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TRABAJO FÍN DE
GRADO
EL JUEGO DRAMÁTICO EN LA
ETAPA PREESCOLAR
Resumen………………………………………………………………...1
Introducción……………………………………………………………..2
ETAPA PREESCOLAR
Infantil…………………………………………………………….....9
Especiales…………………………………………………………..15
Educación Infantil………………………………………………….20
Conclusiones….……………………………………………………23
Referencias bibliográficas………………………………………….25
Resumen
Abstract
The present study tackles the importance of the game in the preeschoolers
development, the way in wich the dramatic play appears as a bridge between playflul
activities and pedagogical activities, and the main differences among theatre and dramatic
play. Also, it is made a review of the international and the national history of the
children´s theatre and the school´s theatre, and of the changes that has been made in the
second cycle of Pre-school curriculum regarding to dramatic activities. Continuedly, the
impacts of this practices in the preeschoolers development are described, placing special
emphasis on the Emotional Intelligence benefits and on the special education needs.
Finally, it is detailed the most siutable guidelines, techniques and strategies to introduce
the dramatic play into de Pre-school classrooms.
Por estas razones, he decidido investigar sobre la forma en la que sería más
adecuado introducir las actividades dramáticas en las aulas del segundo ciclo de
Educación Infantil, y sobre las verdaderas repercusiones que estas tendrían en el
desarrollo integral de los/as niños/as en la etapa preescolar.
LA ETAPA PREESCOLAR
1.1. El juego
Aunque el juego es una actividad fundamental para un desarrollo óptimo dese la niñez
hasta la vida adulta, es únicamente en la etapa preescolar donde está socialmente admitido
(García, 2010).
Desgraciadamente, este juego simbólico de fantasía deriva con los años en juegos
reglados en los que se pierde esa esencia lúdica y en los que se adquiere un carácter más
serio para ajustarse a las reglas que observan del mundo adulto (Cañas, 2014).
Sin embargo, en cualquiera de sus etapas, el juego es una forma innata de aprendizaje
(Boquete, 2011). Es una actividad espontánea y natural que le ofrece al/a la niño/a
situaciones placenteras, inmediatas y libres; lo que afecta positivamente en su desarrollo
cognitivo, psicomotor, social, afectivo y lingüístico. De hecho, dentro del aula debería de
ser tratado como objetivo de aprendizaje, como contenido y como recurso metodológico
(Delgado, 2011).
Por una parte, gracias a que es una actividad que le permite al/a la niño/a caer en el
error sin consecuencias, se convierte en un proceso vital para el desarrollo de su
personalidad. Por otra parte, al ofrecer la posibilidad de experimentar libremente y de que
uno pueda apropiarse de lo que le rodea (Boquete, 2011), el/la niño/a intenta alcanzar
conductualmente la madurez de los adultos a los que tanto admira y a los que quiere
parecerse; asimilando progresivamente la realidad (Cañas, 2014).
Este deseo por realizar una imitación lo más veraz y ajustada a la realidad hace que, el
juego simbólico-proyectado, se convierta después en un juego simbólico de
representación de roles o, en lo que es lo mismo, en el juego dramático (Abad et al., 2011).
A través del juego dramático, el/la niño/a conecta con un mundo real o ficticio en el
que crea, destruye o adquiere personalidades a su antojo (García, 2010); y pone en juego
“la capacidad de elaboración, el conocimiento psicofísico que de sí tiene la persona, sus
inhibiciones, el estado del lenguaje expresivo, corporal y verbal, su capacidad de
integración social, etc.” (Navarro, 2007, p. 163).
Feure y Lascar (1981, en Cañas, 2014) defienden que el juego dramático conserva su
esencia de juego al mantener el placer por jugar y al estar regulado por un código de
reglas, en este caso teatrales. Barret (1991, en Álvarez-Uria, Tresserras, Vizcarra y
Zelaieta, 2015) añade que el juego dramático no deja ser un juego debido a la polisemia,
es decir, a la gran variedad de significados que para cada participante puede tener un
mismo juego.
Además, a diferencia del juego simbólico que aparece a los dos años, el juego
dramático surge entre los tres y siete años (justo durante la etapa prescolar), es
mayoritariamente colectivo (Abad et al., 2011), y sobre todo, ya cuenta con una clara
intención educativa (Roldán, 2016).
Podríamos decir que el Teatro Infantil no es más que una etapa posterior a la del juego
dramático (Cruz, 2014b), aunque si bien es cierto, el uso del juego dramático puede seguir
dándose eficazmente después de la aparición, en la vida del/de la niño/a, de los proyectos
teatrales (Cañas, 2014).
• Por un lado, en el juego dramático hay una preocupación mayor por el proceso,
se crean situaciones imaginadas e improvisadas, los/as niños/as son los que se
identifican y eligen los personajes, se puede organizar en cualquier espacio
amplio, y existe una motivación basada en la ganas de jugar y de relacionarse con
los demás (Navarro, 2007).
• Por otro lado, en el Teatro escolar-infantil hay una preocupación mayor por el
resultado o representación final, las situaciones representadas vienen definidas
en un texto y son dirigidas por el profesor, los personajes son repartidos por el
A todo esto, Cañas (2014) añade que en el juego dramático hay posibilidades de
cambio con respecto al proyecto oral inicial, los roles de los/las niños/as que hacen de
actores/actrices y espectadores son intercambiables (ya que todos ellos pertenecen al
mismo juego), y el docente parte siempre de la improvisación y de la creatividad del
alumnado; mientras que en el Teatro escolar-infantil no se puede modificar el texto
inicial, los actores y espectadores no intercambian funciones, y el docente es quien
estructura el desarrollo de la obra de principio a fín.
Después de este periodo, las órdenes religiosas de los jesuitas o de los salesianos
buscan un Teatro cristiano y latino para jóvenes (Cañas, 2014).
Entre los siglos XIX y XX conviven una serie de autores que, aunque no se dedican
a escribir textos teatrales destinados al público infantil, sí que publican Literatura Infantil
susceptible de ser dramatizada. Este es el caso de los Hermanos Grimm (“La
Cenicienta”…), de Hans Christian Andersen (“El traje nuevo del emperador”…), de
Lewis Carroll (“Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas”…), de Carlo
3.1. En España
Podríamos situar los orígenes del Teatro para niños en nuestro país entre los siglos
XVI y XVII, cuando se escriben obras cuyo entendimiento no es especialmente difícil
para el público infantil y juvenil; como “Historias de Alameda” de Lope de Rueda, y
algunos entremeses cervantinos como “El retablo de las maravillas” (Reyes, 2014).
Sin embargo, objetivamente España ha sido uno de los últimos países occidentales en
cultivar el Teatro Infantil, debido principalmente a que no fue hasta el resurgimiento de
las letras españolas a finales del siglo XIX cuando los/las niños/as empiezan a ser
considerados espectadores de Teatro (Roldán, 2016).
Por ello, el Teatro Infantil en España como tal comienza cuando en 1.909 Jacinto
Benavente levanta en Madrid “El Teatro de los Niños”, en el que estrena su obra “El
príncipe que todo lo aprendió en los libros”. Por su parte, Federico García Lorca
representa “La niña que riega la albahaca y el príncipe preguntón” en 1.923 (Roldán,
2016), y escribe otras obras infantiles como “El retablillo de don Cristóbal”, “La
doncella, el marinero y el estudiante”, “Quimera” y “El paseo de Buster Keaton”. Otros
autores de Teatro Infantil de la primera mitad del siglo XX son Valle Inclán con “Farsa
infantil de la cabeza del dragón” y “Tablado de marionetas para la educación de
príncipes”; Alejandro Casona con “Pinocho y la infanta Blancaflor”, “Sancho Panza,
gobernador de la ínsula Barataria”, “El lindo don Botas”, “¡A Belén, pastores!”, y “Tres
farsas infantiles”; Alfonso Sastre con “El circulito de tiza” o “Historia de una muñeca
abandonada” (Reyes, 2014); y Magda Donato y Salvador Bartolossi con “Pipo y Pipa y
el lobo tragalotodo” (Roldán, 2016).
Mateos, Carola Soler (Roldán, 2016), y Laura Olmo y Pilar Enciso (quienes escriben “El
león engañado”, “El león enamorado”, “La maquinita que no quería pintar”, “El
raterillo” y “Asamblea general”). En esta época también sobresale Francisco Nieva con
“No es verdad (melodrama rápido)”, “El espectro insaciable (comedia dramática)”, y
“El corazón acelerado” (Reyes, 2014).
Por ejemplo, Inglaterra fue el primer país en proponer en 1.914 la dramatización como
método de enseñanza lingüística (Tejerina, 1994, en Cruz, 2014b), creó la corriente de
los Theatre in Education Programmes durante los años 30 por la que se incorporaban
técnicas teatrales al aula, organizó conferencias sobre la implantación del juego dramático
en la enseñanza general, y actualmente, normaliza el uso del Teatro desde Primaria hasta
la Universidad como resolución de conflictos sociales. En Francia se introdujo el
concepto de “Juego Dramático” a comienzos de los años treinta, se fundó el grupo “La
Educación por el Juego Dramático” en 1.941, y actualmente, ha logrado la presencia del
género teatral en la Universidad. Otro ejemplo de ello es Portugal, en donde en 1.992 se
constituyó IDEA como la primera asociación de Teatro y Educación (Cruz, 2014b).
Las primeras referencias de Teatro escolar en España las podemos encontrar cuando
la Compañía de Jesús introduce esta práctica en sus centros de estudios en el siglo XVI a
través de obras religiosas, dramáticas y didácticas-moralizantes; hasta que a finales del
siglo XVIII Carlos III suprime la compañía (Casquete, 2016).
El Teatro escolar estuvo marcado en el siglo XVIII por los entremeses, en el siglo XIX
por la profesionalización editorial de los libros infantiles y educativos, y a principios del
siglo XX por unas aparentes señales de renovación (Casquete, 2016).
Sin embargo, la restauración de las aulas tras la Guerra Civil paraliza está evolución
del teatro escolar (Casquete, 2016). Debido a esta razón, y como se mencionó en el
apartado anterior, durante la dictadura franquista se incorpora el teatro en las aulas como
una forma de transmisión de los ideales del momento. Esta incorporación se debe en gran
parte a los movimientos de renovación pedagógica, al impulso teórico de la expresión
dramática que hacen los demás países, a la presión de autores españoles de Teatro Infantil
y de compañías de Teatro para niños, a la avalancha de congresos nacionales e
internacionales sobre Teatro Infantil, y a la experiencia realizada en otros países (Cruz,
2014b).
A partir de los años sesenta se empieza a apreciar el aire innovador del momento en
el Teatro escolar, y en los años setenta llega la L.G.E. que incluye finalmente la
Dramatización y el Teatro como actividades propiamente escolares, se organizan cursos
de formación docente, y los autores de Teatro Infantil se acercan a las aulas (Casquete,
2016).
literarios y disfrute e interés por expresarse con ayuda de recursos extralingüísticos” (Real
Decreto 1630/2006, 2007, p.14) y la “participación en actividades de dramatización”
(Real Decreto 1630/2006, 2007, p.15)
Sin embargo, tal y como señala Cruz (2014b) y a pesar de la progresiva incorporación
de la actividad dramática a la escuela y en concreto al currículo del segundo ciclo de
Educación Infantil, este tipo de actividades solo se utilizan ocasionalmente en las aulas
españolas. Por su parte, Casquete (2016) pone de relieve que tanto la L.O.E. como la
L.O.M.C.E. no acaban de profundizar en el Teatro, sino que solo han descrito algunos
pretextos sobre ello.
En el ámbito social, Boquete (2011) subraya que las actividades dramáticas permiten
a los/las niños/as destruir sus barreras individuales para ganar la confianza suficiente
como para permitirse conocer a sus iguales en profundidad. De hecho, Comba (2014)
defiende que el primer objetivo que deben perseguir los juegos dramáticos es el de
fomentar esa cohesión grupal para que se produzca una confianza que posibilite que las
interacciones entre los/las alumnos/as sean las más naturales y espontaneas posibles.
Por su parte, Cruz (2014b) añade que el juego dramático y el Teatro fomentan el
trabajo cooperativo y actitudes morales básicas, como el respeto, el dialogo y la
participación activa; lo que promueve las habilidades sociales de cada uno/a (Inteligencia
Interpersonal de Gardner) y el autoconocimiento de uno/a mismo dentro de estas
relaciones con los iguales (Inteligencia Intrapersonal de Gardner) (Navarro, 2007).
Además, a través del juego dramático, el docente es capaz de detectar posibles
dificultades en la relación de los/las niños/as con sus iguales o con los adultos (Roldán,
2016).
Suárez (2019) apunta que el juego dramático en la etapa preescolar ayuda a trabajar
la oralidad, la vocalización, la proyección de la voz para que sea escuchada desde
cualquier distancia, y a controlar el tono de esta. Es decir, se convierte en un recurso de
base para desarrollar aspectos comunicativos en las etapas futuras. Bonilla (2014) señala
que el juego dramático enriquece al/a la niño/a con códigos de comunicación y con
herramientas de interacción con los demás.
Son pocas las ocasiones en las que en el aula se puede trabajar la comunicación de una
forma natural debido a que, en el juego dramático, el lenguaje se convierte en un mero
conducto para conseguir un objetivo extralingüístico (Boquete, 2014). En la misma línea,
se realizó un estudio que puso de manifiesto la mejora significativa de las competencias
comunicativas de los/las niños/as que acudían al Teatro Nacional de Londres frente a
los/las niños/as que no realizaban Teatro (Prendiville & Toye, 2007, en González, 2015).
Además, cuando el/la alumno/a tiene la oportunidad de actuar desde diferentes roles
distintos al suyo, aumenta el juicio moral de este/a al observar otros puntos de vista y al
evaluar las exigencias que los demás ponen sobre él/ella y viceversa (Cruz, 2014b).
Como indica Cruz (2014b), el juego dramático también puede servir como una
actividad unificadora dentro del contexto escolar al poder incorporar a todos los
miembros de la comunidad educativa que se desee.
Además, Mantovani (1996, en Navarro, 2007) señala que el juego dramático provoca
la producción de comportamientos y acciones que, al estar cargados de una enorme carga
emocional, contribuyen al cultivo de la Inteligencia Emocional de este alumnado.
Uno de los puntos fuertes a favor de que el juego dramático se trabaje en el aula de
Infantil es el hecho de que permite un aprendizaje basado en la propia experiencia del/de
la alumno/a (Navarro, 2007) quien, además de expresar y reproducir de manera natural y
libre lo que ve, se atreve a transformar sin riesgos lo que observa para experimentar lo
que acaba ocurriendo (González, 2015). Toda esta dinámica promueve un espacio seguro,
de confianza y de aceptación en el que el/la alumno/a se siente libre para expresarse
emocionalmente, desbloquear posibles traumas y presiones, y explorar diferentes puntos
de vista desde el “como si” (Navarro, 2007).
Solo a partir de esta participación libre y espontanea, el/la niño/a logra enfrentarse a
sus propios miedos con ayuda del profesor animador; y encuentra que, dentro de este
juego dramático, cada una de sus acciones tiene siempre una intención subyacente, lo que
le ayudará a comprender que cada uno de los obstáculos que se encuentra en la vida tiene
un “por qué” lo suficientemente importante como para no evadirlo (Bonilla, 2014).
De esta forma, el/la alumno/a más tímido/a, con un bajo concepto de sí mismo/a o con
un sentimiento de incapacidad a la hora de enfrentarse a los obstáculos, logra sentir el
éxito y el reconocimiento personal, y así subir su autoestima. Está demostrado que la
actividad dramática construye un marco de realidad seguro por el que los/las niños/as que
presentan dificultades conductuales y emocionales pueden crear un nuevo concepto sano
de sí mismo/a (Cruz, 2014b); además de que concede a los/las niños/as la seguridad con
la que se sienten capaces de controlar sus emociones, y la confianza por la que se sienten
capaces de decidir con responsabilidad (Tejero, 2018). En el mismo estudio que se
comentó anteriormente sobre el Teatro Nacional de Londres, también se puso de relieve
que los/las niños/as que acudían a este centro, ganaban más autoestima y confianza en sí
mismos, y disfrutaban más de la escuela que los/las niños/as que no hacían Teatro
(Prendiville & Toye, 2007, en González, 2015).
Dado que sería imposible que el/la alumno/a consiguiese asumir y dramatizar un rol
sin que antes se implicase afectivamente con él, cabe señalar que el juego dramático
fomenta el uso de la memoria emocional del alumnado, permitiéndole así recuperar
recuerdos emocionales para poder reproducir situaciones desde el “como si” (González,
2015).
Sin duda, al pedir al alumnado que dramatice y represente un rol diferente al suyo, se
está estimulando en él el desarrollo de la empatía, es decir, de la capacidad de ponerse en
el lugar del otro. De igual manera, esta capacidad emocional se fomenta con la escucha y
comprensión de lo que el igual dice con el cuerpo o con la palabra, y al incorporar
propuestas ajenas en los procesos de creación individual o grupal (Navarro, 2007).
Como se ha comentado en apartados anteriores, son muchas las áreas del desarrollo
preescolar que se pueden trabajar a través del juego dramático; por lo que mediante esta
práctica, también se pueden estimular en el caso de que haya alguna dificultad o retraso
en ellas.
Sin embargo, es el desarrollo lingüístico el área que más se puede potenciar mediante
esta actividad. Al contrario de lo que ocurre en las terapias tradicionales que tratan a
niños/as con estas dificultades, a través del juego dramático el/la niño/a es capaz de
percibir su cuerpo en su totalidad, evitando así que se centralice únicamente en sus
órganos afectados. De esta manera, se activan inconscientemente diferentes áreas
sensoriales implicadas en el lenguaje y se origina una nueva consciencia que modifica las
señales neuronales (Martín, 2018).
Cruz (2014b) demostró que el juego dramático es una fantástica herramienta para
trabajar dificultades lingüísticas y conductuales en la Infancia:
• Por un lado, estudió el caso de dos niños con dislalia y disfemia nerviosa, cuyas
dificultades también les estaban afectando a nivel emocional y a la hora de
integrase en sus grupo de iguales. Se trabajó con ellos mediante el juego dramático
con el objetivo de buscar estrategias comunicativas diferentes a la verbal, y de que
ellos lograsen normalizar sus dificultades y aceptarse a sí mismos.
Paralelamente, se atendieron contenidos específicos como la respiración, la
relajación y la vocalización.
El uso del juego dramático constató una mejora significativa en la fluidez del
habla (que se extrapoló a otros contextos), un aumento en la necesidad de
comunicación con sus iguales, y una mejoría en sus autoestimas y relaciones
sociales.
• Por otro lado, estudió el caso de un niño con falta de atención que además
presentaba retraso lingüístico y psicomotriz, y dificultades de adaptación.
El juego dramático aumentó su nivel de atención, su vocabulario, su
motivación intrínseca, sus relaciones sociales, e hizo que se pusiera en marcha su
memoria de trabajo y que tuviera una actitud más positiva ante las actividades del
aula.
Se ha demostrado que el juego dramático a través del teatro de sombras resulta una
herramienta eficaz para trabajar dificultades emocionales, motrices y lingüísticas a través
del estudio múltiple de nueve casos de niños/as entre tres y seis años que presentaban
retraso madurativo, lingüístico, rasgos autistas, dificultades neurológicas, emocionales o
psicomotoras (Martín, 2018a).
Es una estrategia que resulta especialmente útil para trabajar con el alumnado con
Trastorno del Espectro Autista, al fomentar la construcción de su imagen, su percepción
espacial, su control postural y su expresividad emocional a través de su sombra (Martín,
2018b).
AULA
Metodológicamente, se debe partir de las experiencias que viven los/las niños/as tanto
fuera como dentro del aula y que les despiertan algún tipo de emoción; se debe primar el
que el/la alumno/a ponga nombre a lo que siente; y se debe comunicar a la familia si
observamos que el/la niño/a en cuestión somatiza emociones. Además, se recomienda el
uso de juegos dramáticos sobre monstruos para tratar el miedo en estas edades (Cruz,
2014a).
La fase principal del propio juego dramático y la más duradera, es en la que ya los/las
niños/as realizan sus acciones individuales en función de las de los demás y dirigidas, que
no impuestas, por el profesor/a. Por ello, cada vez que se realiza algún juego dramático
es una experiencia distinta debido a que las propuestas de los/las niños/as y los estados
emocionales de estos/as no son los mismos (Cañas, 2014).
Para que el/la alumno/a pueda desarrollar libremente sus capacidades expresivas, es
necesario que el profesor/a adquiera un papel de motivador o animador no represivo que
se coloque como un mero observador del juego que simplemente sugiere variaciones al/a
Para llegar a ello, el docente debe aportar recursos que promuevan la experimentación
y la imaginación, ser flexible ante las aportaciones del alumnado, utilizar el juego como
medio para desarrollar las actividades, introducir ejercicios de pensamiento creativo, dar
más importancia al proceso de creación que al resultado final (Cruz, 2014a), motivar a
los/las niños/as a trabajar en equipo, transmitir el gusto por el Teatro, enseñarles a ser
críticos consigo mismos/as y con los demás desde el respeto; y detectar los fallos más que
normales relativos a la relación entre los/las alumnos/as (Domínguez, 2010).
Cruz (2014b) recoge que es también muy importante establecer unas reglas mínimas,
y ofrecer al/a la alumno/a una participación libre y no obligada para evitar que se genere
desconfianza, que se establezca un equilibrio entre el espacio personal y el colectivo.
Para finalizar, los espacios en donde se desarrolle el juego dramático deben ser lúdicos,
de colaboración y de respeto; lo suficientemente amplios y cómodos para que haya
libertad en los movimientos; y deben contener varios tipos de materiales (Cruz, 2014a).
• Títeres
El uso del títere en la etapa preescolar puede facilitar al/a la niño/a la expresión de
emociones, ideas o de formas de ver el mundo (especialmente si es tímido/a); puede
aportar al espectáculo o taller un toque más entretenido (Domínguez, 2010); y puede
ayudar a los/las niños/as a buscar su identidad (Cañas, 2014).
Existen varios tipos de títeres: los títeres planos de cartulinas, los de dedo realizados
con guantes, los de manopla realizados con calcetines, los de guante, los cabezones
• Las máscaras
• Juego dramático
• Ejercicios dramáticos
• Improvisaciones
• Pantomima o mimo
A través de esta técnica, Nicolás (2009, en Cruz, 2014b) explica que se puede trabajar
el movimiento con intención comunicadora, la toma de conciencia del cuerpo y de sus
Esta técnica consiste en reproducir una situación en la que cada niño/a asume un rol
que el docente le ha asignado de acuerdo con ese contexto.
Pero además de este aprendizaje introspectivo, a través del juego dramático el/la niño/a
se hace consciente no solo de que vive en sociedad, sino también de que, para poder
convivir armónica y sanamente con sus iguales, debe adquirir una serie de habilidades
emocionales y sociales, tales como la empatía, la escucha activa, la asertividad, y el
compromiso mutuo hacia un fin o el respeto.
Y en esto recae la esencia y el valor educativo del juego dramático. Es una actividad
lúdica, artística y pedagógica que no deja de ser un ensayo de la vida en el que, aunque
los contextos sean ficticios, las emociones originadas y las estrategias que se escojan para
resolver las situaciones y conflictos simulados, son totalmente reales; por lo que supone
una oportunidad muy rica de aprendizaje vital.
Aún con todo el potencial que presenta el juego dramático en el segundo ciclo de
Educación Infantil, es una práctica que ha ido perdiendo consideración legal a medida
que se han ido elaborando los currículos de esta etapa, y que ha acabado convirtiéndose
en una de las estrategias pedagógicas de expresión emocional más olvidadas en las aulas
de nuestro país.
Por último, señalar que no estaría de más que se regulase legalmente el uso del juego
dramático en los centros educativos y que nos engancharnos a las corrientes europeas que
lo defienden y desde años lo llevan a la práctica.
Álvarez-Uria, A., Tresserras, A., Vizcarra, M.T., y Zelaieta, E. (2015). Juego, teatro y
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http://doi.org/10.5281/zenodo.3241687