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ACOSO SEXUAL

(Davila & Chaparro, 2022)

l Ministerio de Educación Nacional a fin de que


estableciera lineamientos para las instituciones de educación
superior sobre
(i) Los deberes y obligaciones de las universidades, ins-
tituciones técnicas y tecnológicas en relación con los casos
de acoso laboral o de violencia sexual y de género que suce-
den al interior de las mismas; y (ii) las normas y estándares
que regulan la atención de casos de posible discriminación
en razón de sexo o género en contra de estudiantes y docen-
tes en los centros de educación superior. (Sentencia T-239
de 2018) (Davila & Chaparro, 2022, pág. 42)

Corte Constitucional reafirmó que la autonomía universita-


ria tiene límites, y que esos límites están determinados por la
protección de los derechos fundamentales. (Davila & Chaparro, 2022,
pág. 42)
En el artículo 29 de esta ley,
el acoso sexual se definió como el acto en el que un sujeto “en
beneficio suyo o de un tercero y valiéndose de su superioridad
manifiesta o de relaciones de autoridad o de poder, edad, sexo,
posición laboral, social, familiar o económica, acose, persiga,
hostigue o asedie física o verbalmente, con fines sexuales no
consentidos, a otra persona”. (Davila & Chaparro, 2022, pág. 43)
el artículo 2 del Convenio
190 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre
violencia y acoso sexual en el mundo del trabajo indica que el
acoso sexual es un
... conjunto de comportamientos y prácticas inacepta-
bles, o de amenazas de tales comportamientos y prácticas,
ya sea que se manifiesten una sola vez o de manera repetida, que
tengan por objeto, que causen o sean susceptibles de causar,
un daño físico, psicológico, sexual o económico, e incluye
la violencia y el acoso por razón de género. (2019) (Davila & Chaparro, 2022,
pág. 45)
Primero, que el acoso sexual es un acto no deseado. Se-
gundo, que implica un acto de carácter sexual. Y, tercero, que
tiene efectos subordinadores, violentos, humillantes, o que
atentan contra la seguridad o el proyecto de vida de quien lo
sufre. (Davila & Chaparro, 2022, pág. 47)
porque la historia nos ha mostrado que se trata de una vio-
lencia que se ejerce, en general, contra las mujeres y los cuerpos
disidentes. Que se ejerce contra unos cuerpos más que contra
otros, que se ejerce contra quienes son leídas de cierta forma,
leídas como cuerpos subordinados, vulnerables (Segato, 2010)
(Davila & Chaparro, 2022, pág. 50)
ha-
cer visibles los daños del acoso sexual, de los cuales destacamos
tres: primero, el acoso sexual sustenta los órdenes y las normas
de género que priorizan ciertos cuerpos y excluyen otros; se-
gundo, el acoso sexual es una afrenta a la vida cotidiana, lo que
revela la importancia que tiene darle nombre; tercero, el acoso
sexual es una violación de la ciudadanía sexual, esto es, de la po-
sibilidad de tomar decisiones sobre la forma en que se quiere
vivir la propia sexualidad. (Davila & Chaparro, 2022, pág. 52)
toda violencia de este tipo, es el produc-
to de un sistema sostenido por ideas dominantes y normativas
sobre la masculinidad. Una masculinidad con potestad de adue-
ñarse de otros cuerpos, cuerpos que se ven como apropiables,
disponibles. Una masculinidad con conciencia de que la pro-
babilidad de que haya consecuencias es mínima, pues ven en la
apropiación de otros una suerte de derecho. (Davila & Chaparro,
2022, pág. 53)
Catharine Mackinnon, en su análisis sobre la dimensión
estructural del acoso, menciona que el feminismo es una alter-
nativa política y epistemológica que nos permite observar, más
allá de lo obvio, los procesos sobre los cuales está construida la
realidad (1982). (Davila & Chaparro, 2022, pág. 56)
Entender
el acoso como una violencia contra la vida cotidiana es ver que
los actos “no espectaculares” (Acosta, 2019) –las “solo palabras”–
también son violentos y permean la cotidianidad de ciertos
cuerpos. Fijarse en las formas sutiles y, por lo tanto, pervasivas
de la violencia permite entender los daños y las dificultades que
se desprenden de su cotidianización. (Davila & Chaparro, 2022, pág.
61)
Debido a que las prácticas
violentas están hiladas sobre el tejido de una sociedad domi-
nada por la masculinidad hegemónica, puede ser difícil para
las mujeres (y los cuerpos no normativos) darles sentido a sus
experiencias en la vida social, precisamente porque sus voces y
sus reclamos de violencia han sido históricamente silenciados,
son inaudibles (Fricker, 2007). (Davila & Chaparro, 2022, pág. 62)
Aunque compartir un testimonio y nombrar las
prácticas violentas de forma colectiva no hace que estas desapa-
rezcan, son útiles para que un grupo históricamente discriminado
pueda situar sus experiencias dentro de una estructura so-
cial más amplia y desde la voz de quienes han vivido lo mismo (Davila
& Chaparro, 2022, págs. 62-63)
La universidad es, sin du-
da, un lugar para cultivar el ejercicio crítico de la ciudadanía. Es
el lugar en el que muchas desigualdades pueden superarse, una
ruta hacia la movilidad social y el andar colectivo. (Davila & Chaparro,
2022, pág. 73)
Como lo muestran las profesoras Ana Buquet, Araceli
Mingo y Hortensia Moreno en su estudio sobre universidades
y violencias en América Latina, la convivencia entre los centros
de saber y los mandatos de masculinidad ha sido casi fundacio-
nal a las instituciones universitarias (2013). Desde su nacimien-
to, las universidades han estado construidas desde el punto de
vista masculino, esto es, desde un punto de vista que le da pre-
valencia a la experiencia de los hombres –de ciertos hombres–
y subordina aquella de las mujeres y demás sujetos subalternos (Davila
& Chaparro, 2022, pág. 75)

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