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PARCIAL ÚNICO

Alumna: ALLOCHIS, María José


Matricula: 41.642.786
Carrera: Profesorado en Historia

1) Con Charles Wright Mills (1956) nació un nuevo objeto sociológico que se aproximó al estudio de
procesos sociales, la cual parte en reconocer un modo de funcionamiento de la sociedad prácticamente
determinada por el poder de las élites. Estas últimas son una minoría poderosa que ejecutan las decisiones que
generan los cambios sociales, es decir, principio de impacto y efecto estructural que afecta a la mayoría de la
sociedad. Ahora bien, el autor ofrece aspectos centrales (mejor dicho, tres registros) que intentaría explicar la
formación y el despliegue de las élites del poder en la sociedad norteamericana. A partir de las tendencias
institucionales decisivas que caracterizan las estructuras se observó las diversas coincidencias de intereses
objetivos entre las instituciones económicas y militares. En segundo lugar, las similitudes sociales y las
afinidades psicológicas de los hombres que ocupan los puestos de mando en dichas estructuras (variabilidad) y
por último la ramificación de las decisiones en la cima. Más tarde, traerá a colación que los ricos de las
corporaciones y la influencia militar se había unido en la élite del poder y la jerarquía ampliada y centralizadas
que encabezaban habían usurpado los viejos equilibrios. Mills dirá que hacia el 30 dominaba el hombre
político, luego el militar y el empresario ocuparían los primeros puestos (1956:259). Esto hay que entenderlo
como la concentración (unificación) de las élites como una clase social única, logrando una triangulación del
poder.
Siguiendo con el lineamiento de Mills donde hay jugadores (élites) y juguetes (mayoría) también apoya un
determinismo de arriba porque dirá que las instituciones se dividen entre aquellas instituciones que moldean la
sociedad y aquellas instituciones que se adaptan a la vida social poniéndose al servicio de las primeras. Por ello
se puede observar que las tres grandes instituciones (gobierno, ejército y empresas) moldean a la sociedad
norteamericana (sociedad moderna), es decir, convierten las instituciones menores (las familias, las iglesias, las
escuelas) en medios para sus fines.
A lo largo de su vida el autor fue influenciado por las ideas de Marx y Weber, siendo este último el
predominante. No obstante, con ambos discrepa en cuestiones o postulados.
En primer lugar, apropia de Karl Marx el principio de la especificad histórica en donde toda sociedad dada
debe ser entendida en relación con el periodo específico que existe, criticando de este modo los estudios
ahistóricos y cualquier principio universal. Así mismo, Mills (1959) toma la postura crítica de Marx separando
los conceptos de élite y clase, de ahí dictamina la diferencia social de esos grupos poseedores de la triada poder,
prestigio y riqueza. De ahí, esa élite se nutre de esas categorías y en el apoyo weberiano del prestigio y honor
para la comunidad política, hace un hincapié en esa medida. Es por eso que personalmente pienso que Mills
hace un enfoque más socio-político -al igual que Weber- y no tan socio-económico como lo hace Marx, es más
en el libro no habla propiamente de una lucha de clases, sino que la usa para explicar la teoría de dominación
por parte del poder de la élite (para Weber comunidades políticas) hacia la mayoría, la clase es uno de los
muchos factores de desigualdad que existen en las sociedades modernas (norteamericana dirá Mills), por
ejemplo, la desigualdad entre hombre y mujer no puede explicarse en función de factores económicos, las
similitudes psicológicas las llama él, y concentran elementos como el prestigio, la eficiencia y el honor, además
de la riqueza. Así también parte de un enfoque desde arriba y no de abajo. Por último, tomó como propio lo que
Weber postula refiriéndose al rol que tienen agentes como la prensa en la sociedad de masas, como la va
moldeando para que responda a la lógica capitalista.
2) Algunos autores piensan que José Medina Echavarría estaba influenciado por los postulados de Weber,
pero personalmente pienso que si bien tenía afinidad por este tuvo la capacidad de elaborar una perspectiva
sociológica de ideas y carácter propio que las aplicará en la sociedad latinoamericana. Las similitudes que
tuvieron se inscriben en la tradición de la perspectiva socio histórica alemana, donde Weber era uno de los
padres fundadores y epistemológicamente hablando compartían la visión de multicausalidad en donde los
procesos no eran dinámico. Weber creía que la sociología debía basarse en la acción social, no en las
estructuras. Los individuos disponen de la capacidad para actuar libremente y conformar su futuro. Es decir, no
se aplica una única variable determinada, sino que es procesos sociales que incluyen grupos sociales y actores
que tienen racionalidad, intereses y proyectos distintos que hacen al cambio social.
Para José Medina Echavarría la sociedad no será la idea de una totalidad integrada por una única estructura
(como se mencionó con anterioridad) sino que será mas que nada un espacio donde participen y entren en juego
las relaciones, conflictos, intereses de distintos grupos. En las primeras décadas del siglo XX América Latina,
se encontraba en el declive descendente del viejo sistema con otras fuerzas ascensionales que pugnaban por su
total transformación. Años más tarde, en medio de una complicada constelación internacional, se produce por la
faz entera en dicho continente, una nueva y radical “toma de conciencia”, que tiene como principal impulso la
enérgica aspiración a su desarrollo económico y que coincide, por así decir, con el comienzo de su edad
plenamente adulta. La insistencia el surgir de un nuevo “nivel de aspiración” en el lenguaje de los modernos
psicólogos— pone de pronto en singular relieve la naturaleza política de la poderosa palanca que ha de
completar en nuestros días la transformación. Pues acontece, en efecto, que el régimen político de partidos,
heredado de la vieja estructura agraria de la región, está hoy día tan caduco como el sistema de la hacienda de
que brota. Los observadores extranjeros suelen a veces describir como una manía latinoamericana lo que ellos
juzgan como preferencia —entre mágica y enfermiza— por unas u otras formas del “dirigismo” estatal. No se
trata de eso en realidad. Se trata más bien de que estamos en los albores de la formación de nuevas clases
dirigentes, de otra “clase política” que sea a la par tan enérgica como moderna.
El enigma presentado por los países económicamente más atrasados obligaba a un planteamiento de dirección
inversa al que guio en su tiempo la obra de Max Weber. Así como este sociólogo se preguntó con toda claridad
por las razones históricas capaces de explicar cómo el capitalismo moderno había surgido únicamente en
Occidente y sólo en ciertos momentos de su historia, el problema de los países subdesarrollados impulsaba a
preguntarse por las condiciones que habían hecho imposible o dificultoso la aparición y el mantenimiento de
ese mismo sistema u otro equivalente en ciertos países y culturas. Con la diferencia de que en el momento en
que podía plantearse el problema en esa forma, todos los países rezagados, casi sin excepción, ya habían sido
tocados e influidos en medida mayor o menor por la aportación expansiva del sistema económico occidental.
Se puede observar como Weber realizaba la pregunta ¿Cómo se desarrolló el capitalismo en Europa? y en
cambio Echavarría ¿Por qué no se desarrolla el capitalismo, la modernidad? ¿Qué factores los limitaba? ¿Cómo
afrontar o superar dicha situación? Lo que de esta manera era un problema vital para determinados países y para
la estabilidad del futuro planetario se convirtió al mismo tiempo en un tema intelectual, que fue atrayendo
sucesivamente a los más diversos especialistas. Es natural que los economistas fueran los primeros en intentar
la elaboración de una teoría del desarrollo que hasta entonces no se había cultivado explícitamente en esa
forma.
La pugna intelectual que se manifiesta en este punto no deja de trasponerse a la contraposición actual entre el
análisis de la tipología histórica y el esquematismo de los análisis comparativos a base de indicadores. Sin
embargo, si gracias al saber histórico podemos salir del espacio gris de los indicadores para encontrarnos en una
realidad casi tan coloreada como la que nos regala la experiencia viva y directa, también ese saber nos pone de
inmediato en guardia ante la supuesta univocidad de la expresión “América Latina”, tan diversa, no obstante, su
unidad, en el contenido concreto de su geografía y de su historia.

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