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11 Junio, 2012
Empecemos por el nivel elemental para decir que los precios se determinan
por medio de la oferta y la demanda. Si la demanda relativa de un producto se
incrementa, los consumidores querrán pagar más por él. Sus apuestas
competitivas les obligarán individualmente a pagar más por ellos tanto como
permitirán a los productores ganar más. Esto elevará los márgenes de
beneficio de los productores de ese producto. Esto, a su vez, atraerá a más
empresas a manufacturar tal producto e inducirá a las que ya existen a invertir
más capital en fabricarlo. El crecimiento de la producción tenderá otra vez a
reducir el precio del producto y a reducir los márgenes de beneficio de
fabricarlo. La creciente inversión en nuevos equipos de fabricación puede
bajar el precio de la producción. O bien la demanda creciente y la producción
—sobre todo si hablamos de alguna industria extractiva como el petróleo, el
oro, plata o cobre— pueden elevar el coste de fabricación. En todo caso, el
precio tendrá un efecto claro sobre la demanda, la producción y los costes de
producción de la misma manera que estos a su vez, afectarán a los precios. Las
cuatro cosas —demanda, existencias, costes y precio— están relacionadas
entre si. Un cambio en una de ellas, provocará cambios en las otras.
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De la misma manera que la demanda, existencias, costes y precio de cualquier
bien individual están relacionadas entre si, los precios de todas los bienes
están relacionados unos con otros. Estas relaciones son tanto directas como
indirectas. Las minas de cobre pueden obtener plata como subproducto. Si el
precio del cobre sube demasiado, los consumidores lo sustituirán por el
aluminio para muchos usos. Esta es la conectividad de la substitución. El
dacron y el algodón se usan para las camisas inarrugables; esto es una
conectividad de consumo.
Además de estas conexiones relativamente directas entre los precios, hay una
inevitable conectividad entre todos los precios. Un factor general de la
producción, el trabajo, puede ser cambiado de una línea a otra a largo plazo o
a corto plazo, directamente o indirectamente. Si un bien eleva su precio y los
consumidores no quieren o no pueden sustituirlo por otro, se verán forzados a
consumir un poco menos de algo. Todos los productos compiten por el dinero
del consumidor y un cambio en cualquiera de los precios afectará a un número
indefinido de otros precios.
Así que no hay un solo precio que pueda ser considerado un objeto aislado en
si mismo. Está relacionado con otros precios. Es exactamente a través de esas
interrelaciones como la sociedad puede resolver la enorme dificultad y el
siempre cambiante problema de cómo repartir la producción entre miles de
diferentes bienes y servicios de manera que cada uno pueda ser proporcionado
tan rápido como sea posible en relación con la urgencia comparativa de la
necesidad o el deseo de él que existe.
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Apoyo de los precios para los bienes exportacion
Empecemos considerando los esfuerzos del gobierno para contener los precios
altos o para elevarlos. Los gobiernos frecuentemente intentan hacer esto con
bienes que constituyen el principal producto de exportación de su país. Japón
lo hizo una vez con la seda y el Imperio Británico con el caucho; Brasil lo ha
hecho y todavía lo hace periódicamente con el café; los Estados Unidos lo han
hecho y todavía lo hace con el algodón y el trigo. La teoría es que subir los
precios de estos bienes de exportación hace bien y no daña en casa porque
sube los ingresos de los productores domésticos y lo hace casi siempre a
expensas de los consumidores extranjeros.
Todos estos planes siguen un curso típico. Pronto se descubre que el precio de
un bien no puede ser elevado a menos que las existencias se reduzcan primero.
Esto puede llevar, al principio, a la imposición de restricciones en la extensión
(de tierras). Pero el precio más alto da a los productores un incentivo para
incrementar su rendimiento medio por unidad de medida plantando el
producto que se apoya en las áreas más productivas y empleando más
intensivamente fertilizantes, irrigación y trabajo. Cuando el gobierno descubre
que pasa esto, empieza a imponer controles cuantitativos absolutos a cada
productor. Esto normalmente se basa en la producción previa de cada
productor durante una serie de años. El resultado de este sistema de cuota es
mantener alejada toda nueva competición; encerrar a los productores
existentes en sus posiciones relativas previas y, de esta manera, dejar los
costes de producción altos al quitar el principal mecanismo e incentivo para
reducir tales costes. Se impide que tengan lugar los reajustes necesarios.
Mientras tanto, las fuerzas del mercado siguen funcionando en los países
extranjeros. Los extranjeros se niegan a pagar el precio más alto. Sus compras
de la mercancía controlada al país controlador se cortan y buscan otras fuentes
de existencias. Los precios más altos dan un incentivo a otros países para
empezar a producir la mercancía valorada. De esa manera el plan del caucho
británico llevó a los productores holandeses a incrementar la producción de
caucho en sus colonias. Esto no solamente bajó los precios del caucho, sino
que hizo que los británicos perdieran para siempre su anterior posición
monopolística. Además, el plan del caucho británico levantó los
resentimientos de Estados Unidos, el principal consumidor, y estimuló el
exitoso desarrollo posterior del caucho sintético.
De la misma manera, sin entrar en detalles, las políticas del café de Brasil y
las del algodón en América del Norte dieron un incentivo político y de precios
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a otros países para iniciar o incrementar la producción de café y algodón y
tanto Brasil como los Estados Unidos perdieron sus monopolios.
Parece que ninguna de estas consecuencias sirve para disuadir los esfuerzos
gubernamentales de hinchar los precios de algunos productos por encima de lo
que de otra forma serían sus niveles competitivos en el mercado. Aún tenemos
acuerdos internaciones sobre el café y acuerdos internaciones sobre el trigo.
La ironía es que los Estados Unidos estaban entre los que promovieron la
organización del acuerdo del café aunque los estadounidenses son los
principales consumidores del producto, es decir, las más inmediatas víctimas
del acuerdo. Otra ironía es que los Estados Unidos imponen cuotas de
importación de azúcar, lo que necesariamente discrimina a favor de algunas
naciones exportadoras de azúcar y por lo tanto contra otras. Estas cuotas
fuerzan a los consumidores norteamericanos a pagar elevados precios por el
azúcar a fin de que una pequeña minoría de productores norteamericanos de
caña de azúcar pueda conseguir precios altos.
Ahora miremos los esfuerzos de los gobiernos por bajar los precios o al menos
impedirles que suban. Estos esfuerzos se dan repetidamente en la mayoría de
las naciones, no solo en tiempo de guerra, sino en cualquier momento de
inflación. El proceso típico es algo como esto: el gobierno, por la razón que
sea, sigue políticas que incrementan la cantidad de dinero y crédito. Esto
empieza inevitablemente pujando los precios al alza. Pero esto no es popular
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entre los consumidores. Así que el gobierno prometa que “sostendrá” mayores
incrementos de precios.
Digamos que tal cosa empieza con el pan, la leche y otras necesidades. Lo
primero que pasa es que —asumiendo que puede imponer sus decretos— es
que el margen de beneficio de producir esas cosas necesarias cae, o se elimina,
para los productores marginales, mientras que el margen de beneficio de
producir bienes de lujo queda sin cambios o va subiendo. Esto reduce y
desincentiva la producción de las cosas necesarias que están controladas y
estimula una producción creciente de bienes de lujo. Pero este resultado es
justamente lo contrario de lo que los controladores de precios tenían en mente.
Si el gobierno entonces intenta impedir esta desmotivación de producir los
bienes controlados manteniendo bajos el coste de las materias primas, el
trabajo y otros factores de la producción que inciden en ella, entonces debe
empezar a controlar los precios y los salarios en círculos que cada vez se
amplían más hasta que finalmente intenta controlar el precio de todo.
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Así que los ajustes del mercado y los incentivos de precio y salarios que llevan
a estos ajustes deben de cambiar todos los días.
Alguien podría decir «Bueno, el control de los precios por parte del gobierno
es dañino en muchos casos, pero vd. está hablando como si los mercados
estuvieran regidos por una competencia perfecta. ¿Qué hay de los mercados
monopolísticos? ¿Y qué pasa con los mercados en los que los precios están
controlados o fijados por grandes compañías? ¿No debería el gobierno
intervenir aquí, aunque solo fuera para reforzar la competencia o para llevar el
precio a dónde lo dejaría la auténtica competencia si existiera?».
Por otro lado, casi todos los monopolios económicos están limitados por la
posibilidad de la sustitución. Si las tuberías de cobre tienen un precio
demasiado alto, los consumidores las sustituirán por las de acero o plástico; si
la ternera está muy cara, los consumidores la sustituirán por cordero; si la
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chica de tus sueños te rechaza, siempre puedes casarte con otra. Así pues, casi
cualquier persona, productor o vendedor puede gozar de un casi—monopolio
dentro de ciertos límites internos, pero muy pocos vendedores son capaces de
explotar dicho monopolio más allá de ciertos límites exteriores. Se ha escrito
mucho en estos años lamentando la ausencia de competencia perfecta; podría
haber un énfasis igual en cuanto a la ausencia de un monopolio perfecto. En la
vida real, la competencia nunca es perfecta, ni tampoco lo son los monopolios.
Los teóricos del oligopolio han tenido una influencia funesta en la sección
antitrust y en las decisiones de los tribunales norteamericanos. Los fiscales y
los tribunales han jugado un extraño juego de cifras. En 1965, por ejemplo, un
tribunal del distrito Federal sentenció que una fusión que tuvo lugar entre dos
bancos de la ciudad de Nueva York cuatro años antes había sido ilegal y que
debía disolverse. El banco fusionado no era el más grande de la ciudad, sino
solamente el tercero en tamaño; la fusión —de hecho— había permitido al
banco competir más efectivamente con sus dos competidores más grandes; sus
activos combinados apenas eran 1/8 de los representados por todos los bancos
de la ciudad y la fusión en sí había reducido el número de bancos individuales
de 71 a 70. Yo añadiría que en los cuatro años que siguieron a la fusión el
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número de oficinas sucursales en Nueva York se había incrementado de 645 a
698. El tribunal estaba de acuerdo con los abogados del banco en que «el
público general y los pequeños empresarios se han beneficiado» de las
fusiones bancarias en la ciudad. El tribunal prosiguió diciendo que «a pesar de
todo las prácticas que son inofensiva en sí mismas, o incluso las que otorgan
beneficios a la comunidad, no pueden ser toleradas cuando tienden a crear un
monopolio; las (prácticas) que restringen la competencia son ilegales no
importa lo beneficiosas que puedan ser».
Precio monopolístico
La teoría de que puede haber una cosa llamada precio monopolístico, mayor
del que sería un precio competitivo, es válida. La pregunta real es ¿es útil esta
teoría para el supuesto monopolista al ayudarle a decidir sus políticas de
precios o bien para el fiscal o los tribunales al formular políticas anti—
monopolio?
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monopolista debe tener en mente: es el probable efecto que sus políticas de
precios tendrán en ganarse los buenos deseos o levantando el resentimiento de
los consumidores. Y lo que es más importante: el monopolista debe considerar
el efecto de sus políticas de precios en alentar o desanimar la entrada de
competidores en su terreno. Puede realmente decidir que la política más
inteligente a la larga sería fijar un precio no más alto que el que cree que
pondrá la pura competencia y quizá un poco más bajo.
Aún así, la política anti—trust en EE.UU. al menos asume que los tribunales
pueden saber cuánto por encima del precio de la competencia está el precio de
un supuesto monopolio o “conspiración”. Pues cuando existe una supuesta
conspiración para fijar los precios, se pide a los compradores que demanden
para recuperar el triple de la cantidad que fueron supuestamente obligados a
“pagar” de sobra.
Existe una enorme hipocresía sobre este asunto. Los políticos han discursos
elocuentes contra el “monopolio” y luego impondrán tarifas y cuotas a la
importación destinadas a proteger monopolios y a dejar fuera la competencia;
garantizarán franquicias monopolísticas a compañías de autobuses o de
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telefónica; aprobarán patentes y derechos de copia monopolísticos; intentarán
controlar la producción agrícola para permitir precios de granjas
monopolísticos. Sobre todo, no solo permitirán, sino que impondrán
monopolios laborales a los empleadores y obligarán legalmente a los
empleadores a regatear con estos monopolios; incluso permitirán a los mismos
imponer sus condiciones por medio de la intimidación física y la coerción.
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