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El léxico del latín medieval. La lexicografía mediolatina.

Emma Falque
emmafalque@yahoo.es

ESQUEMA DEL ARTÍCULO:

I. El léxico del latín medieval.


1. Aspectos semánticos.
1. 1. Sustituciones
1. 2. Cambios semánticos
1. 3. Diferencias de registro.
1. 4. Diminutivos.
2. Aspectos formales.
2. 1. Derivación propiamente dicha o sufijación.
2. 1. 1. Sufijos nominales.
2. 1. 2. Sufijos adjetivales.
2. 1. 3. Sufijos verbales.
2. 2. Composición.
2. 2. 1. Locuciones perifrásticas.

II. La lexicografía mediolatina.


1. La Edad Media: glosarios y gramáticas.
2. La lexicografía latina del s. XVII: el diccionario de Du Cange.
3. Archiuum latinitatis medii aeui.

BIBLIOGRAFÍA
I. EL LÉXICO DEL LATÍN MEDIEVAL

Vamos a adoptar el mismo esquema con que Mariner (1977: 3/ 3-14) abordó el
estudio del léxico del latín vulgar. Estudiaremos en primer lugar sus aspectos
semánticos y después sus aspectos formales. No parece inoportuno anteponer a la
presentación de los datos las siguientes palabras de G. Rohlfs (1960: 154):
“Las causas de la pérdida y creación de las palabras se pueden ordenar en categorías
establecidas según ciertas fuerzas impulsoras. Sin embargo, no es posible establecer
para la historia de los vocablos unas leyes tan exactas como las que regulan la evolución
fonética. Tiene plena confirmación el juicio que pronunciaron los antiguos investigadores
de nuestra disciplina: cada palabra tiene su propia historia”.

1. Aspectos semánticos

1. 1. Sustituciones
Muchas de las dificultades que presenta el latín medieval provienen de que palabras
muy familiares para el estudioso del latín clásico se han reemplazado por otras menos
usuales. Hay diversos factores que pueden producir o favorecer estas sustituciones
(Goddard: 1997, 6-7); entre ellos los siguientes:

1. 1. 1. Un uso muy frecuente de una palabra y la consiguiente banalización que ello


entraña puede originar su abandono y la sustitución por otra. Por ello, un verbo tan
frecuente como do, dare, dedi fue substituido por el frecuentativo donare (cf. fr. donner);
quizás también sea debido al desgaste de un verbo de uso tan general como fero (que
además tenía formas irregulares como tuli, latum) lo que provocara su sustitución por
portare (fr. porter, it. portare) o leuare (esp. llevar).

1. 1. 2. Hay una cierta tendencia a reforzar el cuerpo fonético de las palabras, cuando
es muy pequeño; en el ejemplo anterior dare tenía formas monosilábicas como do, das,
etc. que estaban en esa situación. En estos casos un verbo frecuentativo era una buena
solución formal: cantare, frecuentativo, reemplaza a cano, cecini (esp. cantar, fr.
chanter) (Löfstedt: 1936, 28); en otros la composición producía ese mismo efecto, como
en is, it del verbo eo, que se reemplazaron por las de los compuestos inire, exire. Aunque
la sustitución puede hacerse por palabras sin ninguna relación formal con las que se
pierden, como ocurre con este mismo verbo eo, sustituido por verbos como ambulare y
uadere; del mismo modo que fleo fue substituido por ploro o plango; flare lo fue por el
compuesto sufflare (fr. souffler) y el verbo edo por comedo, aunque también por
manduco; también salire ‘saltar’ se sustituyó por saltare (esp. saltar, fr. sauter); en la
zona de la Romania en que ocurrió esto salire sustituyó a su vez a exire.

1. 1. 3. La semejanza fónica es otro factor que puede influir en los cambios de


vocabulario. Goddard (1997: 6) señala citando a Löfstedt y Norberg que grupos de
palabras de sonido similar y significado cercano se influyen mutuamente, de tal manera
que en el Chronicon Salernitanum una construcción como expectare (esperar) aliquid
ab aliquo pasa a significar expetere (solicitar, requerir) aliquid ab aliquo.
En el caso de os (con –o larga) ‘boca’, sustituido por bucca (esp. boca, it. bocca, fr.
bouche), la palabra que se pierde entraba en colisión con os ‘hueso’; ciertamente se
diferenciaban sus vocales tónicas por la cantidad, pero este rasgo fonético estaba
siendo sustituido por el del timbre, en el momento de la sustitución. Como hemos visto
antes, pueden coincidir varios factores para facilitar la desaparición de una voz: en este
caso, el pequeño cuerpo fonético de os ‘boca’ (cf. 1.1.2) no debe dejarse de lado.

1. 1. 4. Como ocurre hoy en nuestra lengua con los préstamos del inglés, que muchos
de ellos ocupan el puesto de términos castizos, muchos préstamos griegos desplazaron
a las formas clásicas, como lo hizo colaphus con ictus, de manera que las lenguas
romances conservan derivados de aquella forma y no de ésta: esp. golpe, it. colpo, fr.
coup; de forma análoga c(h)orda reemplazó a la forma clásica funis (cf. esp. cuerda).
Del mismo modo el substantivo baptismus (con él el verbo baptizo), alternando con
baptismatis undae y lauacrum, entró en el latín cristiano, junto a otras muchas palabras
referidas a una realidad de esta religión: apostata, apostolus, cathecumenus, carisma,
diaconus, ebdomas (y hebdomas), utilizada junto con septimana, que se mantiene bien
en las lenguas romances (esp. semana, fr. semaine, it. settimana), ecclesia,
eleemosyna, episcopus, euangelium, eulogia (y eulogiae) ‘regalo’, pero también
‘eucaristía’, paraclitus ‘Espíritu Santo’, que alterna con flamen, pneuma o neuma y
spiritus sanctus, martyr, neophytus, presbyter, propheta etc. (Strecker: 1957, 49).

1. 2. Cambios semánticos
En todas las lenguas los hablantes van cambiando poco a poco el significado de las
palabras: unas veces por mera equivocación, pero muchas otras porque juegan con
ellas y quieren dotarlas de nuevos significados. La metáfora, la metonimia y otras figuras
retóricas están en la base de todo y no debemos relegarlas, por tanto, al ámbito de la
literatura.
Veamos algunos ejemplos, tomados fundamentalmente de Strecker (1957: 48-55) y
Goddard (1997: 7-10). Así tenemos que loquor se sustituye por fabulare, formado en
activa a partir del deponente del latín clásico fabulor, de forma que este último ha
alterado su significado desde ‘conversar’ a ‘hablar’ (cf. esp. hablar, port. falar), aunque
loquor también es sustituido por parabolare, que se mantiene en algunas lenguas
romances: fr. parler, it. parlare, cat. parlar; o labor, que amplía su significado de ‘trabajo’
con el de ‘campo’ (= ager) y en concreto ‘campo de trigo’ (= messis); o manduco, que
partiendo de ‘masticar’ terminó sustituyendo a edo, que significaba ‘comer’ (de ahí que
se exprese este último significado en algunas lenguas romances por medio de derivados
de manducare: fr. manger, it. mangiare, cat. menjar.
Del mismo modo focus sustituyó a ignis, para lo cual pasó de significar ‘hogar
doméstico’ (en oposición a ara, el de la divinidad) a ‘fuego’; el hecho es que las lenguas
romances tienen todas formas derivadas de focus: esp. fuego, port. fogo, it. fuoco, fr.
feu. El caso de focus es un ejemplo típico de extensión de significado, en latín vulgar
empezó a adquirir el sentido de ignis (expresiones como focum facere = “encender el
fuego”) y llegó a desplazarlo. Y es que hay situaciones de uso que favorecen los cambios
de sentido: en el caso de iterare (también itinerari, itinerare) que significaba ‘repetir’, se
explica que pasara a ‘viajar’, contaminado con iter, a través de expresiones como iter
facere.
Los cambios sociales pueden justificar algunas sustituciones de palabras y explican
también que una voz cambie su significado, como ocurre con comes, que pasa de
significar ‘compañero’ a significar ‘conde’, o dux, de ‘guía’ a ‘duque’, infans (fem.
infantissa) de ‘niño’ a ‘príncipe’ (esp. infante, -ta). Tenemos también adaptaciones de
voces a las nuevas realidades significativas del ámbito de la religión cristiana, como el
cambio de significado de gentiles para designar a los judíos y paganos, por oposición a
los cristianos o infideles, que adquiere en el latín cristiano el significado de ‘no creyentes’
(esp. infieles), o de orare, que partiendo del significado clásico de “hablar” (cf. orador)
pasa a “pedir” y “rezar, orar” (esp. orar, oración), o de praesul, que de significar
originalmente “bailarín principal o director de danza”, se convierte en latín tardío en
“director” y de ahí llega en latín medieval a significar “obispo”, o de uirtus, que de su
antiguo significado “valor” pasa a “virtud” y de ahí llega a significar “milagro” en latín
cristiano, donde equivale a mirabilia.
El hecho es que hemos de contar en el latín medieval con cambios en el significado
que originan que las lenguas romances hayan conservado los más recientes. Podemos
poner algunos ejemplos: legenda, significa lectura que se hace en la iglesia y también
“leyenda”, término que se mantiene en las lenguas romances: esp. leyenda, it. leggenda,
fr. légende; necare, del significado que tenía en latín clásico de “matar” llega al de
“ahogar” que se conserva en esp. y port. anegar, it. annegare, fr. noyer, prov. cat. negar;
nepotem, de “nieto” pasa a significar “sobrino” (it. nipote, fr. neveu); orbus, significaba
“privado de” y especialmente “privado de progenitores, huérfano”, pero debido a la
frecuencia de construcciones como orbus lumine o luminibus, orbus oculis etc. pasa a
significar “ciego” y de aquí parten algunas formas romances: it. orbo, a. fr. orb, rum. orb
(otras lenguas derivan de caecus: esp. ciego, port. cego); pullus, de “cría de animal”, en
general, pasa a significar “pollo” (esp. pollo, fr. poulet); tabula, “tabla”, reemplaza a
mensa en la mayoría de las lenguas romances: fr. table, it. tavola.
Estos cambios se dan incluso en otros elementos gramaticales como es el caso de
habet, habetur, que junto al sentido propio de “él tiene” etc. adquiere en latín tardío uno
más amplio, impersonal: “hay”, uso que se mantiene en algunas lenguas romances: esp.
hay, fr. il y a; de forma parecida homo, aunque persiste con el significado ordinario,
amplía su sentido hasta alcanzar un valor impersonal, de manera que homo dicit acaba
adquiriendo el sentido del francés on dit; mane y el compuesto de mane reemplazan a
cras “mañana” (it. domani, fr. demain, cat. demá); uel, la disyuntiva en latín clásico “o”,
pasa a ser copulativa “y”.

1. 3. Diferencias de registro
Estas sustituciones y cambios semánticos originaron que hayamos de contar con que
algunas palabras son exclusivas del latín clásico, mientras que otras las compartía la
variedad formal con la coloquial de la lengua. Incluimos algunas de estas dobles
opciones (Goddard: 1997, 10-11, siguiendo a Coseriu: 1954, 57):

Latín Clásico Latín Clásico y Vulgar


Ager Campus
ater niger
balteus cingulum
cruor sanguis
domus casa, mansio
edere manducare, comedere
equus caballus
ferre portare
formido pauor, metus
gramen herba
imber pluuia
ianua porta
letum mors
lorum corrigia
magnus grandis
os bucca
plaustrum carrus
pulcher formosus, bellus
sero tarde
tergum dorsum
ualidus fortis
uincire ligare

De manera similar una serie de adverbios, preposiciones y conjunciones son


exclusivamente clásicas y no se emplearon en la lengua hablada. Goddard (1997: 11)
cita los siguientes: an, at, autem, donec, enim, ergo, etiam, haud, igitur, ita, nam,
postquam, quidem, quin, quoque, sed, siue, utrum, uel etc.

1. 4. Diminutivos
En gran medida el empleo de un diminutivo sirve para dotar a la palabra sobre la que
se forma de un valor expresivo, más que para someterla a un proceso semántico de
disminución; es lo que ocurre cuando una persona, con el Quijote en la mano, dice: “voy
a leer este librito”, que nadie puede interpretar que va a leer una versión abreviada de
la genial novela de Cervantes. Este tipo de creaciones diminutivas en latín medieval
explica que, por ejemplo, corpusculum se utilizara en lugar de corpus. El gran desarrollo
de los diminutivos en la lengua popular acaba por difuminar su valor originario y hace
que se impongan a la palabra sobre la que se forman: auricula > “oreja”, ouicula > “oveja;
en las Vitas patrum Emeritensium tenemos: baselicolam, munusculum, nauiculam,
nouella, opuscula, sellula (Gil: 2004, 171).
Esto origina que en las lenguas romances haya palabras que proceden de un
diminutivo que había desplazado en latín al primitivo substantivo: la forma ya citada
auricula (oricla) reemplaza a auris “oído, oreja” (esp. oreja, it. orecchio, fr. oreille),
auicellus reemplaza a auis “pájaro” (it. ucello, fr. oiseau, cat. ocell), cultellus, también
diminutivo, reemplaza a culter “cuchillo” (esp. cuchillo, it. coltello), geniculum reemplaza
a genu (it. ginocchio, fr. genou, cast. hinojo).
4.2: niet voor het examen

2. Aspectos formales

2. 1. Derivación propiamente dicha o sufijación.


El vocabulario del latín medieval se vio enriquecido por medio de una serie de sufijos,
que incluimos a continuación (Coseriu: 1954, 67, citado por Goddard: 1997, 11-12):

2. 1. 1. Sufijos nominales
-tor, -arius.
Forma nombres de agente, -tor a partir de verbos y –arius a partir de nombres y
adjetivos: auditor, saluator, argentarius, cultellarius, operarius.
-aculum, -torium.
Forman nombres instrumentales como spiraculum (respiradero), sufflatorium (fuelle).
-arium.
Forma nombres de lugar: aerarium, granarium (granero), apiarium (colmena).
-mentum, -tura, -sura.
Forman abstractos o nombres colectivos, generalmente a partir de verbos (en latín
clásico, armatura o mensura): iuramentum, capillatura (aunque sin el verbo capillare),
aduentura (esp. aventura), arsura.
.itas, .itia.
Estos sufijos ya existían en latín clásico, recordemos bonitas, caritas o pigritia, auaritia.
En latín tardío y medieval se forman con ellos nombres abstractos a partir de adjetivos:
amicitatem, bellitatem, longitia, proditia.
-or o -or / -ura.
Forman nombres abstractos derivados de verbos, como lucorem, laudorem (esp.
loor); feruor, feruura; rigor, rigura. Luego sobre el modelo de strictura, directura
(participios de futuro) se formaron nombres en -ura a partir de adjetivos no verbales,
como de planus > planura (esp. llanura).

2. 1. 2. Sufijos adjetivales
Entre los muchos sufijos adjetivales podemos citar los siguientes:
-bilis (amabilis, credibilis) y -alis, -ilis (mortalis, hostilis), ambos de base nominal.
-osus (montaniosus, siguiendo el modelo de adjetivos clásicos como herbosus,
formosus). También de base nominal.
-iuus (tardiuus a partir de captiuus). De base verbal.
-atus, -itus, -utus. Sufijos participiales unidos directamente a substantivos, aunque no
existan los verbos correspondientes; de esta manera se forman: barbatus, barbutus (de
barba), crinitus (de crinis), cornutus (de cornu), pilutus (de pilum).

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2. 1. 3. Sufijos verbales
Citamos a continuación algunos de los sufijos con los que se pueden formar nuevos
verbos:
-are, -ire.
Estos son los sufijos habituales, aplicados al tema de supino, al participio de presente
y a substantivos para formar verbos frecuentativos e incoativos: cantare, adiutare,
oblitare, refusare, calentare, leuantare… dejan múltiples huellas en las lenguas
romances, como ausare (esp. osar, fr. oser), etc.
Hay otros que son más novedosos, como los siguientes:
-iare, sufijo formado tomando como modelo los verbos en –are y a partir de los adjetivos
en –is (molliare de mollis, alleuiare de leuis). Se usa para hacer nuevos verbos a partir
de adjetivos en –us, -a, -um: altiare (esp. alzar), bassiare (esp. bajar, cat. baixar),
directiare (esp. en-derezar, fr. dresser, it. drizzare).
-icare.
Este sufijo forma verbos a partir de adjetivos o nombres: amarus > amaricare (esp.
amargar), follis > follicare (esp. holgar).
-izare.
Sufijo de origen griego (-izein), se utiliza con frecuencia para formar nuevos verbos
en latín cristiano y en el lenguaje médico: cauterizare, puluerizare, baptizare, exorcizare,
scandalizare.
-itare.
Forma verbos frecuentativos o iterativos: uanitare (fr. vanter).
-ulare.
También forma verbos frecuentativos, como misculare (esp. mezclar), tremulare (esp.
temblar, fr. trembler), turbulare (fr. troubler).

2. 2. Composición
El gusto por los compuestos es típico tanto del latín vulgar como del latín tardío o
medieval (Löfstedt: 1936, 92, citado por Goddard: 1997, 13), a pesar de que esta lengua,
al contrario que el griego o las lenguas germánicas, se prestaba poco a la composición,
como atestiguan ya en la antigüedad Quintiliano o Cicerón (Väänänen: 1971, 153). No
obstante, el habla popular se mostró en este aspecto menos reticente que la literaria.
Esta relativa libertad se manifiesta en latín desde el período arcaico y el habla ordinaria
se recreaba forjando compuestos, a despecho de los puristas, y así en la Appendix Probi
encontramos: aquae ductus non aquiductus (22), o terrae motus non terrimotium (159)
o en Petronio formas como caldicerebrius, larifuga o ad domusionem.

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Entre los compuestos yuxtapuestos, resultado de la unión más o menos estrecha de
dos términos unidos por una relación sintáctica y que conservan sus formas, podemos
citar: benedicere (“decir buenas palabras” > “bendecir”), maledicere, benefacere,
malefacere, etc.; minus habere (“faltar”), minus facere (“hacer desaparecer”), minus
dicere (“decir menos” > “hacer más pequeño al hablar”), compuestos que conservan las
lenguas romances: esp. menoscabar, menospreciar, cat. menyscabar, menysprear,
prov. mensprendre, menscreire, a. it. menescredente; cf. fr. méfaire, médire, méprendre,
etc.
Podemos recordar además algunos verbos compuestos, utilizados con frecuencia en
lugar de los simples, tanto en la Peregrinatio Egeriae como en los textos medievales:
persubire, perexire, perdiscoprire, pertransire.

2. 2. 1. Locuciones perifrásticas
El uso de un nombre o adjetivo junto con un verbo, normalmente habere o facere,
para reemplazar un verbo simple es característico tanto del latín tardío como del
medieval. Su uso se inscribe en la tendencia general de abandono de estructuras
sintéticas y su reemplazamiento por formas analíticas (Goddard: 1997, 13-14).
Un gran número de estos compuestos se forman con un substantivo y el verbo
habere, como curam habere = curare, timorem habere = timere (cf. fr. avoir peur) o
concupiscentiam habere = concupiscere. Otros se forman con un substantivo, adjetivo
o participio y el verbo facere, como coctos facere = coquere, memoriam facere =
memorare o saluum facere = saluare. Ocasionalmente también aparecen locuciones con
otros verbos, como agere o sum. Así en la Vetus Latina (Mt. 3, 2) la Itala da poenitentiam
agite, mientras en la Afra se lee penitemini.

II. LA LEXICOGRAFÍA MEDIOLATINA

Todavía no hace mucho en un artículo sobre vocabulario, formación de palabras y


lexicografía del latín medieval afirmaba Sharpe (1996: 93) que el léxico del latín
medieval no había sido compilado en un diccionario, carencia para la que aducía varias
razones.
En primer lugar, la extensión geográfica del latín, como lengua escrita y hablada por
los territorios del Imperio Romano, es decir, el área de las lenguas romances, donde se
instaló como segunda lengua y luego terminó desplazando a casi todas las lenguas
prerromanas; así como por un amplio espacio en que se convirtió en la lengua de cultura
usada internacionalmente. Otra razón, es la tendencia del latín medieval a admitir

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nuevas palabras o cambiar su significado, formando otras nuevas a partir de algunas
usuales en latín clásico. La tercera razón aducida por Sharpe es que el latín es una
lengua con una larga historia y, aunque a lo largo de la Edad Media fueron leídos y
estudiados los textos de los primeros autores, los gustos podían inclinarse a las
novedades y experimentar con el vocabulario en unos períodos y en otros mostrar
preferencias por los autores más antiguos. Por último, el uso del latín durante casi mil
años, en toda Europa y para todos los propósitos literarios, produce un amplio y rico
corpus textual, difícil de abarcar. Todo ello obliga a los lexicógrafos y compiladores de
diccionarios de latín medieval a estudiar textos de todo tipo, que abordan temas muy
diversos, de distintas épocas y zonas, por lo que no parece sorprendente que no hayan
sido muchos los intentos de elaborar diccionarios de latín medieval. No obstante, y
aunque hay muchos diccionarios modernos que no han sido culminados, el estudiante
que se acerque a textos latinos medievales –como aconseja Sharpe desde un punto de
vista práctico- puede hacerlo con un buen diccionario de latín clásico y alguno de los
publicados de latín medieval, a pesar de su carácter selectivo, como los de A. Blaise
(1975) o Niermeyer y C. van de Kieft (Leiden 1954-76, última edición: 2002).
El diccionario de Niermeyer, del que vio la luz una nueva edición (2002) después de
la publicación del artículo de Sharpe, no es más que el último eslabón, de momento, de
una larga cadena de aproximaciones e intentos de llevar a cabo un diccionario de latín
medieval, de publicaciones diversas y estudios parciales sobre el léxico de autores
medievales, de los que nos gustaría dar cuenta, al menos en algunos rasgos generales
mencionando los principales hitos en la lexicografía mediolatina, para lo que seguiremos
fundamentalmente el libro, ya clásico, de Strecker (1957: 38-46) y el artículo de Sharpe
(1996: 93-105) publicado en Medieval Latin (Mantello-Rigg: 1996).

1. La Edad Media: glosarios y gramáticas.


Antes de abordar la lexicografía mediolatina propiamente dicha conviene recordar
cómo se empezaron a desarrollar los propios diccionarios en la Edad Media. Sharpe
(1996: 95-97) recuerda que los diccionarios tienen su origen en dos tradiciones distintas
que se remontan al mundo antiguo: los glosarios y las gramáticas.
Por una parte, los glosarios, generalmente monolingües, que explicaban el significado
de las palabras más difíciles que aparecían en determinados textos. El más antiguo es
el De uerborum significatione de Flacco, de época de Tiberio, pero que no es conocido
más que por un resumen de Pompeyo Festo (s. III). Hay que citar más tarde las Glosas
de Reichenau, redactadas probablemente en el norte de Francia hacia finales del s. VIII,
pero conservadas en un manuscrito del s. IX en la abadía de Reichenau. Y, más
cercanas a nosotros, las Glosas Emilianenses, conservadas en un manuscrito

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procedente de San Millán de la Cogolla, que hoy pertenece a la Biblioteca de la Real
Academia de la Historia, y las Glosas Silenses, contenidas en un códice que procede
del monasterio de Silos. Menéndez Pidal (1999: 9-24) las fechó hacia la mitad del s. X,
pero esta fecha ha sido sometida a revisión y en la actualidad se retrasa hasta el s. XI
(Díaz y Díaz: 1996, 653-666; Bustos Tovar: 2004, 291-307). Por otra, las gramáticas
también intentaron comprender el significado de las palabras partiendo de su etimología
y relacionando las palabras derivadas –o supuestamente derivadas- desde un mismo
origen, aunque evidentemente no podemos intentar resumir toda la tradición gramatical
que arranca de los propios gramáticos latinos. A estos dos métodos de acercamiento e
intento de aclaración del vocabulario, habría que añadir las enciclopedias que van
apareciendo durante la Edad Media, entre las que cabe destacar las Etymologiae de
Isidoro de Sevilla, una obra que puede fecharse hacia el 630, pero que alcanzó una gran
difusión por toda Europa durante siglos.
El que podríamos llamar primer diccionario fue compilado en Italia antes de 1050: se
trata de la obra de Papias Elementarium doctrinae rudimentum, que posteriormente se
publicó en Italia a finales del s. XV (Milán: 1476, Venecia: 1485, 1491 y 1496). Es el
primero que menciona autores de textos como autoridades de las que se toman las
palabras. El que hayan pervivido más de cien manuscritos de la obra de Papias es un
indicio claro del éxito de la misma.
La tradición gramatical intentaba mostrar que de una determinada raíz se podía crear
un verbo, un nombre agente, un nombre verbal, participios o adjetivos, etc. etc. y con
una serie de prefijos el significado podía variar considerablemente. Aunque el desarrollo
científico de la etimología no llegará hasta el s. XIX, el principio de la deriuatio pone de
relieve las conexiones de palabras de similar forma y significado. El tratado más antiguo
sobre deriuationes es el de Osbern Pinnok, un monje de Gloucester de mediados del s.
XII, que lleva por título Panormia siue Liber deriuationum. Entre otras aportaciones, la
obra de Osbern reemplaza a la de Papias en algunos aspectos como el género, las
declinaciones etc, y además incluye citas de distintos autores para ilustrar el significado
de las palabras, por ejemplo, se refiere con mucha frecuencia a Plauto a quien utiliza
como cantera de palabras arcaicas que no aparecen en los textos clásicos. La obra de
Osbern es conocida a partir de unas treinta copias medievales.
A finales del s. XII otro autor, Hugucio de Pisa, fusiona los métodos de sus
antecesores Papias y Osbern en su obra Magnae deriuationes (c. 1190), que tuvo un
enorme éxito en su tiempo, como demuestran los aproximadamente doscientos
manuscritos en los que se nos ha conservado. Para facilitar la consulta de esta obra en
el s. XIII diversos autores compilaron listas alfabéticas basadas en la obra de Hugucio.
También a finales de este siglo se hizo una completa revisión de la misma acabada en

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1286, el Catholicon de Juan Balbo, conocido también como Juan de Génova, que ya
usó el orden alfabético completo. El Catholicon, que se puede considerar como el primer
diccionario de latín impreso (en Maguncia en 1459/60, quizás por el propio Gutemberg),
fue la base de los diccionarios posteriores.
Como Sharpe (1996: 97) pone de manifiesto, las obras de Papias, Osbern, Hugucio
y Juan de Génova no estaban destinadas a lectores que estuvieran dando sus primeros
pasos en el conocimiento del latín, sino a estudiantes de un nivel intermedio.
Así sabemos que en 1284 el arzobispo Pecham encargó copias de Papias y Hugucio
para Merton College de la Universidad de Oxford con la intención de que los estudiantes
del college ampliaran su vocabulario latino. Para los principiantes eran necesarios
gramáticas diferentes y en los s. XII y XIII circularon diversos textos usados para los que
tenían sólo un nivel elemental de conocimientos, entre éstos se incluían también un
vocabulario básico. A finales de la Edad Media circularon también listas de palabras,
organizadas a veces por temas, que fueron muy populares.

2. La lexicografía latina del XVII: el diccionario de Du Cange


Sabido es que en los s. XVI y XVII cambió radicalmente la consideración hacia el latín
medieval, que empezó a ser despreciado como rubiginosus, y los diccionarios, desde
Ambrosio Calepino hacia delante, intentaron ayudar a los lectores a escribir un latín
“mejor”, lejos del latín que se había escrito en toda Europa durante la Edad Media.
El diccionario que dominó el campo del latín medieval durante más de doscientos
años fue compilado en el s. XVII por un aristócrata francés, Charles Du Fresne, Sieur
Du Cange (1610-1688), cuya obra estuvo muy relacionada con los estudiosos
benedictinos, Dom Jean Mabillon y sus compañeros y sucesores. El diccionario de Du
Cange (Sharpe:1996, 97-98) estuvo en principio más dedicado a la sociedad e
instituciones medievales, de hecho las entradas para annus y moneta son realmente
pequeñas monografías sobre cronología y numismática; pero terminó por ampliarse a
todo el léxico, que se abordó con criterios lexicográficos; de forma que la extensión y la
utilidad del diccionario fueron la base de su éxito. En el s. XVIII uno de los sucesores de
Mabillon, Dom Pierre Carpentier, completó el glosario de Du Cange y esta edición fue la
utilizada habitualmente por los medievalistas en los s. XVIII y XIX. La tarea de
reemplazarlo con un diccionario moderno de latín medieval, a pesar del desarrollo de la
lexicografía, fue una tarea demasiado sobrecogedora y tardaron en surgir los primeros
intentos.

3. Archiuum latinitatis medii aeui

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Los diccionarios modernos de latín medieval se remontan a los años veinte del
pasado siglo, en los que surgen proyectos de colaboración entre distintas academias de
toda Europa. En 1920 la llamada Union Académique Internationale decidió emprender
la reelaboración del Du Cange, pero reconociendo la dificultad que ello conllevaba
decidió usar el léxico de Forcellini como base. Cada país debía publicar un diccionario
basado en sus fuentes nacionales, y como culminación de aquéllos se publicaría un
único diccionario para el período de mayor unidad del latín medieval, que se fijó primero
entre los años 500 y 1000, y posteriormente entre los 800 y 1200, a lo que habría que
añadir diccionarios especializados en algunas ramas técnicas del conocimiento. Los
progresos de este proyecto pudieron seguirse a partir de 1924 en el Archiuum latinitatis
medii aeui (ALMA), también conocido como Bulletin Du Cange, de los que Strecker
(1957: 40-42) da noticias, obviamente de lo publicado con anterioridad a 1957.
Diferentes países empezaron a trabajar con poca coordinación, de manera que hoy
día contamos con una serie de diccionarios nacionales basados en principios no
coincidentes. Para las referencias detalladas y actualizadas de todos estos diccionarios,
véase Nacional Lexica of Medieval Latin (Sharpe: 1996, 104-105), entre los que
podemos citar por su proximidad el Glossarium mediae latinitatis Cataloniae,
comenzado por M. Bassols de Climent, que llegaba tan sólo hasta el fasc. 9 (dotalis-
dux) en 1985 y que hoy día continúa bajo la dirección del Prof. P. Quetglas en la
Universidad de Barcelona. A ello podríamos añadir los proyectos que en España se
están realizando en la Universidad de Santiago de Compostela, a cargo del Prof. J. M.
Díaz Bustamante.

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