herejía. La bula iba acompañada
del perdón de los pecados, y lo más importante, la recompensa de bienes, hecho
que atrajo a numerosos caballeros.
En el 1209 se puso en marcha un ejército internacional formado
fundamentalmente por varios obispos, caballeros franceses, occitanos, alemanes y
un gran número de mercenarios. Las tropas estaban dirigidas por el abad Arnau
Amalric, de origen catalán, puesto que el rey de Francia se negó a ponerse al frente.

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En julio de 1209 cayó Béziers, y posteriormente, tras varias semanas de


asedio, Carcasona. El vizconde Trencavel falleció en la contienda y para sustituirle y
por derecho de conquista se nombró a Simón de Montfort, el cual se convirtió en el
caudillo del ejército cruzado.
En sólo cuatro meses de campaña, los cruzados se habían hecho con las
cuatro capitales de los Trencavel (Béziers, Carcasona, Limoux y Albi).
Los acontecimientos estaban creando grandes problemas al rey Pedro el
Católico de Aragón, pariente y estrecho aliado de los nobles occitanos, y aunque en
esta primera fase tuvo una actitud un tanto inmovilista, debido al avance de los
cruzados y la conquista de plazas importantes del Languedoc (los condes de Tolosa,
Foix, Cominges y el vizconde de Bearn se vieron rodeados por las tropas francesas)
y un primer asedio de Tolosa (1211), decidió hacer frente al avance de la cruzada.

La intervención de Pedro el Católico

Pedro el Católico era consciente de que la pérdida de tales territorios suponía


un verdadero problema para sus intereses ultra pirenaicos. Tras su exitosa
participación en la batalla de las Navas de Tolosa (1212), aceptó el vasallaje de los
principales señores occitanos que no dependían aún de la Corona aragonesa y se
comprometió a protegerlos. Con esta decisión se retomaba la posibilidad de
materializar un proyecto político compartido por catalanes, aragoneses y occitanos.
Pedro el Católico buscó el conflicto abiertamente, hacer frente a la cruzada y
eliminar a Simón de Monfort. También pretendía convencer al papa Inocencio III de
que él estaba en disposición de asegurar la ortodoxia de sus vasallos occitanos. Un
combate frontal, a campo abierto y planteado como un auténtico “juicio de Dios”
parecía ser la mejor manera de conseguir tales propósitos.

La batalla de Muret (1213)

Este acontecimiento ha tenido diferentes y múltiples interpretaciones que aún


son producto de investigación e interpretación en la actualidad.
Parece ser que a ambas fuerzas les convenía un combate a campo abierto.
Las hostilidades las comenzó el rey catalano-aragonés al ordenar una incursión con
el burgo para provocar la salida de la caballería enemiga. Al parecer, Monfort hizo

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un un amago de retirarse con el objetivo de atraer a la caballería del rey. Pedro el


Católico colocó a su ejército en orden de batalla para caer sobre los cruzados, pero
estos últimos se dieron la vuelta por sorpresa y ambos ejércitos se enfrentaron con
sus lanzas. Se desconoce si por necesidad o por error de cálculo situaron en
primera línea al conde de Foix con los catalanes y los condes de Tolosa y de
Cominges tras él. Esto hizo que Pedro el Católico y sus tropas estuvieran ubicadas
en el cuerpo central, posición muy peligrosa y que resultó fatal.
Los cruzados rompieron las filas del cuerpo delantero, penetrando en el
cuerpo central. El rey fue derribado de una lanzada en el costado provocándole la
muerte de inmediato. Al parecer, según costumbre de la época, el rey había
cambiado su armadura con otro caballero para proteger su identidad, por lo que
parece que murió en el anonimato junto a otros nobles y caballeros aragoneses.
Parece ser que Monfort no las tenía todas consigo y tenía a un tercer
escuadrón preparado para hacer un movimiento envolvente y atacar la reserva del
ejército catalano-aragonés.
En el campo de batalla se corrió la voz de la muerte del rey de Aragón,
produciéndose una desbandada que otorgó a los cruzados el dominio de la batalla.
Monfort ordenó a su caballería que atacase a la infantería tolosana que estaban
asaltando la plaza fuerte, encontrándose de este modo atrapados entre las murallas
y los cruzados. El desconcierto y el pánico fue generalizado, unos intentaron huir
nadando por el río Garona, donde muchos perecieron ahogados y otros abatidos por
sus perseguidores.

Conclusión

El ejército cruzado derrotó a una fuerza que le superaba ampliamente en


número. Las fuentes hablan de siete mil o diez mil muertos, la mayoría de la
caballería aragonesa y de las tropas occitanas que asediaban a Muret.
La inesperada derrota de Muret tuvo importantes consecuencias.El ejército
cruzada tuvo vía libre para seguir con su campaña militar y lograr la conquista de
Tolosa y finalizar así sus objetivos. La influencia política del reino de Aragón en el
Languedoc quedó fuertemente diezmada. La firma del tratado de Corbeil (1258)
entre Jaime I el Conquistador y Luis IX de Francia acabó definitivamente con la
renuncia del Casal d’Aragó a sus derechos y ambiciones en las tierras occitanas.

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LA BATALLA DE ALJUBARROTA (1385) y la independencia portuguesa


Joao Manuel Gouveia Monteiro. Catedrático. Universidad de Coimbra

Antecedentes

El problema creado tras la muerte del Papa Gregorio XI en 1378 que


desencadenó en el hecho conocido como Cisma de Occidente, no sólo dividió a la
iglesia, sino también a las grandes potencias europeas. Francia e Inglaterra,
enfrentadas en la Guerra de los Cien Años, fueron las principales afectadas, y como
era de esperar, tomaron posiciones opuestas. Francia apoyó a Clemente VII e
Inglaterra a Urbano VI. En este contexto, sus aliados debían posicionarse y tal
decisión podía significar una excusa de los enemigos para intervenir militarmente.
Castilla, aliada de Francia, temía un nuevo intento de conquista por parte de
la Inglaterra de los Lancaster. Enrique II, al no poder mantener una primera
neutralidad, acabó por reconocer a Clemente VII.
Desde el inicio del reinado de los Trastámara, hubo conflictos continuados
con Portugal, ya que Fernando I era un aspirante legítimo al trono castellano. La
alianza de Portugal con Inglaterra y el interés de Juan de Gante (duque de
Lancaster) por Castilla, influirán en las relaciones entre los dos reinos en los años
siguientes.
Fue sorprendente el apoyo de Fernando I de Portugal a Clemente VII, sobre
todo si se tiene en cuenta su alianza con Inglaterra. Pero a la vista de los
acontecimientos, parece ser que se trataba de una maniobra para camuflar el
acuerdo secreto de Estremoz (1380) en el que se apoyaba la intervención de
Inglaterra contra Castilla.
En 1379, Juan I fue coronado rey de Castilla, y al ser conocedor de los
planes de Fernando I (gracias al infante Juan de Portugal, hijo bastardo del anterior
rey) volvieron de nuevo las hostilidades entre los dos reinos. La intervención de
Inglaterra fue muy decepcionante para los portugueses, ya que aportó menos
efectivos de los esperados y su comportamiento en tierras portuguesas fue más
parecido a la de unos conquistadores que la de unos aliados. También reinaba un
gran malestar entre la nobleza y la burguesía por el alto coste de la contienda. A

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este conflicto se le puso fin gracias al acuerdo matrimonial entre la princesa Beatriz
y Juan I (1383), emparentando así los dos reinos.

El conflicto sucesorio de Portugal

Fernando I no apoyaba el acuerdo matrimonial que había sido orquestado por


su esposa Leonor. Enfermo y sin descendencia tuvo que aceptar el acuerdo que
garantizaba que el reino de Portugal no fuera anexionado por el de Castilla. Con
este acuerdo matrimonial, los futuros reyes de Portugal serían los hijos de Juan y
Beatriz, pero Juan no podía reinar. La regente sería la mujer de Fernando, la reina
Leonor Téllez. Si se presentaran problemas sucesorios que imposibiliten otra
opción, finalmente Juan I podría gobernar Portugal, pero de ninguna manera ligarlo
a Castilla.
Tras la muerte de Fernando I la regencia no funcionó como se esperaba.
Hubo una oleada de protestas anti castellanistas y revueltas en Oporto y Lisboa.

El Maestre de Avis
En diciembre de 1383, el Maestre de Avis mató a Juan Fernández de
Andeiro, el valido y amante de la reina Leonor. Ante tales acontecimientos la reina
tuvo que huir y pedir ayuda a Juan I. Portugal se encontró entonces dividido entre
los que defendían a la reina regente y los partidarios de Joao.
El rey de Castilla asumió el poder, apartando de la regencia a Leonor. De
esta forma los acuerdos quedaron totalmente rotos por completo. Juan I hizo un mal
cálculo, ya que pensaba que tendría el apoyo de la nobleza portuguesa. Los
primeros conflictos llegaron con el sitio de Lisboa de 1384, pero debido a una plaga
de peste que afectó a las tropas castellanas se tuvo que poner fin al sitio.

Aljubarrota (1385)

Las cortes de Portugal reconocieron como rey al Maestre de Avis, ahora Joao
I de Portugal. Joao I situó a sus tropas cerca de la ciudad de Aljubarrota,
bloqueando de esta forma el paso de las tropas castellanas. El ejército portugues
estuvo comandado por Nuares Pereira y apoyado por arqueros ingleses.

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Conocedores de la orografía, prepararon un campo de batalla con numerosas


trampas y fosos para dificultar el movimiento de las tropas castellanas.
El ataque comenzó el 14 de agosto de 1385. El número de efectivos del
ejército castellano era muy superior al de Portugal, pero las condiciones eran muy
desfavorables. Los castellanos llegaron exhaustos por la marcha y el calor y la
disposición del campo de batalla les obligaba a cargar cuesta arriba por un estrecho
paso que no facilitaba el avance de las tropas.
La contienda duró tan sólo media hora. Los arqueros ingleses acabaron con
la caballería castellana sin necesidad de que las tropas de Alvares Pereira cargaran.
Las trampas, los fosos y el paso angosto del estrecho facilitó en gran medida el
trabajo de los arqueros. Las bajas en el ejército castellano fueron inmensas, no sólo
por las muertes de sus tropas, también por la de numerosos e importantes nobles
castellanos. Juan I y los supervivientes huyeron precipitadamente hostigados por la
población portuguesa.
Con la victoria portuguesa de Aljubarrota se dio fin a las pretensiones
portuguesas de Juan I y significó el nacimiento de la casa real portuguesa de Avís.

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