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Lección Novena

La Segunda Revolución Inglesa, o lo que es lo


mismo, la Revolución de las colonias

24. Bill of Rights, 13 de Febrero de 1689, traducción de Manuel Martínez


Neira

El largo medio siglo de transformación constitucional en Inglaterra se abre con la Petition of Rights
de 1628 y se cierra, temporalmente, con el Bill of Rights de 1689. Como ya tuvimos ocasión de
ver, en esas décadas se discuten buena parte de las visiones políticas que van a ser protagonistas de
las transformaciones políticas y sociales en los siglos venideros. Pero si Inglaterra (y en gran medida
también el resto de territorios que compondrán el Reino Unido, incluida la entonces colonia
irlandesa) es en buena medida “banco de pruebas” de la modernidad, la trayectoria política que va
a emprender Inglaterra (y Escocia) desde la (sangrienta) “revolución gloriosa” de 1688 estará
puntuada de menos conflictos que la del resto del continente. Visto lo sucedido entre 1628 y 1689,
la distancia entre la Petition of Rights y el Bill of Rights puede parecer pequeña, o cuando menos,
mucho menor de la que podría haber sido. Y aunque las pulsiones normativas que subyacen a
ambas no sean tan distintas (no cambian radicalmente los intereses que se protegen) si lo hacen
las gramáticas de los textos. Con el Bill of Rights se trata ya de una auto-limitación del poder real,
sino, en gran medida, de la definición constituyente de tal poder, cuya legitimidad el Parlamento
pretende es esencialmente contractual. “Invitado” por los whigs a “liberar” a Inglaterra del yugo
despótico de los Estuardo, Guillermo de Orange (marido de María, hija de Jacobo II, último de los
Estuardo) desembarcó en Inglaterra procedente de Holanda y provocó la huida del citado Jacobo
II. En ese literalmente interregno, las fuerzas parlamentarias afirmaron que se había producido un
vacío de poder, vacío que solo podía llenar un nuevo parlamento formalmente constituido. El cual
procedió a redactar y aprobar el Bill of Rights. Desde esta perspectiva, lo que hizo rey a Guillermo
no fue ningún título dinástico, ni tampoco su fuerza y auctoritas, sino la aceptación del Bill of
Rights, en buena medida sustituto parcial de la Constitución escrita que la nueva Gran Bretaña no
llegó a darse nunca (parcial en tanto en cuanto no es una constitución completa, aunque fuera
suplementado en ese mismo año con el Mutiny Act y el Toleration Act, y poco después con el Trial
of Treasons Act y el Acto of Settlement). Sin embargo, esta cuestión del origen del poder real
distará de quedar resuelta en la práctica política, lo que explica, en parte, la tercera fase de la
revolución inglesa, que tendrá lugar ya no en el territorio de la metrópolis, sino en las distantes
pero pujantes colonias de Norteamérica.

Considerando que los lores espirituales y temporales y los comunes, reunidos en Westminster,
representando legal, plena y libremente a todos los estamentos del pueblo de este reino, el día
trece de febrero del año de Nuestro Señor de mil seiscientos ochenta y ocho, presentaron a sus

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Majestades, entonces llamados y conocidos con el nombre y título de Guillermo y María,
Príncipe y Princesa de Orange, y estando ellos presentes, una cierta declaración escrita hecha
por los dichos lores y comunes en los siguientes términos:
Considerando que el último Rey, Jacobo Segundo, con la ayuda de diversos consejeros
judiciales y ministros maliciosos empleados por él, pretendió subvertir y extirpar la religión
Pág. | 2 protestante y las leyes y libertades de este reino.
Asumiendo y ejercitando el poder de hacer caso omiso y suspender las leyes y la ejecución de
estas mismas sin consentimiento del Parlamento.
Encarcelando y persiguiendo a varios prelados ilustres por pedir humildemente ser excusados
de unirse a los susodichos asumidos poderes.
Dictando y motivando la legalización con el sello real1 de una comisión para establecer una
corte llamada corte de los comisionados para procesos eclesiásticos.
Exigiendo tributos en dinero por y para el uso de la Corona, bajo pretexto de prerrogativa, de
otro modo y en otro momento que como fue permitido por el Parlamento.
Creando y manteniendo un ejército permanente dentro de este reino en tiempo de paz sin
consentimiento del Parlamento, y alojando soldados de modo contrario a la ley.
Forzando a varios súbditos leales a desarmarse siendo protestantes, cuando al mismo tiempo
los papistas estaban armados y utilizaban sus armas de modo contrario a la ley.
Violando la libertad de elección de los miembros para servir en el Parlamento.
Procesando en el Tribunal Supremo Real por cuestiones y causas que sólo el Parlamento puede
conocer, y por varios otros procedimientos arbitrarios e ilegales.
Y considerando que en los últimos años personas parciales, corrompidas o incompetentes han
sido elegidas y sirvieron de jurados en procesos, y particularmente varios jurados en procesos
de alta traición, que no eran libres propietarios.
Y se han exigido fianzas excesivas a personas encarceladas por asuntos criminales, eludiendo
así el beneficio legal hecho para la libertad de los súbditos.
E imponiendo multas excesivas.
E infligiendo penas ilegales y crueles.
Y haciendo diversas concesiones y promesas de multas y confiscaciones antes de ningún fallo
condenatorio o juicio contra las personas sobre las que las mismas iban a recaer.
Todo lo cual es absoluta y directamente contrario a las leyes y estatutos conocidos y a la libertad
de este reino.
Y considerando que, habiendo abdicado el antedicho rey Jacobo Segundo, quedando de ese
modo vacante el trono, Su Alteza el Príncipe de Orange, de quien Dios Omnipotente ha
gustado hacer el glorioso instrumento para liberar este reino del papismo y el poder arbitrario,
ha hecho escribir cartas a los lores espirituales y temporales protestantes y otras cartas a los
diversos condados, ciudades, universidades, burgos y a los cinco puertos, todo ello con el
consejo de los lores espirituales y temporales y de varias relevantes personas de los comunes,
para la elección de las personas que debían representarlos con derecho a ser enviados al Par-
lamento que se reuniría y establecería en Westminster entre el día 2 y el 20 de enero de este año
mil seiscientos ochenta y ocho, para conseguir una ordenación de modo que su religión, leyes y
libertades no puedan otra vez estar en peligro o ser subvertidas; cartas de acuerdo con las cuales
fueron hechas las elecciones.
Y por consiguiente, los dichos lores espirituales y temporales y los comunes, de acuerdo con
sus respectivas cartas y elecciones, estando ahora reunidos en representación libre y completa
de la nación, tomando en su más seria consideración los mejores medios para alcanzar los fines
antes dichos, y como sus antecesores hicieron normalmente en casos semejantes, para
reivindicar y afirmar sus antiguos derechos y libertades, declaran en primer lugar:
Que el pretendido poder de la autoridad real de suspender las leyes o la ejecución de leyes sin
el consentimiento del Parlamento es ilegal.
Que el pretendido poder de la autoridad real de dispensar de las leyes o la ejecución de leyes,
como ha sido usurpado y ejercitado recientemente, es ilegal. Pág | 3
Que la comisión para establecer la reciente corte de comisionados para procesos eclesiásticos y
todas las otras comisiones y tribunales de naturaleza análoga son ilegales y perniciosas.
Que la exacción de tributos en dinero por o para el uso de la Corona bajo pretexto de
prerrogativa, sin permiso del Parlamento, por más tiempo o de otra manera que como es o
puede ser permitido en el futuro, es ilegal.
Que es derecho de los súbditos dirigir peticiones al Rey, y todo encarcelamiento y
procesamiento basado en tal petición es ilegal.
Que la creación y el mantenimiento de un ejército permanente dentro del reino en tiempo de
paz, salvo que sea con el consentimiento del Parlamento, va contra el Derecho.
Que los súbditos protestantes pueden tener armas para su defensa, de acuerdo con su condición
y según es permitido por la ley.
Que la elección de los miembros del Parlamento debe ser libre.
Que la libertad de palabra y de debates o de procedimientos en el Parlamento no debe ser
denunciada o puesta en cuestión en ninguna corte o lugar fuera del Parlamento.
Que no deben ser exigidas fianzas excesivas ni impuestas multas excesivas ni infligidas penas
crueles o anormales.
Que los -jurados deben ser debidamente listados y elegidos, que los jurados que dictaminen
sobre hombres en procesos de alta traición deben ser libres propietarios.
Que todas las concesiones y promesas de multas y confiscaciones de personas particulares
hechas antes de algún fallo condenatorio son ilegales y nulas.
Y que para reparar todos los agravios y para reformar, fortalecer y proteger las leyes, los
Parlamentos habrán de convocarse frecuentemente.

(1) ¿En qué medida crees que es posible afirmar que John Locke es la principal fuente de
inspiración del Bill of Rights? Justifica tu respuesta estableciendo conexiones concretas entre
específicas afirmaciones del Bill of Rights y la obra de Locke.
(2) ¿Cómo podría traducirse el lenguaje del Bill of Rights en un catálogo de derechos moderno?
¿En qué medida puede ser visto como el embrión de tal catálogo?

25. Thomas Paine, Sentido Común, 10 de Enero de 1776, traducción de


Gonzalo del Puerto Gil
Durante largas décadas, las colonias americanas disfrutaron, de hecho sino de derecho, de amplios
espacios de autogobierno. A ello contribuyó, sin duda, el perfil de buena parte de los emigrantes,
que abandonaban Inglaterra insatisfechos con los límites de la libertad religiosa y política.
Progresivamente en el siglo XVIII la metrópolis quiso aumentar su nivel de control, económico y
Pág. | 4 político, sobre las colonias. Ello llevó a un conflicto más o menos abierto a partir de 1763, cuando
el Parlamento de Londres optó por aumentar la contribución que hacían las colonias al
sostenimiento de los gastos del imperio; o lo que es lo mismo, los colonos vieron aumentados sus
impuestos. El Parlamento británico, en cierta medida, se apoyaba en posiciones hobbesianas para
hacerlo, afirmando su autoridad incondicional para hacerlo. Los colonos, en gran medida
apoyándose en la teoría lockeana que afirmaba la persistencia de los derechos naturales, afirmaban
que de este modo se vulneraban sus derechos y que los impuestos solo podían ser aprobados si eran
consentidos por aquéllos que debían pagarlos, es decir, por ellos mismos. Si las razones y la
intensidad del conflicto eran diferentes en distintas colonias, el mismo sirvió como factor de
agrupación de las colonias, que trataron de concertar una respuesta a través del llamado primer
Congreso Continental de 1774. La escalada del conflicto lleva a la guerra, pero aun planteada como
un medio de lograr que el Parlamento británico cambie de postura, y sean posibles nuevos términos
de relación entre las colonias y Gran Bretaña. Un Congreso Continental se forma. Cuando el Rey
toma claramente partido por la línea dura, la esperanza de una corona capaz de “suavizar” la
posición del Parlamento se desvanece.
Y es en ese peculiar momento histórico que Thomas Paine, llegado a las colonias procedente de
Inglaterra en 1774, publica su Sentido Común en los primeros días de 1776. Un panfleto que
desempeña un papel fundamental de catalizador de la causa de la independencia, que defiende y
sostiene basándose en argumentos en todo sentido republicanos. El panfleto se estructura en una
primera parte que describe el origen de los gobiernos, con especial referencia a la Constitución de
Inglaterra, la segunda, el corazón republicano del texto, que se ocupa de la monarquía y de la
sucesión hereditaria, el tercero (al que pertenecen la mayor parte de los extractos) que se ocupa de
los asuntos americanos, y la cuarta en la que hay una llamada a la independencia de las colonias.
El libro, originalmente publicado de forma anónima, fue un éxito editorial sin precedentes.
Aunque las estimaciones varían, incluso las más prudentes cifran en 75000 las copias vendidas en
los tres primeros meses tras la publicación, para una población de 2 millones y medio de personas.
El libro fue publicado también en Europa, en Inglaterra y en Francia principalmente, y fue también
un auténtico suceso (aunque en algunos casos, como el francés, expurgada de las reflexiones sobre
la monarquía y el derecho a la sucesión).

En las páginas que siguen no ofrezco más que simples hechos, argumentos sencillos y sentido
común; y no hay más recomendaciones previas que hacer al lector que se despoje de prejuicios
y predisposiciones y consienta que su razón y sus sentimientos exploren por sí mismos; que
asuma el verdadero carácter del hombre, o más bien, que no reniegue de él, y que amplíe con
generosidad sus puntos de vista más allá del momento presente (…)

He oído afirmar a algunos que, pues América floreció bajo sus antiguos lazos con Gran Bretaña,
esos mismos lazos son necesarios de cara a su futura felicidad y que éstos producirán siempre
los mismos resultados. Ninguna clase de argumentos puede ser más falaz que ésta. Podríamos
con la misma lógica afirmar que, porque un niño creció alimentándose a base de leche, no
deberá comer carne nunca, o que los primeros veinte años de nuestras vidas han de convertirse
en el precedente de los veinte siguientes. Pero aun esto supone admitir más de lo que es cierto,
pues, respondo con rotundidad, América habría prosperado tanto, o probablemente mucho
más, de no haber tenido que ver con ella potencia europea alguna. El comercio por el que se ha
enriquecido es el que atiende a las necesidades de la vida, para las que nunca faltará un mercado,
mientras comer sea una costumbre en Europa (…)

Pero nos ha protegido, dicen algunos. Que nos convirtió en monopolio suyo es cierto, y algo Pág | 5
admitido que ha defendido el continente a nuestras expensas tanto como a las suyas y que habría
defendido a Turquía por el mismo motivo, a saber: el comercio y la dominación. Por desgracia
nos hemos dejado llevar mucho tiempo por antiguos prejuicios y hemos hecho cuantiosos
sacrificios a la superstición. Nos hemos jactado de la protección de Gran Bretaña sin considerar
que sus razones eran de interés, no de afecto; que no nos protegió de nuestros enemigos por
nuestro bien, sino que se protegió de sus enemigos por su bien; que no nos protegió de quienes
no tenían nada en nuestra contra por beneficiar a un tercero, ni de quienes serán siempre
nuestros enemigos por beneficiar a ese mismo tercero. Que Gran Bretaña se olvide de sus
pretensiones sobre el continente, o que el continente se sacuda la dependencia, y estaremos en
paz con Francia y España allí donde ellos estén en guerra con Gran Bretaña. Las miserias de la
última guerra de Hannover deberían precavernos contra el mantenimiento de cualquier
vínculo.
En estos últimos tiempos se ha afirmado en el Parlamento que las colonias no mantienen
relaciones entre sí más que a través de la madre patria, es decir, que Pensilvania y las Jerseys, y
así sucesivamente para el resto, son colonias hermanas por mediación de Inglaterra, lo que
ciertamente constituye un modo muy retorcido de favorecer las relaciones, siendo, por el
contrario, el camino más corto para crear enemistades, si puedo llamarles así. Francia y España
nunca han sido, ni acaso sean nunca, nuestros enemigos por ser americanos, sino por ser
súbditos de Gran Bretaña. Pero Gran Bretaña es la madre patria, dicen algunos. Siendo así,
tanto más escandalosa es su conducta. Incluso los animales salvajes no devoran a sus crías, ni
guerrean los salvajes con sus familias; por cuanto, de ser cierto lo que dicen éstos, se volvería
reproche contra ella; pero resulta que no es cierto, o lo es sólo en parte, y la frase madre patria
la han prohijado jesuíticamente los reyes y sus parásitos, con la baja intención papal de moldear
la credulidad menesterosa de nuestra mente. Europa, y no Inglaterra, es la madre patria de
América. Este nuevo continente ha sido el asilo de los amantes de la libertad civil y religiosa
perseguidos en todas partes de Europa. Han huido hasta aquí, no de los tiernos abrazos de una
madre, sino de la crueldad de un monstruo; y con respecto a Inglaterra, es hasta hoy cierto que
la misma tiranía que trajo a los primeros emigrantes desde su patria persigue aún a sus
descendientes.
En esta extensa cuarta parte del globo, olvidamos los estrechos límites de las trescientos sesenta
millas (la extensión de Inglaterra) y llevamos nuestra amistad a una escala mayor; afirmamos
hermandad con todos los cristianos de Europa y el triunfo en la generosidad del sentimiento.
Es grato observar con qué progresiva regularidad, conforme se amplía nuestro conocimiento
del mundo, se supera la fuerza de los prejuicios locales. Un hombre que ha nacido en una ciudad
inglesa cualquiera dividida en parroquias se asociará más íntimamente con sus parroquianos
(dado que sus intereses serán en muchos casos los mismos) y les distinguirá con el nombre de
convecinos; si se encontrase con uno de ellos a apenas unas millas de su hogar, dejaría de lado
las estrechas referencias del barrio para saludarle con el nombre de conciudadano; si viajase
más allá del condado y se encontrase con él en cualquier otro, olvidaría los paralelismos
insignificantes de barrio y pueblo y le llamaría paisano, es decir, del mismo país o comarca; pero
si en sus viajes al extranjero se asociase en Francia o cualquier otro lugar de Europa, su
referencia local se ampliaría a la de inglés. Y por simple paridad de razonamiento, todo
encuentro entre europeos sea en América o en cualquier otra porción del globo lo será entre
compatriotas; pues con respecto a su totalidad, Inglaterra, Holanda, Alemania o Suecia ocupan
a gran escala el lugar que ocupa el barrio, el pueblo y el condado a pequeña escala; distinciones
Pág. | 6 excesivamente limitadas para la mentalidad continental. Ni un tercio de los habitantes, incluso
de esta provincia, son de ascendencia inglesa. Razón por la que repruebo, por falsa, egoísta,
estrecha y poco generosa, la denominación de madre patria cuando se la refiere únicamente a
Inglaterra. Pero admitiendo que fuésemos todos de ascendencia inglesa, ¿qué significación
puede esto tener? Ninguna. Siendo hoy un enemigo declarado, Gran Bretaña renuncia a
cualquier otra denominación o título; y decir que la reconciliación es nuestro deber es una
auténtica farsa. El primer rey de Inglaterra de la actual dinastía (Guillermo el Conquistador)
era francés y la mitad de sus pares de Inglaterra son descendientes de ese mismo país; por lo
que, siguiendo la misma línea de razonamiento, Francia debería regir Inglaterra.
Mucho se ha dicho de la fuerza de la unión de Gran Bretaña y sus colonias, que en conjunto
podrían desafiar al mundo entero. Pero no hay en todo ello más que presunción; el destino de
la guerra es incierto y tampoco significan nada estas afirmaciones; pues este continente no
tolerará nunca una sangría de población para apoyar a las armas inglesas sea en Asia, África o
Europa.
Además, ¿qué tenemos nosotros que ver con desafiar al mundo? Nuestros planes tienen que
ver con el comercio, y si nos ocupamos adecuadamente de él, garantizaremos la paz y la amistad
de toda Europa; porque es interés de toda Europa tener un puerto libre en América. Su
comercio será siempre una protección y la esterilidad del oro y la plata la protegerán de
invasores.
Desafío al más apasionado defensor de la reconciliación a que nombre una sola ventaja que
pueda suponer para este continente mantener lazo alguno de unión con Gran Bretaña. Repito
el desafío: no se sigue ni una sola ventaja. Nuestro maíz alcanzará su precio en cualquier
mercado de Europa y nuestros productos importados deberán pagarse en donde queramos
comprarlos.
Sin embargo, son innumerables las injusticias y desventajas que habremos de sufrir si
consentimos tales lazos; y nuestro deber para con la humanidad en general, así como para con
nosotros mismos, nos ordena que renunciemos a la alianza. Pues toda sumisión o dependencia
de Gran Bretaña conduce directamente a que este continente se vea involucrado en guerras y
disputas europeas; y nos lleva a discrepancias con naciones que de otro modo procurarían
nuestra amistad, con las que no tenemos antagonismos y de las cuales no tenemos queja. Pues
Europa es el mercado de nuestro comercio, no deberíamos establecer lazos parciales con
ninguna parte de ella. Es en genuino interés de América quedar al margen de las disputas
europeas, lo que no podrá lograrse mientras que, por depender de Gran Bretaña, sea el
contrapeso en la balanza de la política británica.
Europa está demasiado sembrada de reinos como para disfrutar de paces duraderas, y cada vez
que estalle una guerra entre Inglaterra y cualquier otra potencia extranjera el comercio de
América irá a la ruina por causa de su asociación con Gran Bretaña. La próxima guerra puede
no resultar como la última, y de no ser así, quienes hoy defienden la reconciliación desearán
entonces la separación, porque la neutralidad en tal caso sería más segura compañía que la de
un guerrero. Todo lo correcto y natural llama a la separación. La sangre de los muertos, la voz
llorosa de la naturaleza grita ES HORA DE SEPARARSE. Incluso la distancia que el
Todopoderoso puso entre Inglaterra y América es una poderosa prueba natural de que la
autoridad de l a una sobre la otra no fue nunca designio del Cielo. De modo semejante, el
momento del descubrimiento del continente añade peso al argumento y el modo en que fue
habitado aumenta su fuerza. El descubrimiento precedió a la reforma, como si el Todopoderoso
hubiese querido abrir con su gracia un santuario a los perseguidos de los años que habrían de
venir, en los que la patria no podría ofrecer ni amistad ni seguridad. La autoridad de Gran Pág | 7
Bretaña sobre este continente es una forma de gobierno que, antes o después, deberá terminar:
y una mente seria no puede extraer verdadero placer contemplando el futuro en la dolorosa y
absoluta convicción de que lo que llama «la constitución actual» es algo meramente transitorio.
Como padres no puede alegrarnos saber que este gobierno no durará lo suficiente para
garantizar cosa alguna que podamos legar a nuestros descendientes: y por sencilla vía
argumentativa, dado que estamos endeudando a la próxima generación, deberíamos trabajar
para ella, pues de lo contrario la estaremos utilizando mezquina y deplorablemente. Si
queremos encontrar la senda justa del deber, deberemos tomar a nuestros hijos de la mano y
desplazar nuestro punto de observación cinco años en el futuro: desde esa altura se nos
presentará una perspectiva que ciertos temores y prejuicios del presente no nos permiten ver.
Aunque querría evitar cuidadosamente causar ofensas innecesarias, me inclino, con todo, a
creer que es posible describir como sigue a todos cuantos abrazan la doctrina de la
reconciliación: hombres interesados, en quienes no debe confiarse; hombres débiles, incapaces
de ver; hombres prejuiciosos, que no quieren ver; y una cierta clase de hombres moderados que
tiene al mundo europeo en más de lo que merece; y es esta última clase la que, por causa de una
convicción poco juiciosa, causará más calamidades a este continente que las otras tres juntas.
(…)

Nadie ha deseado más cordialmente que yo la conciliación antes del fatal diecinueve de abril
de 1775 (día de la Masacre de Lexington), pero en el momento en que se supo lo sucedido ese
día, rechacé para siempre al despiadado y siniestro Faraón de Inglaterra; y desdeñé al miserable
que, con el falso nombre de PADRE DE SU PUEBLO, fue capaz de enterarse de la matanza y
dormir tranquilamente con el alma salpicada de sangre.
Pero supongamos que la conciliación tuviese lugar, ¿cuál sería el resultado? Respondo: la ruina
del continente. (…)

Pero hay quienes preguntan ¿dónde está el rey de América? Yo te lo diré, amigo mío: reina
desde lo alto sin hacer estragos en el género humano, como la Bestia Real de la Gran Bretaña.
Pero para que no parezca que los honores de este mundo escasean entre nosotros, reservemos
con solemnidad un día para proclamar la carta; que se presente sometida a ley divina, la palabra
de Dios; que una corona la cubra y en ella el mundo pueda ver que, en lo tocante a aprobar la
monarquía, en América LA LEY ES EL REY. Pues del mismo modo que en los gobiernos
absolutos el rey es la ley, en los países libres la ley debe ser el rey; y el único rey. Pero para evitar
que surjan luego abusos, que la corona sea despiezada al final de la ceremonia y sus partes
entregadas al pueblo, al que pertenece por derecho.

Es nuestro derecho natural tener un gobierno propio; y cuando se considera seriamente la


precariedad de los asuntos humanos, se llega a la convicción de que es infinitamente más
prudente y seguro darnos una constitución propia de un modo tranquilo y deliberado, mientras
está a nuestro alcance hacerlo, que confiar una acción de tanto interés al tiempo y al azar. Si no
la hacemos ahora, podrá luego surgir algún Massanello que, valiéndose de la inquietud del
pueblo, pueda juntar a desesperados y descontentos, tomando para sí mismos los poderes del
gobierno y arrasando de una vez, como si fuesen diluvio, las libertades del continente.
Si volviese el gobierno de América nuevamente a manos británicas, la inestabilidad subsiguiente
tentaría a algunos aventureros extremados a probar fortuna; y, en ese caso, ¿qué alivio podrá
Pág. | 8 traernos la Gran Bretaña? Sin tiempo siquiera de enterarse de nada, el acto fatal se habría
consumado; y nosotros nos veríamos sufriendo como esos desdichados de los antiguos britanos
lo hicieron bajo la opresión del Conquistador. Quienes hoy os oponéis a la independencia no
sabéis lo que hacéis; manteniendo vacía la sede del gobierno, estáis abriendo la puerta a una
tiranía eterna. Hay miles y decenas de miles que creerían glorioso expulsar del continente a ese
bárbaro poder infernal que ha agitado a indios y negros a exterminarnos, la crueldad tiene una
doble culpa, nos hace ser brutales y a ellos traicioneros (…)

¡Oh, amantes de la humanidad! Vosotros que osáis oponeros no sólo a la tiranía, sino al tirano,
¡dad un paso al frente! Hasta el último rincón del viejo mundo ha sido arrollado por la opresión.
En todo el globo se persigue la libertad. Asia y África se desembarazaron de ella hace ya mucho
tiempo. Europa la contempla como se contempla a un extraño e Inglaterra ya le ha notificado
la hora de partir. ¡Recibid, oh, a quienes huyen y preparad a tiempo un refugio para la
humanidad!

1. ¿Cuáles son los principales argumentos que invoca Paine para llamar a la secesión de las
colonias de Estados Unidos? ¿Son argumentos universalizables? ¿En qué medida y hasta qué
punto?
2. ¿Qué autores crees que sirven a Paine de inspiración en el desarrollo del argumento? ¿Cuál
es, dicho de otro modo, la “genealogía” del discurso de Paine a favor de la independencia?
3. ¿Qué actitud se refleja en el texto de Paine sobre la guerra? ¿Qué relación establece el mismo
con el “imperalismo” de Gran Bretaña?

La26.
compleja red de causas
Declaración que llevan
de Derechos de al conflicto (12
Virginia abierto entre “colonos”
de Junio de 1776),y representantes
traducción de del
Luis Grau
monarca británico se convierte en una guerra de independencia en 1776. Los hechos sobre el
terreno transforman las percepciones y modifican el carácter de la lucha. Habiendo roto con
Londres, se hace preciso formalizar la reconstitución de las comunidades políticas coloniales. Será
Virginia el estado que produzca, días antes que su constitución, una declaración de derechos que
servirá de modelo para todos los demás estados. Al mismo tiempo, Virginia refleja las notables
contradicciones que afloran con la lucha de la independencia. De una parte, la tensión entre
reivindicación de derechos históricos y afirmación normativa de los mismos, entre la legitimación
histórica y la fundamentación normativa. De otra, el conflicto entre el universalismo del lenguaje
de los derechos y la centralidad de la esclavitud en el modelo socio-económico de las colonias (en
unas en tanto que base del modelo productivo, en otras en tanto que objeto central de comercio).
Virginia aportará un contingente muy nutrido de los protagonistas de las décadas decisivas de la
fundación y consolidación de Estados Unidos. Su notable formación política contrastará con su
condición de propietarios de esclavos (a nuestros ojos contemporáneos, se ha vuelto ejemplar el
caso de Thomas Jefferson, pero distaba de ser el único). La Declaración toma como modelo la de Pág | 9
1689, a su vez, como ya notamos, profundamente influida por Locke. Pero el impulso igualitario
se completa en esta Declaración, estructuralmente republicana, y por tanto exenta de tener que
conciliarse o reconciliarse con la existencia de la monarquía y la nobleza. Nada tiene de casualidad
la secuencia constitucional en la que viene primero la Declaración de derechos y solo en segundo
lugar la constitución, pues es fácilmente observable que la primera contiene ya los pilares
fundamentales de la Constitución.

Una declaración de derechos hecha por los representantes del buen pueblo de Virginia,
reunidos en convención plenaria y libre; cuyos derechos les pertenecen a ellos y a su
descendencia como base y cimiento del gobierno.
I. Que todos los hombres son, por naturaleza, igualmente libres e independientes, y tienen
ciertos derechos inherentes, de los que, cuando entran en un estado de sociedad, no pueden
por pacto alguno privar o despojar a su descendencia, a saber: el disfrute de la vida y la libertad
con los medios de adquirir y poseer propiedad, y buscar y obtener la felicidad y [su] seguridad.
II. Que todos los poderes corresponden al pueblo, y consecuentemente se derivan de él; que
los gobernantes son sus fideicomisarios y siervos y en todo momento responsables ante él.
III. Que el gobierno se constituye, o debiera constituirse, para el beneficio común, la protección
y la seguridad del pueblo, nación o comunidad. El mejor de los diferentes modos y formas de
gobierno es el que es capaz de aportar un mayor grado de felicidad y seguridad [al pueblo] y
está mejor protegido contra la mala administración [de sus gobernantes]; y que, cuando un
gobierno sea inadecuado o contrario a esos fines, la mayoría [de los miembros] de la comunidad
tiene el indiscutible, inalienable e irrevocable derecho a reformarlo, alterarlo o abolido como
se considere que sea mejor para el bienestar público.
IV. Que ningún hombre, o grupo de hombres, tienen derecho a recibir de la comunidad
honorarios o privilegios exclusivos o diferentes, a no ser que sea en pago por sus servicios
públicos; [y estos emolumentos] no serán transmisibles, como tampoco pueden ser hereditarios
los cargos de gobernador, legislador o juez.
V. Que los poderes legislativos y ejecutivos del Estado deberían estar separados y ser diferentes
del judicial. Y para evitar que los miembros de los dos primeros se vuelvan opresores, serán
devueltos periódicamente a la condición privada de la que salieron para que así sufran y
participen de las dificultades del pueblo; y las vacantes serán cubiertas mediante elecciones
frecuentes, seguras y periódicas, en las que todos o alguna parte de los antiguos miembros [del
gobierno] sean elegibles o inelegibles según determinen las leyes.
VI. Que las elecciones de los miembros que vayan a ser representantes del pueblo en asamblea
deben ser libres; y que tienen derecho a votar todos los hombres que prueben suficientemente
tener un interés permanente en la comunidad y adhesión a ella; y [dichos hombres] no pueden
ser gravados con impuestos, ni su propiedad expropiada para uso público, sin su
consentimiento o el de los elegidos como sus representantes; ni podrán estar obligados por leyes
que no hayan sido dictadas para el bien público.
VII. Que todo poder para suspender o ejecutar leyes, [ejercido] por cualquier autoridad que
no tenga el consentimiento de los representantes del pueblo, es perjudicial a los derechos de
este, y no puede ser ejercido.
VIII. Que en todos los procedimientos de penas capitales o penales, la persona tiene el derecho
a preguntar la causa y naturaleza de la acusación contra él, al careo con sus acusadores y testigos,
Pág. | 10 a aportar pruebas exculpatorias en su favor, y a un juicio rápido por un jurado imparcial
formado por sus convecinos, sin que pueda ser declarado culpable si el veredicto no es unánime;
y no puede ser obligado a declarar contra sí mismo; y nadie puede ser privado de su libertad si
no es en la forma prevista por la ley vigente o por sentencia [de un jurado] de sus iguales.
IX. Que no se exigirán fianzas excesivas, ni se impondrán multas excesivas, ni se infligirán
castigos crueles e inusuales.
X. Que los mandamientos de carácter general para hacer registros sin [que haya] prueba de
haberse cometido un delito, o para detener a personas sin especificar sus nombres, o en los que
no se detalle el delito cometido ni se aporten pruebas de ello, son insufribles y opresivos, y no
deberán ser concedidos.
XI. Que en las demandas sobre la propiedad o entre personas, el ancestral juicio por jurado es
preferible a los demás, y debiera conservarse como algo sagrado.
XII. Que la libertad de prensa es una de las mayores protecciones de la libertad, y solo puede
ser censurada por gobiernos despóticos.
XIII. Que una milicia bien regulada y compuesta por el pueblo es la mejor, más natural y segura
defensa de un Estado libre. Que en tiempo de paz debieran evitarse los ejércitos regulares por
ser peligrosos contra la libertad. Y que en todo caso los militares debieran estar estrictamente
sometidos y ser gobernados por el poder civil.
XIV. Que el pueblo tiene derecho a un único gobierno; y por tanto no se establecerán dentro
de los límites de Virginia otro gobierno separado o independiente.
XV. Que ningún gobierno libre, ni las bendiciones de la libertad del pueblo, se puede proteger
si no es mediante la estricta observancia de la justicia, la moderación, la templanza, la frugalidad
y la virtud, así como recurriendo frecuentemente a los principios fundamentales.
XVI. Que la religión, o las obligaciones que tenemos con nuestro Creador, y la forma de
practicarla solo pueden ser guiadas por la razón y la convicción, y no por la fuerza o por la
violencia; por lo que todos los hombres tienen el mismo derecho al libre ejercicio de la religión
según los dictados de [su] conciencia; y que es la obligación de todos practicar, unos con otros,
la paciencia, el amor y la caridad cristiana.

(1) ¿En qué aspectos concretos es visible la influencia del Bill of Rights de 1688 sobre esta
primera Declaración de Derechos colonial?
(2) ¿Cómo reconcilian los colonos la apelación a los derechos naturales de todos los hombres
con la institución de la esclavitud? ¿En qué medida la declaración de derechos, pese a ello, está
abierta a una lectura en clave anti-esclavista?
27. Declaración de Independencia (4 de Julio de 1776), traducción de Luis
Grau

Si la publicación y difusión del Sentido Común de Paine contribuyeron decisivamente a cambiar Pág | 11
la atmósfera política y a articular el caso a favor de la independencia, de la ruptura completa y
plena con Gran Bretaña, fue en buena medida la decisión de Jorge III de optar por la confrontación
a finales de 1775, que llevó al Prohibitory Act de 1776, la que aceleró los acontecimientos
políticos. Una ola de declaraciones de independencia locales comenzó a arreciar a partir de Abril
de 1776. Si en esa fecha había aún muchos estados contrarios a la independencia, a finales de Junio
la misma estará ya vencida. Fue clave la iniciativa de Virginia, como lo fue la resistencia de los
estados del Norte, especialmente Pensilvania y Nueva York (en este último caso solo vencida a
posteriori, tras la evacuación de la ciudad ante el avance de las fuerzas monárquicas).
Mucho se ha escrito sobre el proceso de elaboración de la Declaración. El comité elegido por el
Segundo Congreso Continental confió la tarea a Jefferson, aunque éste hubiera preferido que se
hubiese encargado Adams. Lo que sí sabemos es que no solo Jefferson incluyó cambios y
modificaciones a partir de las sugerencias de los miembros del Comité, sino que el Congreso
Continental dedicó dos sesiones a proponer cambios, que redujeron no solo la extensión del
documento, sino que eliminaron algunos pasajes en modo alguno irrelevantes (incluido aquél en
el que se sostenía que Jorge III, al no atender a las peticiones de los colonos, e imponer la voluntad
del Parlamento de Londres, había reducido a la esclavitud a las trece colonias).
La Declaración de Independencia es un texto complejo, que cumple al menos tres funciones: (1) la
principal y manifiesta de justificar la ruptura de la “sociedad” colonial con el gobierno británico,
sobre la base de las razones que se enumeran en la declaración, y que tienen un claro perfume
lockeano en forma del ejercicio de sus derechos naturales; (2) la de servir de “núcleo duro” y de
“embrión” de la futura constitución confederal de las colonias, en cierta medida sirviendo como un
catálogo de derechos; (3) reflejar la larga lista de veintisiete afrentas de Gran Bretaña a las colonias

LA DECLARACIÓN UNÁNIME DE LOS TRECE ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA

Cuando en el curso de los acontecimientos humanos se hace necesario que un pueblo disuelva
los lazos políticos que le han conectado con otro, y adoptar entre los [demás] poderes de la
tierra la condición de separado e igual [a ellos] a que le dan derecho las leyes de la naturaleza y
del Dios de la naturaleza, un decoroso respeto por las opiniones de la humanidad requiere que
declare las causas que le inducen a la separación.
Mantenemos que las siguientes verdades son evidentes en sí mismas: que todos los hombres
han sido creados iguales; que su Creador les ha dotado con ciertos derechos inalienables; que
entre estos derechos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que los gobiernos se
instituyen entre los hombres para asegurar esos derechos, y obtienen sus limitados poderes del
consentimiento de los gobernados; que cuando cualquier forma de gobierno se convierte en
dañino para esos fines, el pueblo tiene el derecho de modificarlo o abolido e instituir un nuevo
gobierno, colocando sus cimientos en dichos principios y organizando sus poderes de la forma
que consideren mejor para lograr su seguridad y felicidad. La prudencia impone, ciertamente,
que gobiernos establecidos de antaño no debieran cambiarse por causas baladíes y pasajeras, y
de igual forma toda la experiencia muestra que la humanidad está más dispuesta a sufrir en
tanto los males sean sufribles, que a reivindicarse a sí misma aboliendo las formas a las que está
acostumbrada. Pero cuando una larga serie de abusos y usurpaciones, dedicados
invariablemente al mismo fin, muestra una intención de sumirlos en el despotismo absoluto, es
su derecho, es su obligación, arrojar fuera tal gobierno y proveerse de nuevas defensas para su
seguridad futura. Tal ha sido la paciente tolerancia de estas colonias; y tal es ahora la necesidad
que les obliga a modificar su antigua forma de gobierno. La historia del actual rey de Gran
Pág. | 12 Bretaña es una historia de repetidas afrentas y usurpaciones, todas ellas con el inequívoco fin
de establecer una tiranía absoluta sobre dichos Estados. Para probarlo, preséntense los hechos
a un mundo sin prejuicios:
• Ha negado su aprobación a las leyes más saludables y necesarias para el bien
público.
• Ha prohibido a sus gobernadores aprobar leyes de una importancia urgente y
apremiante a menos que suspendieran su ejecución hasta que se obtuviese su
aprobación; y una vez suspendidas, ha descuidado completamente el ocuparse de
ellas.
• Se ha negado a aprobar otras leyes para la conveniencia de grandes distritos de
gente, a menos que esas gentes renunciaran al derecho de representación en el
legislativo; un derecho de incalculable valor para ellos y temible solamente para los
tiranos.
• Ha convocado a los cuerpos legislativos en lugares inusuales, incómodos y lejos de
los archivos de los documentos públicos, con el único fin de agotarlos para que se
sometiesen a sus medidas.
• Ha disuelto repetidamente las cámaras de representantes por oponerse con firmeza
varonil a sus invasiones sobre los derechos del pueblo.
• Después de dichas disoluciones, se ha negado durante mucho tiempo a hacer que
se eligieran otras [cámaras de representantes], con lo que los poderes legislativos,
imposibles de aniquilar, han regresado al pueblo en general para que los ejerza,
permaneciendo el Estado mientras tanto expuesto a todos los peligros de las
invasiones externas y de las convulsiones internas.
• Ha intentado impedir que estos Estados se poblasen, obstaculizando para ello las
leyes de nacionalización de extranjeros, negándose a aprobar otras para fomentar
su inmigración aquí, y aumentando los requisitos para nuevas asignaciones de
tierras.
• Ha obstruido la administración de justicia al negarse a aprobar leyes para establecer
poderes judiciales.
• Ha hecho que los jueces dependieran de su voluntad únicamente para conservar
sus cargos y para la cantidad y pago de sus sueldos.
• Ha creado una multitud de nuevos cargos y ha mandado aquí enjambres de oficiales
para acosar a nuestro pueblo y devorar su sustento.
• Ha mantenido entre nosotros en tiempo de paz ejércitos permanentes sin el
consentimiento de nuestros legislativos.
• Ha pretendido hacer que los militares fueran independientes del poder civil y
superiores a él.
• Se ha unido a otros [Estados] para someternos a una jurisdicción extraña a nuestra
constitución y no reconocida por nuestras leyes, dando su aprobación a las leyes de
su falsa legislación.
• Ha acuartelado grandes ejércitos entre nosotros.
• Mediante un juicio falso ha protegido de ser castigados los asesinatos que se han
cometido contra los habitantes de estos Estados.
• Ha impedido nuestro comercio con todas las partes del mundo.
• Nos ha impuesto tasas sin nuestro consentimiento.
• Nos ha privado muchas veces de los beneficios de un juicio por jurado.
• Nos ha llevado allende los mares para ser juzgados por falsos delitos. Pág | 13
• Ha abolido en una provincia vecina el libre sistema de leyes inglesas, estableciendo
allí un gobierno arbitrario, y extendiendo sus fronteras para hacerla al mismo
tiempo un ejemplo y un medio de introducir el mismo gobierno absoluto en estas
colonias.
• Nos ha quitado nuestras cartas [patentes], ha abolido nuestras leyes más preciadas
y modificado fundamentalmente la forma de nuestros gobiernos.
• Ha suspendido nuestros propios órganos legislativos, y se ha declarado investido
con el poder de legislar por nosotros en todos los casos.
• Ha renunciado a gobernar aquí al declararnos fuera de su protección y hacernos la
guerra.
• Ha saqueado nuestros mares, causado estragos en nuestras costas, incendiado
nuestras ciudades, y destruido las vidas de nuestro pueblo.
• En este momento está transportando grandes ejércitos de mercenarios extranjeros
para completar el trabajo de muerte, desolación y tiranía que ya está realizando,
con ejemplos de crueldad y perfidia apenas igualados en los periodos más bárbaros
y totalmente indignos de la cabeza de una nación civilizada.
• Ha obligado a nuestros conciudadanos, apresados en alta mar, a portar armas
contra su país, a ser los verdugos de sus amigos y hermanos, o a morir a manos de
estos.
• Ha provocado insurrecciones internas entre nosotros y ha intentado echar contra
los habitantes de nuestras fronteras a los despiadados indios salvajes, cuyas
conocidas reglas de guerra son la destrucción indiscriminada de todas las edades,
sexos y condiciones.
En todas las fases de estas opresiones hemos pedido reparaciones en los términos más humildes.
Nuestras repetidas súplicas han sido contestadas únicamente con repetidos agravios. Un
príncipe cuyo carácter está así marcado con todos los actos que definen a un tirano es indigno
de ser el gobernante de un pueblo libre.
Tampoco nos han faltado atenciones para con nuestros hermanos británicos. A menudo les
hemos avisado de los intentos de su legislativo de aumentar sobre nosotros una jurisdicción
injustificada. Les hemos recordado las circunstancias de nuestra emigración y asentamiento
aquí. Hemos apelado a su natural justicia y magnanimidad, y por los lazos de nuestra común
ascendencia les hemos conjurado a renunciar a estas usurpaciones que inevitablemente
interrumpirían nuestra relación y conexión. También ellos han hecho oídos sordos a la voz de
la justicia y de la consanguinidad. Por lo que debemos rendirnos a la necesidad que denuncia
nuestra separación y considerarlos, como consideramos al resto de la humanidad, enemigos en
la guerra y amigos en la paz.
Por tanto, nosotros, los representantes de los Estados Unidos de América, reunidos en
Congreso general, apelando al Juez supremo del mundo la rectitud de nuestras intenciones, en
el nombre y por la autoridad del buen pueblo de estas colonias, publicamos y declaramos
solemnemente: Que estas colonias unidas son, y en derecho han de ser, Estados libres e
independientes; que quedan liberadas de toda lealtad a la corona británica, y que toda conexión
política entre ellas y el Estado de Gran Bretaña queda, y debe quedar, totalmente disuelta; y
que como Estados libres e independientes tienen todo el poder para hacer la guerra, firmar la
paz, concertar alianzas, establecer comercio, y ejecutar todas las demás acciones y cosas que
Estados independientes hacen por derecho. Y para el respaldo de esta declaración, confiando
Pág. | 14 plenamente en la protección de la Divina Providencia, comprometemos mutuamente nuestras
vidas, nuestras fortunas y nuestro honor sagrado.

(1) ¿Qué modelo de constitución se contiene en embrión en la Declaración de Independencia?


(2) ¿En qué puntos se observa la influencia de las ideas difundidas por Paine en su Sentido
Común?
(3) ¿Qué características de la Declaración de Independencia crees que la convirtieron en una
plantilla de otras declaraciones de estas características?

28. Artículos de Confederación y Unión Perpetua (fragmentos), traducción de


Luis Grau

Los Artículos de Confederación y Unión Perpetua, aprobados por el Segundo Congreso


Continental en plena guerra de secesión, respondían en buena medida a las necesidades perentorias
del momento. De un lado, dotarse de estructuras institucionales que hiciesen posible coordinar el
esfuerzo de guerra contra un enemigo que contaba con medios superiores a los propios, y al que
resultaría muy difícil derrotar militarmente; de este modo, se crea un poder legislativo unicameral
y un poder ejecutivo “colegial” (artículos V y IX), se crea un “tesoro común” (artículos VIII y XII)
y se asignan poderes a la confederación (artículo IX, esencialmente en lo que concierne a la guerra,
las relaciones exteriores, el comercio exterior y la “ley” y valor de la moneda). De otro, no solo los
estados retienen la soberanía en todo aquello respecto de lo que no haya una delegación de poder
(artículo II), sino que se limitan los poderes mediante los que la Confederación puede hacer
efectivas sus decisiones. Así, la Confederación no recauda directamente impuestos, sino que decide
acerca de las necesidades financieras (por ejemplo, para hacer la guerra de secesión), que son
entonces repartidas entre los estados en atención al valor respectivo de las “tierras” en cada uno de
ellos. Los estados, de forma esencialmente voluntaria, recaudan los impuestos y transfieren los
recursos al estado “central”. El resultado será un “centro” político enormemente débil, apenas capaz
de luchar la guerra de independencia de forma efectiva.

A todos los que estas presentes lleguen, nosotros, los abajo firmantes, delegados de los Estados
adjuntos a nuestros nombres, enviamos saludos.
Considerando que el 15 de noviembre del año de nuestro señor de 1777 y segundo de la
independencia de América, los delegados de los Estados Unidos reunidos en Congreso
acordaron ciertos artículos de Confederación y Unión Perpetua entre los Estados de New
Hampshire, Bahía de Massachusetts, Rhode Island y asentamientos de Providence,
Connecticut, New York, New Jersey, Pennsylvania, Delaware, Maryland, Virginia, North
Carolina, South Carolina y Georgia, con las siguientes palabras, a saber: (…)
Artículo I. El nombre de esta Confederación será “Los Estados Unidos de América”.

Artículo II. Cada Estado retiene su soberanía, libertad e independencia, así como toda potestad,
jurisdicción y derecho que esta Confederación no delegue expresamente en los Estados Unidos
reunidos en Congreso. Pág | 15

Artículo III. Por la presente dichos Estados constituyen entre sí una estable liga de amistad
para su defensa común, garantía de sus libertades y para su bienestar mutuo y general,
obligándose a ayudarse unos a otros contra toda violencia que se intente o ataques que se hagan
contra todos ellos o contra cualquiera de ellos por motivos religiosos, de soberanía, comerciales
o por cualquier otro pretexto que fuere.

Artículo IV. Con el fin de asegurar y perpetuar mejor el intercambio y amistad recíprocos, entre
los pueblos de los diferentes Estados incluidos en esta Unión, los habitantes libres de cada uno,
hecha excepción de los indigentes, vagabundos y prófugos de la justicia, tendrán derecho a
todos los privilegios e inmunidades de los ciudadanos libres de los diversos Estados y los
habitantes de cada Estado podrán entrar libremente en cualquier otro y salir de él en la misma
forma, así como gozar de todos los privilegios industriales y comerciales, pero quedando sujetos
a las mismas obligaciones, cargas y restricciones de los habitantes del Estado de que se trate,
siempre y cuando dichas restricciones no alcancen hasta impedir que los bienes importados en
cualquier Estado puedan ser extraídos de él o transportados al Estado en que habita su
propietario; en la inteligencia, asimismo, de que ningún Estado podrá establecer impuesto,
derechos o limitación algunos sobre las propiedades de los Estados Unidos o de cualquiera de
ellos.

Si cualquier persona convicta en un Estado de traición, de un crimen o de cualquier otro delito


grave, o inculpada por ellos, huye de la justicia y se la encuentra en alguno de los Estados
Unidos, deberá ser entregada al Estado que posea jurisdicción sobre el caso y trasladada al
mismo, al solicitarlo el Gobernador o Poder Ejecutivo del Estado del que se halle prófuga.

En cada uno de estos Estados se dará entera fe y crédito a los registros, actos y procedimientos
judiciales de los tribunales y magistrados de todos los demás.

Artículo V. Para la mejor gestión de los intereses generales de los Estados Unidos, anualmente,
y de la manera que prescriba la Legislatura de cada Estado, se nombrarán delegados que
deberán reunirse en un Congreso el primer lunes de noviembre de cada año, en el concepto de
que los Estados se reservan la facultad de retirar a todos sus delegados o a alguno de ellos, en
cualquier época del año y de enviar otros en su lugar para lo que falte de ese período.

Ningún Estado tendrá menos de dos representantes en el Congreso ni más de siete y ninguna
persona podrá ser delegado más de tres años durante un período de seis, ni se permitirá que los
delegados ocupen cargo alguno que dependa de los Estados Unidos, por el cual reciban directa
o indirectamente un sueldo, honorario o emolumento de cualquier clase.
Cada Estado proveerá al sostenimiento de los delegados que envíe a las reuniones comunes, así
como de los que sean miembros del comité de los Estados, durante el tiempo que funcionen
como tales.

Cada Estado gozará de un voto al resolverse cualquier cuestión por los Estados Unidos, cuando
Pág. | 16 se reúnan en su Congreso.

La libertad de hablar y discutir en el Congreso no dará motivo a inquisiciones o acusaciones en


tribunal alguno ni en otro lugar fuera del Congreso y los miembros de éste se hallarán a salvo
de arrestos y prisiones durante el tiempo que empleen en dirigirse a él, asistir a sus sesiones y
regresar de ellas, a no ser por causa de traición, delito grave o perturbación del orden público.

Artículo VI. Ningún Estado podrá, sin consentimiento de los Estados Unidos a través de su
Congreso, acreditar o recibir embajadores, ni celebrar conferencias, arreglos, alianzas o tratados
con ningún monarca, príncipe o Estado; tampoco será lícito a persona alguna que ocupe un
puesto remunerado o de confianza de los Estados Unidos o de cualquiera de éstos, aceptar
cualquier dádiva, emolumento, empleo o título, de parte de un monarca, príncipe o Estado
extranjero, y ni los Estados Unidos constituidos en Congreso, ni ninguno de ellos, estarán
facultados para conceder títulos de nobleza.

Los Estados no podrán celebrar entre sí tratado, confederación o alianza, sean de la clase que
fueren, sin consentimiento del Congreso de los Estados Unidos, en que se especifiquen
exactamente los propósitos a que tiende y el tiempo que estará vigente el tratado, confederación
o alianza de que se trate.

A ningún Estado se permitirá imponer contribuciones o derechos que puedan hallarse en


oposición con las estipulaciones de los tratados que concierten los Estados Unidos, por
conducto de su Congreso, con cualquier monarca, príncipe o Estado, de conformidad con los
tratados propuestos con anterioridad por dicho Congreso a las cortes de Francia y España.

Los Estados no podrán sostener navíos de guerra en tiempo de paz, como no sea en el número
que los Estados Unidos, por conducto de su Congreso, juzguen necesario para la defensa del
Estado en cuestión o de su comercio; ni mantener fuerzas militares en tiempo de paz, salvo,
únicamente en la cantidad que a juicio del Congreso de los Estados Unidos sea precisa para
guarnecer los fuertes que requiera la defensa del Estado a quien se otorgue permiso al efecto;
pero todo Estado conservará en todo tiempo una milicia bien organizada y disciplinada, dotada
de armas y pertrechos suficientes, y proveerá y tendrá en arsenales públicos, constantemente
listas para utilizarlas, el número debido de piezas de campaña, de tiendas, armas, municiones y
equipo para campamento.

Se prohíbe a los Estados emprender la guerra sin autorización de los Estados Unidos otorgada
a través de su Congreso, excepto cuando un Estado sea invadido por el enemigo o posea noticias
ciertas en el sentido de que alguna nación india ha determinado invadirlo y el peligro sea tan
inminente que no permita esperar a que se consulte a los Estados Unidos por el intermedio de
su Congreso; abanderar buques o navíos de guerra o expedir patentes de corso o represalia,
salvo después de que el Congreso de los Estados Unidos haya declarado la guerra y solamente
contra el reino o Estado objeto de dicha declaración y contra los súbditos del mismo, y con
sujeción a las reglas que el repetido Congreso establezca, exceptuándose el caso de que un
Estado se halle infestado por piratas, en el cual será lícito equipar navíos de guerra para
combatirlos, así como sostener a dichas embarcaciones entre tanto que la amenaza continúe o
hasta que los Estados Unidos determinen otra cosa por voz de su Congreso.
Pág | 17
(…) Artículo VIII. Todas las cargas consecuencia de la guerra y todos los gastos a que den
lugar la defensa común o el bienestar general y que hayan sido autorizados por el Congreso de
los Estados Unidos se sufragarán por un tesoro común, el que se alimentará por los diversos
Estados proporcionalmente al valor de la tierra de cada uno que haya sido otorgada a alguna
persona o deslindada por ella, entendiéndose que tanto dicha tierra como los edificios que
contenga y sus mejoras se valuaran conforme al sistema que los Estados Unidos señalen al efecto
de tiempo en tiempo.

Los impuestos destinados a cubrir la proporción antes indicada se decretarán y recaudarán por
orden y autoridad de las legislaturas de los distintos Estados, dentro de los plazos que aprueben
los Estados Unidos por medio de su Congreso.

Artículo IX. Los Estados Unidos, constituidos en un Congreso, tendrán el derecho y poder,
únicos y exclusivos, de decidir sobre la paz y la guerra, excepto en los casos que menciona el
artículo sexto; de enviar y recibir embajadores; de celebrar tratados y alianzas, con tal que
ningún tratado de comercio coarte la facultad de las legislaturas de los distintos Estados; de
exigir a los extranjeros los mismos impuestos y derechos a que estén sujetos sus habitantes o de
prohibir la importación o exportación de cualquier género de artículos o mercancías; de
expedir reglas para resolver en todos los casos qué presas de mar o tierra serán legales y de qué
manera serán divididas o adjudicadas cuando su captura se deba a las fuerzas terrestres o
navales al servicio de los Estados Unidos; de otorgar patentes de corso y represalia en tiempo
de paz; de integrar tribunales que juzguen los delitos y piraterías que se cometan en alta mar y
de establecer los que deban conocer de apelaciones en todos los casos de presas y resolver en
definitiva sobre ellos, a condición de que los miembros del Congreso no sean designados como
jueces de los referidos tribunales.

Los Estados Unidos, representados por su Congreso, serán también jueces de última instancia
cuando se apele de cualesquiera disputas y controversias que existan actualmente o surgieren
en el futuro, entre dos o más Estados, con respecto a sus fronteras, jurisdicción, o toda otra
causa, y esta autoridad se ejercerá de la siguiente manera: cuando la autoridad legislativa o
ejecutiva, o un apoderado legítimo de cualquier Estado que tenga un conflicto con otro,
presente una demanda al Congreso en que se exponga el asunto en cuestión y se solicite que se
le oiga sobre él, el Congreso dispondrá que se notifique a la autoridad legislativa o ejecutiva del
otro Estado que participe en la controversia y fijará fecha para la comparecencia de las partes
por medio de representantes con arreglo a derecho, a quienes se ordenará que de común
acuerdo nombren comisionados o jueces que formen un tribunal encargado de oír el caso a
debate y de fallarlo; pero si no pudieren concertarse, el Congreso propondrá a tres personas
provenientes de cada uno de los Estados Unidos y cada parte tachará alternativamente un
nombre de la lista así formada, empezando por el demandante, hasta que el número de ellos se
reduzca a trece; de dicho número se tomarán al azar no menos de siete nombres ni más de
nueve, según disponga el Congreso, y en presencia de esta corporación, y las personas cuyos
nombres se obtengan de la manera descrita, o cinco cualesquiera de ellas, serán los
comisionados o jueces a quienes competerá conocer de la controversia y resolverla en definitiva,
con tal de que la mayoría de los jueces que entiendan en la causa concurran en la sentencia; y si
cualquiera de las partes omitiere estar presente el día señalado y no tuviere para ello motivos
Pág. | 18 que el Congreso estime bastantes o si, estándolo, se negare a tachar los nombres, el Congreso
procederá a proponer a las tres personas procedentes de cada Estado y el secretario del repetido
cuerpo a tachar en representación de la parte ausente o renuente, y la sentencia del tribunal que
se nombre en la forma antes prescrita será definitiva y pondrá término al litigio; y si cualquiera
de las partes rehusare someterse a la autoridad de semejante tribunal o comparecer o defender
su demanda o causa, el tribunal procederá, no obstante, a pronunciar sentencia, que también
será definitiva y concluyente, y en ambos casos la sentencia y las acusaciones se archivarán con
los documentos del Congreso para seguridad de las partes interesadas, en el concepto de que
antes de que cada comisionado forme parte del tribunal, deberá prestar juramento ante uno de
los jueces del Tribunal Supremo o Superior del Estado en que se ventile la causa, de oír y fallar
bien y lealmente el asunto en cuestión, conforme a lo mejor de mi inteligencia, sin favoritismo,
inclinación, ni esperanza de recompensa, y de que a ningún Estado se le privará de su territorio
para beneficio de los Estados Unidos.

(…)
Los Estados Unidos, a través de su Congreso, poseerán asimismo el derecho y poder, únicos y
exclusivos, de regular la ley y el valor de la moneda que se acuñe por mandato de ellos o de los
respectivos Estados; de fijar patrones para los pesos y medidas en todos los Estados Unidos; de
regular el comercio y manejar todas las relaciones con los indios que no sean miembros de
ninguno de los Estados, siempre que no infrinjan ni desconozcan las facultades legislativas de
Estado alguno dentro de sus fronteras particulares; de establecer y reglamentar oficinas de
correos de un Estado a otro en todo el territorio de los Estados Unidos y de cobrar sobre los
documentos que pasen a través de las mismas el parte que sea preciso para costear los gastos de
las oficinas de referencia; de nombrar a todos los oficiales de las fuerzas terrestres que estén al
servicio de los Estados Unidos, a excepción de los jefes de los regimientos; de formular las reglas
necesarias para el gobierno y ordenanza de dichas fuerzas de tierra y mar y de dirigir sus
operaciones.

(…)Artículo XI. Al adherirse el Canadá a esta Confederación y a las disposiciones dictadas por
los Estados Unidos, tendrá derecho a todos los beneficios de esta Unión y se le dará
participación en ellos; pero no se admitirá a ninguna otra colonia, a menos de que tal admisión
sea aceptada por nueve Estados.

Artículo XII. Todos los pagarés que se emitan, las cantidades que se reciban en préstamo y las
deudas que se contraigan con autorización del Congreso antes de que se reúnan los Estados
Unidos en cumplimiento de la presente Constitución, se estimará y considerará que son a cargo
de los Estados Unidos y que para su pago y finiquito se comprometen solemnemente en este
acto los mencionados Estados Unidos y la fe pública.

Artículo XIII. Cada Estado acatará las decisiones de los Estados Unidos cuando actúen en su
Congreso, con relación a todas las cuestiones que somete a ellos esta Confederación. Y los
Artículos de Confederación serán observados en forma inviolable por todos los Estados y la
Unión será perpetua, y tampoco se hará en lo sucesivo alteración alguna en ninguno de ellos, a
menos de que tal reforma sea aprobada en un Congreso de los Estados Unidos y confirmada en
seguida por las legislaturas de todos los Estados.

Y dado que quiso el Gran Gobernador del mundo mover los corazones de las Legislaturas a las Pág | 19
que respetuosamente representamos en el Congreso a que aprobaran los dichos Artículos de
Confederación y Unión Perpetua y nos autorizan para ratificarlos, sabed que nosotros, los
delegados que suscribimos, por el presente ratificamos y confirmamos plenamente y en su
integridad todos y cada uno de los referidos Artículos de Confederación y Unión Perpetua y
todas y cada una de las materias y cosas que contienen los mismos, en ejercicio del mandato y
facultades que se nos confirieron al efecto; y empeñamos y obligamos solemnemente la palabra
de nuestros respectivos electores en el sentido de que acatarán las determinaciones de los
Estados Unidos por conducto de su Congreso, con relación a todas las cuestiones que les somete
esta Confederación. Y que los Artículos que la forman serán observados inviolablemente por
los Estados que respectivamente representamos y que la Unión será perpetua. En prueba de lo
cual firmamos este documento de nuestra propia mano en el Congreso. Dado en Filadelfia, en
el estado de Pennsylvania, el nueve de julio del año de Nuestro Señor mil setecientos setenta y
ocho, y tercero de la independencia de los Estados Unidos.

(1) ¿Por qué crees que, pese a estar combatiendo por la independencia, las trece colonias
optaron por crear una estructura confederal débil?

29. Constitución de 1787, 17 de Septiembre de 1787

Los Artículos de Confederación, como ya vimos, habían sido presentados como los propios de una
unión “perpetua”. Y sin embargo, una buena parte de las fuerzas sociales y económicas que habían
favorecido la secesión de Gran Bretaña se sentían crecientemente frustradas por la excesiva
fragmentación del poder político resultante. De ahí el impulso a “superar” los Artículos de
Confederación mediante la creación de un “centro” político más sólido cuanto la oposición al
mismo. Que resulta en la reconfiguración del conflicto político en torno a las etiquetas de
“federalistas” y “anti-federalistas”, que simplificaba la pluralidad de “modelos” y “visiones” en
juego. La revuelta de Shays, en la que un nutrido número de los excombatientes “secesionistas”
cuestionaba los términos del “pacto social” surgido de la guerra y, en particular, la política seguida
en materia de redención del valor del papel moneda, aceleró los tiempos políticos. En el verano de
1787, se convocó la llamada “Convención de Filadelfia” con el mandato de reformar los Artículos
de Confederación. La Convención se apropió de su mandato y escribió en realidad una nueva
“constitución”, clara pero no completamente decantada hacia las tesis federalistas. El texto
resultante, es importante destacarlo, se convertiría, junto a la francesa de 1791, de la que también
nos ocuparemos, en la plantilla de las constituciones liberales. Pero, como veremos al leer el “Bill
of Rights”, la transformación del proyecto de “constitución” en texto vigente fue no solo azarosa
(con márgenes de victoria estrechos en varios estados) sino transformadora, en la medida en la que
no solo dio lugar a amplios debates ante las asambleas constituyentes creadas al efecto en todos los
Pág. | 20 estados, sino también a la aprobación del Bill of Rights.
Obsérvese como la Constitución de 1787 no solo crea un ejecutivo fuerte (en forma de un
Presidente y un VicePresidente con un mandato de cuatro años, elegidos “indirectamente” a través
de la elección de miembros del colegio electoral) sino que aumenta el lapso entre elecciones de
representantes, especialmente en el caso del Senado, al tiempo que asigna de forma inequívoca al
“centro” federal competencias clave, desde la conducción de la política exterior a la recaudación de
impuestos y la moneda.
La apertura con el “Nosotros el Pueblo”, en lugar de un plural compuesto por estados, si bien
incluido solo en las fases finales de la redacción, simbolizó la emergencia de un nuevo sujeto
político, cuyo nacimiento pleno, sin embargo, solo se produjo tras la traumática y brutal guerra de
secesión del sur, en la segunda mitad del siglo XIX.

NOSOTROS, el Pueblo de los Estados Unidos, a fin de formar una Unión más perfecta,
establecer Justicia, asegurar la tranquilidad interior, proveer para la defensa común, promover
el bienestar general y asegurar para nosotros y para nuestra prosperidad los beneficios de la
Libertad, establecemos y sancionamos esta Constitución para los Estados Unidos de América.

ARTICULO I
Sección 1.
La Cámara de Representantes estará formada por miembros elegidos cada dos años por el
pueblo de los diversos Estados, y los electores deberán poseer en cada Estado las condiciones
requeridas para los electores de la rama más numerosa de la legislatura del Estado.
Sección 2.
No será Representante ninguna persona que no haya cumplido 25 años de edad y haya sido
ciudadano de los Estados Unidos durante siete años, y que no sea habitante del Estado en el
cual se le designe, al tiempo de la elección.
Los Representantes y los impuestos directos se prorratearán entre los distintos Estados que
formen parte de esta Unión, de acuerdo con sus respectivos números, los cuales se determinarán
sumando al número total de personas libres, incluyendo las obligadas a prestar servicios durante
cierto término de años y excluyendo a los indios no sujetos al pago de impuestos, las tres quintas
partes de todas las personas restantes. La enumeración en sí deberá efectuarse dentro de los
tres años siguientes a la primera sesión del Congreso de los Estados Unidos y en lo sucesivo
cada diez años, en la forma establecida por la ley. El número de Representantes no excederá
uno por cada treinta mil habitantes con tal que cada Estado cuente con un Representante
cuando menos; y hasta que se efectúe dicha enumeración, el Estado de Nueva Hampshire
tendrá derecho a elegir tres; Massachussets, ocho; Rhode Island y las Plantaciones de
Providencia, uno; Connecticut, cinco; Nueva York, seis; Nueva Jersey, cuatro; Pensilvania,
ocho; Delaware, uno; Maryland seis; Virginia, diez; Carolina del Norte, cinco; Carolina del Sur,
cinco; y Georgia, tres.
(…)
Sección 3.
El Senado de los Estados Unidos se compondrá de dos Senadores por cada Estado elegidos por
seis años por la legislatura del mismo, y cada Senador dispondrá de un voto.
Tan pronto como se hayan reunido en virtud de la elección inicial, se dividirán en tres grupos
tan iguales como sea posible. Los escaños de los Senadores del primer grupo quedarán vacantes
al terminar el segundo año; las del segundo grupo, al expirar el cuarto año y los del tercer grupo,
al concluir el sexto año, de tal manera que sea factible elegir una tercera parte cada dos años; y Pág | 21
si ocurren vacantes, por renuncia u otra causa, durante el receso de la legislatura de algún
Estado, el Ejecutivo de éste podrá hacer designaciones provisionales hasta el siguiente período
de sesiones de la legislatura, la que procederá a cubrir dichas vacantes.
No será Senador ninguna persona que no haya cumplido treinta años de edad y haya sido
ciudadano de los Estados Unidos durante nueve años y que, al tiempo de la elección, no sea
habitante del Estado por cual fue elegido.
El Vicepresidente de los Estados Unidos será Presidente del Senado, pero no tendrá voto
excepto en el caso de estar los Senadores igualmente divididos.
(…)
Sección 8.
El Congreso tendrá facultad para: Establecer y recaudar impuestos, aranceles, derechos y
contribuciones; para pagar las deudas y proveer a la defensa común y bienestar general de los
Estados Unidos; pero todos los impuestos, aranceles, derechos serán uniformes a través de los
Estados Unidos.
Contraer empréstitos a cargo al crédito de los Estados Unidos.
Regular el comercio con las naciones extranjeras, entre los diferentes Estados y con las tribus
indígenas.
Establecer un reglamento uniforme de naturalización y leyes uniformes en materia de quiebra
a través de los Estados Unidos.
Emitir dinero y regular su valor, así como su relación con moneda extranjera. Fijar los patrones
de pesas y medidas.
Proveer lo necesario para el castigo de quienes falsifiquen los títulos y la moneda vigente de los
Estados Unidos.
Establecer oficinas de correos y rutas postales
Fomentar el progreso de la Ciencia y las Artes útiles, asegurando a los autores e inventores, por
un tiempo limitado, el derecho exclusivo sobre sus respectivos escritos y descubrimientos.
Crear tribunales inferiores a la Corte Suprema de Justicia.
Definir y castigar la piratería y otros delitos graves cometidos en alta mar; y violaciones contra
la Ley de Naciones.
Declarar la guerra, otorgar Cartas de Marcha y Represalia, y dictar reglas con relación a las
capturas en mar y tierra.
Reclutar y sostener ejércitos, pero ninguna apropiación de fondos con ese destino será por un
plazo superior a dos años.
Habilitar y mantener una armada.
Dictar reglas para el gobierno y regulación de las fuerzas navales y terrestres.
Disponer cuando debe convocarse a la Reserva Militar con el fin de hacer cumplir las leyes de
la Unión, sofocar insurrecciones y rechazar invasiones.
Proveer lo necesario para organizar, armar y disciplinar a la Reserva Militar, y para regular la
parte de esta que se utilice en servicio de los Estados Unidos; reservándose a los Estados
correspondientes el nombramiento de los oficiales, y la facultad de entrenar la Reserva Militar
conforme a la disciplina prescrita por el Congreso.
Legislar en forma exclusiva en todo lo referente al Distrito (que no podrá ser más grande que
diez millas cuadradas) que, a consecuencia de la cesión de los Estados en que este se encuentre
situado, se convierta en sede del gobierno de los Estados Unidos; y aplicar dicha autoridad
Pág. | 22 sobre todos los lugares adquiridos con el consentimiento de la Legislatura del Estado en el cual
se encuentre el Distrito, para la construcción de fuertes, almacenes, arsenales, astilleros y otros
edificios necesarios.
Expedir todas las leyes que sean necesarias y apropiadas para llevar a efecto la ejecución de los
poderes anteriores y todos los demás poderes que esta Constitución confiere al gobierno de los
Estados Unidos o cualquiera de sus departamentos o funcionarios.
Sección 9.
La inmigración o importación de las personas que cualquiera de los Estados ahora existentes
estime oportuno admitir, no podrá ser prohibida por el Congreso, antes del año de mil
ochocientos ocho, pero puede imponer sobre dicha importación una contribución o tasa que
no exceda diez dólares por cada persona.
El privilegio del habeas corpus no se suspenderá, salvo cuando la seguridad pública lo exija en
casos de rebelión o invasión.
No se aprobarán decretos de proscripción ni leyes ex post facto. No se establecerá ningún
impuesto directo ni de capitación, como no sea proporcionalmente al censo o enumeración que
anteriormente se ordenó practicar.
Ningún impuesto o derecho se establecerá sobre los artículos que se exporten de cualquier
Estado.
Los puertos de un Estado no gozarán de preferencia sobre los de ningún otro en virtud de
reglamentación alguna mercantil o fiscal; así como tampoco las embarcaciones que se dirijan a
un Estado o procedan de él estarán obligadas a ingresar, despachar sus documentos o cubrir
derechos en otro Estado.
Ninguna cantidad de dinero podrá extraerse del Tesoro si no es como consecuencia de
Asignaciones autorizadas por la ley, y de tiempo en tiempo, deberá publicarse un estado balance
ordenados de los ingresos y gastos del dinero público. Los Estados Unidos no concederán
ningún título nobiliario: y ninguna persona que ocupe un cargo remunerado u honorífico que
dependa de los Estados Unidos, aceptará ningún regalo, emolumento, cargo o título, sea de la
clase que fuere, de cualquier monarca, príncipe o estado extranjero, sin consentimiento del
Congreso. Sección 10.

ARTICULO II
Sección 1.
El poder ejecutivo será conferido a un Presidente de los Estados Unidos de América. Éste
desempeñará su encargo durante un periodo de cuatro años y, junto con el Vicepresidente
designado para el mismo período, será elegido como sigue:
Cada Estado nombrará, del modo que su legislatura disponga, un número de electores igual al
total de los Senadores y Representantes a que el Estado tenga derecho en el Congreso, pero
ningún Senador, ni Representante, ni persona que ocupe un cargo honorífico o remunerado
que dependa de los Estado Unidos podrá ser designado como elector.
Los electores se reunirán en sus respectivos Estados y elegirán mediante votación secreta entre
dos personas, una de las cuales, cuando menos, no deberá ser residente del mismo Estado que
ellos. Y formarán una lista de todas las personas por las que hayan votado y del número de
votos por cada una; la cual firmarán y certificarán, y remitirán sellada a la Sede del Gobierno
de los Estados Unidos, dirigida al Presidente del Senado. El Presidente del Senado abrirá todos
los certificados en presencia del Senado y de la Cámara de Representantes, y los votos serán
entonces contados. La persona que obtenga el mayor número de votos será el Presidente,
siempre que dicho número represente la mayoría de todos los electores nombrados y si hubiere Pág | 23
más de uno que tenga esa mayoría y que cuente con igual número de votos, entonces la Cámara
de Representantes, mediante votación secreta, elegirá a uno de ellos inmediatamente para
Presidente; y si ninguna persona tuviere mayoría entonces la referida Cámara elegirá al
Presidente de la misma manera entre los cinco nombres con mayor número de votos en la lista.
Pero para elegir al Presidente la votación se tomará por Estados, teniendo la representación de
cada Estado un voto; para este objeto el quórum consistirá de uno o más miembros de las dos
terceras partes de los Estados, y será necesaria una mayoría de todos los Estados para que se
tenga por hecha la elección. En todos los casos, y una vez elegido el Presidente, la persona que
tenga el mayor número de votos de los Electores será el Vicepresidente. Pero si quedaren dos
o más con el mismo número de votos, el Senado escogerá de entre ellos al Vicepresidente,
mediante votación secreta.
(…)
Ninguna persona que no sea ciudadano por nacimiento o que haya sido ciudadano de los
Estados Unidos al tiempo de adoptarse esta Constitución, será elegible para el cargo de
Presidente; tampoco será elegible para ese cargo ninguna persona que no haya cumplido treinta
y cinco años de edad y que no haya residido catorce años en los Estados Unidos.
Sección 2.
El Presidente será comandante en jefe del Ejército y la Marina de los Estados Unidos y de la
Reserva Militar de los diversos Estados, cuando se la llame al servicio activo de los Estados
Unidos; podrá solicitar la opinión, por escrito, del funcionario principal de cada uno de los
departamentos administrativos con relación a cualquier asunto que se relacione con los deberes
de sus respectivos cargos, y estará facultado a suspender la ejecución de sentencias y conceder
indultos por delitos contra los Estados Unidos, excepto en los casos de Juicios Políticos.
Él tendrá facultad, por y con el consejo y consentimiento del Senado, para celebrar tratados,
con tal que den su anuencia dos terceras partes de los Senadores presentes; y propondrá, y con
el consejo y consentimiento del Senado, nombrará a Embajadores, demás Ministros públicos y
Cónsules, Magistrados de la Corte Suprema de Justicia y todos los demás funcionarios de los
Estados Unidos cuya designación no provea este documento en otra forma y que hayan sido
establecidos por ley: pero el Congreso podrá, por Ley, conferir el nombramiento de los
funcionarios inferiores que considere convenientes, al Presidente solamente, a los Cortes
Judiciales o a los Jefes Departamentales.
El Presidente tendrá el derecho de cubrir todas las vacantes que ocurran durante el receso del
Senado, extendiendo nombramientos provisionales, que terminarán al final del siguiente
período de sesiones (…)

ARTICULO III
Sección 1.
El poder judicial de los Estados Unidos será depositado en una Corte Suprema y en las Cortes
inferiores que el Congreso instituya y establezca en lo sucesivo. Los jueces, tanto de la Corte
Suprema como de las Cortes inferiores, continuarán en sus funciones mientras observen buena
conducta y recibirán en fechas determinadas, una remuneración por sus servicios que no será
disminuida durante el tiempo de su encargo.
Sección 2.
El Poder Judicial entenderá en todas las controversias, tanto de derecho como de equidad, que
surjan como consecuencia de esta Constitución, de las leyes de los Estados Unidos y de los
Pág. | 24 tratados celebrados o que se celebren bajo la autoridad de los Estados Unidos; - en todas las
controversias que se relacionen con Embajadores, otros Ministros públicos y Cónsules; - en
todas las controversias de la jurisdicción marítima y de almirantazgo; -en las controversias en
que los Estados Unidos sea una parte; -en las controversias entre dos o más Estados; - entre un
Estado y los ciudadanos de otro, -entre ciudadanos de diferentes Estados, -entre ciudadanos
del mismo Estado que reclamen tierras en virtud de concesiones de diferentes Estados, [y entre
un Estado o los ciudadanos del mismo y Estados, ciudadanos o súbditos extranjeros.]
En todos los casos relacionados a Embajadores, otros Ministros públicos y Cónsules, así como
en aquellos en que sea parte un Estado, la Corte Suprema poseerá jurisdicción en única
instancia. En todos los demás casos que antes se mencionaron la Corte Suprema conocerá en
apelación, tanto del derecho como de los hechos, con las excepciones y con arreglo a la
reglamentación que formule el Congreso.
Todos los delitos serán juzgados por medio de un jurado excepto en los casos de Juicio Político;
y dicho juicio tendrá lugar en el Estado en que el delito se haya cometido; pero cuando no se
haya cometido dentro de los límites de ningún Estado, el juicio se celebrará en el lugar o lugares
que el Congreso haya dispuesto por ley.
Sección 3.
La traición contra los Estados Unidos consistirá únicamente en declarar guerra en su contra o
en unirse a sus enemigos, impartiéndoles ayuda y protección. A ninguna persona se le
condenará por traición si no es con base de la declaración de dos testigos que hayan presenciado
el mismo acto perpetrado abiertamente o de una confesión en sesión pública ante una Corte.
El Congreso estará facultado para fijar la pena por traición; pero ninguna condena por traición
podrá privar del derecho de transmitir bienes por herencia, ni producirá la confiscación de sus
bienes, más allá que en vida de la persona condenada.

(…) ARTICULO VI
Todas las deudas contraídas y los compromisos adquiridos antes de la adopción de esta
Constitución serán tan válidos en contra de los Estados Unidos bajo esta Constitución, como
bajo la Confederación.

(…) ARTICULO VII


La ratificación por las Convenciones de nueve Estados bastará para que esta Constitución entre
en vigencia por lo que respecta a los Estados que la ratifiquen.

(1) ¿En qué medida crees que el texto refleja la influencia de Locke y de Montesquieu?
(2) ¿Qué valor crees que tuvo la afirmación de la garantía plena de la deuda pública, también
de la emitida con anterioridad a la entrada en vigor de la Constitución?
(3) ¿En qué medida define la naturaleza de la comunidad política que se está forjando la regla
de ratificación de la Constitución? ¿En qué medida la misma implica una ruptura, no una
reforma, de los Artículos de Confederación? ¿Qué consecuencia debe tener ello en términos
de la legitimación del nuevo texto constitucional?

Pág | 25
30. James Madison, Federalista 10, 1787, traducción de Gustavo R. Velasco

La compilación de artículos conocida bajo el nombre del Federalista reúne los textos escritos por
James Madison, Alexander Hamilton y John Jay durante el largo proceso de ratificación de la
Constitución de 1787, al que ya se ha hecho mención. Hamilton se convertiría en secretario de
hacienda de Washington y contribuiría decisivamente a establecer el “buen crédito” de la nueva
república, al tiempo que a orientarla hacia una aun lejana pero ineludible industrialización, lejos
del modelo ideal de la república agrícola que favorecía Jefferson. Jay, después de un período como
diplomático, se convirtió en el primer (y un tanto irrelevante) presidente del Tribunal Supremo y
gobernador de Nueva York. Si bien el todo siempre vale más que las partes, no hay prácticamente
duda de que la principal pluma de las tres fue la de Madison (1751-1836), no sólo cuantitativa,
sino también cualitativamente. Entre todos los textos que conforman lo que ahora es tenido como
el libro fundamental para entender la ley fundamental estadounidense, el décimo capítulo, que
aquí se reproduce es sin duda fundamental. Madison defiende la creación de una unión federal
sólida como mecanismo fundamental con el que no solo garantizar que la “república” sea posible
en una escala espacial considerable (aunque hay que tener presente que las trece colonias originales
ocupaban un territorio muy inferior al actual de Estados Unidos, y contaba con una población que
no llegaba a los tres millones de habitantes) sino con el que conseguir amortiguar las consecuencias
ineludibles del “espíritu de facción”, de la división de la sociedad en grupos que buscan el interés
propio y no el general. El texto se sustenta en el uso de la contraposición, que ya hemos visto en
autores anteriores, entre democracia y república, y en el reconocimiento de que las diferencias en
la distribución de la propiedad son el factor principal que genera el conflicto social (recuperando
así un tema aristoteliano en un momento en el que la revuelta de Shays está todavía presente, como
lo está y lo estará la polémica acerca de la moneda y la política monetaria que debe ser seguida por
la nueva federación).

Al pueblo del Estado de Nueva York:


Entre las numerosas ventajas que ofrece una Unión bien estructurada, ninguna merece ser
desarrollada con más precisión que su tendencia a suavizar y dominar la violencia del espíritu
de facción. Nada produce al amigo de los gobiernos populares más inquietud acerca de su
carácter y su destino, que observar su propensión a este peligroso vicio. No dejará, por lo tanto,
de prestar el debido valor a cualquier plan que, sin violar los principios que profesa,
proporcione un remedio apropiado para ese defecto. La falta de fijeza, la injusticia y la
confusión a que abre la puerta en las asambleas públicas, han sido realmente las enfermedades
mortales que han hecho perecer a todo gobierno popular; y hoy siguen siendo los tópicos
predilectos y fecundos de los que los adversarios de la libertad obtienen sus más plausibles
declamaciones. Nunca admiraremos bastante el valioso adelanto que representan las
constituciones americanas sobre los modelos de gobierno popular, tanto antiguos como
modernos; pero sería de una imperdonable parcialidad sostener que, a este respecto, han
apartado el peligro de modo tan efectivo como se deseaba y esperaba. Los ciudadanos más
prudentes y virtuosos, tan amigos de la buena fe pública y privada como de la libertad pública
y personal, se quejan de que nuestros gobiernos son demasiado inestables, de que el bien
público se descuida en el conflicto de las facciones rivales y de que con harta frecuencia se
aprueban medidas no conformes con las normas de la justicia y los derechos de la facción más
Pág. | 26 débil, impuestas por la fuerza superior de una mayoría interesada y dominadora. Aunque
desearíamos vivamente que esas quejas no tuvieran fundamento, la evidencia de hechos bien
conocidos no nos permite negar que son hasta cierto grado verdaderas. Es muy cierto que si
nuestra situación se revisa sin prejuicios, se encontrará que algunas de las calamidades que nos
abruman se consideran erróneamente como obra de nuestros gobiernos; pero se descubrirá al
mismo tiempo que las demás causas son insuficientes para explicar, por sí solas, muchos de
nuestros más graves infortunios y, especialmente, la actual desconfianza, cada vez más intensa,
hacia los compromisos públicos, y la alarma respecto a los derechos privados, que resuenan de
un extremo a otro del continente. Estos efectos se deben achacar, principalmente si no en su
totalidad, a la inconstancia y la injusticia con que un espíritu faccioso ha corrompido nuestra
administración pública.
Por facción entiendo cierto número de ciudadanos, estén en mayoría o en minoría, que actúan
movidos por el impulso de una pasión común, o por un interés adverso a los derechos de los
demás ciudadanos o a los intereses permanentes de la comunidad considerada en conjunto.
Hay dos maneras de evitar los males del espíritu de partido: consiste una en suprimir sus causas,
la otra en reprimir sus efectos.
Hay también dos métodos para hacer desaparecer las causas del espíritu de partido: destruir la
libertad esencial a su existencia, o dar a cada ciudadano las mismas opiniones, las mismas
pasiones y los mismos intereses.
Del primer remedio puede decirse con verdad que es peor que el mal perseguido. La libertad
es al espíritu faccioso lo que el aire al fuego, un alimento sin el cual se extingue. Pero no sería
menor locura suprimir la libertad, que es esencial para la vida política, porque nutre a las
facciones, que el desear la desaparición del aire, indispensable a la vida animal, porque
comunica al fuego su energía destructora.
El segundo medio es tan impracticable como absurdo el primero. Mientras la razón humana no
sea infalible y tengamos libertad para ejercerla, habrá distintas opiniones. Mientras exista una
relación entre la razón y el amor de sí mismo, las pasiones y las opiniones influirán unas sobre
otras y las últimas se adherirán a las primeras. La diversidad en las facultades del hombre, donde
se origina el derecho de propiedad, es un obstáculo insuperable a la unanimidad de los
intereses. El primer objeto del gobierno es la protección de esas facultades. La protección de
facultades diferentes y desiguales para adquirir propiedad, produce inmediatamente la
existencia de diferencias en cuanto a la naturaleza y extensión de la misma; y la influencia de
éstas sobre los sentimientos y opiniones de los respectivos propietarios, determina la división
de la sociedad en diferentes intereses y partidos.
Como se demuestra, las causas latentes de la división en facciones tienen su origen en la
naturaleza del hombre; y las vemos por todas partes que alcanzan distintos grados de actividad
según las circunstancias de la sociedad civil. El celo por diferentes opiniones respecto al
gobierno, la religión y muchos otros puntos, tanto teóricos como prácticos; el apego a distintos
caudillos en lucha ambiciosa por la supremacía y el poder, o a personas de otra clase cuyo
destino ha interesado a las pasiones humanas, han dividido a los hombres en bandos, los han
inflamado de mutua animosidad y han hecho que estén mucho más dispuestos a molestarse y
oprimirse unos a otros que a cooperar para el bien común. Es tan fuerte la propensión de la
humanidad a caer en animadversiones mutuas, que cuando le faltan verdaderos motivos, los
más frívolos e imaginarios pretextos han bastado para encender su enemistad y suscitar los más
violentos conflictos. Sin embargo, la fuente de discordia más común y persistente es la
desigualdad en la distribución de las propiedades.
Los propietarios y los que carecen de bienes han formado siempre distintos bandos sociales. Pág | 27
Entre acreedores y deudores existe una diferencia semejante. Un interés de los propietarios
raíces, otro de los fabricantes, otro de los comerciantes, uno más de los grupos adinerados y
otros intereses menores, surgen por necesidad en las naciones civilizadas y las dividen en
distintas clases, a las que mueven diferentes sentimientos y puntos de vista. La ordenación de
tan variados y opuestos intereses constituye la tarea primordial de la legislación moderna, pero
hace intervenir al espíritu de partido y de bandería en las operaciones necesarias y ordinarias
del gobierno.
Ningún hombre puede ser juez en su propia causa, porque su interés es seguro que privaría de
imparcialidad a su decisión y es probable que también corrompería su integridad. Por el mismo
motivo, más aún, por mayor razón, un conjunto de hombres no puede ser juez y parte a un
tiempo; y, sin embargo, ¿qué son los actos más importantes de la legislatura sino otras tantas
decisiones judiciales, que ciertamente no se refieren a los derechos de una sola persona, pero
interesan a los dos grandes conjuntos de ciudadanos? ¿Y qué son las diferentes clases de
legislaturas, sino abogados y partes en las causas que resuelven? ¿Se propone una ley con
relación a las deudas privadas? Es una controversia en que de un lado son parte los acreedores
y de otro los deudores. La justicia debería mantener un equilibrio entre ambas. Pero los jueces
lo son las facciones mismas y deben serlo; y hay que contar con que la facción más numerosa o,
dicho en otras palabras, el bando más fuerte, prevalezca. ¿Las industrias domésticas deben ser
estimuladas, y si es así, en qué grado, imponiendo restricciones a las manufacturas extranjeras?
He aquí asuntos que las clases propietarias decidirán de modo diferente que las fabriles, y en
que probablemente ninguna de las dos se atendría únicamente a la justicia ni al bien público.
La fijación de los impuestos que han de recaer sobre las distintas clases de propiedades parece
requerir la imparcialidad más absoluta; sin embargo, tal vez no existe un acto legislativo que
ofrezca al partido dominante mayor oportunidad ni más tentaciones para pisotear las reglas de
la justicia. Cada chelín con que sobrecarga a la minoría, es un chelín que ahorra en sus propios
bolsillos.
Es inútil afirmar que estadistas ilustrados conseguirán coordinar estos opuestos intereses,
haciendo que todos ellos se plieguen al bien público. No siempre llevarán el timón estos
estadistas. Ni en muchos casos puede efectuarse semejante coordinación sin tener en cuenta
remotas e indirectas consideraciones, que rara vez prevalecerán sobre el interés inmediato de
un partido en hacer caso omiso de los derechos de otro o del bien de todos.
La conclusión a que debemos llegar es que las causas del espíritu de facción no pueden
suprimirse y que el mal sólo puede evitarse teniendo a raya sus efectos.
Si un bando no tiene la mayoría, el remedio lo proporciona el principio republicano que permite
a esta última frustrar los siniestros proyectos de aquél mediante una votación regular. Una
facción podrá entorpecer la administración, trastornar a la sociedad; pero no podrá poner en
práctica su violencia ni enmascararla bajo las formas de la Constitución. En cambio, cuando un
bando abarca la mayoría, la forma del gobierno popular le permite sacrificar a su pasión
dominante y a su interés, tanto el bien público como los derechos de los demás ciudadanos.
Poner el bien público y los derechos privados a salvo del peligro de una facción semejante y
preservar a la vez el espíritu y la forma del gobierno popular, es en tal caso el magno término
de nuestras investigaciones. Permítaseme añadir que es el gran desiderátum que rescatará a esta
forma de gobierno del oprobio que tanto tiempo la ha abrumado y la encomendará a la
estimación y la adopción del género humano.
¿Qué medios harán posible alcanzar este fin? Evidentemente que sólo uno de dos. O bien debe
Pág. | 28 evitarse la existencia de la misma pasión o interés en una mayoría al mismo tiempo, o si ya existe
tal mayoría, con esa coincidencia de pasiones o intereses, se debe incapacitar a los individuos
que la componen, aprovechando su número y situación local, para ponerse de acuerdo y llevar
a efecto sus proyectos opresores. Si se consiente que la inclinación y la oportunidad coincidan,
bien sabemos que no se puede contar con motivos morales ni religiosos para contenerla. No
son frenos bastantes para la injusticia y violencia de los hombres, y pierden su eficacia en
proporción al número de éstos que se reúnen, es decir, en la proporción en que esta eficacia se
hace necesaria.
Este examen del problema permite concluir que una democracia pura, por la que entiendo una
sociedad integrada por un reducido número de ciudadanos, que se reúnen y administran
personalmente el gobierno, no puede evitar los peligros del espíritu sectario. En casi todos los
casos, la mayoría sentirá un interés o una pasión comunes; la misma forma de gobierno
producirá una comunicación y un acuerdo constantes; y nada podrá atajar las circunstancias
que incitan a sacrificar al partido más débil o a algún sujeto odiado. Por eso estas democracias
han dado siempre el espectáculo de su turbulencia y sus pugnas; por eso han sido siempre
incompatibles con la seguridad personal y los derechos de propiedad; y por eso, sobre todo,
han sido tan breves sus vidas como violentas sus muertes. Los políticos teóricos que han
patrocinado estas formas de gobierno, han supuesto erróneamente que reduciendo los derechos
políticos del género humano a una absoluta igualdad, podrían al mismo tiempo igualar e
identificar por completo sus posesiones, pasiones y opiniones.
Una República, o sea, un gobierno en que tiene efecto el sistema de la representación, ofrece
distintas perspectivas y promete el remedio que buscamos. Examinemos en qué puntos se
distingue de la democracia pura y entonces comprenderemos tanto la índole del remedio cuanto
la eficacia que ha de derivar de la Unión.
Las dos grandes diferencias entre una democracia y una República son: primera, que en la
segunda se delega la facultad de gobierno en un pequeño número de ciudadanos, elegidos por
el resto; segunda, que la República puede comprender un número más grande de ciudadanos y
una mayor extensión de territorio.
El efecto de la primera diferencia consiste, por una parte, en que afina y amplía la opinión
pública, pasándola por el tamiz de un grupo escogido de ciudadanos, cuya prudencia puede
discernir mejor el verdadero interés de su país, y cuyo patriotismo y amor a la justicia no estará
dispuesto a sacrificarlo ante consideraciones parciales o de orden temporal. Con este sistema,
es muy posible que la voz pública, expresada por los representantes del pueblo, esté más en
consonancia con el bien público que si la expresara el pueblo mismo, convocado con ese fin.
Por otra parte, el efecto puede ser el inverso. Hombres de natural revoltoso, con prejuicios
locales o designios siniestros, pueden empezar por obtener los votos del pueblo por medio de
intrigas, de la corrupción o por otros medios, para traicionar después sus intereses. De aquí se
deduce la siguiente cuestión: ¿son las pequeñas Repúblicas o las grandes quienes favorecen la
elección de los más aptos custodios del bienestar público? y la respuesta está bien clara a favor
de las últimas por dos evidentes razones:
En primer lugar, debe observarse que por pequeña que sea una República sus representantes
deben llegar a cierto número para evitar las maquinaciones de unos pocos, y que, por grande
que sea, dichos representantes deben limitarse a determinada cifra para precaverse contra la
confusión que produce una multitud. Por lo tanto, como en los dos casos el número de
representantes no está en proporción al de los votantes, y es proporcionalmente más grande en
la República más pequeña, se deduce que si la proporción de personas idóneas no es menor en Pág | 29
la República grande que en la pequeña, la primera tendrá mayor campo en que escoger y
consiguientemente más probabilidad de hacer una selección adecuada.
En segundo lugar, como cada representante será elegido por un número mayor de electores en
la República grande que en la pequeña, les será más difícil a los malos candidatos poner en
juego con éxito los trucos mediante los cuales se ganan con frecuencia las elecciones; y como el
pueblo votará más libremente, es probable que elegirá a los que posean más méritos y una
reputación más extendida y sólida.
Debo confesar que en éste, como en casi todos los casos, hay un término medio, a ambos lados
del cual se encontrarán inconvenientes. Ampliando mucho el número de los electores, se corre
el riesgo de que el representante esté poco familiarizado con las circunstancias locales y con los
intereses menos importantes de aquéllos; y reduciéndolo demasiado, se ata al representante
excesivamente a estos intereses, y se le incapacita para comprender los grandes fines nacionales
y dedicarse a ellos. En este aspecto la Constitución federal constituye una mezcla feliz; los
grandes intereses generales se encomiendan a la legislatura nacional, y los particulares y locales
a la de cada Estado.
La otra diferencia estriba en que el gobierno republicano puede regir a un número mucho
mayor de ciudadanos y una extensión territorial más importante que el gobierno democrático;
y es principalmente esta circunstancia la que hace menos temibles las combinaciones facciosas
en el primero que en este último. Cuanto más pequeña es una sociedad, más escasos serán los
distintos partidos e intereses que la componen; cuanto más escasos son los distintos partidos e
intereses, más frecuente es que el mismo partido tenga la mayoría; y cuanto menor es el número
de individuos que componen esa mayoría y menor el círculo en que se mueven, mayor será la
facilidad con que podrán concertarse y ejecutar sus planes opresores. Ampliad la esfera de
acción y admitiréis una mayor variedad de partidos y de intereses; haréis menos probable que
una mayoría del total tenga motivo para usurpar los derechos de los demás ciudadanos; y si ese
motivo existe, les será más difícil a todos los que lo sienten descubrir su propia fuerza, y obrar
todos de concierto. Fuera de otros impedimentos, debe señalarse que cuando existe la
conciencia de que se abriga un propósito injusto o indigno, la comunicación suele ser reprimida
por la desconfianza, en proporción al número cuya cooperación es necesaria.
De lo anterior se deduce claramente que la misma ventaja que posee la República sobre la
democracia, al tener a raya los efectos del espíritu de partido, la tiene una República grande en
comparación a una pequeña y la posee la Unión sobre los Estados que la componen. ¿Consiste
esta ventaja en el hecho de que sustituye representantes cuyos virtuosos sentimientos e ilustrada
inteligencia los hacen superar los prejuicios locales y los proyectos injustos? No puede negarse
que la representación de la Unión tiene mayores probabilidades de poseer esas necesarias dotes.
¿Consiste acaso en la mayor seguridad que ofrece la diversidad de partidos, contra el
advenimiento de uno que supere y oprima al resto? La creciente variedad de los partidos que
integran la Unión, aumenta en igual grado esta seguridad. ¿Consiste, finalmente, en los mayores
obstáculos que se oponen a que se pongan de acuerdo y se realicen los deseos secretos de una
mayoría injusta e interesada? Aquí, una vez más, la extensión de la Unión otorga a ésta su
ventaja más palpable.
La influencia de los líderes facciosos puede prender una llama en su propio Estado, pero no
logrará propagar una conflagración general en los restantes. Una secta religiosa puede
degenerar en bando político en una parte de la Confederación; pero las distintas sectas dispersas
Pág. | 30 por toda su superficie pondrán a las asambleas nacionales a salvo de semejante peligro. El
entusiasmo por el papel moneda, por la abolición de las deudas, por el reparto de la propiedad,
o a favor de cualquier otro proyecto disparatado o pernicioso, invadirá menos fácilmente el
cuerpo entero de la Unión que un miembro determinado de ella; en la misma proporción que
esa enfermedad puede contagiar a un solo condado o distrito, pero no a todo un Estado.
En la magnitud y en la organización adecuada de la Unión, por tanto, encontramos el remedio
republicano para las enfermedades más comunes de ese régimen. Y mientras mayor placer y
orgullo sintamos en ser republicanos, mayor debe ser nuestro celo por estimar el espíritu y
apoyar la calidad de Federalistas.

(1) ¿En qué medida y por qué puede considerarse a Madison como un partidario de una visión
pluralista de la comunidad política?
(2) Madison afirma expresamente que la causa fundamental de la división en la comunidad
política es la desigual distribución de las libertades; pero ¿de qué lado está escribiendo
Madison? ¿De qué lado de la división social se coloca? ¿Cómo podemos saberlo a partir del
texto?
(3) ¿En qué se parece y en qué se diferencia la distinción que hace Madison entre democracia
y república a la propuesta por Montesquieu o Kant?
(4) ¿Cómo cree Madison que puede neutralizarse el espíritu faccioso en una sociedad política?

31. Bill of Rights, 1791

Como queda ya mencionado, la entrada en vigor (y aceptación) del proyecto de constitución de


1787 fue azarosa. Aun si dejamos de lado la ya mencionada “irregularidad” de la Convención de
Filadelfia, el éxito de la operación liderada por Madison dependía formalmente del asentimiento
de nueve de las trece colonias (de acuerdo con el artículo VII del propio proyecto de Constitución).
Una de las razones aducidas por los anti-federalistas para oponerse a la ratificación de la
Constitución era la ausencia de un catálogo de derechos paragonable al recogido a nivel estatal, lo
que hacía surgir dudas de la medida en la que los nuevos poderes centrales estuviesen sujetos a los
límites que se derivaban de tales derechos. De hecho, cinco estados admitieron la ratificación de la
Constitución bajo la condición de que se produjese a enmendarla, introduciendo de este modo un
catálogo de derechos. Tras un período de propuesta de tales enmiendas, el Congreso las redujo a
doce, que fueron sometidas a un nuevo proceso de ratificación, siendo aceptadas las diez enmiendas
que componen el Bill of Rights estadounidense (se rechazaron enmiendas correspondientes al
número y reparto de los escaños en la Cámara de los Representantes, y a la remuneración de los
parlamentarios federales).
Las diez enmiendas responden en buena medida a la visión política “heredada” de la tradición
“liberal” británica, con lo que el paralelismo con el Bill of Rights de 1688 se impone, así como con
las declaraciones de derechos de los distintos estados.
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Artículo I. El Congreso no dictará ley alguna por la que adopte una religión como oficial del
Estado o se prohíba su libre ejercicio, o que coarte la libertad de palabra o de imprenta, o el
derecho del pueblo a reunirse pacíficamente y a pedir al gobierno la reparación de agravios.
Artículo II. Siendo necesaria una milicia bien ordenada para la seguridad de un Estado libre,
no se violará el derecho del pueblo a poseer y portar armas.
Artículo III. En tiempo de paz a ningún militar se le alojará en casa alguna sin el consentimiento
del propietario; ni tampoco en tiempo de guerra, salvo lo dispuesto por ley.
Artículo IV. No debe ser violado el derecho de los ciudadanos a que sus personas, domicilios,
papeles y efectos se hallen a salvo de pesquisas y aprehensiones arbitrarias, y al efecto no se
expedirán mandamientos si no existe una causa probable, confirmada por juramento o
afirmación, que describa específicamente el lugar que deba ser registrado y las personas o cosas
que han de ser detenidas o embargadas.
Artículo V. Nadie estará obligado a responder de un delito castigado con la pena capital o con
otra infamante si un gran jurado no lo denuncia o acusa, a excepción de los casos que se
presenten en las fuerzas de mar o tierra, o en la milicia nacional cuando se encuentre en servicio
efectivo en tiempo de guerra o peligro público; tampoco se pondrá a persona alguna dos veces
en peligro de perder la vida o algún miembro con motivo del mismo delito; ni se le compelerá
a declarar contra sí misma en ningún juicio criminal; ni se le privará de la vida, la libertad o la
propiedad sin el debido proceso legal; ni se ocupará la propiedad privada para uso público sin
una justa indemnización.
Artículo VI. En toda causa criminal, el acusado gozará del derecho de ser juzgado con rapidez
y en público, por un jurado imparcial del Estado y distrito donde se haya cometido el delito,
distrito que será establecido previamente por ley; así como a ser informado de la naturaleza y
causa de la acusación, a que se le caree con los testigos que depongan en su contra, a que se
obligue a comparecer a los testigos que le favorezcan y a contar con la ayuda de un abogado
que le defienda.
Artículo VII. En los juicios de common law donde el valor de la controversia exceda de veinte
dólares, será garantizado el derecho al juicio por jurado, y ningún hecho conocido por un jurado
será objeto de nuevo examen en tribunal alguno de los Estados Unidos, como no sea con arreglo
a las normas del common law.
Artículo VIII. No se exigirán fianzas excesivas, ni se impondrán multas excesivas, ni se
infligirán penas crueles y desusadas.
Artículo IX. La enumeración de ciertos derechos en la Constitución no ha de interpretarse
como la negación o menosprecio de otros retenidos por el pueblo.
Artículo X. Los poderes que la Constitución no delega a los Estados Unidos ni prohíbe a los
Estados quedan reservados a los respectivos Estados o al pueblo.
(1) Traza paralelismos entre las diez enmiendas que componen el catálogo de derechos de 1791
Pág. | 32 y (a) el Bill of Rights de 1688 y (b) las Declaraciones de Virginia y Pensilvania.

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