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Padres e hijos de crianza en Colombia, familias reales sin derechos formales en

materia de sucesiones.
Sebastián García Manrique
201012831
“Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son
dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y
la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los
gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados…..”.
Declaración de Independencia de los Estados Unidos. Filadelfia 4 de julio de 1776.

Creemos que las buenas relaciones familiares y sociales son la principal fuente de nuestra felicidad
y... ¡no estamos equivocados!
http://www.institutodelafelicidad.com/

INTRODUCCION.

Las figuras del hijo de crianza, la del padre o la de madre de crianza, no existen en el
ordenamiento legal colombiano; han sido apenas mencionadas por la doctrina y la
jurisprudencia, y no siempre como aquella relación que genere derecho, sino más bien
como sinónimo de educación, manutención y convivencia, concediéndosele de forma un
tanto “residual” algunos derechos y en circunstancias muy particulares, a pesar de poseer
una proyección constitucional innegable en la búsqueda de esos derechos innominados[1],
que “siendo inherentes a la persona humana” no figuran expresamente señalados en la
Constitución y en los convenios internacionales.

Y es que en la práctica de la jurisdicción ordinaria, tendríamos que aceptar la imposibilidad


de adecuarla a un precepto legal determinado, cuando es la misma ley la que en forma
taxativa enumera las modalidades de los vínculos familiares, sin que aparezca por ninguna
parte la crianza como generadora de derechos.

Sin olvidar que el principio de constitucionalidad rebasa al de legalidad, y que a su vez el


de convencionalidad avanza con paso moderado en nuestra jurisprudencia, para desarrollar
el presente trabajo, acudiremos inicialmente a las normas legales, en la búsqueda de
encontrar, en el derecho civil, la figura que nos permita establecer o incorporar el derecho
de los hijos y de los padres de crianza, dejando a un lado la costumbre pesimista de legislar
para prevención del delito y no para reconocer posibilidades afectivas que generan derechos
y propician una sociedad mejor, tal y como lo expresan los epígrafes del presente trabajo.

En ese objetivo, observaremos el desarrollo jurisprudencial que ha tenido el concepto de


familia, no sólo desde la ciencia del derecho, de manera tal que nos permita apoyar nuestra
posición en la necesidad de configurar la crianza como elemento constitutivo de algunas
estructuras familiares; detallaremos los grados hereditarios en la ley colombiana,
analizaremos la normatividad que le otorga al donante la capacidad para exigir alimentos al
donatario y la posibilidad de aplicar los mismos criterios legislativos a la crianza, pudiendo
equiparar o exigir derechos hereditarios con fundamento en la equidad y solidaridad;
acudiremos al desarrollo del derecho a la personalidad jurídica, que comprende el estado
civil de las personas, para poder incluir en éste, la crianza como parte necesaria en la
defensa de relaciones afectivas que generan derechos

De igual forma, exploraremos el concepto jurisprudencial del denominado imperio de la


ley, para determinar que es posible establecer el registro de la crianza como elemento del
estado civil, sin que ello implique desconocer la legalidad misma, teniendo como
fundamento la manifestación de la voluntad, origen de derechos y obligaciones.

1. EL CONCEPTO DE FAMILIA.

El derecho es cambiante, siempre lo ha sido, y por ello, la legislación se adapta a las


necesidades que le impone el acontecer de una sociedad en constante desarrollo, y que va
dejando por fuera cualquier posibilidad de “petrificación” normativa que atente contra su
propia dinámica. A veces lo hace en un periodo de tiempo razonablemente corto; otras
veces, el tiempo llega con las nuevas generaciones sin que las modificaciones sean
sustantivas.

Siendo la familia núcleo fundamental de la sociedad, no sólo en nuestro país, sino en los
demás países del mundo occidental, es apenas lógico que cambie el contexto sobre el cual
se elabora su definición, cambiando los términos que la referencian. “Cuando la
Constitución señala que la familia es el núcleo fundamental de la sociedad, está
reconociendo el deber de proteger a cada uno de los miembros y a renglón seguido
establece la forma de constituirse, ya sea por vínculo jurídico, por la decisión libre de un
hombre y una mujer de contraer matrimonio o por la voluntad responsable de
conformarla, lo enunciado permite afirmar que el contenido de la norma no es taxativo
sino enunciativo, parte de la forma clásica de constituir una familia, de donde concluyo
que el inciso primero de tal artículo hace referencia a una pluralidad de familias
constituidas de diferentes formas”.[2]

Ahora bien, si miramos el concepto de familia desde la óptica de otras ciencias, tenemos
que para la sociología “La familia, grupo o institución social, es un sistema de parentesco,
conyugal, residencial y doméstico, cuya estructura sigue estando desigualmente distribuida
en sus roles sexuales, en el ejercicio del poder y de todas aquellas acciones sociales que
determinan su dinámica. Su relevancia es incuestionable como agente socializador, como
promotor de cambios. La familia moderna vive no una crisis, sino un tránsito y busca
alternativas que se planteen en la equidad social. El impacto, no obstante, es disímil y
como ya hemos dicho, es difícil hablar de un exclusivo modelo familiar moderno frente a
un modelo tradicional, el análisis de la diferencia aplicado consecuentemente sigue siendo
el recurso para pensar la familia desde la Sociología”.[3]

Mientras que para la Psicología lo define “como la unión de personas que comparten un
proyecto vital de existencia en común que se supone duradero, en el que se generan fuertes
sentimientos de pertenencia a dicho grupo, en el cual existe un compromiso personal entre
sus miembros y se establecen intensas relaciones de intimidad, reciprocidad y
dependencia”.[4]

Los doctores Eduardo Oliva Gómez y Vera Judith Villa Guardiola, en el año 2014, en su
escrito titulado “Hacia un concepto interdisciplinario de la familia en la globalización”,
extendieron el concepto legal de familia, al definirlo como el grupo de dos o más personas
que coexisten como unidad espiritual, cultural y socio-económica, que aún sin convivir
físicamente, comparten necesidades psico-emocionales y materiales, objetivos e intereses
comunes de desarrollo, desde distintos aspectos cuya prioridad y dinámica pertenecen a su
libre albedrío: psicológico, social, cultural, biológico, económico y legal.

En Colombia, y dentro de los mandatos específicos que el Constituyente estableció en


relación con la familia, en el Artículo 42 de la Constitución Política encontramos, entre
otros, las formas de conformación de la familia; su protección integral; la inviolabilidad de
su honra y dignidad; la igualdad de derechos y deberes en la pareja, en las relaciones
familiares y el respeto mutuo entre los integrantes de la familia; la obligación de reprimir y
sancionar la violencia que atente contra la armonía y unidad familiar; la igualdad de
derechos y deberes de todos los hijos; y el derecho de la pareja a decidir de manera libre y
responsable el número de hijos que tendrán y el deber de sostenerlos y educarlos mientras
sean menores o impedidos.

Como puede observarse, en todos los conceptos, incluido el de la Corte Constitucional, se


desborda la parte meramente biológica o consanguínea, así como la civil que encierra la
adopción. Eso se refleja en el contexto legal colombiano, donde encontramos que la Ley
294 de 1996, modificada por las Leyes 575 de 2000 y 1257 de 2008, y que tiene por
finalidad prevenir, remediar y sancionar la violencia intrafamiliar, establece en su artículo
2°, para efectos de las misma norma, que además de los cónyuges o compañeros
permanentes, el padre y la madre de familia, aunque no convivan en un mismo lugar, los
ascendientes y descendientes de los anteriores y los hijos adoptivos de los mismos, también
integran la familia todas las demás personas que de manera permanente se hallen integrados
a una comunidad doméstica. En estos casos, se legisla en razón de prevenir o subsanar
daños que puedan ocurrir, pero no para conceder y reconocer derechos, como si lo uno no
fuera concomitante con lo otro.

La Ley 1361 del 3 de diciembre de 2009, estableció la protección integral y universal de la


familia colombiana a través de disposiciones necesarias para la elaboración de una Política
Pública para la familia, definiendo a la familia en forma idéntica a la Constitución,
estableciéndole una carta de derechos de la cual es titular la familia y sobre la cual el
Estado y la sociedad tienen la obligación de garantizarle su pleno ejercicio.
Esa estructura básica de la sociedad, es decir, la familia, no se percibe de una sola forma
en términos constitucionales modernos, porque sus formas son variadas, en constante
cambio y transformación, muchas veces para enfrentar las nuevas exigencias del medio, y
otras veces, para proteger a sus integrantes. Fue por ello, que en la sentencia C-577 de
2011[5], donde se estudiaba la constitucionalidad del artículo 113 del Código Civil, la
Corte Constitucional incorpora otras disciplinas del saber, y define la familia desde una
realidad sociológica, afirmando que el concepto de familia tiene una definición mucho más
amplia que la dada por el texto constitucional, definiéndola “como aquella comunidad de
personas emparentadas entre sí por vínculos naturales o jurídicos, que funda su existencia
en el amor, el respeto y la solidaridad, y que se caracteriza por la unidad de vida o de
destino que liga íntimamente a sus integrantes más próximos”; posteriormente, en esa
misma providencia, la Corte define a la familia, como “medio natural para el crecimiento y
bienestar de todos sus miembros, y en particular de los niños”, es el escenario en donde se
cumple “el derecho de padres e hijos a establecer y conservar relaciones personales”,
mediante manifestaciones de recíproco afecto, trato continuo y comunicación permanente,
“que contribuyen a satisfacer en unos y otros naturales y legítimas aspiraciones derivadas
de los lazos de sangre”.

Por último, siguiendo con el mismo fallo, la Corte concluye la definición en los siguientes
términos: “el concepto de familia no incluye tan solo la comunidad natural compuesta por
padres, hermanos y parientes cercanos, sino que se amplía incorporando aun a personas
no vinculadas por los lazos de la consanguinidad, cuando faltan todos o algunos de
aquellos integrantes, o cuando, por diversos problemas, entre otros los relativos a la
destrucción interna del hogar por conflictos entre los padres, y obviamente los
económicos, resulta necesario sustituir al grupo familiar de origen por uno que cumpla
con eficiencia, y hasta donde se pueda, con la misma o similar intensidad, el cometido de
brindar al niño un ámbito acogedor y comprensivo dentro del cual pueda desenvolverse en
las distintas fases de su desarrollo físico, moral, intelectual y síquico”. (Subrayado fuera
del texto original)
Sin embargo, en la aclaración de voto del magistrado ponente, debemos apreciar que hubo
una intención de acoger figuras del derecho comparado y aplicarlas en nuestro
ordenamiento jurídico, tales como “la unión civil o registrada, diferente del matrimonio y, a
la vez, de la unión de hecho”, por lo cual se proponía incorporarlas, ya que en palabras del
magistrado Ponente “sin exceder el marco permitido por la interpretación de los textos
constitucionales, se puede afirmar categóricamente, que en el ordenamiento superior
colombiano tienen cabida la unión civil o registrada como mecanismo para dar origen a la
familia conformada por la pareja homosexual”.

Esta mirada amplia del concepto de familia no está limitada a vínculos consanguíneos, sino
de protección y como medio para el desarrollo humano y espacio para enfrentar las
dificultades de la vida, connotando en sus definiciones, aspectos que trascienden relaciones
biológicas o consanguíneas, como lo reafirmaremos más adelante al analizar el retroceso
que significa la ley 797 de 2003 en el concepto de familia.

• El  Concepto  de  Crianza  en  el  Ordenamiento  Jurídico  Colombiano.  

En Colombia no ha existido una norma legal, o reglamentaria, que defina los conceptos
“hijo de crianza” o “padre de crianza”, manteniendo nuestra legislación una postura
rezagada, con respecto a los derechos patrimoniales que se reconocen después de
presuponer la existencia de una comunidad de vida que se apoya en el trabajo, ayuda y
socorro mutuos de quienes la conforman.

Después de la Constitución del 91, la jurisprudencia colombiana ha emitido un


“significativo número de sentencias en las que vemos a los jueces referirse al hijo de
crianza, no solamente como un mito, una figura meramente decorativa, cuya existencia es
intrascendente, sino que en algunas ocasiones se le ha dado un tratamiento jurídico de
sujeto de derechos y obligaciones en relación con sus padres de crianza, derivado del
reconocimiento de una realidad social en la que lo familiar va más allá del vínculo
sanguíneo o civil, atendiendo en este caso al vínculo afectivo y a la posesión notoria del
estado de hijo (de crianza), …” [5]
Con el objeto de dilucidar un poco esa realidad social, debemos establecer los conceptos o
situaciones donde el hijo tiene vínculos de sangre con al menos uno de los padres, o los
casos en los cuales no posee este vínculo con ninguno de los dos.

o Del  Hijo  Antenado.  

Es aquel donde el hijo tiene un vínculo sanguíneo, bien con la madre, o bien con el padre;
también se conoce como alnado, antenado o hijastro. Es, de acuerdo a lo expresado en esta
definición, el menor que llega a la conformación de la nueva estructura familiar con su
madre o su padre biológico. La palabra antenado proviene del latín “ante antus”, que
significa nacer antes y se denominan hoy en día con el término de “hijastros”.

Sobre este término, “La primera definición se puede leer en el diccionario de 1726:
ALNADO, DA s.m.y f. El hijo, o hija que trahen los casados al matrimonio, respecto del
hombre o muger con quien le contrahen. Llámanse tambien Antenados, ó Entenados. Una y
otra voz vienen del Latino Antenatus, que quiere decir nacido antes de aquel matrimonio, ó
nacido de otra muger.
Lámanle alnado de Urías, porque lo ovo el Rey David en la muger de Urías su caballero.
La Madre cuidaba de los alnados como de hijos propios”.[6]

o Del  Hijo  Expósito.  

En este punto, creemos necesario establecer, que en el artículo 62 del Decreto 1260 de
1970, por el cual se expidió el Estatuto del registro del Estado Civil de las personas, se
contempla, en el artículo 62, lo siguiente: “Si por el recién nacido expósito, o por otro
motivo se ignore el apellido de los padres, el funcionario encargado del registro llenará la
falta, asignándole uno usual en Colombia”. Posteriormente, el Decreto 1379 de 1972,
cobijó la forma en que se debía hacer el registro de los menores abandonados o expósitos,
que no lo contemplaba el decreto 1260 de 1972, que reglamentó lo referente al estado civil
de las personas.
Así mismo, el Decreto 158 de 1994, artículo 4º, modificó la norma anterior, conteniendo
como definición de expósito, “el niño recién nacido no mayor de un mes que ha sido
abandonado y por hijo de padres desconocidos a la persona mayor de un mes de quien se
ignora quiénes son sus padres y de cuyo registro no se tenga noticia”.

La Corte Constitucional, en sentencia T-217 de 1994 [7], lo definió así: “El calificativo de
EXPOSITO se da al "recién nacido abandonado o expuesto en un paraje público"
(Diccionario de Ciencias Jurídicas, Políticas y Sociales, de Manuel Ossorio).
El Código del Menor trata en el título II "Del menor abandonado o en peligro físico o
moral". Uno de los casos de abandono es, precisamente, el del menor expósito”.

Sobre el objeto primordial de lo que se denomina solidaridad social, que establece


parámetros en la forma como debe interpretarse el Derecho humanitario, en esa misma
providencia, la Corte precisó: “Si un núcleo humano está protegiendo eficaz y
honestamente a un niño, el Estado no puede válidamente hostigar y atacar a quien cumple
con el deber constitucional de la solidaridad. Y si lo hace, está poniendo en peligro la
asistencia que le dan al niño para su desarrollo armónico e integral. El niño tiene derecho
a que se le preste solidaridad. Y es ilógico que si un niño está ubicado concretamente en un
hogar que solidariamente le brinda protección, funcionarios del Estado desubiquen al
menor con la disculpa de buscarle una ubicación abstracta. Esta actitud incoherente
atenta contra la solidaridad objetiva y va en contra del Estado Social de Derecho. Lo
normal es que el niño nazca en el seno de una familia. Lo excepcional que sea expósito. El
derecho del menor a tener una familia, no significa necesariamente que deba ser
consanguínea y legítima. Es también el derecho a que provisionalmente el niño tenga su
hogar amigo, su familia sustituta, por eso el Código del Menor emplea el término
COLOCACION FAMILIAR”.

o Padre  o  Madre  de  Crianza.  

Una vez definidos estos términos, debemos expresar que en nuestra normatividad, al padre
no biológico es al que se le denomina padrastro, lo que parece ser una generalidad
aceptada, siempre y cuando el hijo o hija sea del compañero o compañera, es decir, sea
antenado o entenado, y que se le han reconocido los mismos derechos en materia de salud y
educación, que a los hijos con lazos de consanguinidad.

La Corte Constitucional en el año 2001, expresó a este respecto: “la jurisprudencia ha


establecido que se debe proteger a la familia y a los derechos que a ella le asisten como
son: un adecuado nivel de vida, la asistencia médica, el cuidado e igual protección de los
niños nacidos del matrimonio o fuera de él, y los discapacitados que hagan parte del grupo
familiar. Así las cosas, de haber protegido el derecho a la igualdad de las hijastras en
materia de educación, que es a lo que se contrae el presente asunto, se estaría protegiendo
la institución básica de la sociedad que es la familia, en un aspecto específico cuya
trascendencia resulta innegable. En este caso la discriminación entre los hijos y los
hijastros es evidente, pues, la desigualdad entre ellos no puede predicarse respecto al
derecho a la educación”. [8]

Otra cosa parece suceder en materia de derechos hereditarios, ya que la jurisprudencia ha


oscilado en el tema, concediéndolos algunas veces y negándolas otras. A más de ello, las
circunstancias sobre las que nuestra legislación contempla posibilidades de exigir derechos
son variadas, pero aún sin contemplar la normativización de la crianza en los casos antes
referenciados.

2. EL ORDEN HEREDITARIO EN COLOMBIA.

En el tema de derechos de sucesiones y, específicamente en el establecimiento de órdenes


hereditarios, orden la Ley colombiana vigente actualmente es la Ley 29 de 1982, la cual
modificó lo que hasta ese momento se tenía que era el texto original del código civil y la
ley 45 de 1936.

Esta norma estableció los siguientes órdenes hereditarios:


2.1 Primer Orden.

Los artículos 1 y 4 de esta ley, perfeccionan el primer orden, el primero adiciona el artículo
250 del Código Civil asÍ: “ los hijos son legítimos, extramatrimoniales y adoptivos y
tendrán iguales derechos y obligaciones”. De esta manera queda el primer orden hereditario
perfeccionado, eliminando todas las desigualdades que se tenían a favor de los hijos
legítimos; y el artículo 4 consagra: el artículo 1045 del Código Civil quedará así: Los hijos
legítimos adoptivos y extramatrimoniales, excluyen a todos los otros heredereros y
recibirán entre ellos iguales cuotas, sin perjuicio de la porción conyugal”.

El llamamiento en el primer orden es, no a los descendientes en general, sino


exclusivamente a los hijos personalmente o por representación, debemos anotar que ellos
excluyen a los demás herederos; concediéndosele La más importante reforma en este orden
ha sido la de elevar la categoría de herederos a los hijos extramatrimoniales y adoptivos
simples de herederos concurrentes a herederos tipo. [9]

2.2 Segundo Orden.

Para que el segundo orden exista o se tenga en cuenta, es preciso que el primero se
encuentre vacante, lo cual acontece cuando no existen hijos que puedan o quieran suceder
personalmente o puedan ser representados legalmente. El artículo 5 de la ley 29 de 1982
fijó definitivamente lo concerniente al segundo orden hereditario quedando modificado el
artículo 1046 del Código Civil, así:

Aquí el cónyuge no es el heredero principal sino concurrente, aunque si es heredero de este


orden, pero sólo si existen herederos incluidos o señalados en este orden.

Es de destacar en este artículo el inciso final, ya que consagra que en la adopción plena los
adoptantes excluyen a los ascendientes de sangre. “Esta exclusión es absoluta porque
jamás los ascendientes de sangre (progenitores) podrán suceder intestadamente a su hijo
consanguíneo que ha sido adoptado plenamente por otras personas, ello obedece a que con
la adopción plena se extingue todo parentesco con tales ascendientes porque el hijo
adoptivo deja de pertenecer a su familia de sangre (art. 278 c.c.) y por lo tanto a falta de
padres adoptantes, adquieren vocación hereditaria los que sigan como ascendientes
adoptantes (abuelos, bisabuelos, etc)”. [10]

2.3 Tercer orden.

En este orden tanto el cónyuge como los hermanos son herederos principales; no hay
herederos concurrentes, por lo tanto cualquiera de ellos que exista sostiene el orden [11],
pudiendo heredarse todos los hermanos entre sí, sean legítimos, extramatrimoniales o
adoptivos a excepción del adoptivo simple que por la limitación del parentesco no tiene
hermanos en la familia adoptiva, conservan sus hermanos de sangre.

2.4 Cuarto Orden.

El artículo 8 de la Ley 29 de 19825, que modificó el artículo 1051 del Código Civil,
establece que a falta de descendientes, ascendientes, hijos adoptivos, padres adoptantes,
hermanos y cónyuges, sucederán al difunto los hijos de sus hermanos.

2.5 Quinto Orden.

Según la modificación de la Ley 29 de 1982 al artículo 1051 del Código Civil, así como
consecuencia de lo que se había dispuesto en la Ley 75 de 1968, cuando no haya ninguna
persona en los órdenes precedentes, sucederá el instituto Colombiano de Bienestar familiar.

Como puede observarse, a pesar de la amplia inclusión que realiza la Ley 29 de 1982 con
respecto a los hijos adoptivos y extramatrimoniales, así como de los padres adoptantes, en
los tres primeros órdenes hereditarios, no establece nada con respecto a los hijos o padres
de crianza, debiendo corresponder a la Rama Judicial la salvaguarda de estos derechos.

Quizás un paso hacia el reconocimiento de que existen injusticias legales o leyes injustas,
lo ha dado la Corte Constitucional cuando sostuvo: “Sería deseable que el Legislador, en
un único acto, eliminara todas las injusticias, discriminaciones y males existentes, pero
dado que en la realidad ello no es posible, esta Corte no puede declarar la inexequibilidad
de una ley que resuelve atacar una sola injusticia a la vez, salvo que al hacerlo consagre
un privilegio ilegítimo u odioso o la medida injustamente afecte a las personas o grupos
que todavía no han sido favorecidos”.  [12]

Ap.guatavita@uniandes.edu.co

3. DERECHO DEL DONANTE A EXIGIR ALIMENTOS CONGRUOS: LA


EQUIDAD Y SOLIDARIDAD COMO FUNDAMENTO.

3.1 El Derecho de Alimentos.

El derecho de alimentos es aquél que le asiste a una persona para reclamar de quien está
obligado legalmente a darlos, lo necesario para su subsistencia cuando no está en capacidad
de procurársela por sus propios medios. “La obligación alimentaria está entonces en
cabeza de la persona que, por mandato legal, debe sacrificar parte de su propiedad con el
fin de garantizar la supervivencia y desarrollo del acreedor de los alimentos”. [13]

Ahora bien, para los menores de edad, el derecho de alimentos se define en el artículo 24
de la Ley 1098 de 2006, conocido como el Código de la Infancia y la Adolescencia, el cual
establece que “Los niños, las niñas y los adolescentes tienen derecho a los alimentos y
demás medios para su desarrollo físico, psicológico, espiritual, moral, cultural y social, de
acuerdo con la capacidad económica del alimentante. Se entiende por alimentos todo lo
que es indispensable para el sustento, habitación, vestido, asistencia médica, recreación,
educación o instrucción y, en general, todo lo que es necesario para el desarrollo integral
de los niños, las niñas y los adolescentes. Los alimentos comprenden la obligación de
proporcionar a la madre los gastos de embarazo y parto”.

 
Así, tenemos que este derecho de alimentos tiene dos variantes: los alimentos para menores
de edad y los alimentos para los mayores de 18. En ambos casos, es necesario que quien
exige esos alimentos esté facultado expresamente por la Ley para ello. Por esto, el Título
XXI del Código Civil Colombiano, de los alimentos que se deben por ley a ciertas
personas, contiene en el artículo 411 a quienes se les debe alimentos, estableciendo en el
numeral 10 que se le debe “Al que hizo una donación cuantiosa si no hubiere sido
rescindida o revocada”. Posteriormente, en el artículo 416, al establecer el orden de
prelación de derechos para pedir alimentos, le otorga el primer orden de preferencia al
donante, lo que en 2003 fue demandado por inconstitucional y a la postre declarado
exequible por la Corte.[14]

3.2 Los alimentos voluntarios, necesarios y congruos.

Inicialmente estableceremos que existen los alimentos voluntarios, que son aquellos que
surgen de la liberalidad de disposición que una persona tiene, sin existir obligación legal
para con otra, y aun así se los provee; en segundo lugar, tenemos los alimentos necesarios
son aquellos que se cuantifican teniendo en cuenta lo que la persona necesita para subsistir,
aunque no se ha determinado por la ley qué es lo que una persona necesita para subsistir,
dejando un margen de discrecionalidad que puede resultar motivo de conflictos.

Por último, tenemos que los alimentos congruos son aquellos que le permiten, a quien los
recibe, “subsistir modestamente de un modo correspondiente a su posición social” [15], y
que la Corte Constitucional, ante la demanda de inconstitucionalidad de dicha norma, en la
sentencia antes referenciada, expresó: “…los únicos beneficiarios de alimentos congruos
que pueden no ser familiares del obligado a dar alimentos son los donantes. Esta distinción
tiene como finalidad proteger al donante de una eventual situación de pobreza y obligar al
donatario a auxiliarlo. Ello responde claramente al principio de equidad consagrado en la
Carta. Además, la norma debe analizarse teniendo en cuenta que la libertad de
configuración del legislador en este aspecto es amplia. Así, encuentra la Corte que el
medio usado por el legislador para garantizar la asistencia del donatario al donante es
adecuado. Y la protección dada por la ley -que otorga alimentos congruos al donante- se
justifica teniendo en cuenta que la enajenación de los algunos bienes del donante en favor
del donatario es un gesto que sin duda muestra bastante cercanía y significa el
mejoramiento significativo de las condiciones de vida de quien recibe la donación. La
regulación de los alimentos, está basada no sólo en la cercanía familiar sino también en
el deber de solidaridad frente a quienes han sido ejemplo y apoyo”.(Negrilla y resaltado
fuera del texto original).

 
Conforme a nuestro Código y a las leyes posteriores que regulan la materia, se deben
alimentos congruos: al cónyuge, a la mujer o al hombre separado o divorciado sin culpa
suya, a los descendientes (legítimos, extramatrimoniales y adoptivos), a los ascendientes
(legítimos, extramatrimoniales y adoptantes), y al donante que hizo una donación
cuantiosa. Además, por motivos de equidad, un compañero permanente puede estar
obligado a alimentar al otro, como lo decidió esta Corte en la sentencia C-1033 de 2002 en
la cual declaró exequible el numeral 1º del artículo 411 del Código Civil, “siempre y
cuando se entienda que esta disposición es aplicable a los compañeros permanentes que
forman una unión marital de hecho”[16]. De otro lado, se deben alimentos necesarios a los
hermanos legítimos.

Esa “donación cuantiosa” es, a la luz de lo establecido en el artículo 1458, modificado por
el art. 1º, Decreto 1712 de 1989, aquella que “exceda la suma de cincuenta (50) salarios
mínimos mensuales”. En esos términos, podríamos suponer que un padre de crianza, clase
media-media, entrega a su hijo mucho más de esa cifra, representado en alimentos,
educación, vestido y demás, en un término de quince (15) años, aproximadamente. Lo
inverso, del hijo hacia el padre, sería cuestionable en términos cuantitativos, no así en
aspectos cualitativos que también podrían y deberían considerarse.

Nuestra jurisprudencia valora, cuando de perjuicios se trata, los daños que se ocasionan
más allá del perjuicio físico, dándole a la parte inmaterial o psíquica una trascendencia
acorde con los lineamientos de un derecho más justo y un concepto de justicia material que
bien podría y debería aplicarse al concepto de crianza como elemento constitutivo de una
familia.

Sobre los daños por afectación psicofísica, el Consejo de Estado [17] señaló: “… a la luz de
la evolución jurisprudencial actual, resulta incorrecto limitar el daño a la salud al
porcentaje certificado de incapacidad, esto es, a la cifra estimada por las juntas de
calificación cuando se conoce. Más bien se debe avanzar hacia un entendimiento más
amplio en términos de gravedad de la afectación corporal o psicofísica, debidamente
probada dentro del proceso, por cualquiera de los medios probatorios aceptados, relativa
a los aspectos o componentes funcionales, biológicos y psíquicos del ser humano”.

Es de resaltar que, aparte de ampliar el concepto de daño, esta sentencia de unificación


jurisprudencial acepta la existencia de modos probatorios diferentes a los tradicionales,
pero que se reconocen e incluyen aspectos psíquicos del ser humano, como lo fue la
declaración de un vecino de la pareja demandante y el sustento de estudios similares por
ciencias de la salud mental; ese mismo carácter cualitativo podríamos esperar de quienes
han de reconocer y aceptar que la familia de crianza desarrolla elementos psíquicos
suficientes para ser objeto de un daño si se desconoce el derecho que puede contener y que
debe ser reconocido, bien sea de los hijos hacia el padre o del padre hacia los hijos.

4. LA PERSONALIDAD JURIDICA.

El artículo 14 de la Constitución Política de 1991, consagra el derecho fundamental que


tiene toda persona a que se le reconozca su personalidad jurídica, reafirmando lo
establecido en el artículo 16 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos
aprobado por el Estado colombiano mediante la Ley 74 de 1968, y lo establecido en el
artículo 3 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos, aprobada a través de la
Ley 16 de 1972.
Mediante sentencia C-109 de 1995 [18], la Corte Constitucional señaló que “el derecho a la
personalidad jurídica no se reduce únicamente a la capacidad de la persona humana de
ingresar al tráfico jurídico y ser titular de derechos y obligaciones sino que comprende,
además, la posibilidad de que todo ser humano posea, por el simple hecho de existir e
independientemente de su condición, determinados atributos que constituyen la esencia de
su personalidad jurídica e individualidad como sujeto de derecho”. Dichos atributos
corresponden a los establecidos en la legislación civil colombiana como el nombre, el
estado civil, domicilio, la nacionalidad, y la capacidad para adquirir derechos y
obligaciones, entre otros.

No en vano es que el último inciso del artículo 42 de la Constitución, señala: “la ley
determinará lo relativo al estado civil de las personas y los consiguientes derechos y
deberes”. Ese estado civil se desarrolla a través de la inscripción en el registro civil, que a
su vez es un procedimiento que sirve para establecer, probar, y publicar todo lo relacionado
con el estado civil de las personas, desde su nacimiento hasta su muerte. Así las cosas,
tenemos que el estado civil es un conjunto de situaciones jurídicas que relacionan a cada
persona con la familia de donde proviene, o con la familia que ha formado y con ciertos
hechos fundamentales de la misma personalidad.

En estos términos, el decreto 1260 de 1970 señala en su artículo 1° que “es una situación
jurídica en la familia y en la sociedad … que debe ser inscrito en el correspondiente
registro”, colocando a renglón seguido en el artículo 2°, que se deriva de “los hechos, actos
y providencias que lo determinan y de la calificación legal de ellos”.

El artículo 5º del decreto 1260, señala los hechos y actos relativos al estado civil que deben ser
inscritos en el registro del mismo: “Los hechos y los actos relativos al estado civil de las
personas, deben ser inscritos en el competente registro civil, especialmente los nacimientos,
reconocimientos de hijos naturales, legitimaciones, adopciones, alteraciones de la patria
potestad, emancipaciones, habilitaciones de edad, matrimonios, capitulaciones matrimoniales,
interdicciones judiciales, discernimientos de guarda, rehabilitaciones, nulidades de matrimonio,
divorcios, separaciones de cuerpo y de bienes, cambios de nombre, declaraciones de seudónimo,
manifestaciones de avecindamiento, declaraciones de ausencia, defunciones y declaraciones de
presunción de muerte, así como los hijos inscritos , con indicación del folio y el lugar del
respectivo registro”.

Es así como el derecho a la personalidad jurídica, incluyendo obviamente el estado civil de las
personas, es una manifestación concreta del principio de igualdad consagrado en el artículo 13
de la Constitución. Ahora bien, cómo podríamos explicar que sea posible inscribir la declaración
de “seudónimos” y no la relación afectiva con un hijo o padre de crianza?

Si de poder identificar e individualizar a una persona se trata, qué forma más adecuada que la
familia de donde proviene? Más allá de cualquier otro tipo de consideraciones, los seudónimos
son difícilmente heterogéneos, sobre todo cuando cada comunidad utiliza los mismos, aunque en
diferentes personas. Un “patrón”, “male” o “angelito”, será menos identificable que el niño,
padre o madre que, “criaron” o “se crió”, con alguien cuyos nombres y apellidos son más
específicos, razón por la cual debería entenderse que la interpretación literal de esta norma no se
acoge al sentido que posee el imperio de la ley en la Constitución de 1991.

5. EL IMPERIO DE LA LEY.

El principio de legalidad como criterio principal del ordenamiento jurídico, mantuvo su


pedestal en la Constitución de 1991, aunque la misma norma consagró el establecimiento
de otras fuentes como criterios complementarios. En el artículo 230 se estableció el
sistema de fuentes de la actividad judicial, y se expresa literalmente lo siguiente: “Los
jueces, en sus providencias, sólo están sometidos al imperio de la ley. La equidad, la
jurisprudencia, los principios generales son criterios auxiliares de la actividad judicial”.
Ante el surgimiento de este concepto y con el transcurrir de la labor judicial y pedagógica
de la Corte Constitucional, se fueron definiendo términos como el del “imperio de la ley”,
el cual generaba posiciones encontradas entre quienes seguían fieles al principio de
legalidad y aquéllos que defendían el posicionamiento del principio de constitucionalidad al
momento de aplicar justicia.
Por ello, en ocasiones el denominado principio de legalidad se acoge literalmente, pudiendo
vulnerar derechos que, observados con otra óptica, serían preservados. Un camino que
pareciera aún está por recorrerse en muchos de los despachos judiciales, tal y como sucedió
cuando la Corte Suprema de justicia, con ponencia de la Magistrada Isaura Vargas Díaz
optó por no conceder el beneficio al hijo de crianza de ser acreedor de la pensión de
sobrevivientes respecto de sus padres de crianza y viceversa, debido a un cambio legislativo
en el año 2003.

Con la Ley 797 de ese año, en su art. 13, literales A y C, y en su Parágrafo, se modificó el
art. 47 de la ley 100 de 1993, estableciendo que se debía acreditar la dependencia
económica del beneficiario con el causante al momento de su muerte y además se requería
que el vínculo entre el padre, el hijo o el hermano inválido sea el establecido en el Código
Civil, donde no está concebida la noción de ‘hijo de crianza’, a quien por la mera
convivencia se le dispensa afecto y trato familiar, sino las de hijos legítimos, legitimados,
adoptivos y extramatrimoniales.

Una norma regresiva, aplicada en una sentencia con una gran restricción del imperio de la
ley, que tuvo como argumento que los beneficios otorgados a padres o hijos de crianza, en
otras providencias anteriores de la misma Corporación, fueron sobre un “criterio debió ser
modificado ante el nuevo marco jurídico legal que imperativa restringe la calidad de
beneficiario pensional a quienes de acuerdo con la ley civil pueden ser tenidos como
padres, hijos y hermanos; tal como lo expresó la Corte en los términos de la sentencia de
14 de agosto de 2007”[19]. Sobre esa regresión de orden legal nos referiremos
posteriormente.

El retroceso fue grande para las relaciones que encajan en el concepto de crianza, a pesar de
que en providencias como la Sentencia T-123 de 1995, cuyo Magistrado Ponente fue el
Doctor Eduardo Cifuentes Muñoz, la Corte Constitucional cerraba el círculo de autonomía
interpretativa del juez y ampliaba, a su vez, el contenido del concepto “imperio de la ley”,
al disponer que el principio de independencia judicial no era absoluto, ya que en ese intento
de mantener al operador judicial ajeno a cualquier factor externo al precepto de la ley, se
violentaba o afectaba el principio de igualdad.

Estos planteamientos fueron concurriendo al denominado imperio de la ley, llegando a


conformarse paso a paso una definición amplia del mismo. En el estudio del proyecto de
Ley Estatutaria de la Justicia [20], expresamente en el estudio del artículo 5° que hace
referencia a la autonomía e independencia de la Rama Judicial, la Corte dictaminó que “el
término “ley”, al entenderse en su sentido general, comprende en primer lugar a la
Constitución Política”.

Más adelante, y en beneficio de la discusión sobre los criterios de obligatoria observancia,


en esta misma providencia, la Corte señaló: “No obstante, debe esta Corporación advertir
que la prohibición de imponer “criterios” contenida en el inciso segundo de la norma bajo
examen, debe entenderse sin perjuicio del carácter vinculante que pueda tener en
determinados casos la doctrina de la Corte Constitucional, en los términos que más
adelante habrá de precisarse”.

Los términos en los que se pronunciaría la Corte, son aquellos en los que se define la
doctrina constitucional, emitida por la Corte Constitucional, sobre el contenido y alcance
de los derechos constitucionales con ocasión de la revisión de los fallos de tutela. Para esa
Corporación, esa doctrina trasciende las situaciones concretas que le sirven de base y se
convierte en pauta que unifica y orienta la interpretación de la Constitución, con el refuerzo
normativo que encierra el denominado bloque de constitucionalidad.

De esta forma, tenemos que el denominado “imperio de la ley” es mucho más allá que la
fuerza en la expresión literal que la conforma; así, el límite que comporta ese “imperio”
está conformado, en una primera instancia, por la prohibición de sobreponer la autonomía
judicial y la libertad de interpretación de la ley para desconocer los derechos
fundamentales de las personas, es decir, la Constitución forma parte integral del concepto;
sumado a ello, nos encontramos con el bloque de constitucionalidad que amplía, cualitativa
y cuantitativamente, las normas a tener en cuenta por el operador judicial; a más de ello,
existe el deber de proteger en forma especial a aquellas personas que se encuentren en
situaciones de debilidad manifiesta, es decir, darle aplicabilidad a la igualdad en las
modalidades de equiparación y diferenciación; a lo sustancial sobre lo formal.

Sobre estos preceptos, hay que concluir, entonces, que el ordenamiento jurídico contiene a
la ley, tanto en sentido material como en sentido formal, requiriendo de la actividad del
juez para darle sentido a las finalidades del Estado que consagra nuestra Constitución sin
pretender que sea suficiente el orden gramatical de las palabras del texto legal, lo que no
ocurrió en las sentencias de la Corte Suprema de Justicia antes reseñadas, y que sí había
ocurrido años antes, cuando la Sala Laboral de la Corte Suprema de Justicia interpretó la
normatividad vigente, extendiendo los beneficios de la pensión de sobrevivientes a los hijos
de crianza e hijastros: “Pues bien, pudiera estimarse conforme lo entiende el recurrente,
con apoyo en los artículos 1 de la Ley 29 de 1982 y 42, inciso 5 de la Constitución, que
cuando la ley menciona a los hijos como beneficiarios, alude exclusivamente a los
engendrados o concebidos por el causante y a los adoptados con los requisitos de ley
(Código del Menor art 96). Sin embargo, esta interpretación que puede ser válida en el
derecho civil de familia, resulta demasiado restrictiva para el de la Seguridad Social, cuyo
objetivo y filosofía está en proteger a las personas frente a las contingencias que afecten su
calidad de vida y las puedan colocar en situación indigna de un ser humano. Fuera de que,
conforme al principio de universalidad, el servicio de Seguridad Social debe proteger a
todas las personas, sin ninguna discriminación, en todas las etapas de la vida.

En efecto, es conocido que desde un enfoque sociológico el grupo familiar puede estar
integrado por hijos no carnales, como adoptivos, hijastros y de crianza, es decir, aquellos
que son acogidos y cumplen en la realidad y en todo sentido un rol filial en la familia, pese
a no tener lazos directos de consanguinidad con los padres o con uno de ellos, de modo
que si llegasen éstos a faltar sufrirían los efectos del desamparo dada su dependencia
emocional y económica. No tendría, entonces, sentido que la ley de Seguridad Social
excluyera de su ámbito de protección por razones estrictamente formales a sujetos que en
modo ostensible la requieren y la merecen, máxime si se trata de menores e inválidos, a
quienes el Estado quiere esmerarse en resguardar, conforme se deriva de los artículos 13,
inciso 3, 44, 45 y 47 de la Constitución.

Ahora bien, en lo rigurosamente textual, la Ley 100 de 1993, y particularmente su artículo


47, no define el concepto de hijo como el engendrado o concebido por el padre o la madre
o el adoptado formalmente, de modo que corresponde entender, en concordancia con el
artículo 46 ibídem y con los principios de la Seguridad Social contemplados en el artículo
48 de la Constitución y 9 de la ley, entre otras disposiciones, que comprende a quien como
tal integre el grupo familiar por adopción o prohijamiento, no solo en sentido estricto o
judicial sino también en la realidad”.[21]

La Constitución establece, de manera inequívoca, la igualdad entre todos los hijos pues el
artículo 42 señala con claridad que “los hijos habidos en el matrimonio o fuera de él,
adoptados o procreados naturalmente o con asistencia científica, tienen iguales derechos y
deberes”. Esto significa que son inconstitucionales aquellas regulaciones que establecen
discriminaciones entre las personas por su origen familiar.

• El  retroceso  de  la  Ley  797  de  2003    en    beneficios  a  la  familia  de  crianza.  

Esta ley, como lo expresamos anteriormente, marcó un retroceso en la posibilidad del


reconocimiento de las relaciones de crianza, que se habían obtenido en años anteriores por
vía de jurisprudencia; sin embargo, la posible inconstitucionalidad de esta norma se
presenta cuando establece restricciones excesivas al positivizar los requisitos para que el
beneficiario acceda a la pensión del causante, retomando y remitiendo al Código Civil en
cuanto a los vínculos se refiere, ya que es la misma Corte Constitucional la que ha
señalado cuándo resulta regresiva una medida (en términos de los derechos sociales) y por
ende limita la libertad de configuración normativa del legislador: “(1) cuando recorta o
limita el ámbito sustantivo de protección del respectivo derecho; (2) cuando aumentan
sustancialmente los requisitos exigidos para acceder al respectivo derecho; (3) cuando
disminuye o desvía sensiblemente los recursos públicos destinados a la satisfacción del
derecho”.[22]
Sin embargo, el hecho de que el principio de progresividad y la prohibición de regresividad
se prediquen de los derechos sociales, no es suficiente argumento para expedir este tipo de
normas cuando de enmarcar la totalidad de los derechos constitucionales se trata, ya que se
afectan los denominados derechos de primera generación.

Otro aspecto a tener en cuenta sobre la inconstitucionalidad de dicha norma, es que la Corte
Constitucional se ha pronunciado, como por ejemplo, en la sentencia T-292 de 2004, M.P.
Manuel José cepeda, sobre la familia de crianza y la protección constitucional que tiene la
familia como institución básica de la sociedad.

“Ahora bien, lo que resulta especialmente pertinente para el caso bajo revisión, es que la
preservación del derecho de los niños a no ser separados de su familia, así como la
salvaguarda constitucional del grupo familiar frente a injerencias arbitrarias por parte del
Estado, se traslada a la familia de crianza cuandoquiera que el menor ha desarrollado con
ésta vínculos de afecto y dependencia cuya perturbación afectaría su interés superior. Es
decir, cuando el derecho del menor a la familia ha circunscrito su ámbito de protección al
grupo familiar de crianza, y ha operado el cese correlativo de la presunción a favor de la
familia biológica, el Estado debe abstenerse de intervenir en las relaciones familiares de
hecho, salvo que medien circunstancias que, como las señaladas, hagan prever que el
menor no se desarrollará adecuadamente en su seno”.

Así las cosas, no se entiende por qué se aplica, y sigue vigente, un aparte de dicha ley que
va en contravía de la realidad fáctica y jurisprudencial de nuestro país, contribuyendo a
generar incertidumbre jurídica en todos y cada uno de los miembros de la familia de
crianza.

6. LA VOLUNTAD IMPLÍCITA EN LAS RELACIONES DE LA FAMILIA DE


CRIANZA.
El concepto de manifestación de la voluntad, como generadora de obligaciones en el
derecho colombiano, tiene su primera manifestación en la celebración del matrimonio, el
cual se perfecciona con el libre y mutuo consentimiento (artículo 115 Código Civil); y si
bien el artículo 110 habla de una “promesa de matrimonio mutuamente aceptada”, en ella
no existe la obligación de cumplirla, ya que así mismo lo establece al aprte final de dicho
artículo.
Esa manifestación de la voluntad, recorre todo el libro I de nuestro Código civil que se
refiere a las Personas, pero es en el artículo 1502, del Libro IV que contiene las
Obligaciones y Contratos, donde se establecen los requisitos para que una persona se
obligue a otra. Entre estos, están: la capacidad legal, es decir, poderse obligar a sí misma
sin el ministerio o permiso de otra persona, el consentimiento, un objeto y una causa lícita.

La justificación de oponerse a observar la existencia de la voluntad en la familia de crianza


para que el hijo de crianza o los padres de crianza no puedan suceder al causante, en los
procesos sucesorales, no es aceptada en nuestro criterio, ya que como lo mencionamos en el
aparte correspondiente y acogiendo la definición expresada, la familia hoy en día es un
concepto que comprende “objetivos e intereses comunes de desarrollo, desde distintos
aspectos cuya prioridad y dinámica pertenecen a su libre albedrío: psicológico, social,
cultural, biológico, económico y legal”.

Ese libre albedrío de ofrecer seguridad, protección económica, afecto, estabilidad, respeto,
amor y solidaridad, no puede desligarse de la intención de que ello sea así aún después del
fallecimiento de uno de ellos. Creer lo contrario, sería suponer que no debe existir
coherencia en la manifestación de voluntad que una persona refleja en vida y lo que debe
ocurrir después de su muerte.

Aunque el tema se torna complejo, observemos que la abolición de la figura de adopción


simple mediante Decreto 2737 de 1989 o Código del Menor, no fue otra cosa que legalizar
la voluntad de quienes buscaban en la adopción conferir al adoptado una filiación que
sustituyera a la de origen; se busca en la adopción que el menor dejara de pertenecer a su
familia biológica y se extinguiera el parentesco con los integrantes de ésta así como todos
sus efectos jurídicos, aunque aún exista, lógicamente, la excepción de los impedimentos
matrimoniales. A más de ello, el adoptado tiene en la familia del adoptante los mismos
derechos y obligaciones del hijo biológico.

Y si bien puede decirse en la actualidad subsisten adopciones simples realizadas antes de la


entrada en vigencia del Código del Menor y según lo establecido en la Ley 5ª de 1975, en
cuyo caso el hijo adoptivo conserva sus vínculos de sangre y tiene parentesco civil
únicamente con el adoptante, ello se da porque corresponden a situaciones jurídicas
consolidadas y, pese al cambio de Constitución, tales situaciones deben ser respetadas, pues
se refieren al estado civil de las personas que es de orden público y se rige por las
disposiciones vigentes al momento de su consolidación.

La Constitución de 1991 indicó en el artículo 42, que “los hijos habidos en el matrimonio o
fuera de él, adoptados o procreados naturalmente o con asistencia científica, tienen iguales
derechos y deberes”, mientras que, en el artículo 13, expresamente proscribió la
discriminación por razones de origen familiar. Al hacerlo así el Constituyente confirmó la
tendencia que con anterioridad había acogido la legislación, en cuyo ámbito ya había tenido
lugar el proceso de equiparación, para los efectos pertinentes, entre los hijos legítimos y los
hijos adoptivos. Sin embargo, reiteramos la necesidad de extender esos derechos o
beneficios a los componentes de las familias de crianza, o mejor, a los padres o hijos de
crianza.

El carácter de normas de orden público que poseen las normas que se refieren al estado
civil, en nada se afectarían por permitir registrar, como paso inicial en la protección de la
familia de crianza, la relación de esta naturaleza del padre o de la madre hacia el hijo de
crianza. Es la Corte Constitucional la que ha sostenido que “el orden público en un Estado
social de derecho supone también las condiciones necesarias e imprescindibles para
garantizar el goce efectivo de los derechos de todos” [23].

En esa misma sentencia, en la búsqueda de una propuesta para legitimar la necesidad de


reconocer a la familia de crianza, encontramos que al definir la eficacia del derecho, la
Corte expresó: “El derecho es eficaz, desde esta perspectiva, cuando consigue moldear la
conducta de los destinatarios conforme al propósito que lo informa. Cuando tal ocurre, no
hay duda de que al estado de cosas resultante podemos llamarlo orden, no importa cuán
plausible o censurable se nos antoje”[24].

CONCLUSIONES.

El concepto de familia es variable de acuerdo a la ciencia que lo define, a pesar de ello,


todas coinciden en que en el actual modelo de familia como organización universal, se
presentan una dinámica de cambios, que por sí solos van generando una serie de tensiones
y discusiones al interior de cada una de dichas ciencias, sin que el derecho sea la excepción.
Sin embargo, actualmente existe consenso respecto a la importancia de la familia como
núcleo de integración social, constituido por un grupo de personas sujetas a variaciones en
muchos ámbitos tales como el económico, jurídico y cultural.

El derecho colombiano se ha adecuado a los cambios que se plantearon en el concepto de


familia, reflejándose en la redacción del artículo 42 de nuestra Constitución, el cual
significó un avance en el reconocimiento de factores distintos del consanguíneo en la
estructura de ese componente social básico.

Podemos concluir como premisa evidente que el ordenamiento jurídico colombiano carece
de regulación alguna en cuanto al tema de los derechos que le asisten a los padres e hijos de
crianza en materia sucesoral y de alimentos.

Si bien los conceptos básicos de la familia nos proporcionan una noción acertada de esta,
no es posible que exista certeza absoluta en la solución de casos similares u homogéneos,
sin que medie en el ordenamiento normas positivas que dogmáticamente organicen lo
referente a temas como la transmisión de bienes entre vivos y muertos.
Es claro que constitucionalmente el deber de legislar se le otorga al congreso, sin embargo
confiamos en que la Honorable Corte Constitucional, mediante sentencia judicial proteja
prontamente los derechos de las personas que por no adquirir condición legitima alguna
quedan absolutamente a la interpretación que de las normas hagan abogados a
conveniencia.

Si bien es cierto que no es posible que mediante la sucesión el padre o hijo de crianza funja
como un heredero por las consideraciones antes mencionadas, es posible utilizar figuras
jurídicas, que no fueron incluidas en el ordenamiento para tal fin, pero que pueden
ayudarnos a resolver momentáneamente la condición de desigualdad y desprotección en la
que se encuentran los implicados.

Lo que la ley permite sobre fundamentos de altruismo y equidad, en lo referente al derecho


de alimentos congruos para el donante, bien podría reflejarse, sobre la misma motivación,
en los padres de crianza y en el hijo de crianza en cuanto a los derechos hereditarios, ya que
no existe causas lógicas que impidan establecer diferencias en el sentido benefactor de
ambas figuras, es decir, la del donante y la de los padres de crianza.

La legislación colombiana se preocupa por prevenir y resarcir la ocurrencia de daños, y la


jurisprudencia acepta y resuelve que los daños deben valorarse no sólo desde la perspectiva
física, sino también desde la psicológica. La familia fundada sobre sentimientos que surgen
del interior del individuo, también debe ser analizada y resuelta con esa lógica; no se
justifica que se desconozca la parte psicológica en la estructura de una familia que decide
acoger y criar a un menor, razón por la cual debería protegerse ya ampararse en el derecho
sucesoral.

Por último, es de un principio general del derecho que nadie puede beneficiarse de su
propio error. Es acaso la crianza de un hijo y la relación de fraternidad y respeto entre padre
e hijo, un error? El por qué impedir que de existir causa, el hijo de crianza o el padre de
crianza accedan a ese derecho? Pareciera suponer nuestra tendencia actual que es un error
desarrollar relaciones cuyo origen sea nuestra voluntad.
Lista de Referencias.

[1] Art. 94 Constitución Política de Colombia


[2] Quiroz Monsalvo, A. Manual Civil Tomo V. Ediciones Doctrina y Ley Letda.
Bogotá. 2011
[3] Rodríguez Fernández, N.: "Un acercamiento a la familia desde una perspectiva
sociológica", en Contribuciones a las Ciencias Sociales, Mayo 2012,
www.eumed.net/rev/cccss/20/
[4] Malde Modino, I. Qué es la familia. Definición e implicaciones del concepto
http://www.psicologia-online.com/monografias/separacion-parental/que-es-la-
familia.html. Consultado el 11 de mayo de 2015.
[5] Corte Constitucional. Sentencia C-577 de 2011. M.P. Gabriel Eduardo Mendoza
Martelo
[6]   El Hijo de Crianza en Colombia. Leonardo Acosta Arengas y Lina María Araújo
Quiroga. Grupo de Hermenéutica Jurídica del Centro de Investigaciones Socio Jurídicas
de la UNAB
[7]  http://cvc.cervantes.es/foros/leer_asunto1.asp?vCodigo=39596. Consultado mayo
14 de 2015.
[8] Corte Constitucional. Sentencia T-217 de 1994. M.P. Alejandro Martínez
Caballero.
[9] Corte Constitucional. Sentencia T-403 de 2011.M.P. Gabriel Eduardo Mendoza
Martelo.
[9] Lafont Pianetta, Pedro. 2006. Derecho de Sucesiones. 8ª .ed. Bogotá. Editorial
ABC P.588-592.
[10] Artículo 6 de la ley 29 de 1982, que modificó el artículo 1047 del c.c.
[11] Corte Constitucional. Sentencia C-098 de 1996. M.P. Eduardo Cifuentes Muñoz.
[12] Op. Cit. P. 806
[13] Corte Constitucional. C-156 de 2003. M.P. Eduardo Montealegre Linett
[14] Op. Cit.  
[15] Artículo 413 del Código Civil Colombiano
[16] M.P. Jaime Córdoba Triviño.
[17] Consejo de Estado. Sentencia de Unificación Jurisprudencial radicado 28804. C.P.
Stella Conto Díaz del Castillo. Agosto 28 de 2014.
[18] Corte Constitucional. C-109 de 1995. M.P. Alejandro Martínez Caballero
[16] Corte Suprema de Justicia. Sala Laboral. M.P. Isaura Vargas D. Referencia 33481.
2008.
[19] Corte Constitucional. Sentencia C-037 de 1995. M.P. Doctor Vladimiro Naranjo
Mesa
[20] Corte Suprema de Justicia. Sala Laboral. Sentencia radicada con el número 17607
del 6 de mayo de 2002, M. P. Francisco Escobar Henríquez.
[21] Corte Constitucional. Sentencia C-507 2008. M.P. Jaime Córdoba Triviño.
[22] Corte Constitucional. Sentencia C-179 de 1994. M.P. Carlos Gaviria Díaz.
[23] Op, Cit.

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