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JOSÉ MARÍA RODRÍGUEZ OLAIZOLA, SJ

Peregrinar por fuera


y por dentro
Guía interior para
peregrinos y caminantes

SAL TERRAE
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Diseño de cubierta:
María Pérez-Aguilera
mariaap.aguilera@gmail.com
Ilustraciones:
Jaime Vicario, SJ

Edición Digital
ISBN: 978-84-293-2219-4

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El camino interior

TIENES entre tus manos una propuesta para acompañarte en el camino que quizás estás
comenzando. Es un itinerario, y al tiempo son muchos, como muchos son los caminos
posibles de quien peregrina a Santiago (o a tantos otros lugares). Una propuesta para que
tú la adaptes y la hagas tuya.
Puede ser que vayas a caminar cinco, diez, treinta o más días... Por eso lo que te
ofrecemos son posibilidades, como una guía con herramientas para que puedas ir
poniendo nombre a algunas de las reflexiones e intuiciones que a menudo sorprenden al
peregrino.

¿Por qué haces el camino? Hay tantas razones como personas. Puede ser por motivos
religiosos, culturales, deportivos... puede ser un proyecto personal que llevas largo
tiempo acariciando, el resultado de una promesa, o una opción inesperada –alguien te
ofreció acompañarle. Puede ser que tengas todo preparadísimo, te has pertrechado en
alguna tienda muy sofisticada de todo lo necesario para condiciones climatológicas
extremas, o al contrario, harás la mochila en el último instante y con cierto punto de
improvisación. Puede que hayas leído cuarenta guías para tenerlo todo bien atado, o te
fíes de dos intuiciones ¿Vas solo o con amigos? ¿En familia? ¿Con tu pareja? ¿Caminas?
¿Vas en bici? ¿A caballo? ¿Llevas todo a cuestas? ¿Alguien os acompaña con un coche
de apoyo? ¿Qué ruta vas a hacer? ¿El camino francés, punto de encuentro de tantas
gentes y culturas? ¿El primitivo, atravesando las montañas entre paisajes fascinantes? ¿El
camino mozárabe? ¿El portugués? ¿La ruta del Norte? ¿Por cuánto tiempo estarás
caminando? ¿Diez días? ¿Cinco semanas? ¿Dos meses? Las posibilidades son
innumerables. (Y todo esto hablando del Camino a Santiago). Quizá tu ruta vaya a ser
otra: a Roma, a Jerusalén, a Javier, a Aravaca, a Covadonga..., a tantos lugares que son
punto de llegada para peregrinos sedientos de camino, experiencia, naturaleza y
encuentro.
Hay muchas formas de lanzarse al camino. Lo que es común a todas ellas es que, a
la vez que uno avanza por lugares externos, también va haciendo un itinerario
interior. El esfuerzo, el cansancio, el encuentro, la risa, el llanto, la reflexión, el silencio
de largas horas de marcha... todo ello favorece el que uno piense en su vida y en otras
vidas. Si eres un poco inquieto, el camino te invita a revisar tus prioridades, a pensar en
qué es lo importante de tu vida, y a conocerte un poco más a ti mismo, a los otros y –
desde la fe– al Dios que muchas veces late detrás de nuestras búsquedas. Incluso aunque
no cuentes con ello, aunque te plantees que únicamente vas a probarte físicamente, la
realidad es que es muy humano el volverse hacia dentro y tratar de entender. Quizás
porque la vida no nos ofrece demasiados espacios para frenar y profundizar en sus

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múltiples posibilidades. Por eso cuando estamos en camino la oportunidad se vuelve
pregunta, la pregunta se vuelve búsqueda, y así uno se zambulle en un camino que le
lleva a recorrer, por dentro, parajes que quizás nunca había transitado.

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Cómo utilizar este libro

Estas páginas quieren ayudarte en ese itinerario. Dando un poco de modo y orden en
todas esas cuestiones que pueden aparecer durante este tiempo de camino. En el fondo
es ofrecerte algunas herramientas que ayuden a poner nombre a las intuiciones,
inquietudes y experiencias que posiblemente tú mismo descubras. Aunque hay una
propuesta formal, no hay un único itinerario posible. Tú mismo puedes trazarlo,
dependiendo del número de etapas, de las cuestiones que te parezca que más sintonizan
con tu vida y tu camino en este momento o de la experiencia que vayas teniendo. No
puede haber un único trayecto, porque cada uno somos diferentes.
Desde aquí podríamos proponerte dos itinerarios «estándar», sabiendo que
seguramente tú puedas encontrar otros. Si haces un camino largo (unas cuatro semanas),
entonces la propuesta es ir siguiendo el índice, desde los prolegómenos hasta el epílogo.
Si fuera un camino más corto (pensemos en diez días), podrías seguir el siguiente
camino. 1) Prolegómenos. 2) Salir o equipaje. 3) Dificultades. 4) Yo mismo (utilizar
alguno de los días propuestos para esa reflexión sobre el propio lugar en que uno está). 5)
Los otros (reflexión sobre las gentes de tu vida). 6) El Otro (Dios en el camino). 7)
Flechas amarillas. 8) Valores y contravalores del camino (escogiendo quizás alguno de
ellos). 9) Metas. 10) La vida como peregrinación
Junto a esos dos caminos posibles, tú mismo puedes diseñar por anticipado o ir
improvisando, dependiendo de cómo te vayas encontrando, tu propio camino interior.
Incluso, si vas a cargo de un grupo y quieres trabajar con ellos, posiblemente lo que
tienes aquí sea un material básico para después utilizarlo con libertad.
Por último, aunque este material está pensado para acompañar una peregrinación, es
también posible que te sirva para hacer esa peregrinación por dentro, aun sin moverte de
casa. Quizás te sirva para plantearte unas convivencias, un tiempo de retiro o guiar tu
reflexión u oración durante una temporada. En ese caso, aunque los ejemplos estarán
tomados de la vida del caminante, seguramente tú puedes tender los puentes hacia la vida
más cotidiana.

El material que se te ofrece para cada día incluye varias cuestiones: Una cita bíblica
relativa a la cuestión que se trata. Una pequeña reflexión, tratando de sintonizar con lo
que es la experiencia descrita. Algunas preguntas. Una oración o un poema en torno a lo
leído y pensado ese día. La idea, con todo esto, es que tú puedas dedicar un tiempo a
pensar. Quizás leyendo al principio de la mañana (o si eres de los que por la mañana
tardas mucho en ser persona, la víspera, antes de acostarte), para poder reflexionar
durante algún rato más tranquilo. Busca algún espacio de silencio en el camino. Cárgate
con preguntas, con humor, con una mirada capaz de volverse a ratos hacia dentro, sin
dejar de atender nunca a ese fuera cargado de colores, personas, paisajes y trayectos.
Para ir dejando que durante el día se asomen a tu cabeza rostros, historias, rasgos,

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aspectos de tu propia vida que tengan que ver con esa cuestión propuesta... Y con la idea
de que al final del día puedas tomar tus propias notas para recoger los ecos que deja lo
vivido.

Una guía para todos, creyentes, agnósticos y ateos. Porque es una guía para personas
en camino, por fuera y/o por dentro. Como ves, en cada sección hay un texto bíblico y
muchos de los poemas tienen forma de oración, pero esto no implica que esta sea una
guía exclusivamente para creyentes. Cualquiera puede utilizarla, porque en el fondo hay
cuestiones que son comunes a todos. Es cierto que hay algunas propuestas que sí tienen
que ver más directamente con la fe, pero la mayoría tienen que ver con la humanidad
que todos compartimos. A ver si te ayuda.
¡¡¡Buen camino!!!

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Prolegómenos.
¿Qué hago aquí?
Oportunidad y deseo

(Para antes de partir, o para cuando viajes hacia el punto de partida, o


para cuando comiences a caminar).

«Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo: Su tiempo el nacer
y su tiempo el morir; su tiempo el plantar y su tiempo el arrancar lo plantado,
su tiempo el matar y su tiempo el sanar» (Qo 3,1-5)

En la vida hay oportunidades. A veces se fuerzan, se buscan intencionadamente. Otras


veces llegan de forma inesperada. Oportunidades en las relaciones, en lo laboral, en las
experiencias que uno tiene... La misma palabra evoca posibilidades. Sugiere que algo se
puede llegar a conseguir, y también indica que ese algo es deseable (de lo contrario,
hablaríamos de amenazas).

El camino que comienzas es una oportunidad. De salir de casa. De tomar distancia de


las cosas, de tus gentes, de la rutina del año y, ojalá, de los problemas (aunque uno
siempre cargue con sus sombras). Una oportunidad de descansar... o de cansarte de un
modo diferente. De convivir, quizás, con aquellas personas con quienes te has
embarcado en esta aventura. De conocerte un poco más. De pensar en tu vida, valorar lo
que tienes y, si es necesario, reencauzar lo que falta o lo que está descentrado.
Ser consciente de tus oportunidades no garantiza que las vayas a aprovechar. Pero
al menos te permite estar más atento para no dejarlas escapar.
El camino suele ser –al menos lo es para bastantes personas– la ocasión de vivir
unos días de esos que dejan huella. También a ti te puede pasar. Para ello, lo importante
es dejar que se remueva todo, desinstalarse de lo habitual, dejar que la luz ilumine todos
los rincones de la propia vida, sacudir un poco el polvo de los espacios más
abandonados. No tener miedo a transitar por esos aspectos de la vida por los que a veces
uno puede pasar más de puntillas.
Si ahora, de entrada, tuvieses que pensar para qué es una oportunidad este
tiempo de camino, ¿qué señalarías? Dicho de otra manera, ¿qué te gustaría encontrar
aquí? (¡Ojo, a veces uno se encuentra lo que nunca hubiera imaginado!; pero ésa es
otra historia...).

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El camino es tiempo de preguntas. Tanto como de respuestas. Hacerte algunas
preguntas no garantiza que vayas a encontrar luz sobre ellas. Es más, quizás encuentres
respuesta a interrogantes no formulados, y aquello que ibas buscando permanezca sin
resolver. Pero, con todo, es importante en algunas ocasiones –como ahora– hacerte
algunas preguntas sobre tu propia vida, sobre tus gentes, sobre adónde vas y a qué.
Pueden ser preguntas muy cotidianas o muy trascendentales; muy sobre lo que te ocurre
cada día o sobre cuestiones de sentido. Hay algunas preguntas retóricas, para las que ni
esperas contestación, y otras imposibles, para las que no hay solución.

– ¿Qué preguntas me hago al ponerme en marcha? ¿Qué interrogantes tengo? ¿Qué


busco?
– ¿Cuáles son mis problemas en este momento de la vida? ¿Qué me inquieta, me
preocupa o me hace darle vueltas a la cabeza en esos momentos en que me
desvelo?
– ¿Y los retos que me planteo, en el camino y en el presente más amplio del día a día?

Sembrar

Alza la mano y siembra,


con un gesto impaciente,
en el surco, en el viento,
en la arena, en el mar...

Sembrar, sembrar, sembrar,


infatigablemente:

En mujer, surco o sueño,


sembrar, sembrar, sembrar...

Yérguete ante la vida


con la fe de tu siembra;
siembra el amor y el odio,
y sonríe al pasar...
La arena del desierto
y el vientre de la hembra
bajo tu gesto próvido quieren fructificar...

Desdichados de aquellos
que la vida maldijo,
que no soñaron nunca ni supieron amar...

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Hay que sembrar un árbol,
un ansia, un sueño, un hijo.

Porque la vida es eso:

Sembrar, sembrar, sembrar

José Ángel Buesa

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1. SALIR
(y adentrarse en tierras nuevas)

«El Señor dijo a Abraham: “Sal de tu tierra nativa, de la casa de tu padre, a la


tierra que te mostraré. Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu
nombre y servirá de bendición» [...] Abraham marchó, como le había dicho el
Señor» (Gn 12,1-4).

Lanzarte al camino es dejar atrás un terreno conocido: casa, rutinas, horarios...


Seguramente, en tu vida cotidiana haya algo de todo esto. Hay un espacio en el que se
desenvuelve tu vida. Tienes tu ritmo vital, que depende bastante de las circunstancias
concretas, de si estudias o trabajas, de tu familia, de la gente con la que vives, de la
manera en que llenas tus días, de las calles por las que habitualmente pasas, de los bares
en que te encuentras con tus amigos, de los libros que lees, de la música que escuchas,
de las horas de ordenador... Todo eso ocupa tu horizonte cotidiano.
Y ahora sales. Como quien abre la puerta del hogar conocido, en el que todo está en
su sitio, para adentrarse en una ciudad nueva cuyas calles apenas conoce. Lo
desconocido tiene algo de amenazante, pero también algo de promesa. Incluso, el que sea
percibido desde el miedo o desde la esperanza dependerá en buena medida del carácter
de quien se adentra en ese territorio desconocido. El caso es que sales. Y, al salir, cierras
la puerta y dejas casi todo a la espalda. Esperando tu regreso; pero, por el momento, ahí
queda...

Salir al camino es aparcar un poco lo habitual, las rutinas y las costumbres, para
zambullirte en un territorio diferente del que llena tus días. Es dejar a la espalda
bastantes cosas. Sabiendo que volverás a ellas, pero que por el momento toca
desprenderse.
Hoy cuesta dejar algo (o a alguien) atrás. En parte, porque estamos tan conectados
que parece que te lo llevas todo en el móvil, que siempre estás a un clic de tus gentes,
que instantáneamente te puede llegar un mensaje desde el otro extremo del mundo. Y por
eso parece que no cabe el silencio, la distancia ni la espera. Sin embargo, el tiempo en el
camino puede tener algo distinto.
Hoy puedes dedicar un rato a despedirte de lo cotidiano. No te preocupes. No pasa
nada por frenar un poco o por tomar distancia. Tu vida sigue esperándote a la vuelta. Tus
gentes estarán ahí. Unos días de lejanía pueden ser más que buenos y ayudarte a coger

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perspectiva. Déjalos quedarse atrás. A tus gentes, tus cosas, tus rutinas, tus
preocupaciones, tus obsesiones, tus tareas pendientes...
No quieras llevar todo tu presente a cuestas. De algún modo el camino supone
tomar un poco de distancia con respecto al día a día, sin llevárselo todo consigo.
Sabiendo poner tierra de por miedo y aprendiendo a distinguir lo urgente de lo
importante, lo inmediato de lo esencial, para aprender a ver tu vida desde una distancia
que te ayude a clarificarte.

– Por eso, haz ese ejercicio sencillo. Diles hasta pronto. Intenta aparcar, por el
momento, lo cotidiano, dejarlo en suspensión, por utilizar el lenguaje de los
ordenadores (esperando a que regreses).
– Tiempo habrá para retomar las cosas. Serán unos días, unas semanas, quizás hasta
unos meses. Pero es tiempo para mirar adelante. Abre al menos unas cuantas
ventanas (ojalá muchas) a lo que te espera en el horizonte. Deja espacio para la
sorpresa, para tus compañeros de camino si los hay –o para los que puedas
encontrar. Deja espacio para el silencio o para la palabra nueva.
– Desnúdate un poco de tantas capas como habitualmente llevamos. Piensa en todo ese
peso más cotidiano y dile: “hasta pronto”.

Partir

Partir, en camino...

Partir es, ante todo,


salir de uno mismo.

Romper la coraza del egoísmo


que intenta aprisionarnos
en nuestro propio yo.

Partir es dejar de dar vueltas


alrededor de uno mismo.

Como si ése fuera


el centro del mundo y de la vida.

Partir es no dejarse encerrar


en el círculo de los problemas
del pequeño mundo al que pertenecemos.

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Cualquiera que sea su importancia,
la humanidad es más grande,
y es a ella a quien debemos servir.

Partir no es devorar kilómetros,


atravesar los mares
o alcanzar velocidades supersónicas.

Es ante todo
abrirse a los otros,
descubrirnos, ir a su encuentro.

Abrirse a otras ideas,


incluso a las que se oponen a las nuestras.
Es tener el aire de un buen caminante.

Hélder Câmara

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2. EQUIPAJE

«No os angustiéis pensando: qué comeremos, qué beberemos, con qué nos
vestiremos [...]. Vuestro Padre del cielo sabe que tenéis necesidad de todo ello.
Buscad ante todo el Reino de Dios y su justicia, y lo demás os lo darán por
añadidura. Así pues, no os preocupéis del mañana, que el mañana se ocupará de
sí. A cada día le basta su problema» (Mt 6,31-34).

SI ya llevas uno o dos días caminando, te habrás dado cuenta de que no puedes viajar
sin nada pero tampoco con toda tu vida a cuestas. El equipaje en el camino es sencillo,
pero habla de las cosas importantes.
Ropa. Compara tu armario con tu mochila. Qué contraste, ¿eh? Hombre, alguna vez
hay algún ingenuo que intenta llevar todo su vestuario a la espalda, pero generalmente lo
prescindible termina arrojado en algún contenedor al pasar por un pueblo, porque ¡pesa!
Entonces uno lleva poco, y lava cada día. Poca ropa y una buena pastilla de jabón.
Entonces te das cuenta de que con muy poquito, aquí, vale.
Comida. Vas comprando en alguna tienda, o paras a comer el menú del peregrino en
algún sitio, o cocinas si vas con un grupo un poco más organizado... Pero no llevas kilos
de provisiones encima, porque ¡pesa!
Botiquín. Ahí, cada quién somos distintos. Están los despreocupados, que piensan
que, si necesitan algo, ya habrá alguna farmacia; y los hipocondríacos, que llevan todo
tipo de pastillas y potingues, por si acaso... Y entre esos dos extremos, la mayoría. Por
cierto, hasta el botiquín supone un poco más de peso. Sin embargo, también es
importante tener a mano algo para las rozaduras, para las ampollas, para los dolores...
¿Qué llevar?
Nombres. ¿Nombres? Sí, nombres. Los nombres de tu vida. Porque aunque, de
algún modo, echarse al camino es salir de lo cotidiano y dejar atrás lo habitual, también
es cierto que uno no olvida ni anula a sus gentes. Y en ese sentido puede ser que busques
la forma de seguir teniéndolos presentes. O bien puedes hablar con ellos de vez en
cuándo, o les escribes alguna vez, o llevas una foto de los tuyos, o, sencillamente, llevas
sus nombres en los labios. Y es que en la vida vamos con otros –aun lejos.
Comodidades. Éste es el bolsillo de la mochila en el que hay quien necesita llevar
kilos, y quien lo lleva casi vacío. Es el bolsillo de los «por si acaso» (por si llueve, por si
nieva, por si no hay luz, por si hiciera falta colgar algo, por si me aburro...), y entonces
vas pertrechándote de pinzas, linterna, pilas, tapones para los oídos, capa, cuerdas,
bolígrafo, kleenex, mp3, esterilla, navajas multiusos...

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Podría seguir enumerando. Aún no hemos hablado del saco de dormir (y el dilema
eterno: ¿ligero y pequeño o que abrigue aunque pese?) o de otras cosas. Pero no se trata
aquí de hacer un listado práctico. Después de todo, ya estás en marcha. Lo que te queda
ahora, en todo caso, es tirar lo que sobra o conseguir lo que hayas echado en falta estos
primeros días, siendo consciente de cómo vives con mucho menos que de costumbre.

– De lo que se trata, entonces, es de pensar en qué es lo verdaderamente


imprescindible. Es posible que todavía no hayas tenido ni tiempo para pensarlo
mucho; pero ante las exigencias del camino sale lo mejor y lo peor de nosotros. Y
así, uno descubre, por ejemplo, hasta qué punto está atado a las comodidades, y
su carencia le vuelve huraño, quejica o intransigente; o, por el contrario, se
descubre capaz de valorar lo que en verdad tiene y lo que en verdad importa
– ¿Qué es lo que de verdad me importa?
– ¿Cuál es en tu vida diaria el equipaje del que no te desprenderías por nada del
mundo?
– ¿Qué es lo prescindible?
– ¿Qué es lo superfluo?
– ¿Qué es lo útil, lo inútil, lo conveniente, lo vacío?

Mi equipaje

Mi equipaje será ligero,


para poder avanzar rápido.
Tendré que dejar tras de mí la carga inútil:
las dudas que paralizan
y no me dejan moverme.

Los temores que me impiden


saltar al vacío contigo.

Las cosas que me encadenan y me aseguran.

Tendré que dejar tras de mí


el espejo de mí mismo,
el «yo» como únicas gafas,
mi palabra ruidosa.

Y llevaré
todo aquello que no pesa:

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Muchos nombres con su historia,
mil rostros en el recuerdo,
la vida en el horizonte,
proyectos para el camino.

Valor si tú me lo das,
amor que cura y no exige.

Tú como guía y maestro,


y una oración que te haga presente:

«A ti, Señor, levanto mi alma, en ti confío,


no me dejes. Enséñame tu camino,
mira mi esfuerzo, perdona mis faltas,
ilumina mi vida, porque espero en ti».

José M.ª R. Olaizola, SJ

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3. AVANZAR

«Cuida de tu siervo y viviré para cumplir tu palabra. Despeja mis ojos y


contemplaré tus maravillas. Soy peregrino en la tierra, no me ocultes tu
voluntad» (Sal 119).

Parece mentira lo que uno es capaz de andar. Posiblemente no te lo imaginabas. Es


frecuente, cuando uno prepara el camino, pensar, “pero, ¿voy a ser capaz?” Hablar de
20, 25 o 30 kilómetros en una etapa te suena, en frío, como una insensatez o una
salvajada. Ahora estás en marcha, y ves que era posible. Miras hacia atrás, y te das
cuenta de que poco a poco vas dejando mucho recorrido a la espalda.

De algún modo lo de avanzar es una buena imagen de la vida. Vas paso a paso, día a
día, decisión a decisión, encrucijada a encrucijada, y aunque cada uno de esos pasos
parezca simple, sin embargo te van llevando lejos. Recorres llanuras inmensas, subes
puertos, atraviesas puentes, pasas por valles, adelante, siempre adelante... Y, de vez en
cuándo, al mirar atrás y ver todo lo sentido, lo amado, lo experimentado, te das cuenta
de lo mucho que vas viviendo.
Lo curioso es que aquellos lugares que atravesaste ayer, allá quedaron. Hoy son
recuerdo. En tu camino –normalmente– no vas a volver a ellos, o si vuelves, será en otro
momento de tu vida, cuando tú seas distinto. Avanzas, a veces por el sedero marcado
por las flechas. En ocasiones puede que te pierdas o que decidas tomar otra ruta. Hay
días en que irás más deprisa, y otros necesitarás tu tiempo para pararte o para caminar
despacio. Pero la marcha prosigue hacia un destino más o menos lejano, hacia un
Santiago que quizás aún ni se vislumbra, pero que sabes que está ahí.
El tiempo del camino es una buena imagen del tiempo de nuestras vidas. E invita
también a reflexionar y a darnos cuenta de muchas cosas.

Que nuestra vida es una, y en ella vamos eligiendo. Decides tomar un sendero y no
otro (o te fías de las marcas, pero para el caso, optas). Y al optar renuncias. Esta vez has
elegido hacer una ruta. Pues bien, ya está, no puedes pretender llegar hoy al mismo
destino por dos caminos distintos. A veces se te plantearán dilemas: ¿por carretera, que
es más fácil y más feo, o por la montaña, que es hermoso pero duro? Y tendrás que
decidir. Y, al elegir, abrazar unas cosas y renunciar a otras.

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Que nuestro tiempo transcurre, y es limitado. Y así como van bajando los kilómetros
que te faltan para llegar, o como vas llenando de sellos tu credencial a medida que pasas
por distintos lugares, así también van pasando nuestros días. Si eres muy joven, esto te
puede sonar lejano. Está todo por hacer. Si, en cambio, has vivido mucho, leerás esto
con una parte de nostalgia y otra de realismo. Pero, en cualquier caso, lo cierto es que
vas escribiendo una historia. Una, no mil. Un único relato –el tuyo– en el que se van
trenzando muchas experiencias, momentos, nombres, palabras, recuerdos,
oportunidades...

– Quizás es una oportunidad bonita dedicar un tiempo a pensar en el camino que te ha


traído hasta aquí. No la peregrinación, sino ese otro camino vital. Tampoco se
trata de que escribas –o reflexiones– una autobiografía con pelos y señales. Pero
sí dejar la memoria volar, ser capaz de evocar esas historias que forman parte de
mi historia...
– ¿Cómo podría yo contar mi historia? ¿Qué momentos, etapas ha tenido hasta aquí?
¿Qué decisiones he tenido que tomar hasta ahora?
– ¿Cuándo he acertado?
– ¿Cuándo me he equivocado?
– Probablemente hay cosas que haría de modo distinto hoy – y aunque no sirve de
mucho lamerse las heridas desde la nostalgia, sí es útil pensar con lucidez en lo
vivido, para aprender de ello y saber hacia dónde vas...
– ¿En qué punto siento que me encuentro del camino?

A cualquier hora

Todo menos rendirnos, Señor.


Todo menos sentarnos,
desolados, a esperar la muerte en vida,
la mediocridad, la derrota.
Es tan solo que solos no podemos…
aunque a veces creamos tener la llave,
la rienda, el timón o la energía.
Es solo que si Tú no enciendes el horizonte
caminamos en círculo hacia ninguna parte.
Es solo que si Tú no incendias
el corazón y la entraña
las piernas no saben a dónde ir.
Es solo que si Tú no lates en nosotros
falta el aliento…

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… y por eso no podemos rendirnos,
que Tú no desesperas de nosotros.
José M.ª R. Olaizola, SJ

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4. DIFICULTADES
(y la manera de reaccionar ante ellas)

«Levanto los ojos a los montes: ¿De dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me
viene del Señor que hizo el cielo y la tierra (...) El Señor te guarda de todo mal,
él guarda tu vida» (Sal 121).

Los primeros días del camino pueden hacerse muy duros. El cuerpo no está
acostumbrado a un esfuerzo así de sostenido. Las agujetas pueden ser fuertes, sobre
todo si uno no está acostumbrado al ejercicio físico, y descubres músculos que ni
siquiera sabías que existieran. El día segundo y el tercero piensas que es inhumano, y
quizá te arrepientes mil veces de haber venido. Luego el dolor remite un poco, y el
cuerpo se va acostumbrando.
El cansancio se hace notar. Hay momentos en que una cuesta arriba se convierte en
una malísima noticia. «¿Que hay que subir todo eso...?». Y se te abren las carnes sólo de
pensarlo. O puede que sea la bajada lo que peor te sienta, sobre todo cuando las rodillas
van perjudicadas. Entonces intuyes que cada paso te va a costar un mundo.
Lo de las ampollas es más difícil de predecir. Hay quien no tiene ninguna, quien
tiene sólo al principio, y quien termina conviviendo con ellas desde el primero hasta el
último día. Es verdad que ayuda llevar un calzado al que el pie esté acostumbrado, y
luego hay multitud de recomendaciones más o menos valiosas (hay quien lleva dos pares
de calcetines... y quien dice que eso es horrible; hay quien se da vaselina en los pies; hay
quien se cura las ampollas con el viejo recurso de la aguja y el hilo; y quien se pone
dobles pieles, de venta en farmacias...). Bueno, el caso es que a veces ves, con
impotencia, cómo una pequeña ampolla se convierte en referencia inevitable, te quita el
humor y hace que cada vez que pisas veas las estrellas.
Hay otras dificultades que pueden surgir. El clima puede ser amigo o enemigo.
Puede diluviar de tal modo que, llegado cierto punto, vas chapoteando en el calzado; o
puede hacer un calor de muerte (también puede ocurrir que tengas un día nublado muy
agradable para caminar, ¿quién sabe?). Si estás acostumbrado a ciertas comodidades, tal
vez te resulta muy exigente compartir dormitorio con un montón de gente –cuando no te
toca dormir en el suelo–. Los ronquidos de algún caminante ruidoso se vuelven causa de
desesperación. Si vas con un grupo, a veces cuesta amoldar todos los ritmos, y en
situaciones así de exigentes la convivencia puede resentirse.
Además, en el camino estas dificultades no se pueden negar. No hay espacio para la
evasión. Mañana hay que seguir caminando. No hay dónde esconderse. Así que,
enfrentados con la dificultad, nos vemos desnudos, y en esa desnudez sacamos a la luz

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bastante de lo que somos. En general, el camino hace que salga a la luz lo mejor y lo
peor de las personas (o ambas cosas a la vez).

Ante la dificultad caben


muchas formas de reaccionar:

Cabe buscar culpables. Alguien a quien «odiar», a quien reprochar lo que ocurre,
contra quien descargar la frustración (esto, cuando uno va con grupos o con guías, puede
ocurrir.)
Cabe negar la realidad. La realidad es que me cuesta, que soy frágil, que quizá ni
estaba del todo preparado, y que el camino es duro. Pero es más fácil buscar argumentos
que expliquen la situación dejándome a mí bien.
Puede que la dificultad te lleve a cerrar los ojos al resto («¡como para ver el paisaje
estoy yo...!») y a centrarte tanto en tu situación que olvides el conjunto. O puede que,
pese a todo, puedas seguir viéndola en el contexto más amplio del camino y sus gentes.
Cabe incluso intentar poner a mal tiempo buena cara, sobre todo si voy con más
gente y se trata de no multiplicar el mal humor con las quejas colectivas.
Cabe, en fin, aceptar la dificultad y afrontarla. Poner los remedios que se pueda,
pero comprender que hay cosas que requieren tiempo, y dolores con los que hay que
apechugar. Asumir que tocan momentos malos, porque es también parte del camino.
Aprender a hacerse más humilde, con esa humildad de quien, descubriéndose limitado,
aprende a aceptar la fragilidad propia y la ajena.

– También en la vida cotidiana hay bastantes dificultades. En el trabajo, en la familia,


en la amistad, en los aspectos más importantes de la vida.
– ¿Cuáles son las mías?
– ¿Cómo reacciono yo ante las dificultades: desde la frustración, la queja, la
aceptación...?
– ¿Es la mía una actitud positiva, de quien busca arrimar el hombro en las situaciones
adversas, o es la situación egocéntrica de quien piensa que el mundo se detiene
porque yo tenga problemas?

A eso

A eso de caer
y volver a levantarte,
de fracasar y volver a comenzar,

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de seguir un camino
y tener que torcerlo,
de encontrar el dolor
y tener que afrontarlo...:
a eso no lo llames adversidad;
llámalo sabiduría.

A eso de saberte impotente,


de fijarte una meta
y tener que seguir otra,.
de huir de una prueba
y tener que encararla,
de planear un vuelo
y tener que recortarlo,
de aspirar y no poder,
de querer y no saber,
de avanzar y no llegar...:
a eso no lo llames castigo;
llámalo enseñanza.

A eso de pasar días juntos radiantes,


días felices y días tristes,
días de soledad y días de compañía...:
a eso no lo llames rutina;
llámalo experiencia.

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5. RUTINAS

«Una generación se va, otra generación viene, mientras la tierra siempre está
quieta. Sale el sol, se pone el sol, jadea por llegar a su puesto y de allí vuelve a
salir. Camina al sur, gira al norte, gira y gira y camina el viento. Todos los ríos
caminan al mar y el mar no se llena; llegados al sitio adonde caminan, desde
allí vuelven a caminar. Todas las cosas cansan y nadie es capaz de explicarlas.
No se sacian los ojos de ver ni se hartan los oídos de oír. Lo que pasó, eso
sucederá: Nada hay nuevo bajo el sol» (Qo 1,3-9).

Parece mentira, pero hasta en el camino puedes irte haciendo tus rutinas. Unos días
empiezan a parecerse a otros. Cada peregrino es distinto, y hay variaciones en los
hábitos, pero cada quién construye los suyos. Habrá quien camine para llegar a comer al
punto de destino, quien prefiera almorzar en marcha y llegar por la tarde al albergue. Hay
quien comerá de bocadillo y cenará de menú, y quien lo hará al contrario. ¿Dónde van
entrando las rutinas?
Madrugar, probablemente mucho, levantarse adormilado, y aún inconsciente tratar
de colocarlo todo en la mochila, desayunar, echarse a caminar temprano y ver cómo las
horas pasan mientras uno recorre parajes nuevos que en algún momento, y sobre todo en
ciertos tramos, te empieza a recordar lo que ya has caminado. Otra cuesta, otra recta
interminable, otra fuente, otro riachuelo. Conversar, si hay ocasión para ello. Llegar,
ducharse (qué bendición tan poco valorada en la vida diaria y tan increíble en este día a
día), lavar ropa, tender, sellar las credenciales, revisar los pies por si hay que curar
ampollas, sentarte, leer, buscar tus espacios, si se tercia compartir un rato con otros
peregrinos, rostros familiares a quienes vas viendo otros días, cenar, acostarte pronto
deseando que haya suerte y se pueda dormir bien... y mañana de nuevo en marcha.
Hay rutinas más personales. Otras tienen que ver con el grupo, que genera sus
propias dinámicas. A veces los hábitos te dan tranquilidad, cuando ya vas sabiendo cómo
son los días, y otras veces te generan cierto hastío (“otro día más”). Hay veces en que se
convierten en acomodo y refugio contra el cambio que asusta. Otras veces son, sin más,
las regularidades que toca abrazar.
En cualquier caso, los seres humanos somos animales de costumbres. Y la novedad
pronto se convierte en hábito. Lo que hoy nos sorprende mañana va pasando
desapercibido. Lo que hoy nos entusiasma mañana no deja huella. Pero lo familiar es
también vida, pequeños detalles, regularidades llenas de sentido.
La pega de lo habitual es que a veces puedes dejar de percibir lo especial de ciertas
cosas, situaciones, personas de tu vida. Puedes dejar de valorar a las gentes y sus

23
detalles, sus presencias, sus gestos, o hasta puedes quedar prisionero de la novedad
constante.

– Puede ser esta una ocasión para pensar en tus rutinas. Quizás las que vayas
empezando a descubrir en el camino (y lo que aprendes de ellas).
– También las rutinas de tu vida –que ahora parece distante, de tu lugar de origen, de
tu trabajo, de tu relación con familiares y amigos.
– Los hábitos, las costumbres, de cada día, de cada semana, de cada curso, todos esos
espacios donde se van dando regularidades...
– Y puede ser una ocasión para que te des cuenta de todo lo que esas dinámicas que
normalmente pasan desapercibidas aportan. La suerte que, quizás, tienes con tu
trabajo, tus horarios, tus ingresos, tu ocio, tus gentes, tus inercias...
– ¿Qué es hábito en mi vida?
– ¿Qué es lo frecuente, lo de cada jornada, lo rutinario? ¿Qué valor tiene en mi día a
día?

Lo de siempre cuando falta

Sólo entonces,
cuando faltas,
me doy cuenta de tu presencia cotidiana.

Sólo entonces,
cuando callas
siento nostalgia de tu verso,
de tu canto,
de tu verbo,
de tu risa.
Sólo entonces me doy cuenta
de que el amor es eso tan cotidiano.

Y entonces
lo de siempre se vuelve nuevo,
la costumbre cobra vida,
la rutina es fiesta,
y al volver a verte,
sin que quizás lo notes,
exulto.

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José M.ª R. Olaizola, SJ

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6. YO MISMO
(Soledad, luces y sombras)

«Después de despedir a la multitud, subió él solo a la montaña para orar. Al


anochecer estaba él solo allí...» (Mt 15,23).

Va llegando el momento de poner un poco de orden en algo que probablemente vaya


apareciendo en estos días... ¿No vas encontrando bastante tiempo para pensar en ti
mismo? En tu vida, tus sentimientos, tus preguntas, tus valores... Imagina la siguiente
estampa. Una persona camina sola, con la mochila a cuestas, mirando al suelo fijamente.
A veces aprieta las manos agarrando con furia la mochila o el bastón. Esa persona
medita. En ocasiones, sólo puede pensar en el siguiente paso, en el camino, en el dolor...
Pero en otras ocasiones se descubre dándole vueltas a otras cuestiones importantes. Ni
siquiera sabe cómo ha llegado a reflexionar sobre ello, pero se encuentra pensando en su
historia, sus prioridades, sus preocupaciones, sus seguridades e inseguridades, su camino
interior...
Quizá ya te haya ocurrido en alguna ocasión durante estos días. Incluso si vas con
otra gente, hay momentos en los que uno se aleja del grupo y camina solo. O es el grupo
el que va a otro ritmo, a otra marcha. O momentos en los que caminas físicamente junto
a otros, pero cada cual va absorto, en lo suyo.

El caso es que hay una verdad –que no es toda la verdad, pero es parte de nuestra
verdad– que asoma en el camino: estamos solos. Hay un punto de soledad en nuestra
vida. Hay quienes, ante la palabra «soledad», se echan a temblar. Es uno de los miedos
más recurrentes a todas las edades. Pero intentemos alejarnos de esa connotación
hiriente de la soledad como abandono o insignificancia. Que estamos solos no significa
que no nos quieran. Significa que hay facetas de nuestra vida en las que nadie más entra.
Palabras que nunca dirás en voz alta. Sueños que no confesarás. Deseos que callarás
para ti. Intuiciones a las que ni siquiera sabes poner nombre, no digamos ya
compartirlas... Significa que podemos encontrarnos con otros y compartir vida e
intimidad a niveles muy profundos. Pero hay algunos reductos en los que nadie más
(acaso sólo Dios, desde la fe) entra.
Esa esfera de la soledad es engañosa. No es lo «más auténtico» de nosotros mismos
(auténtica es también la gente que nos rodea, y sus brazos que nos sostienen son tan
reales y tan esenciales como otras cosas). Pero es parte de nuestra autenticidad. Hay una
pregunta que tiene algo de retórico e imposible, pero que también es necesario hacerse,
aunque sólo sepamos responder con balbuceos. Una pregunta que uno –ojalá– va

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respondiendo un poco mejor al crecer (aunque tampoco tiene por qué ser así). Y esa
pregunta tiene algo salvaje, primero, inmediato y hasta absurdo: «¿Quién soy?».

– En próximos días, posiblemente puedas enfrentarte a esa pregunta desde


concreciones mayores. Pero, si tienes tiempo y camino por delante, quizás es un
reto y una oportunidad tratar de ver cómo respondes hoy a esa cuestión: “¿Quién
soy?”
– «¿Cómo me siento ante mi soledad, ante mí mismo, en el silencio? Me miro en el
espejo interior, ¿y qué veo?»

Sentir

Abre la puerta, no digas nada,


deja que entre el sol.
Deja de lado los contratiempos,
tanta fatalidad,
porque creo en ti cada mañana,
aunque a veces tú no creas nada.

Abre tus alas al pensamiento


y déjate llevar;
vive y disfruta cada momento
con toda intensidad,
porque creo en ti cada mañana,
aunque a veces tú no creas nada.

Sentir que aún queda tiempo


para intentarlo, para cambiar tu destino.
Y tú, que vives tan ajeno,
nunca ves más allá
de un duro y largo invierno.

Abre tus ojos a otras miradas


anchas como la mar.
Rompe silencios y barricadas,
cambia la realidad,
porque creo en ti cada mañana,
aunque a veces tú no creas nada.

Luz Casal

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7. YO MISMO
(Capacidades)

«Existen carismas diversos, pero un mismo Espíritu; existen ministerios


diversos, pero un mismo Señor; existen actividades diversas, pero un mismo
Dios que ejecuta todo en todos. Uno por el Espíritu tiene el don de hablar con
sabiduría; otro, según el mismo Espíritu, el hablar con profundidad; otro ...» (1
Co 12,4-8).

HAY quien insiste mucho en que es importante eso de quererse a uno mismo. En
realidad, es una insistencia legítima y una actitud imprescindible, pues si uno anda
cargándose encima con reproches, desprecios e inseguridades, sin aprender a ver lo
bueno que hay en él, eso termina llevándole a vivir a medias. No hay nadie tan
equivocado como quien que dice: «Yo, es que no valgo nada...». Todos valemos un
mundo, sólo que quizás haya que descubrir en qué, dónde y cómo. Como la adolescente
que parece anulada por otra amiga más guapa, más brillante, de más éxito... y sólo
cuando se libera de esa sombra descubre su propio fulgor, su propia hermosura –distinta
pero real–, y aprende a reír con risa nueva y sincera.

En el camino puedes ir descubriendo muchos talentos. Dependiendo mucho de la


manera en que estés haciéndolo, pueden asomar unos u otros, pero ya hemos apuntado
uno de estos días que en el camino sale lo mejor y lo peor de las personas. Y lo mejor es
mucho. En el camino descubres a personas capaces de callar su propio dolor para animar
a quien viene más fatigado, más herido o más roto. Descubres a personas serviciales que,
cuando llegan a un sitio, piensan qué pueden necesitar los otros y enseguida se ofrecen a
buscarlo. Hay quien aporta alegría, quien aporta tenacidad, ilusión, capacidad
organizativa... Hay quien es risueño o quien, con su gracia para charlar, hace que los
kilómetros parezcan menos. Hay quien, en cambio, sabe escuchar y se convierte en
compañero necesario para muchas palabras que han de decirse. Hay quien sabe empujar
y exigir un poco, a sí mismo, y a otros. Hay quien ayuda a relajar en los momentos de
tensión. O quien sabe estar atento a los problemas que a veces pasan desapercibidos.

Y no sólo en el camino; también en la vida, hay talentos, capacidades, carismas


personales. Aquello que uno puede aportar. Es un error pasarse la vida pensando en lo
que a uno le gustaría ser, sin darse tiempo para descubrir lo que uno es. «Yo, es que
quisiera cantar bien», dice uno que resulta que, cuando canta, berrea. Y quizá lo que no
aprende a valorar es su habilidad para hacer reír a los niños. Es un ejemplo tonto, pero

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posiblemente fácil de entender. Todos tenemos talentos que están por florecer. Todos
tenemos capacidades que poner a funcionar en la propia vida y al servicio de otros (algún
día hablaremos de los otros). Todos tenemos carismas propios, aquello en lo que somos
buenos (¡ojo!, ser bueno no es ser perfecto ni el mejor; es otra historia). Ésas son
nuestras fortalezas. Y es necesario reconocerlas, cuidarlas y dejarlas desarrollarse en
nuestras vidas, porque son suelo firme desde el que se construyen muchas cosas.

– Quizá puedas hoy pensar en tu vida, tanto en lo vivido en otros momentos, como en
el presente, y detenerte en tus capacidades.
– ¿En qué me siento especialmente capaz? («En nada» es una respuesta inválida,
porque es falsa).
– ¿Cuáles son mis talentos, mis puntos fuertes, miss carismas..., los valores que puedo
compartir o entregar a otras personas?
– ¿Qué aporto a los míos?
– ¿En qué me reconozco bueno?

Que quien me cate se cure

Qué inutilidad es ser


cualquier profesión discreta,
no quiero ser florecilla quitameriendas,
quiero ser quitadolores,
Santa Ladrona de Penas
ser misionera en el barrio,
ser monja de las tabernas,
ser dura con las beatas,
ser una aspirina inmensa,
–que quien me cate se cure–
rodando por los problemas.
Hacer circo en los conflictos,
limpiar llagas en las celdas,
proteger a los amantes imposibles,
mentir a la poesía secreta,
restañar las alegrías
y echar lejía donde el odio alberga.
Si consigo este trabajo, soy mucho más que poeta.
Gloria Fuertes

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8. YO MISMO
(Limitaciones)

«Rogué al Señor que apartara de mí mis limitaciones. Y me contestó: “Te basta


mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad”. Así que muy a gusto presumiré
de mis debilidades, para que se aloje en mí el poder de Cristo. Por eso estoy
contento con las debilidades, insolencias, necesidades, persecuciones y
angustias por Cristo. Pues cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Co 12,9-
10).

SI hemos reflexionado sobre las propias capacidades, talento o virtudes, es honesto ser
también conscientes de la propia flaqueza: los egoísmos, las manías, las intransigencias...

Hay que reconocer que, así como todos tenemos nuestras capacidades, también
tenemos nuestros defectos y limitaciones. Y que junto a las luces aparecen las sombras.
Aquello en lo que nos volvemos difíciles para nosotros mismos y para otros. Y hay
limitaciones en el camino... y en la vida (a veces las mismas, a veces con acentos
diferentes). Hay actitudes que no nos gustan en nosotros mismos. O hay que reconocer,
en ocasiones, que no podemos con todo lo que querríamos. En el camino asoman
muchas de nuestras mayores debilidades: el egoísmo, los desánimos, las rendiciones
prematuras, la búsqueda de culpables –que no hay– para lo que es, simplemente,
exigencia (lo que se hace cuesta arriba), el enfado contra uno mismo y contra el mundo
cuando la realidad se nos vuelve áspera, o el mal humor que se contagia y desanima a
cualquiera. Sí, somos humanos y, por tanto, imperfectos. Es necesaria a veces una cierta
lucidez y capacidad de autocrítica. No para perseguir una perfección imposible, pero sí
para no instalarnos en una indiferencia acrítica que hiera a otros o que haga nuestras
vidas mucho más grises.

¿Cómo hablar de esas sombras de nuestra vida? Serán a veces defectos, a veces fallos,
a veces sombras. Son manías, exigencias, dificultades para la relación o actitudes que
hieren a otros... (En el lenguaje religioso se habla de pecado –que no es incumplir unas
normas, sino algo un poco más hondo: dejar que crezca en la propia vida aquello que la
vuelve mucho más triste; aquello que le hiere a uno y a otros; aquello que te impide vivir
de veras, siendo la mejor persona que puedes ser (y «mejor» evoca plenitud). Hay gente
a la que este lenguaje ya le tira para atrás. Pues no caigamos en esa trampa.
La reflexión hoy es sobre las propias sombras...

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– Esas formas de ser, de actuar, de comportarme y de valorar a las personas que me
hacen vivir de algún modo a medias.
– Esos rasgos, conductas, actitudes, que hacen peor la vida de los otros y, aunque no
me dé demasiada cuenta, también hacen más mediocre mi propia vida.
– Esas veces en que el egoísmo (la obsesión por lo propio) me impide ver a los que
caminan junto a mí.
– Así, sencillamente, sin tener que complicarlo mucho. Los defectos que quizá tendría
que trabajar para superar (así como hay otras cosas en las que lo que toca es
aceptar mis limitaciones, sin empeñarme en perfecciones irreales)

Balada del mal genio

Hay días en que siento una desgana


de mí, de ti, de todo lo que insiste en creerse,
y me hallo solidariamente cretino,
apto para que en mí vacilen los rencores
y nada me parezca un aceptable augurio.
Días en que abro el diario con el corazón en la boca
como si aguardara de veras que mi nombre
fuera a aparecer en los avisos fúnebres
seguido de la nómina de parientes y amigos
y de todo el indócil personal a mis órdenes.
Hay días que ni siquiera son oscuros,
días en que pierdo el rastro de mi pena
y resuelvo las palabras cruzadas
con una rabia hecha para otra ocasión;
digamos, por ejemplo, para noches de insomnio.
Días en que uno sabe que hace mucho era bueno;
¡bah...! tal vez no hace tanto que salía la luna
limpia como después de un jabón perfumado,
y aquello sí era auténtica melancolía,
y no este malsano, dulce aburrimiento.
Bueno, esta balada sólo es para avisarte
que en esos pocos días no me tomes en cuenta.

Mario Benedetti

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9. YO MISMO
(Miedos)

«Aquel día, al atardecer, les dice: “Pasemos a la otra orilla”. Dejando a la


gente, se lo llevaron en barca, como estaba; e iban otras barcas con él.
En esto, se levantó una fuerte borrasca, y las olas irrumpían en la barca, de
suerte que ya se anegaba la barca. Él estaba en popa, durmiendo sobre un
cabezal. Le despiertan y le dicen: “Maestro, ¿no te importa que perezcamos?”
Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: “¡Calla, enmudece!” El viento
se calmó, y sobrevino una gran bonanza.
Y les dijo: “¿Por qué tenéis tanto miedo? ¿Aún no tenéis fe?”» (Mc 4,35-
40).

El temor es parte de la vida. Tantas cosas pueden salir mal... Y el miedo a veces
paraliza. Cuánta gente ni siquiera se lanzará, por ejemplo, al camino, ante la posibilidad
de que algo salga mal: ¿Y si enfermo? ¿Y si no llego? ¿Y si me lesiono? ¿Y si no
aguanto? ¿Y si no encajo con la gente con la que pienso ir? ¿Y si...?
Y con los miedos hay que hacer algo. No está mal tenerlos. En parte, puede ser
hasta prudente. Es más, me pueden llevar a ser cauto y atender algunas cosas que es
necesario cuidar. Por ejemplo, el miedo a la enfermedad en el camino nos puede llevar a
tener un botiquín básico. Y quizás eso sea sensato.

Hay temores que puedes afrontar, y otros que no. Hay algunos que te paralizan o te
llevan a estar a la defensiva, o incluso a tomar medidas preventivas para protegerte de
aquello que pueda ser amenazante. Contra otros no puedes hacer nada y. o dejas que te
anulen, o vives a pesar de ellos. Los miedos, a veces, me alertan para no liarme o para
no hacer barbaridades. ¿Caminar de noche, a oscuras, sin linterna ni nada visible, por
una carretera muy transitada? Quizá sea bueno tener miedo a que te atropellen, o al
menos a provocar un accidente –y, en consecuencia no ser insensato o, en todo caso, si
no queda más remedio, ser muy cuidadoso.
Pero el caso es que todos tenemos, al menos en bastantes momentos, temores que
también forman parte de quienes somos: miedo al fracaso, al rechazo, a la soledad, a
algunas verdades que nos asustan; a arriesgar y perder; a no arriesgar y vivir a medias; a
apostar por una relación y no ser aceptados; a no apostar y perder la oportunidad de una
vida; a fallarles a los amigos; a que los amigos nos fallen; a la muerte; a la vida mal
vivida; a escoger un camino y equivocarnos; a no escoger ninguno y terminar parado en
cualquier recodo, con la vida un tanto atascada...

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Cuando buceas en la propia vida, es más posible ponerle nombre a los propios
miedos. Es de las cosas que no son demasiado fáciles. Quizá porque requiere pensar un
poco y ser muy lúcido a la hora de responder. Sin embargo, también mis temores forman
parte de quien soy. Por eso es importante conocerme en esa faceta.

– ¿Cuáles son mis temores en este momento de la vida?


– ¿Y en otros tiempos? ¿Qué he temido? ¿Qué me ha asustado?
– Mirando al futuro, ¿algo me inquieta, me amenaza o podría amenazarte?
– ¿Qué hago con todo eso que me asusta?

Quien tenga miedo

Quien tenga miedo a andar,


que no se suelte de la mano de su madre;
quien tenga miedo a caer,
que permanezca sentado;
quien tenga miedo a escalar,
que siga en el refugio;
quien tenga miedo a equivocarse de camino,
que se quede en casa...
Pero quien haga todo eso
ya no podrá ser hombre,
porque lo propio del hombre es arriesgarse.
Podrá decir que ama, pero no sabe amar,
porque amar es ser capaz de arriesgar por otros.

Julián Ríos (Vientos de Libertad)

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10. YO MISMO
(Dolor)

«Cuando bajaba del monte, lo seguía una gran multitud. Un leproso se le


acercó, se postró ante él y le dijo: “Señor, si quieres, puedes curarme”. El
extendió la mano y le tocó diciendo: “Quiero. Queda curado”» (Mt 8,1-3)

¡Ay! El dolor también es parte de la vida. Y quizá estos días lo hayas experimentado
así: físico, urgente, presente. Dolor de las plantas de los pies, rozando en el calzado a
cada movimiento brusco. Quizás una o más ampollas o heridas hayan sido causa de
lamento. Si, encima, eso te lleva a pisar mal. después te duelen los tobillos, o el empeine,
o el talón... Dolor de las piernas o de las rodillas (en el camino, a menudo se resienten las
rodillas), de músculos recién descubiertos. Protesta la espalda, desacostumbrada a llevar
la casa a cuestas. Y los hombros y el cuello, sobre los que recae a menudo el primer peso
al cargar la mochila. Dolor por la fatiga, y en algunos momentos por no saber si uno va a
tener fuerzas para llegar –eso ocurre más cuando el camino se da mal. Pero al final se
llega.

El dolor nos va dejando huella. Nos van marcando los golpes pequeños y los grandes.
Las raspaduras, las rozaduras, las espinas o las ortigas..., ésas desaparecen. Otras heridas
dejan huella (cicatrices, decimos).
Hay dolores no tan físicos, pero igualmente reales y que también dejan huella,
aunque no siempre se vea. Es el dolor por las heridas que la vida te inflige alguna vez; el
dolor de un corazón golpeado, de un fracaso inesperado, de un sueño roto...
Una vez, durante un camino, con un grupo de amigos, en una etapa en la que ya
íbamos reventados y aún nos quedaban muchos kilómetros, pasamos horas discutiendo
en torno a la pregunta «¿Qué es peor: este dolor físico o el mal de amores?». Los
argumentos eran innumerables. Las explicaciones, diversas, no sé si dependiendo de la
propia historia o incluso de una distinta sensibilidad por géneros (curiosamente, en aquel
grupo todos los hombres se inclinaban por señalar que el mal de amores es infinitamente
peor, y todas las mujeres decían que ni punto de comparación con aquel cansancio
físico...).

El caso es que hay dolor en la vida. No hay que buscarlo. Por ejemplo, uno no va al
camino a sufrir, sino a disfrutar mucho de la experiencia, a aprender, a crecer, a
convivir... Pero asume que hay momentos en los que puede costar. Del mismo modo, en

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la vida, no hay que andar persiguiendo las zozobras ni las tristezas, no hay que buscar
masoquistamente el dolor. Sólo que a veces la vida lo trae. A distintas edades y por
diversos motivos. Sufre el niño, tal vez cuando la infancia se tuerce. Sufre el adolescente
ante los conflictos en casa, ante la presión de los amigos, ante la propia contradicción,
que uno percibe pero no sabe asumir. Sufre el joven buscando su lugar y a su gente en el
mundo. Sufre el adulto cuando la vida se va otoñando, cuando la emoción da paso a la
quietud, cuando los sueños aterrizan demasiado bajo, cuando la vida se escapa. Sufre el
anciano, tal vez, la soledad, el olvido, la debilidad...

Y ante ello no podemos rendirnos. A veces habrá que poner los medios para mitigarlo.
Otras veces habrá que seguir caminando, sabiendo que ya pasará, que uno se va
haciendo fuerte, que también te acostumbras a algunas cosas. En ocasiones tendrás que
centrarte en restablecerte, y otras veces tendrás que optar por seguir viviendo, sabiendo
que el tiempo cura las heridas, aunque deje cicatrices.
Somos nuestra historia, con sus episodios difíciles, con sus horas oscuras, con sus
lágrimas tal vez ocultas, con sus recuerdos hirientes... Y es importante saber reconciliarse
con ello, con lo que uno vive y ha vivido. Sin quedar atrapado por los fantasmas ante lo
que nos ha dañado.

– ¿Cuáles son tus grandes heridas? Repasa hoy, si te ves con fuerzas y ganas, los
episodios tristes, los momentos duros, las historias torcidas. Piensa si están ya
cerradas o si todavía tienes que lidiar con ellas.
– Ante el dolor hacen falta dos actitudes: la disposición a luchar ante aquello que
podemos cambiar, y la aceptación de lo que nos desborda.
– ¿Cuáles son mis actitudes? ¿Cuáles mis reacciones? ¿Cuáles mis respuestas ante lo
que duele, hiere, incordia?

En la brecha

¡Ah, desgraciado si el dolor te abate


Si el cansancio tus miembros entumece!
Haz como el árbol seco: reverdece
y como el germen enterrado: late

Resurge, alienta, grita, anda, combate.


vibra, ondula, retruena, resplandece,
Haz como el río con la lluvia: ¡crece!
Y como el mar contra la roca: ¡Bate!

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De la tormenta al iracundo empuje
no has de balar como el cordero triste,
sino rugir, como la fiera ruge.

¡Levántate! ¡Revuélvete! ¡Resiste!


Haz como el toro acorralado: ¡Muge!
O como el toro que no muge: ¡Embiste!

José de Diego

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11. LOS OTROS CERCANOS
(Betania)

«El amigo fiel es refugio seguro. El que lo encuentra, ha encontrado un tesoro»


(Eclo 6,14).

LLEVAMOS varios días compaginando el camino exterior con este recorrido por la propia
vida. En las últimas etapas hemos insistido mucho en lo propio. Hemos podido
reflexionar sobre la propia vida, capacidades y limitaciones, miedos y heridas, lo que es
uno mismo cuando se despoja de todo lo demás...
Pues bien, ese cuadro es incompleto si se queda demasiado pronto o demasiado
exclusivamente centrado en uno mismo. Porque parte esencial de nuestra vida la
forman y forjan los otros. Y sin esos otros la vida no se sostiene. Entre esos otros los
hay cercanos: aquellos que forman parte de tu vida cotidiana. Quizás algunos estén
caminando junto a ti en estos días. O tal vez sigan en casa, en sus lugares de origen,
esperando a volver a verte dentro de unos días.
Esos otros son muchas veces el mayor apoyo. Sus palabras que nos llegan, su
silencio que acompaña, su cariño que sostiene, su interés y preocupación que alientan,
sus propias vidas y proyectos, de los que nos hacen sentir parte... Ellos son tu gente. Te
conocen y comprenden tu estado de ánimo con sólo verte el rostro. Saben de tus
tormentas y tus calmas, de tus momentos de júbilo y tus horas más oscuras. Con ellos
puedes mostrarte un poco más natural, más como eres, más sin miedo.

No hay relaciones perfectas o bucólicas. Lo que hay son historias personales de


encuentro y camino común. Tendrás a veces roces, y otras veces alegrías. En ocasiones
habrá conflicto, y en otras encuentro cordial. Pero con ellos estás en casa.
Por eso, ¿por qué no dedicar algún día de esta marcha a pensar en ellos? En sus
vidas, en lo que conoces –o lo que ignoras– de esa gente que es la tuya. En tus padres y
sus preocupaciones, en tus hijos y sus sueños, en tus hermanos y sus vidas, en tus
amigos y lo que les importa, en tu pareja, cómo es, cómo siente, qué desea, qué espera...
A veces lo sorprendente es que tenemos muchas pistas, muchos datos, muchos
recuerdos... como para poder tener una imagen muy completa de lo que son, viven y
sienten esos otros cercanos. Pero no encontramos el tiempo para pensar en ellos, para
desearles lo mejor, para pensar en lo que nuestra vida puede aportarles a ellos.

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A veces, las relaciones con esos otros cercanos son difíciles, porque el cariño es
asimétrico, y no somos correspondidos; o nos sentimos a veces acariciados, y otras
heridos. En ocasiones, los otros, especialmente en las relaciones más afectivas, no
sabemos bien si son nuestro cielo o nuestra losa. Hay relaciones difíciles, de
dependencia, de temor, donde no hay libertad. También necesita uno lucidez para sanar o
liberar lo que en las relaciones cercanas pueda haber de distorsión...

– Por eso, piensa hoy en tus gentes. Desde el interés y el deseo de que la vida les vaya
bien. Desde la reflexión y la pregunta por sus vidas, sus problemas, sus
inquietudes, sus anhelos. Piensa en lo que les hiere o lo que les anima, lo que
acaso les desvela por las noches y lo que les hace estar risueños...
– Piensa también en la relación que tienes con ellos. En las palabras pendientes, en
las preguntas necesarias, en lo que todavía está por construir o por decidir, para
ir trenzando un espacio en el que las vidas se encuentren y se respalden.
– Piensa, si acaso te has visto reflejado en ello, en las relaciones en las que el amor se
vuelve difícil, en esas situaciones en las que la vida palidece un poco. Y trata de
pensar serenamente, con paz, con distancia, con cabeza... y buscando lucidez
sobre lo que has de intentar vivir.

Cuando estemos de nuevo con nosotros

Cuando estemos de nuevo con nosotros


contándonos los gestos,
cuando estemos hablando de las gentes
a quienes más queremos,
quédate, por favor, mirando el surco
que dejan tus dos ojos en mis huesos.

Y dame lo que puedas de tu alma,


lo que no necesites de tu afecto,
lo que logres sacar sin sacrificio
de tu casa de sueños.

Yo tomaré, de fiesta, lo que quieras,


aunque sea el milagrillo más pequeño.

No es que yo sea mendigo,


es que cualquier amor es amor bueno.

Jorge Debravo

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12. LOS OTROS COTIDIANOS
(Conocidos, colegas y demás)

«Ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos
vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gal 3,28).

También en tu vida hay otros nombres, otros rostros, otras historias que se cruzan
con la tuya. Sin que llegues a señalarlos como tu gente. Personas con las que
coincides, a veces durante largas horas. Compañeros de aula, de estudios. Colegas de
trabajo, jefes, empleados... Gente cuya presencia es más o menos habitual, pero cuya
ausencia probablemente no dejaría un hueco demasiado llamativo ni despertaría
nostalgias. Como cuando aquí, en el camino, te cruzas o hasta compartes etapas,
comidas o ratos de conversación con personas que, por un rato, entran en tu horizonte,
pero que entiendes que no entran «para quedarse».
Sin embargo, también esos otros forman parte de nuestras vidas y de quienes
somos. A menudo, muchas de las relaciones habituales –fáciles y difíciles– se mueven en
este ámbito. Compañeros con los que puede haber rutinas y conflictos. Amigos de tus
amigos, que en ocasiones te caen fenomenal, otras te son indiferentes, y otras no te caen
demasiado bien, pero a quienes, en todo caso, conoces. Familiares lejanos con los que
tienes poco trato, pero que están ahí porque la sangre de vez en cuando congrega.
Parientes políticos. Miembros de grupos a los que perteneces (un club, una asociación,
una parroquia, un equipo de fútbol...). Todos ellos forman parte de la propia vida. Y
aunque uno no puede meterse muy a fondo en sus historias, también es cierto que, de
algún modo, son parte de la nuestra.
Por eso hoy puedes dedicar un rato a intentar recorrer esos nombres de
personajes «secundarios» que están en tu presente. Porque la red que va formando la
propia vida también incluye sus historias. Porque en ocasiones aprender a ponerse en el
lugar del otro –algo que, dicho sea de paso, es fundamental en la vida– pasa por pensar
en esos otros con los que no estoy tan afectivamente implicado o envuelto.
Esa capacidad marca la diferencia entre pasar por el mundo metido en una burbuja,
en la que únicamente tienen cabida las propias preocupaciones, y pasar por el mundo
mirando hacia fuera y comprendiendo la realidad en toda su complejidad.

– Hoy puedes intentar hacer un bonito ejercicio al trazar ese mapa de tu vida y tu
mundo. Primero, intenta señalar esos nombres. Pon rostro a esa gente que forma
parte de tu vida cotidiana (sin ser «tu gente», sin formar parte de esas relaciones

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afectivamente importantes, sin que te despierten pasiones ni nostalgias)... Gente
que aparece en tu horizonte laboral, social, cotidiano.
– Trata de pensar un poco en cuánto conoces de sus vidas, de sus historias, de sus
preocupaciones, problemas, incertidumbres, alegrías... No se trata de sacar
muchas conclusiones ni hacer propósitos ni evaluaciones de cómo te relacionas.
Sólo, piensa un rato en ellos...

Los puentes

Yo vi un puente cordial tenderse generoso


de una roca erizada a otra erizada roca,
sobre un abismo negro,
profundo y misterioso
que se abría en la tierra
como una inmensa roca.

Yo vi otro puente bueno unir las dos orillas


de un río turbio y hondo,
cuyas aguas cambiantes
arrastraban con furia las frágiles barquillas
que chocaban rompiéndose
en las rocas distantes.

Yo vi también tendido otro elevado puente


que casi se ocultaba entre nubes hurañas...
¡Y su dorso armonioso unía triunfalmente,
en un glorioso gesto,
dos cumbres de montañas!...

Puentes, puentes cordiales...


Vuestra curva atrevida
une rocas, montañas, riberas sin temor...
¡Y que aun sobre el abismo
tan hondo de la vida,
para todas las almas
no haya un puente de amor...!

Dulce María Loynaz

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13. LOS OTROS EXTRAÑOS
(Las vidas ajenas)

«Sus ídolos son plata y oro, hechura de manos humanas: Tienen boca y no
hablan, tienen ojos y no ven, tienen orejas y no oyen, tienen nariz y no huelen,
tienen manos y no tocan, tienen pies y no andan, no tiene voz su garganta...»
(Sal 115,4).

ES curioso cuántos nombres e historias van formando parte de nuestros nombres e


historias. Hemos recorrido rostros cercanos: aquellos a quienes uno considera «su
gente». También nos hemos detenido en esas otras personas que forman parte de la
historia cotidiana, que se van entrecruzando con uno en las rutinas del día a día.
Sin embargo, aún faltan otras figuras en nuestro horizonte. Faltan los otros lejanos,
esos que se cruzan en tu vida muy esporádicamente, o que ni siquiera se cruzan en tu
vida directamente, aunque sabes que están ahí. Los otros lejanos también forman parte
de nuestra vida. Los vemos en las noticias. Los catalogamos, quizás, con etiquetas,
dependiendo de nuestros intereses, preocupaciones, etc.
Muchos nos llegan a través de los medios de comunicación. Quizás estos días estés
disfrutando la desconexión mediática. Caminar sin tele, sin prensa, sin saber qué ocurre
en el mundo (con la tranquilidad de que, si ocurre algo importante, seguro que te
enterarás de una u otra forma). Entre esas figuras que nos llegan a través de los medios
están todos esos personajes de la farándula, gentes famosas, artistas, actores y actrices,
políticos, cantantes, modelos, periodistas, escritores, empresarios, artistas... Es curioso.
Podrías hacer una lista muy larga con nombres famosos que conoces. Nunca los has
visto en persona. Es bastante probable que nunca los veas. Y, sin embargo, conoces un
montón de cosas sobre ellos. Entran por los ojos y por los oídos. Se nos proponen como
modelos a imitar, como figuras con las que compararnos, como creadores de opinión que
se empeñan en decirnos cómo debemos pensar. Es posible que muchas –o algunas–
conversaciones en este camino los tengan como protagonistas.
Pues bien, la propuesta hoy es tratar de pensar con un poco de modo y orden en
estas personas. Dado que uno no puede abstraerse de su existencia, pues se te cuelan por
cualquier resquicio mediático, al menos es importante que uno piense de un modo
distinto. ¿A quién admirar hoy?

– Más en concreto, de todos estos personajes –y si tienes paciencia, tiempo y ganas,


puedes dedicar un rato a hacer una lista imaginaria con los muchos nombres de
famosos que conoces–, ¿quiénes me llaman la atención?

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– ¿Admiro a alguien? ¿A quién? ¿Por qué? ¿Qué es lo que me resulta atractivo de
esas personas? ¿A quién «hago caso»?
– Más allá de las personas, ¿qué valores entran en juego? ¿Qué mundo es ese que a
veces puede pesar? ¿Riqueza? ¿Belleza? ¿Poder? ¿Éxito? ¿Fama? Y si hablamos
de ideas, ¿qué ideales defienden aquellos con quienes me siento más
identificado?

Quitémosles las capas

Al bello,
al sabelotodo,
al fuerte,
al rico,
al guapo de espejo,
al arrogante,
al manipulador,
a la reina de la fiesta,
al chulo de barrio,
al que opina de todo
pero no escucha nada,
al que sonríe sin alma,
al buscador de atajos,
al vendedor de quimeras,
al triunfador sin historia,
al presuntuoso,
al arrogante,
al que pisa fuerte sin mirar a quién...
al que nunca duda,
al que siempre manda
... Hay que recordarles
que también lloran, aman.
y se equivocan a ratos.
Que no es el fulgor fugaz
lo que nos hace personas,
sino la desnudez frágil,
y que es en la normalidad compartida
donde nos podemos encontrar
hermanos.
José M.ª R. Olaizola, SJ

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14. LOS OTROS LEJANOS
(Vidas rotas)

«“Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, sediento y te dimos de


beber, emigrante y te acogimos, desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos
enfermo o encarcelado y fuimos a visitarte?” El rey les contestará: “Os aseguro
que lo que hayáis hecho a estos mis hermanos menores me lo hicisteis a mí”»
(Mt 25,37-40).

EXISTEN otros lejanos en la vida, cuyas historias te pueden llegar de refilón y, sin
embargo, también son significativas. Como aquí, en el camino, vas pasando por pueblos
y ciudades donde viven personas que tienen sus vidas, sus historias, sus lamentos, sus
sueños, sus preocupaciones.... Gente como tú. Viven, aman, odian, luchan, creen o
dudan, ríen y sufren. Ahí están. Tal vez en algún momento te llama la atención un rostro,
una actitud, un gesto... de alguien que trabaja en el campo, o de alguien que se sienta
ante una puerta. Ancianos o niños, hombres o mujeres.
Entre esos otros, a veces nos llega con más claridad el grito de quienes están
heridos, de quienes se ven golpeados por la tragedia, por el hambre, por la pena... De
nuevo es la experiencia mediática la que nos abre los ojos, a través de las noticias.
¿Nunca has visto esas imágenes de gente que vive, obligada, en los caminos?
Refugiados con su casa a la espalda. Imagina su situación. En camino, pero sin meta
segura. Llevando todo lo que pueden a cuestas, porque es todo lo que tienen. A la
intemperie, sin seguridades, sin hogar al que regresar... Lejos. O muy cerca. En nuestras
calles, con unos cartones como morada y una manta que envuelve su desposesión. A
menudo, la costumbre nos los hace invisibles, pero están ahí. O los que pasan hambre de
verdad. No el apetito tranquilo de quien sabe que al final del día se saciará, sino el
hambre dura de quien no sabe cuándo comerá o cómo alimentará a los suyos. Los que
tienen heridas por dentro, consecuencia de la injusticia, del maltrato, de la violencia, del
abuso.
Hay veces en que solo son para nosotros una noticia o un motivo de
estremecimiento, pero, a la hora de la verdad, ¿qué puedo hacer yo? ¿Nada? Al menos,
dedicarles un tiempo en mi vida, en mi camino, en mi horizonte. Al menos, ser
consciente de que el mapa de mi mundo no está completo si no abro los ojos –y ojalá
que también el corazón– a esas realidades.
Uno puede prescindir, desde la rendición, la indiferencia o un cierto cinismo
«Pensar en ello (en ellos) es tontería». Pero también puede abrir los ojos. Porque,

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dándole la vuelta a una conocida expresión, podemos afirmar que ojos que ven, corazón
que siente. Y lo sorprendente es que nuestros corazones... ¡claro que sienten!
En medio del cansancio y la fatiga de estos días, en medio del camino, con sus ratos
de nubes y de sol (por fuera y por dentro), puedes intentar dedicar un tiempo a las vidas
rotas (que también son parte de la Vida). Puedes intentar pensar en sus historias.
Convertir el pensamiento en deseo. Acuérdate de las historias rotas que alguna vez te han
llamado la atención (víctimas de hambres, tsunamis, guerras, pobrezas...).
Puedes preguntarte: ¿por qué? ¿Qué tengo yo que ver con ellos? Pues por
humanidad, por solidaridad o por fraternidad (desde la fe somos hermanos).

– ¿Qué situaciones en este mundo me inquietan o remueven más? Y, ante ello, ¿hay
algo que yo pueda hacer en mi vida, en mi manera de estar, de pensar, de actuar?
– ¿Puedo ponerme, aunque sea mínimamente, en la piel de las personas que viven
rotas, que yacen en las cunetas de los caminos, necesitados de aliento, de
presencias, de ayuda?
– ¿Nunca he pensado que tal vez mi vida y esas vidas están vinculadas, que la
compasión, el sentimiento de conmoción cuando veo algo de todo eso que ocurre,
es precisamente una llamada a implicarme de algún modo?

Entrañas

Danos entrañas de misericordia


frente a toda miseria humana
Inspíranos el gesto y la palabra oportuna
frente al hermano solo y desamparado.
Ayúdanos a mostrarnos disponibles
ante quien se siente explotado y deprimido.
Que tu Iglesia, Señor, sea un recinto
de verdad y de amor, de libertad,
de justicia y de paz,
para que todos encuentren en ella
un motivo para seguir esperando.

Que quienes te buscamos sepamos discernir


los signos de los tiempos
y crezcamos en fidelidad al Evangelio;
que nos preocupemos de compartir en el amor
las angustias y tristezas,
las alegrías y esperanzas
de todos los seres humanos,

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y así les mostremos tu camino
de reconciliación, de perdón, de paz...

(Tomado de las plegarias eucarísticas Vb / Vc)

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15. IMÁGENES DE EL «OTRO»
EN EL CAMINO

«En Dios está el descanso de mi alma, de él viene mi salvación. El solo es mi


roca, mi salvación, mi alcázar; no vacilaré» (Sal 62,3).

HASTA ahora, el itinerario recorrido nos ha podido ir llevando a mirar un poco más
afuera. Hemos pasado por sentimientos personales, equipajes, la propia vida y los
nombres de otros que se entrecruzan en ella. Otros cercanos y otros lejanos. Vidas
brillantes o vidas rotas. A estas alturas, seguramente ya me voy dando cuenta de que el
mapa de mi mundo es amplio...

Desde la fe, Dios está muy fuera y muy dentro. Nos sale al encuentro.
De Dios ignoramos mucho (mucho más de lo que sabemos). Y lo que decimos de él
lo intuimos y lo vamos aprendiendo, y en parte heredando, entre los hombres y mujeres
de todos los tiempos. Gente que buscó, preguntó y fue formulando respuestas.
En el camino puede uno admirar la belleza de la creación. Creación virgen y natural
en algunos parajes hermosos. Creación humana en las realizaciones de las personas a lo
largo de la historia: puentes, catedrales, ciudades, caminos, pantanos, casas... La creación
apunta al creador. ¿Quién sostiene el orden de lo creado? ¿Quién está detrás? ¿Es la vida,
y en concreto la vida humana, creadora e inteligente, una casualidad o un proyecto? No
se trata de una reflexión científica, ni tampoco de una reflexión sobre los mitos del
Génesis. La cuestión es que la pregunta siempre va a estar ahí. Se lo preguntaban los
filósofos («¿Por qué el todo y no la nada?»), y seguimos preguntándonoslo nosotros.
¿Hay alguien ahí? ¿Quién hizo todo esto? ¿Quién late detrás del aliento primero?

Las respuestas solo abren más preguntas. Si hay un Dios que nos creó, ¿por qué hay
en su creación tanto mal? Respondemos desde la libertad humana. ¿Y la tragedia que no
es consecuencia de la libertad humana? Respondemos desde la fe en que la muerte no
tiene la última palabra Entonces, ¿cuál es la última palabra? Preguntas, preguntas y más
preguntas.

Pero a veces no está mal hacerse preguntas, aunque cueste encontrar respuestas o
aunque nunca haya certezas definitivas, sino nuevas búsquedas. No está mal
preguntarme, en qué o en quién creo. Si existe Dios, qué es. Cómo creo...

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Dios es el creador, el principio y fundamento de la realidad, el que pone en marcha
nuestra historia, nuestras vidas, el proyecto de una humanidad llamada a reproducir una
lógica de amor. Dios, lo que quiera que sea, está ahí. Desde la fe (cristiana) creemos en
un Dios que es personal, que de alguna manera está implicado en la vida de cada ser
humano. Pero no se trata hoy de dar doctrina o reflexiones muy cerradas, sino de
intentar bucear en las propias intuiciones, creencias, sobre lo que uno va sosteniendo su
fe (sus pocas certezas y sus muchas dudas).

– Hoy es día para preguntas, respuestas e intuiciones. ¿Creo en Dios? ¿Y cómo lo


defino? Hay muchas imágenes para hablar de Él: creador, alfarero, amigo,
amante, padre, madre, liberador, juez, pastor, sabiduría... ¿Cómo lo defines tú?
– La fe pasa por las preguntas. ¿Cuáles son las mías?
– En la propia vida hay también una historia con Dios. Uno cree de una forma cuando
es pequeño, y luego, al ir creciendo, las formulaciones van cambiando, las
búsquedas se van haciendo más personales, la propia historia te lleva por unos
caminos y no por otros... ¿Dónde está mi «relación» con Dios en este momento?

Sólo Tú

Porque nuestros proyectos


se desmoronan y fracasan
y el éxito no nos llena como ansiamos.
Porque el amor más grande
deja huecos de soledad,
porque nuestras miradas no rompen barreras,
porque queriendo amar nos herimos,
porque chocamos continuamente
con nuestra fragilidad,
porque nuestras utopías son de cartón
y nuestros sueños se evaporan al despertar.
Porque nuestra salud descubre
mentiras de omnipotencia
y la muerte es una pregunta
que no sabemos responder.
Porque el dolor es un amargo compañero
y la tristeza una sombra en la oscuridad.
Porque esta sed no encuentra fuente
y nos engañamos con tragos de sal.
Al fin, en la raíz, en lo hondo, sólo quedas Tú.
Sólo tu Sueño me deja abrir los ojos,

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sólo tu Mirada acaricia mi ser,
sólo tu Amor me deja sereno,
sólo en Ti mi debilidad descansa
y sólo ante Ti la muerte se rinde.
Sólo Tú, mi roca y mi descanso
Javi Montes, SJ

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16. EL ENCUENTRO CON EL «OTRO»
(Jesús en el camino)

«¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba
en el camino y nos explicaba las Escrituras?» (Lc 24,32).

PARA los cristianos, Jesús es el rostro humano de Dios, o la imagen de todo lo divino
que hay en las personas. Él mismo se define como camino, verdad y vida. Y es cierto,
en los evangelios cristianos Jesús aparece en el camino constantemente: durante su vida,
a la intemperie, en ruta con sus discípulos, entre Galilea, Judea y Samaría. El camino es
lugar de encuentro con la gente, con ricos y pobres, poderosos y excluidos, hombres y
mujeres de toda condición. Es lugar de palabra, dicha en los distintos lugares por los que
uno va pasando, como un sermón en una montaña en el que pronuncia las
bienaventuranzas, profunda síntesis de su proyecto. La pasión y muerte tiene una
expresión muy gráfica en el camino de la cruz (Via Crucis). También, desde la fe en un
Jesús vencedor de la muerte, el Resucitado se aparece a los suyos en los caminos
(Emaús, Tiberíades), aunque no sea fácil reconocerlo.
Nosotros ahora estamos en camino. La vida es un camino. Y estos días son un
camino concreto, una peregrinación. Y lo sorprendente es que, desde la fe, Jesús sigue
presente en el camino de las personas (por dentro y por fuera). Es curioso, porque no es
fácil reconocerlo. No era fácil entonces. No es fácil ahora. A menudo decimos que hay
destellos, intuiciones de cómo es. Reconocemos cosas o rasgos de Jesús (quizá lo más
entrañable y hondo del ser humano) en los rostros, en las gentes, en las historias..., en lo
más personal que hay en unos y otros... De Jesús tenemos su palabra, su lógica, su
forma de amar, de hacer, de estar, de ser (y su Espíritu; pero sobre eso volveremos otro
día).

Lo de Jesús es sorprendente. Hace sencillo lo complejo e invierte todas las categorías,


las de su época y las de ésta. Su lógica es aplastante. Acoger a todos, a pesar de la
debilidad y la flaqueza, consciente de que eso es parte de la humanidad. Responder al
rencor con misericordia, a la intransigencia con acogida, al prejuicio con abrazo, a la
exclusión con apertura. Escuchar a los que nadie escucha, hablar con aquellos a quienes
nadie hace caso. Ir a buscar a los últimos. Querer sin negociación.
¿No necesitamos todos a alguien así en la vida? Alguien que me quiera, que me
acepte. Alguien que pueda llevar conmigo la carga de las frustraciones, de las flaquezas,
de las lágrimas. Alguien que conozca mis miedos y mis fantasmas, mis debilidades y mis
fortalezas. Alguien que crea en mí más que yo mismo. Desde la fe, ése es Jesús (un Dios

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hecho persona, que mostró el verdadero rostro de Dios, un Dios que acoge a cada uno y
espera de nosotros mucho más de lo que creemos que podemos dar).

– Pues bien, para hoy, ese Jesús es, sobre todo, amor radical, incondicional, acogedor,
generoso. ¿En qué personas he visto o veo ese amor?
– ¿He sentido de alguna manera la confianza en que hay un Dios que me quiere así?
– El Dios que revela Jesús es un Dios que me acepta, me abraza por encima de todo y
me invita a amar de la misma manera, especialmente a los desamados. No estoy
solo. Quizás es un día para intentar reconocerlo así. Para tratar de escuchar esa
palabra que me dice: «Estoy contigo, aunque ni te des cuenta».

Encarnación

A mi medida.
¡Tan débil como yo,
tan pobre y solo!
Tan cansado, Señor, y tan dolido
del dolor de los hombres!
Tan hambriento del querer de tu Padre (Jn 4,34)
y tan sediento, Señor, de que te beban... (Jn 7,37).

Tu, que eres la fuerza y la verdad,


la vida y el camino;
y hablas el lenguaje de todo lo que existe,
de todos lo que somos.

Sacias la sed, la nuestra y la del campo,


sentado junto al pozo de los hombres.
Arrimas tu hombro cansado a mi cansancio
y me alargas la mano cuando la fe vacila
y siento que me hundo.

Tú, que aprendes lo que sabes,


y aprendes a llorar y a reír como nosotros
Tú, Dios, Tú, hombre,
Tú, mujer, Tú, anciano,
Tú, niño y joven,
Tú, siervo voluntario,

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siervo último
siervo de todos...
Tú, nuestro.
Tú, nosotros!
Ignacio Iglesias, SJ

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17. EL ENCUENTRO CON EL «OTRO»
(El Espíritu de Dios)

«Cuantos se dejan llevar del Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y no habéis
recibido un espíritu de esclavos, para recaer en el temor, sino un espíritu de
hijos que nos permite gritar: “Abba, Padre”» (Rm 8,14-15).

DIOS es espíritu, aliento, presencia, impulso. ¿Cómo definirlo? Está dentro y fuera. Se le
ha querido representar con imágenes, siempre insuficientes: una paloma, una llama de
fuego... Quizá porque, cuando sientes algo así como su presencia, eso te enciende, te
calienta y a veces te abrasa.
Una buena imagen para entender a Dios es esa del espíritu. Como el viento,
como el aire, es inasible, invisible... No lo podemos atrapar ni en un concepto, ni en una
idea, ni en un lugar. No está aquí o allá. Está dentro de nosotros y, al mismo tiempo, está
muy fuera. ¿Es humor? ¿Es amor? ¿Cuándo y cómo se le siente?
El espíritu dentro de nosotros. Creemos que, de alguna manera, si el ser humano
ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, hay dentro de cada uno de nosotros una
conexión profunda, una semilla de algo divino. Y eso a veces es fuerza, en otras
ocasiones es inquietud; a veces consuelo, otras esperanza; a ratos sabiduría, otras
encuentro... Ahí radica nuestra capacidad de orar, y en el silencio intuir otra presencia,
otra fuerza, otro impulso que nos permite sintonizar con otras gentes, otras vidas y otras
palabras que parecen dichas para nosotros hoy.
El espíritu alienta y late también en otros, empujándoles a veces a hacer cosas
sorprendentes. A amar más de lo exigible. A dar más de lo esperable. A construir donde
parecería imposible. En distintos momentos –no podemos olvidarlo–, la humanidad ha
sido capaz de las peores aberraciones. Pero también, y sobre todo, ha sido capaz de
grandes logros, de episodios de una bondad indescifrable, de un amor que, de tan radical,
sobrecoge un poco. A cada dosis de injusticia siempre habrá quien responda con
misericordia. Cada dosis de odio habrá quien la silencie desde un perdón que vence. A
cada episodio de violencia responderán manos abiertas para construir la paz. Cada insulto
será sepultado por caricias, y cada herida sanada con un amor inquebrantable. Es
sorprendente, pero a veces hay personas que nos muestran esa capacidad inmensa del
ser humano para el bien. Ellos son ventanas abiertas a la trascendencia (a lo que está más
allá).

– ¿Alguna vez he experimentado ese no estar solo? ¿Esa presencia? ¿Esa fuerza o
aliento en mí, que no me deja rendirme?

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– Tiene muchos nombres y muchos rostros. Es esperanza en las horas sombrías,
perseverancia en la adversidad, consuelo ante las lágrimas, alegría también de
noche, fuerza en la debilidad, calma en tiempo de tormenta.
– Hoy puede ser un día para preguntarte: «¿Dónde estás?». Para pensar en esos
momentos o esas personas en quienes uno intuye a veces «algo más». Esa gente
cuya grandeza (muy cotidiana en la mayoría de las ocasiones) no te puedes
explicar.

Me gustaría ofrecerte aquí un profundo texto de Karl Rahner, un teólogo del siglo XX,
sobre la acción del espíritu en nuestra vida...

«¿Nos hemos callado alguna vez, a pesar de las ganas de defendernos, aunque
se nos haya tratado injustamente? ¿Hemos perdonado alguna vez, a pesar de no
tener por ello ninguna recompensa, y cuando el silencioso perdón era aceptado
como evidente? ¿Hemos obedecido alguna vez, no por necesidad o porque, de
no obedecer, habríamos tenido algún disgusto, sino sólo por esa realidad
misteriosa, callada, inefable, que llamamos “Dios” y “su voluntad”? ¿Hemos
hecho algún sacrificio sin agradecimiento ni reconocimiento, incluso sin sentir
ninguna satisfacción interior? ¿Hemos estado alguna vez totalmente solos?
¿Nos hemos decidido alguna vez sólo por el dictado más íntimo de nuestra
conciencia, cuando no se lo podemos decir ni aclarar a nadie, cuando uno está
totalmente solo y sabe que toma una decisión que nadie le quitará a uno y de la
que habrá de responder para siempre y eternamente?
¿Hemos intentado alguna vez amar a Dios cuando no nos movía una ola de
entusiasmo sentimental, cuando uno no puede confundirse con Dios ni
confundir con Dios el propio empuje vital, cuando parece que uno va a morir de
ese amor, cuando ese amor aparece como la muerte y la absoluta negación,
cuando parece que se grita en el vacío y en lo totalmente inaudito, como un
salto terrible hacia lo sin fondo, cuando todo parece convertirse en inasible y
aparentemente absurdo? ¿Hemos cumplido un deber alguna vez, cuando
aparentemente sólo se podía cumplir con el sentimiento abrasador de negarse y
aniquilarse a sí mismo, cuando aparentemente sólo se podía cumplir haciendo
una tontería que nadie le agradece a uno? ¿Hemos sido alguna vez buenos para
con un hombre cuando no respondía ningún eco de agradecimiento ni de
comprensión, y sin que fuéramos recompensados tampoco con el sentimiento de
haber sido “desinteresados”, decentes, etc.?
Busquemos nosotros mismos en esas experiencias de nuestra vida,
indaguemos las propias experiencias en que nos ha ocurrido así. Si las
encontramos, es que hemos tenido la experiencia del espíritu a que nos
referimos».

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La presencia

La presencia
es vista y no vista.

Se siente,
como si te besan con la luz apagada,
te estremeces, no ves nada.

Sientes eso que se siente,


cuando te liberas de una tenaza.
La presencia invisible
te seca el sudor de una lágrima;
no suele ser una persona conocida,
no habla,
huele a esencia esencial,
no os la puedo describir,
es muy alta...

Gloria Fuertes

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18. FLECHAS AMARILLAS

«Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará desde lo alto un


amanecer que ilumina a los que viven en tinieblas y sombras de muerte, que
guía nuestros pasos por un camino de paz» (Lc 1,78-79).

LLEVAMOS unos días asomándonos a nosotros mismos, a los demás, a Dios... Y la


marcha sigue. Día a día, desde las rutinas y el ritmo ya familiar de levantarme y caminar.
Sigo dejando atrás veredas, llanuras, montañas, pueblos y ciudades. Y en cada cruce de
caminos hay una señal, una flecha amarilla, una concha, un tocón de piedra que me
indica por dónde seguir.
Me es tan familiar el que estén ahí que ya casi ni me doy cuenta. O sólo me llama la
atención si alguna vez están más ocultos, tapados por un matorral o por tierra, y tengo
que buscar con detenimiento. ¡Qué tranquilidad si, acaso, empiezo a caminar por un
sendero sin estar seguro de si es ése el que tengo que tomar, y al cabo de unos metros
reconozco de nuevo una de esas flechas amarillas...! La sensación de alivio en esos casos
es enorme.
Alguien las pintó. Alguien se ocupa de que no se borren con la lluvia, el desgaste de
las piedras, el tiempo. Alguien vuelve de vez en cuando y revisa el camino. Alguien que
no te conoce se preocupa de que llegues bien a tu destino.
En la vida ocurre algo similar. Nos encontramos a menudo con encrucijadas en las
que tenemos que decidir. Sobre lo laboral, sobre lo personal...: ¿Me lanzo con este
proyecto? ¿Me arriesgo con esta relación? ¿Tomo esta decisión?
Hay mucha gente, de hecho, que tiene algo de esto en la cabeza cuando se lanza al
camino. Busca tomar distancia para tener un poco de perspectiva y optar por algo en la
vida...

Pero necesitamos a menudo pistas, referencias, guías. Necesitamos la ayuda de otros,


que se convierten para nosotros en maestros, en referencia y fuente de claridad.
Generalmente son otras personas. El consejo de quienes van por delante en vida, en
experiencia, en sabiduría. La reflexión tranquila de quienes ven nuestra vida con más
objetividad que nosotros mismos en las horas turbulentas. A veces, ni siquiera es tan
explícito. Es simplemente su ejemplo lo que se convierte para nosotros en luz. Personas
a las que admiramos por su manera de vivir, de ser, de comportarse... Y nos
preguntamos, «¿Qué haría tal persona en tal circunstancia?».

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No siempre van a darnos respuesta. De hecho, la mayoría de las veces no son tan
claros o definitivos como esa flecha amarilla que te indica la única dirección. Pero, aun
así, si uno aprende a escuchar, a mirar, a confiar, a pedir ayuda, muchas veces esas
personas nos dan pistas sobre por dónde tirar. Y eso es necesario, porque a menudo
necesitamos seguir, sin tener muy claro hacia dónde. No podemos quedarnos parados en
un punto muerto del camino.

– Hoy puedes dedicar un tiempo a pensar en esas personas significativas. A dar


gracias por lo que te aportan y lo que aprendes de ellas y con ellas. Y a poner
nombre a aquello que de verdad admiras.
– ¿Quiénes son hoy y han sido hasta ahora mis flechas amarillas? ¿De quién me fío y
me he fiado en la vida? ¿Qué valoro en esas personas? ¿Qué tienen para que se
conviertan para mí en referencia, en ejemplo, en fuente de confianza?
– Al hilo de esa reflexión cabe otra, también interesante: ¿soy yo para alguien fuente
de seguridad?; ¿soy referencia para alguien: hijos, amigos, parejas...?
– Cabe también otra pregunta quizá necesaria: ¿qué encrucijadas hay en el horizonte
de mi vida?; ¿hay alguna decisión que tenga que tomar?; ¿hay algo que tenga
que cuestionar, alguna opción pendiente?

La huella

¿Cuál será la huella


que me lleve hasta tu encuentro?
No quiero vivir errante y vacío
quedándome sólo en tus huellas.

¿Se llamará salud, o enfermedad?


¿Se presentará con el rostro del éxito
o con el cansancio golpeado del fracaso?
¿Será seca como el desierto
o rebosante de vida como el oasis?
¿Brillará con la transparencia del místico
o se apagará en el despojo del oprimido?
¿Caerá sobre mí como golpe de látigo
o se acercará como caricia de ternura?
¿Brotará en comunión con un pueblo festivo
o en mi indecible soledad original?
¿Será la historia brillante de los libros
o el revés oprimido de la trama?

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No importa cuál sea el camino
que me conduzca hasta tu encuentro.
No quiero apoderarme de tus huellas
cuando son reflejo fascinante de tu gloria,
ni quiero evadirlas fugitivo
cuando son golpe y angustia.

No importa lo que tarde en abrirse


el misterio que te esconde,
y toda huella tuya me anuncia.
Todo mi viaje llega
al silencio y a la espera
de mi “no saber” más hondo.
Pero “yo sé” que ya estoy en ti
cuando aguardo ante tu puerta.

Benjamín González Buelta, SJ

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19. VALORES Y CONTRAVALORES
DEL CAMINO.
Austeridad frente a despilfarro

«Más vale mendrugo seco con paz que casa llena de festines y pendencias»
(Prov 17,1).

¿TE das cuenta de con qué poco se puede vivir? Hay momentos en el camino en los que,
quizá porque faltan, te percatas de la cantidad de comodidades y facilidades que tienes al
alcance de la mano en la vida diaria.
Evidentemente, no quisieras vivir toda la vida en las condiciones de exigencia del
camino. Quizá ya no estamos preparados para ello. Pero lo cierto es que, si reflexionas
sobre la dinámica que se pone en juego cuando viajas así, con poco, descubres que
aporta en la vida algunas dimensiones que son muy interesantes para las pequeñas
peregrinaciones de la vida.
La situación de exigencia te enseña a valorar las cosas. Cuando la
sobreabundancia campa a sus anchas por nuestra vida, es difícil percatarse de las muchas
oportunidades que están a nuestro alcance. Ahora quizás te parece que una ducha
caliente, un colchón donde dormir o un lugar donde poder calentar la comida son un
regalo, cuando es algo que en la vida diaria damos por sentado. Algunas veces, haciendo
el camino en grupo y con la idea de no gastar mucho, reservas la opción de tomar una
cerveza fría para algún momento especial. Entonces te sabe a gloria. Disfrutas el
momento, el sabor, estiras la conversación, disfrutas la compañía... Lo mismo cabe decir
de otras muchas cosas. Te vas dando cuenta, por una parte, de lo mucho que tienes a
diario y, al mismo tiempo, de lo poco con lo que se puede vivir.
Estos días son una oportunidad para descubrir el valor de la austeridad. Hoy está
difícil. Todo nos invita a comprar, consumir, acumular... Incluso, si te descuidas, en el
camino nos podemos encontrar con cantos seductores para adquirir: camisetas, conchas,
bebidas isotónicas en cualquier esquina, productos multiusos, equipaje multiaventura...
Con todo, afortunadamente, la limitación del peso nos disuade de acumular nada. En este
caso, la invitación será a adquirir objetos y bienes desechables. O nos rondará por la
cabeza todo lo que vamos a comprar y gastar al llegar a Santiago.
Pero, si eres capaz de prescindir de ello y te planificas para vivir con poco estos
días, probablemente irás descubriendo que vivir con poco no significa vivir peor. Quizás,
al revés, vas ganando en desposesión y en una cierta despreocupación. Vas gustando la
libertad de lo sencillo, la alegría de las cosas inesperadas, la fiesta de lo que uno no puede

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dar por sentado, el valor de cosas que no se pueden comprar ni transportar: bromas,
conversación sincera, aliento, un paisaje, tiempo...

– A la luz de la sencillez casi obligada en el Camino, cabe una doble reflexión. Por
una parte, hay una cuestión muy genérica: ¿Qué es lo verdaderamente importante
en la vida? ¿Y qué es lo prescindible?
– Por otra parte, y más precisamente en lo tocante a la austeridad..., llevo unos días
caminando y viviendo con poco. ¿Lo vivo como un valor o como una carga? A
estas alturas puedo pensar que, cuando vuelva a casa, no voy a privarme de nada,
o puedo pensar que realmente se puede vivir con poco, con menos, y eso es
bastante más liberador.

Pobreza evangélica

No tener nada.
No llevar nada.
No poder nada.
No pedir nada.
Y, de pasada,
no matar nada;
no callar nada.
Solamente el Evangelio, como una faca afilada.
Y el llanto y la risa en la mirada.
Y la mano extendida y apretada.
Y la vida, a caballo dada.
Y este sol y estos ríos y esta tierra comprada,
para testigos de la Revolución ya estallada.
¡Y «mais nada»!
Pedro Casaldáliga

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20. VALORES Y CONTRAVALORES
DEL CAMINO.
Encuentro frente a egoísmo

«Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado.


Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros
sois mis amigos...» (Jn 15,13-14).

EL camino es una ocasión para encontrarte de verdad con las personas. Si vas con poca
gente, o en un grupo algo más numeroso, la convivencia es muy diferente de la que
puedes tener en tu lugar de origen. Si vas solo, puedes terminar entablando relaciones
interesantes con otros peregrinos, con los que vas a coincidir casi a diario. Además, a la
fuerza toca convivir en albergues, compartir los recursos que están puestos a disposición
de las personas, moverse en las estrecheces de espacios pequeños en los que a veces se
agolpan muchas personas.

En el camino sale lo mejor y lo peor de las personas. Lo hemos dicho varias veces. Es
sorprendente cómo, en las situaciones que tienen algo de límite, nos despojamos de
capas, caen los disimulos, y se ve más auténticamente quiénes somos y cómo nos
relacionamos unos con otros.

En el camino es fácil ver actitudes que son reprobables. Es fácil reconocerlas en otros,
y quizá es importante aprender a ponerles nombre en uno mismo. En un extremo está el
peregrino odioso, egoísta, ególatra y pendiente únicamente de lo suyo. Sus heridas, su
etapa, su cama, su horario, su comida o su diversión. ¿Nunca te has encontrado con
algún peregrino que va tan a lo suyo que le importa muy poco el resto? En según qué
ruta, encontrarás a gente que va como echando una carrera para encontrar sitio, sin
pararse jamás a pensar si quizás el criterio debería ser acoger primero al más herido. Hay
también quien trampea con las normas de la organización de la red de albergues... y
oculta coches de apoyo, reserva camas enviando un emisario primero (algo que está
prohibido)... Hay gente incapaz de percibir la parte de gratuidad del camino y vive desde
la constante exigencia y hasta mala educación en el trato con los hospitaleros o con la
gente que se encuentra en el camino, como si el mundo estuviese en deuda con él... Hay
quien no hace el menor esfuerzo por respetar el sueño de otros cuando se levanta. En el
camino he experimentado situaciones más que molestas, como soportar a un grupo de
ciclistas más bien maduritos, que iban con un coche de apoyo cuyo conductor acaparaba

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camas antes de que llegasen los peregrinos, y luego hacían ruidoso botellón en el albergue
hasta las tantas, saltándose todas las reglas y las más elementales normas de respeto. He
escuchado a gente que, en la terraza de la cafetería de algún pueblo, aprovechaba, ufana,
para contar lo listísima que es, porque ha encontrado una forma de tener vacaciones
baratas y, además, ya sabe cómo hacer para tener siempre los mejores sitios en los
albergues (literal). ¿Por qué no le canta uno las cuarenta en ese mismo momento? Pues
por una mezcla de cobardía, prudencia y respeto. He de reconocer que algunos de los
mayores enfados que recuerdo en los últimos años los he cogido al coincidir en algún
albergue con peregrinos a quienes te dan ganas de que alguien los metiese en el tren de
vuelta a su casa –a ser posible, atados y amordazados. Egoístas, insensibles,
maleducados, acaparadores...

Pero también –y mucho más a menudo– sale lo mejor de las personas. Sale el
carácter de quien, yendo con otros, calla su cansancio para animar a quien va más
fatigado, más hecho polvo o más desanimado. El que no piensa primero dónde va a
dormir él, sino quien está peor. Sale la generosidad de quien comparte la información que
tiene con aquellos que vienen menos preparados. O la actitud de servicio –esto es muy
fácil de detectar en grupos– de quien se preocupa de que las cosas comunes funcionen
(también es fácil detectar justamente lo contrario, la capacidad de algunos para
escaquearse, ser servidos y no arrimar demasiado el hombro; pero, bueno...). En el
camino hay quien descubre de verdad a los otros, no como rivales, sino como
compañeros. Y hay quien, aun yendo bien, o precisamente por ir bien, es capaz de
amoldar su paso al ritmo de quien va más lento, más fatigado, más gastado, para animar,
acompañar, dar conversación, empuje... y hacer entonces más liviana la marcha, que,
compartida, siempre es más llevadera.
En la actitud de egoísmo está el considerarse uno el centro del mundo. Todo gira en
torno a mí: mis problemas, mis necesidades, mis objetivos. En la actitud de encuentro
está el valorar a los otros. Hay quien piensa que el egoísta se come al generoso (que es
más bien tonto). Sin embargo, la experiencia muestra que el egoísta siempre va a estar
insatisfecho, refunfuñando por todo, mientras el generoso va a vivir desde una
amabilidad que genera mucha más tranquilidad y alegría.

– Hoy es un día para pensar en ese contraste. Entre hacer del YO el centro de todo, o
descentrarse para valorar lo de los otros. Entre vivir desde la búsqueda de lo
mejor para uno mismo o vivir desde la búsqueda de lo bueno para todos.
– En mi vida, ¿dónde y cómo me sitúo?

Deseo

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Sencillo quiero ser como Tú eres.
El alma transparente como el día.
La voz sin falsear, y la mirada
profunda como el mar, pero serena.

No herir, pero inquietar a cada humano


que acuda a preguntarme por tus señas.
Amar, amar, amar, darme a mí mismo
de balde cada día y sin respuesta.

Ser puente y no llegada, ser camino


que se anda y que se olvida, ser ventana
al campo de tus ojos y quererte.

Descanso quiero ser, vaso de vino


de Dios para los hombres cuando vengan
con polvo sobre el alma de buscarte.

Valentín Arteaga

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21. VALORES Y CONTRAVALORES
DEL CAMINO.
Gratitud frente a exigencia

«Que la paz de Cristo presida vuestros corazones, pues a ella habéis sido
llamados formando un solo Cuerpo. Y sed agradecidos» (Col 3,15).

SI reflexionábamos estos días en torno al egoísmo o el encuentro, otro valor viene


inmediatamente asociado a esto. Es la capacidad de agradecimiento frente a la actitud de
protesta, tan frecuente en nuestras vidas.
Hay quien va por la vida –y por el camino–, exigiendo, creyendo que el mundo
le debe todo. De verdad, hay quien es incapaz de entender el concepto de gratuidad o de
acogida. He hablado con hospitaleros desencantados por todo lo que han tenido que vivir:
Gente que llega a un albergue exigiendo de malos modos una cama y que no acepta
dormir en el suelo o que el agua pueda estar fría. Gente que parece tener en los labios la
palabra despectiva, el reproche o la protesta. He visto a algún peregrino avasallando a
una muchacha que venía a abrir un albergue, porque la chica llegaba un cuarto de hora
tarde. Hay gente que parece pensar que está haciéndole un favor al mundo por estar
peregrinando, incapaces de percibir la parte de gratuidad y hospitalidad de muchos
pueblos, habitantes y ayuntamientos. Gente que, con la excusa de que el camino también
deja dinero en los lugares por donde pasa, vive con la lógica del cliente que ha de ser
atendido con mimo. Gente que si, por casualidad, en lugar de en un albergue, tiene que
dormir en un pabellón pone el grito en el cielo. Y podríamos seguir...
En la vida hay que ser agradecidos. Aprender a valorar las cosas que uno tiene o
que le dan. Aprender a vivir un poco menos desde la exigencia de quien se cree con
derecho a todo y un poco más desde la satisfacción tranquila de quien valora lo que
encuentra. Sin exigir a los otros una perfección que luego no nos exigimos a nosotros
mismos. Es evidente que fallarán mil cosas, pero es que la experiencia de peregrinar es
una experiencia humana. Una cosa es ser crítico –y hay cosas que fallan, evidentemente,
y que pueden mejorar siempre, y la capacidad para verlo y decirlo es muy necesaria–,
pero otra muy distinta es ser criticón.
La gratitud te ayuda a vivir mucho más desde la alegría que desde la amargura,
desde la valoración de lo que hay y no desde la nostalgia por lo que falta, desde la
humildad y no desde la soberbia. Dicen que «es de bien nacido el ser agradecido». Me
atrevería a decir que no únicamente es de bien nacido, sino que además es de «bien

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vivido». Es decir, que una vida agradecida es mucho más gozosa que el mal humor
constante de quien no hace más que protestar.
Es hoy un día para dar las gracias por todo lo que has ido encontrando en el camino.
Por todas las personas que te han hecho alguna jornada un poco más amable. Por
quienes se preocupan de que estés bien. Por quienes encuentras. Por quienes te
esperan. Por tener un techo, comida, ropa, medicinas. Es hoy un día para la gratitud
por las gentes y las cosas del camino...
...y por las gentes y las cosas importantes de tu vida diaria.

¡Exulta!

Si tienes mil razones para vivir,


si has dejado de sentirte solo,
si te despiertas con ganas de cantar,
si todo te habla
–desde las piedras del camino
a las estrellas del cielo,
desde las luciérnagas que se arrastran
a los peces, señores del mar–,
si oyes los vientos
y escuchas el silencio,
¡exulta!
El amor camina contigo,
es tu compañero,
es tu hermano...
Hélder Câmara

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22. CAMBIOS
(Convertirse)

«Zaqueo se puso en pie y dijo al Señor: “Mira, Señor, la mitad de mis bienes se
la doy a los pobres, y a quien le haya defraudado le restituyo cuatro veces más.”
Jesús le dijo: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa” (Lc 19,8-9).

TRAS unos días, o puede que incluso semanas caminando, uno no es el mismo que
empezó el camino. Hay cambios físicos. Probablemente estás hoy un poco más curtido y
en forma que al salir. Es también posible que hayas perdido algo de peso (aunque esto no
se sigue siempre). Si el sol ha acompañado, tendrás un saludable bronceado peregrino (es
decir, que parecerás un estampado, con la piel oscurecida en la cara, el cuello, los brazos
y las piernas hasta donde empieza la marca de los calcetines).
Al ir haciendo un camino interior, uno puede también percibir pequeñas
transformaciones. Al tener tiempo para reflexionar sobre muchos de los aspectos que
entresacábamos en días anteriores (uno mismo, personas, valores...), eso de alguna
manera te remueve, te saca de los terrenos conocidos y te hace cuestionarte las
presencias y seguridades de tu vida. Te lleva, desde cierta distancia, a replantearte las
cosas. Te lleva a hacerte preguntas (y quizá te muestra algunas respuestas): «¿Qué estoy
haciendo con mi vida?». «¿Cómo vivo tal o cual relación?». «¿En qué tengo que
cambiar?». «Esto no puede ser...». Y es que todo camino nos va haciendo adentrarnos
en terrenos y paisajes nuevos (también en la propia vida). Nada habría peor que
quedarse atascado en un punto de la historia, sin evolucionar ni crecer, pensando que ya
está todo hecho y que lo que a uno le queda es limitarse a «estar».
Uno cambia al adentrarse en terrenos nuevos, al tener experiencias distintas o al
encontrarse con otros (o con el Otro). Es en el contraste, en la novedad, en la apertura
a lo distinto, donde más se remueve y se recoloca el suelo sobre el que construimos
nuestra vida.

– Hoy es un día en el que la reflexión puede ir en una doble dirección.


– Puedes pensar en los cambios que ya ha habido en tu vida. Mirando hacia atrás,
allá donde te lleva la memoria (hace unos meses, o unos años, o incluso décadas)
y recordando quién y cómo eras entonces...
– ¿Qué ha cambiado en mi vida? ¿En qué soy distinto hoy? ¿Esos cambios han sido
para mejor o para peor? ¿A qué se deben? ¿En qué han cambiado mis relaciones,
mi forma de pensar, de ser, de reaccionar? ¿Qué heridas han dejado cicatrices?
¿Qué nombres han entrado en mi vida? ¿Cuáles han salido?

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La segunda línea de reflexión te puede llevar a mirar adelante.
– ¿En qué siento que estoy cambiando, que puedo cambiar, que quiero cambiar o que
tengo que cambiar? ¿Qué facetas de mi vida necesito trabajar más? ¿Y qué puedo
hacer para ello?

Conversión (fragmento)

Sigue curvado sobre mí, Señor


remodelándome,
aunque yo me resista.

¡Qué atrevido, pensar que tengo yo mi llave!


¡Si no sé ni de mí mismo!
Si nadie como Tú puede decirme
lo que llevo en mi dentro.
Ni nadie hacer que vuelva de mis caminos,
que no son como los tuyos.
Sigue curvado sobre mí
tallándome
aunque, a veces, de dolor te grite.

Soy pura debilidad, –Tu bien lo sabes–,


tanta, que, a ratos,
hasta me duelen tus caricias.

Lábrame los ojos y las manos,


la mente y la memoria,
y el corazón, que es mi sagrado,
al que no Te dejo entrar cuando me llamas.
Entra, Señor, sin llamar, sin mi permiso.
Tú tienes otra llave, además de la mía,
que en mi día primero Tú me diste
y que empleo, pueril, para cerrarme.

Que sienta sobre mí tu «conversión»


y se encienda la mía
del fuego de la Tuya, que arde siempre,
allá en mi dentro.

Y empiece a ser hermano,


a ser humano,

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a ser persona.

Ignacio Iglesias, SJ

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23. RECONCILIACIÓN

«Me levantaré, iré a mi Padre y le diré: “Padre, he pecado contra el cielo y


contra ti”» (Lc 15,18).

Una experiencia profundamente humana es la de saldar cuentas con el pasado, con


la vida, con la historia y con las personas. Hay quien piensa que ese «saldar cuentas»
ha de entenderse como vengar las ofensas, decir una última palabra que te deje por
encima... En definitiva, vencer en las situaciones difíciles. Pero cabe la posibilidad de
reconciliarse con aquello y aquellos que a uno le han podido herir.
La distancia –y el camino ciertamente aporta distancia– supone un cambio de
perspectiva a la hora de mirar a la propia historia, sus gentes y lo vivido. Puede haber
muchas experiencias que son conflictivas en la vida, episodios aún no cerrados.
Amistades truncadas, conflictos laborales, relaciones familiares complicadas, palabras que
aún están por decir... Si hay algo de eso en la vida, entonces queda un punto de tensión,
de dureza, quizás hasta de odio. Y eso es lastre en el propio vivir. Es una carga muy
pesada que hace que uno camine más sobrecargado por los recuerdos, el dolor, la historia
o la amargura.
Una de las experiencias más saludables, cuando uno toma distancia de los propios
problemas, es la capacidad para reconciliarse con ellos. Reconciliar es la capacidad de
tender puentes de nuevo. De aceptar que hay una última palabra que no tiene por qué ser
de odio o de rechazo. Derribar los muros de silencio o, al menos, abrir en ellos puertas o
ventanas. Uno puede llegar a reconciliarse con Dios, con su pasado, con su historia y con
sus gentes.
Esto no siempre implica recuperar situaciones previas. A veces, tras un conflicto, las
cosas ya no pueden ser como antes. Una relación puede haberse truncado. A veces, una
situación laboral dura dejará heridas muy difíciles de curar. Es más, uno puede no tener
intención ni interés alguno en restablecer una relación en la que ya no cree. Sin embargo,
siempre hay espacio para la reconciliación. Para perdonar y ser perdonado (que a veces
también es uno el que lo necesita). Para permitir que la memoria atesore los recuerdos
hermosos y deje disiparse los más hirientes. Para sellar la paz con la propia vida.

– Durante días se han podido remover en este camino muchas dimensiones de la


propia vida. Habrán aparecido nombres, capítulos aún no cerrados, asignaturas
pendientes... en lo que uno espera de uno mismo, de los otros, de Dios. Y en lo
que intuyes que se espera de ti. Por eso es hoy un día para la reconciliación.
Incluso, siendo más precisos, para el perdón.

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– Para pedir perdón por todo aquello que en la propia vida necesita un poco de luz, un
poco de cambio, un poco de reparación. Pedirle perdón a Dios, a uno mismo, y si
acaso –al menos en silencio– a los otros, aquellos a quienes mi vida pueda haber
herido.
– Y para ofrecerlo (aunque nadie me lo pida). Para tratar de cortar el lastre de los
rencores, amarguras, ofensas y memorias hirientes. Es un día para pensar en
personas con quienes la relación está atascada, y de alguna manera, dejarlos
marchar.
– Es un día para sellar las paces, para seguir caminando un poco más liberado de la
carga del rencor o de la culpa, del remordimiento o del reproche. Reconciliados, y
libres...

Tú me salvas

No te cansas de mí,
aunque a ratos
ni yo mismo me soporto.
No te rindes,
aunque tanto
me alejo, te ignoro, me pierdo.
No desistes,
que yo soy necio,
pero tú eres tenaz.
No te desentiendes de mí,
porque tu amor
puede más que los motivos

Tenme paciencia,
tú que no desesperas,
que al creer en mí
me abres los ojos
y las alas...

José M.ª R. Olaizola, SJ

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24. METAS PERSONALES

«La sabiduría es radiante y no se marchita, la ven sin dificultad los que la


aman, y los que van buscándola la encuentran» (Sab 6,12).

YA se ve en el horizonte la meta. Aunque faltan kilómetros, cada vez son menos. Uno ya
casi puede intuir las calles, la emoción de la llegada, los rituales del peregrino, el descanso
(distinto cuando sabes que al día siguiente no tendrás que coger de nuevo la mochila), la
alegría de haber cumplido un sueño, de haber culminado un proyecto...
Uno se va dando cuenta ahora de cómo lo que en su origen fue una idea, un deseo
o un intento, se va a convertir en un logro. Y si acaso no existía al principio la seguridad
de llegar, y uno dudaba de sus posibilidades, capacidades y aguante, ahora esa seguridad
es casi certeza: «Llegaré». Ya va dándose la convicción de completar el camino.
Es bonito descubrir cómo uno puede. «Si puedo esto, podré cualquier cosa», he
escuchado en más de una ocasión decir a algún universitario tras una etapa dura. Y es
cierto. Hay metas que lo que te demuestran es la propia capacidad para soñar, para
proyectar, para anhelar y para ponerte en camino tras los sueños. Porque quien siempre
está proyectando, pero sin llegar nunca a intentar algo, como que vive a medias o se
queda atrapado entre quimeras. En cambio, ponerse en marcha, salir de casa, atravesar
tierras, pelear contigo mismo y con otros para alcanzar aquello que anhelas..., todo eso
es profundamente humano, y a menudo es lo que nos sostiene en las horas de dificultad,
en las temporadas de tormenta, en los días grises.
Tener metas en la vida es importante. Saber hacia dónde camina uno. Aunque
tardes en llegar, aunque el camino sea exigente, aunque no haya siempre flechas en el
camino y haya que dar rodeos o buscar hasta la extenuación. Tener un horizonte, un
destino, un punto de llegada, se convierte en aliciente y estímulo y, en las horas de
dificultad, en un apoyo fundamental. Cada meta puede ser, a su vez, punto de partida
hacia nuevos lugares, nuevos logros, nuevos sueños, pues de algún modo sólo al final
podremos decir aquello de que todo está cumplido.
En lo personal, el fijarnos unos u otros objetivos depende mucho de las
circunstancias, el carácter y la propia historia. Algunos de esos objetivos serán más
inmediatos, más a corto plazo. En otros, la andadura es más larga, y la llegada se intuye
más lejana.

– Por eso hoy es un día para pensar en las metas que uno tiene. ¿Qué persigo en mi
vida? En lo más personal, ¿qué anhelo?, ¿por qué peleo?, ¿qué deseo?

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– En lo académico-laboral, ¿qué me gustaría hacer de mi vida? ¿Cómo vivo mis
estudios, si acaso estoy todavía en esa etapa? O en mi trabajo, ¿hacia dónde
voy?, ¿qué sueño?, ¿por qué peleo? ¿Cómo imagino mi vida laboral?
– En lo relacional, ¿qué quiero en la vida? En lo relacionado con la pareja, los
amigos, la vida familiar..., ¿qué relaciones espero ir construyendo?; ¿hacia
dónde van las que ya vivo?; ¿por dónde podrían ir otras?
– En la fe, ¿alguna vez me he fijado metas relacionadas con la fe?

Esperaré

Esperaré a que crezca el árbol


y me dé sombra.
Pero abonaré la espera con mis hojas secas.
Esperaré a que brote el manantial
y me dé agua
Pero despejaré mi cauce
de memorias enlodadas.

Esperaré a que apunte


la aurora y me ilumine.
Pero sacudiré mi noche
de postraciones y sudarios.
Esperaré a que llegue
lo que no sé y me sorprenda
Pero vaciaré mi casa
de todo lo enquistado.
Y al abonar el árbol,
despejar el cauce,
sacudir la noche
y vaciar la casa,
la tierra y el lamento se abrirán a la esperanza.

Benjamín González Buelta, SJ

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25. METAS COLECTIVAS

«Éste es el ayuno que yo quiero: abrir las prisiones injustas, hacer saltar los
cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todas las cadenas,
partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que
ves desnudo y no cerrarte a tu propia carne. Entonces romperá tu luz, como la
aurora...» (Is 58,6-8).

AL pasar por tierras y lugares distintos, puedo ir percatándome de la grandeza del


mundo, de su diversidad, de sus historias. Si, además, he tenido tiempo estos días para
pensar un poco en los otros lejanos, en esas otras situaciones distantes, en ocasiones
rotas, quizás he llegado a intuir que mi vida es como un nudo más en una red grande,
una red de interrelaciones, donde fluyen las palabras, los abrazos, los bienes, la
comunicación y las oportunidades.
Y si he pensado antes en metas personales, tratando de ponerle nombre y dirección
a la marcha de la propia vida, es importante dar otro paso, aunque sea un poco más
indefinible. Pensar en las metas-deseos que uno tiene para el mundo. Evidentemente,
esto puede sonar a pretencioso o a demasiado lírico. ¿Qué voy a hacer yo? Casi, siendo
un poco sarcásticos, podría convertirse en un himno a lo políticamente correcto,
deseando el amor, la paz y la justicia para todos. Y, sin embargo, sigue siendo necesario
aspirar a mucho. Dejar que tomen cuerpo los deseos. Fijarse alguna meta colectiva.
Desear ser parte de algo mayor. Tener deseos para el mundo. Quizás esos deseos sean
valores, sean derechos, sean palabras tan repetidas que suenen un poco a gastadas. Y, sin
embargo, es imprescindible no perderlas de vista.
Porque, en la propia vida, como que uno ha de tener grandes horizontes (¿valores?,
¿principios?, ¿logros?...) con los que comprometerse.

Es necesario tener alguna causa con la que luchar, más allá de la propia
cotidianeidad. Algo que te vincule con el mundo amplio, y a veces lejano. Algún
proyecto. Y es necesario optar por algo, pues, si no, querer todo el bien para todo el
mundo termina siendo un poco como cantarle a las estrellas.
¿De qué depende el que aspires a lo que aspiras? De la educación recibida, de lo
vivido, del carácter, del contexto en que te toque desenvolverte, de la propia sensibilidad
para conmoverte con unas causas y no con otras...
Y así, habrá quien sufra por la discriminación de determinados grupos o géneros;
quien experimente la pobreza y la desigualdad como una lacra; quien pelee por la libertad

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de expresión o de pensamiento; quien sienta la solidaridad como un proyecto necesario;
quien sea más sensible a los dramas de la inmigración; quien perciba la amenaza
ecológica como una herida tremenda ante la que hay que hacer algo... Y al hilo de esas
sensibilidades y carencias surgen muchas causas, muchas metas, muchos proyectos:
pelear contra el machismo, contra la pobreza, contra el hambre, por el medio ambiente,
por la integración y contra la xenofobia, por la educación para todos, por el comercio
justo...
Quizá todo esto es muy genérico. Pero es necesario. Comprometerse con algo.
Plantar los pies en este mundo amplio.

– Hoy es un día para pensar también en estas otras metas vitales. Las que tienen más
que ver con una sensibilidad común, con proyectos colectivos, con heridas de
otros.

– Es un día para preguntarte si hay algo de todo esto con lo que vibras de una manera
especial.

– Y, por último, es un día para tratar de pensar si cabe, en tu vida, entender alguno de
estos problemas como algo para lo que tú puedes ser especialmente sensible y a lo
que puedes dedicar tus capacidades, tu tiempo, tu persona... de manera especial.
– ¿Qué puedo hacer yo, en este mundo amplio, por vivir de una manera que esté
construyendo algo para el bien de todos?

Si puedo

Si puedo hacer, hoy, alguna cosa,


si puedo realizar algún servicio,
si puedo decir algo bien dicho,
dime cómo hacerlo, Señor.

Si puedo arreglar un fallo humano,


si puedo dar fuerzas a mi prójimo,
si puedo alegrarlo con mi canto,
dime cómo hacerlo, Señor.

Si puedo ayudar a un desgraciado,


si puedo aliviar alguna carga,
si puedo irradiar más alegría,
dime cómo hacerlo, Señor.

Grenville Kleiser

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26. LA VIDA COMO PEREGRINACIÓN

«Aspirad a los carismas mejores. Y ahora os indicaré un camino mucho mejor:


Aunque hable todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo
amor, soy un metal estridente o un platillo estruendoso. Aunque posea el don de
profecía y conozca todos los misterios y la ciencia, aunque tenga fe como para
mover montañas, si no tengo amor, no soy nada. Aunque reparta todos mis
bienes y entregue mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, de nada me sirve. El
amor es paciente, es amable, el amor no es envidioso ni fanfarrón, no es
orgulloso ni destemplado, no busca su interés, no se irrita, no apunta las
ofensas, no se alegra de la injusticia, se alegra de la verdad. Todo lo aguanta,
todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no acabará nunca» (1 Co
12-31 – 13,8).

QUIZÁS estos días lo haya podido formular de modo más o menos explícito: esto del
camino es como la vida misma. Es una preciosa metáfora, porque aquí, a pequeña escala
y concentrado en unos días, está todo. Hay un punto de partida y un punto de llegada
(como nacer y morir). Pero se recorre en muchas y muy diferentes etapas (como pasar
por tu infancia, tu adolescencia, tu juventud, tu vida adulta, la vejez...). Hay días buenos
y días malos; el clima en ocasiones acompaña, y otras veces es un incordio; hay etapas
más llanas, en las que el camino se hace fácil, y de vez en cuándo una cuesta que parece
interminable te rompe las piernas (y la paciencia y la moral). Pero también, de vez en
cuando hay un paraje magnífico, donde puedes parar y descansar, dormir una siesta o, si
eres suficientemente lanzado, hasta darte un baño. Hay encuentros y desencuentros. En
la convivencia hay personas con las que vas a gusto y otras a las que alguna vez querrías
dejar atrás. Hay situaciones imprevistas, por más que uno quiera tenerlo todo bien atado.
Hay gente muy diferente, en carácter, en manera de afrontar las cosas, en historias...
Hay sufrimiento y alegría. A veces, entre los mejores recuerdos del camino estarán largos
ratos de risas, de buen humor, de canción o de broma. Pero también estarán esos
momentos más duros, de ampollas o desánimo, de abatimiento o tensión. Hay etapas
sorprendentes por la novedad, por la belleza, por lo que vas encontrando. Pero también
hay etapas en las que la rutina es la que manda. Si vas con los ojos abiertos, verás una
gran diversidad de lugares, de personas, y te hablarán de la historia, de mil historias...: las
de quienes construyeron las iglesias y catedrales que jalonan la ruta; las de miles de
peregrinos que te han precedido; las de gentes que viven en los pueblos por los que pasas
(como la vida misma, en la que vas abriendo los ojos y descubriendo lugares y gentes e
intuyendo las historias que hay detrás).

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– Mi vida es un camino. Es bonito verlo así. Y acaso estos días he tenido ocasión de
pensar en la manera en que reacciono en las distintas circunstancias, en cómo me
relaciono con las distintas personas, en hacia dónde voy... Hoy, al ir llegando al
final, es ocasión de dar el salto de este camino-peregrinación actual a ese otro
camino más grande que van siendo mis años. Y preguntarme: ¿en qué punto del
camino estoy? ¿Cómo lo llevo? ¿Qué he aprendido hasta aquí? ¿Qué me queda
por recorrer (supongo que aquí hay tanto de intuición, de deseo... y depende
mucho de la edad y las circunstancias)? ¿Adónde voy y a qué?
– Saber leer mi vida como historia, y mis pasos como camino hacia algún sitio, es
muy importante, porque le da sentido a lo que puedo hacer.

A abrir camino me llamas

No hay caminos en mi vida, Señor;


apenas senderos
que hoy abro y mañana desaparecen.
Yo estoy en la edad de los caminos:
caminos cruzados, caminos paralelos.
Yo vivo en encrucijada
y mi brújula, Señor, no marca el norte.
Yo corro cansado hacia la meta
y el polvo del camino
se me agarra a cada paso,
como la oscuridad a la noche.
Yo voy a galope caminando,
y a tientas busco un rastro,
y sigo unas pisadas. Y me digo:
¿Dónde me lleva el camino?
¿Eres quien ha extendido
a lo largo de mi vida un camino?
¿Cuál es el mío?
Si Tú me lo has dado me pertenece.
¿Dónde me lleva? Si Tú lo has trazado
quiero saber la meta.
Señor, yo busco tu camino (sólo uno),
y me fío de tu Palabra.
Dame fuerza, tesón a cada paso
para caminar contigo.
Yo busco ahora un camino, Señor.
Tú, que eres Camino,

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da luz verde a mi vida
pues a abrir camino Tú me llamas.

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27. LLEGAR

El desierto y el yermo se regocijarán, el páramo de alegría florecerá, como flor


de narciso florecerá, desbordando de gozo y alegría... Se abrirán los ojos del
ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como ciervo el cojo...» (Is 35,1.5-
6).

Hoy es el día. Día de los últimos pasos. Día de llegada. Probablemente, día de
emociones. Terminar el camino es, por lo general, una circunstancia en la que se pueden
mezclar muchos sentimientos y vivencias.
Hay alegría, porque al fin se alcanza el destino. Y con ello parece que cobran
sentido todos los momentos que he podido vivir hasta aquí: las dificultades, las alegrías,
los momentos de apretar los dientes y seguir adelante, las ampollas, las conversaciones
intrascendentes y las serias, los ratos de reflexión... Todo encaja un poco. Luego, cada
cual lo expresa a su manera. Hay quien quiere cantar, hacer ruido, contagiar
explosivamente su gozo; y hay quien prefiere un silencio tranquilo. Hay quien se abraza,
quien llora o quien calla... Hay quien es expansivo y eufórico y vive la llegada como una
explosión; y hay quien, más sereno, está simplemente contento.
Puede haber también (y quizás a la vez) tristeza, una cierta nostalgia por acabar una
experiencia que, para muchos, es única en la vida. Si ha habido convivencia, relación,
encuentro, uno se da cuenta de que las circunstancias tienen algo de difícilmente
repetible. Esta sensación de intemperie, de desposesión, de libertad, de días en los que no
hay otras urgencias más allá de vivir la etapa... Esa oportunidad de conversar sin prisas ni
interferencias, de hablar y escuchar...: todo eso deja huella. Y por eso da cierta pena
terminar. Si, además, has ido entrando en contacto con gente a la que no conocías, y
ahora vuestros caminos se bifurcan, ¿cómo no sentir cierta melancolía?
Puede que en algún caso el camino haya sido tan duro, tan exigente o tan
complicado que, en este momento, lo que se sienta principalmente sea alivio y ganas de
terminar. Incluso en ese caso, llegar es importante... y dejará huella (más de la que uno
piensa en este momento).
Hay expectativas: ¿Y ahora..., qué? Quizá la llegada viene asociada a celebrar. Es
verdad: la llegada en el camino (ahora pienso en el Camino de Santiago) tiene sus rituales:
hacer la Compostela para certificar que uno lo ha conseguido, visitar al Apóstol,
participar en la misa del peregrino (y, si hay suerte, hasta ver el botafumeiro). Luego está
la celebración gastronómica, de acuerdo con las posibilidades económicas. Lo lúdico y
festivo tiene su lugar y su espacio también, aunque el cuerpo no suele estar para
demasiados excesos.

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Hay la necesidad de dejar que el tiempo lo ponga todo en su lugar. Ahora, como que
se han podido remover muchas cosas. ¿Qué quedará dentro de unos días, de unas
semanas, de unos meses? ¿Qué recuerdos y qué posos dejará esta experiencia?

– Posiblemente, hoy no es día para demasiada reflexión. Pero quizá se puede intentar
poner nombre a los sentimientos que uno tiene.
– Si tuviese que hacer un resumen rápido de estos días, ¿qué diría?; ¿qué he
aprendido?
– En dos o tres palabras, ¿qué he vivido? (sobre mí, sobre los otros, sobre Dios).
– ¿Qué ha supuesto para mí llegar?
– Y una pregunta que es tremenda. ¿Y ahora..., qué?

Mi tesoro

He perseguido sueños vanos,


he comprado tesoros vacíos.
He querido aprisionar amores
y he cerrado con llave mi hogar,
para que no me lo invadan
He vestido mis dudas con falsas certezas
y he tratado de matar mis miedos
cerrando los ojos,
pero al final vuelvo a estar
desnudo y temblando,
hasta que, al encontrarte, todo cambia.
Tu evangelio es fuego que me enciende,
llamada que me pone en camino,
tesoro por el que lo vendo todo
y soy tan pobre y tan rico
Tu palabra despierta la pasión.
Tu vida es lección
que me enseña a vivir,
a querer,
a saltar al vacío.

Contigo, los sueños son posibles,


los tesoros infinitos,
el amor eterno.

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La puerta está abierta,
y el hogar repleto,
de momentos,
de historias,
de encuentros.
La fe arriesga,
y el miedo calla.

Me visto de Ti,
en mi debilidad tu fuerza,
y todo encaja...

José M.ª R. Olaizola, SJ

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Epílogo
(Vuelta a casa)

«Jesús se acercó y les habló: “Me han concedido plena autoridad en cielo y
tierra. Por tanto, id y haced discípulos entre todos los pueblos, bautizadlos
consagrándolos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, y enseñadles a vivir
cuanto os he mostrado. Yo estaré con vosotros siempre, hasta el fin del mundo»
(Mt 28,18-20).

YA está. Se acabó. Quizá leas esto en el tren o en el autobús que te lleva de nuevo a la
vida diaria, a los tuyos, a todo lo que aparcaste hace días o semanas, pero que te ha
seguido esperando.
O quizá ya lo lees en casa, cuando has llegado. Ya estás limpio y llevas ropa
cómoda, que no has tenido que lavar y relavar a mano y que huele bien. Todo lo tuyo te
rodea. Ahora el camino parece lejano. Ya no hay que cargar con la mochila. Volverán las
viejas rutinas mientras desaparecen los hábitos peregrinos. Te tocará enseñar fotos,
contar una y otra vez las mismas anécdotas a familiares y amigos más o menos
interesados en compartir la experiencia.
Se mezclarán estos días los sentimientos, los recuerdos, las memorias risueñas y las
nostalgias. Pero es tiempo, sobre todo, para agradecer. Agradecer lo vivido y lo
aprendido. Extraer lecciones de todo lo vivido. Dejar aún que pase un poco de tiempo
para ver qué te va quedando del camino. Entender que ahora continúas en marcha de
otra forma. Repasar tus notas, y ver qué significan ahora, cuando estás en casa. ¿Qué
has aprendido?
Nunca vuelve uno como salió de casa. Nunca. Vuelves con un equipaje distinto. Si,
además, le has dedicado un poco de tiempo a este camino interior, trenzado de gratitudes
y retos, de posibilidades y dificultades, habitado por uno mismo, los otros y Dios,
entonces es posible que tengas la sensación de que hay muchas cosas nuevas en tu vida.
Es éste, entonces, el tiempo para una última pregunta:

– ¿Qué cambia ahora? ¿Qué es diferente? ¿Qué propósitos, proyectos, posibilidades


se han podido abrir en estos días? Sobre mí, sobre los otros, sobre mi mundo,
sobre Dios...

Porque, no lo olvides, sigues en marcha.

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Toca seguir caminando

Toca seguir caminando,


más allá de la sombra y la duda,
más allá de la muerte y el miedo,
bebiendo palabras prestadas,
confiando en las fuerzas ajenas
si acaso las propias se gastan.

Toca seguir caminando,


acoger al peregrino,
relatar tu historia,
escuchar la suya
aliviar tristezas,
compartir mesa y vida.

Toca seguir caminando


con los ojos abiertos,
para descubrir al Dios vivo
que nos sale al encuentro
hecho amigo, pan y palabra.
En marcha, pues...

José M.ª R. Olaizola, SJ

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Índice
Portada 2
Créditos 3
El camino interior 4
Cómo utilizar este libro 6
Prolegómenos. ¿Qué hago aquí? Oportunidad y deseo 8
1. SALIR (y adentrarse en tierras nuevas) 11
2. EQUIPAJE 14
3. AVANZAR 17
4. DIFICULTADES (y la manera de reaccionar ante ellas) 20
5. RUTINAS 23
6. YO MISMO (Soledad, luces y sombras) 26
7. YO MISMO (Capacidades) 29
8. YO MISMO (Limitaciones) 32
9. YO MISMO (Miedos) 34
10. YO MISMO (Dolor) 36
11. LOS OTROS CERCANOS (Betania) 39
12. LOS OTROS COTIDIANOS (Conocidos, colegas y demás) 42
13. LOS OTROS EXTRAÑOS (Las vidas ajenas) 45
14. LOS OTROS LEJANOS (Vidas rotas) 48
15. IMÁGENES DE EL «OTRO» EN EL CAMINO 51
16. EL ENCUENTRO CON EL «OTRO» (Jesús en el camino) 54
17. EL ENCUENTRO CON EL «OTRO» (El Espíritu de Dios) 57
18. FLECHAS AMARILLAS 60
19. VALORES Y CONTRAVALORES DEL CAMINO. Austeridad
63
frente a despilfarro
20. VALORES Y CONTRAVALORES DEL CAMINO. Encuentro
65
frente a egoísmo
21. VALORES Y CONTRAVALORES DEL CAMINO. Gratitud 68

88
frente a exigencia 68

22. CAMBIOS (Convertirse) 70


23. RECONCILIACIÓN 73
24. METAS PERSONALES 75
25. METAS COLECTIVAS 77
26. LA VIDA COMO PEREGRINACIÓN 80
27. LLEGAR 83
Epílogo (Vuelta a casa) 86

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