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Hablando de Misterio, y es el hombre creación de este Misterio, debe ser entonces el hombre,
hijo del Misterio, por tanto, si es hijo, el Misterio es Padre. De aquí que, el ser humano como la
relación de todo buen hijo debe relacionarse con el padre. Sin embargo, en la mayoría de los casos
cuando un hijo quiere algo del padre acude a la madre, ya que, dirigirse directamente al padre se
esperaría posiblemente una respuesta negativa a causa de su objetividad y postura de que es innecesario
lo que se pediría, por ello se acude a la madre por cuanto que ésta percibe y siente la necesidad del hijo,
de la misma manera que llora cuando el hijo atraviesa una grave situación. Toda lagrima no es perdida,
y mucho menos las de la madre. Por tal motivo, la madre frente a la petición del hijo va al padre a
expresar la necesidad y con sus medios consigue lo que quiere y necesita para su hijo. Siguiendo con la
alegoría, algo así debe ser la relación de la madre ante Dios. Es por ello que esta actúa como mediadora
entre el Padre y el hijo. Entonces es menester preguntar ¿Qué es la mediación?
He aquí que llámese mediaciones en la filosofía de la religión a todas las realidades visibles del
mundo religioso, porque son ellas las que hacen posible la relación entre el Misterio, absolutamente
trascendente, y el ser humano constitutivamente corporal, ser en el mundo y necesitado de la referencia
a objetos para desarrollar su existencia; y la hacen posible mediando la presencia inobjetiva del
Misterio en el mundo de los objetos, y expresando mundanamente esa peculiarísima forma de relación
que se describe como actitud religiosa fundamental.
Figura de la Madre
En varias tradiciones religiosas la figura de la madre como elemento sagrado es muy
importante, por ejemplo, en Egipto se adoraba, desde la antigüedad, a la diosa madre Isis, en el
hinduismo se ofrecen cultos a la madre Durgā o en el cristianismo a la Virgen maría. (Kaewsom, 2010,
p.1). En este caso, la imagen de la madre es interpretada de diversas maneras. El hombre con su
encuentro y diálogo en la oración, la da a conocer, por ejemplo: en el caso de la Virgen María en el
cristianismo, ésta ha sido conocida mayormente con imágenes muy puritanas. Los senos, el ombligo, la
zona genital están tapados; son contados los cuadros en que aparece amamantando al niño Jesús. A
menudo hay una espada que atraviesa el corazón malherido con una corona de espinas, y una diadema
regia con rayos que salen detrás del cráneo.
Hay representaciones de María embarazada o con el niño entre los brazos, nunca durante el
parto. Las imágenes de Isis suelen presentarla con su hijo, pero también con escotes, con figura
estilizada, con zonas amplias de su cuerpo al descubierto, sonriente, seductora como la Mona Lisa. A
veces también está desnuda o semidesnuda amamantando al niño. Es una mujer esbelta, de las que
atraen las miradas. Las imágenes de Guānyīn son muy variopintas, a menudo con un gran número de
brazos que asoman por los hombros, el torso desnudo, al descubierto, con una o varias cabezas, encima,
coronadas mirando en múltiples direcciones. Detrás refulge a menudo un halo llameante, más grande
que el habitual en la iconografía cristiana. La mirada y la sonrisa es serena, y la pose es de quietud
contemplativa (Kaewsom, 2010, p. 200).
En este sentido, del culto a Isis aparece la deriva hacia el culto de la Virgen María. La figura de
Isis en los tiempos del cristianismo originario era muy popular en Roma mientras de los temas y
motivos antiguos en las artes plásticas, la literatura y la música de Occidente hasta la actualidad, que el
culto a María era desconocido. en el concilio de Éfeso (431 e.c.) la discusión versó sobre la distinción
entre «madre del mesías» o «madre de Dios» imponiéndose esta última denominación por decisión del
emperador Teodosio II (401-450). Fueron encarcelados quienes insistieron en que María era la madre
de Cristo sin más, la madre del Mesías.
A partir de entonces existe la mariología, disciplina hasta cierto punto teológica, que se cultiva
en la iglesia ortodoxa, en la católica y en la anglicana. María empezó a ser idolatrada o venerada como
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divina madre. En los entornos académicos se han hecho comparaciones entre el culto de Isis en época
romana tardía y el culto a la Virgen María. Después de que el cristianismo ganara popularidad y se
extendiera por Europa los obispos transformaron los templos de Isis en templos de María. El
historiador William J. Durant escribió que “los primeros cristianos veneraban las estatuas de Isis
amamantando a Horus, viéndolas como otra forma de noble y antiguo mito, por la cual, por ser la que
crea y da vida en este mundo, se convirtió finalmente en la Madre de Dios”. Tras la resurrección no hay
mención alguna de Jesús con su madre. Se apareció a otras mujeres y varones. En los inicios María
desaparece y reaparece, uno o dos siglos más tarde, como madre misericordiosa equiparada a Isis
(Kaewsom, 2010, p. 193).
No esta demás mencionar que, aunque exista las adversidades en el mundo, toda la humanidad
vuelve siempre a encontrarse el vivo deseo y el ferviente anhelo de regresar a la madre: huir a la
inconsciencia y refugiarse en la seguridad del seno materno. Este anhelo casi no se distingue del de la
muerte. La tierra es una mujer y la mujer una tierra. Toman la intrincada vida humana, la vuelven a su
origen y la hacen surgir de nuevo. Por eso, desde tiempos inmemoriales, el hombre se ha ocupado sobre
todo de la madre, como lo demuestran las numerosas imágenes pequeñas que representan mujeres
desnudas, a menudo embarazadas, cuyos órganos sexuales aparecen particularmente marcados y cuyas
manos indican los senos o las partes pudendas. (Van der leeuw,1964, p. 83)
El hombre en su realidad como hijo, que cree ver tras el poder los rasgos de una figura,
reconoce en ella los de la propia madre. La soledad frente al poder se transforma en la conocida
relación con la madre. El psicoanálisis moderno ha abierto los ojos de muchos a la gran importancia de
la figura de la madre en la vida del adulto. Los poetas, únicos buenos animistas y realistas dentro de un
mundo teorizado, no han necesitado este despertar algo forzado, conectado con diversas teorías nuevas
y desagradables” (Van der leeuw,1964, p. 82). Como es el caso en el suceder universal que ya no es
más un juego de fuerzas, sino que se reduce al único suceder grande, misterioso: el nacimiento.
Movimiento y mutación, devenir y transcurrir, son nacer y entrar de nuevo en el seno materno. Pero la
madre es la tierra nutricia.
La vida nació de la madre tierra, morir es entrar en ella, en aquella "que debe cantarse y amarse
como creadora de nuestra existencia”. Y tampoco esto lo olvidaron nunca los poetas” (Van der leeuw,
1964, p. 82). Para la humanidad, la madre es todo, menos una invención teórica para explicar el suceder
universal. Tampoco es una figura esbozada. Dondequiera que la naturaleza da o toma algo, aparece la
madre. “La fuente que da nacimiento a los dioses” se transformó en el sobrenombre de la Madonna y
ahora título honorífico de la Teotokos, fue alguna vez una indicación de la figura sin nombre que era
una a medias con el agua de la tierra. Hay también muchas madres: el griego las llama ninfas, y no son
doncellas, sino jóvenes mujeres que son invocadas en las bodas para que las bendiga. La diosa
Artemisa es la más grande de las ninfas; pervive todavía en la fe popular de la Grecia moderna: la
hermosa, juvenil conductora de las cazas violentas que organizan las ninfas (Van der Leew, 1964, p.
84).
Figura del Salvador
En el sentido fenomenológico, puede exponerse la figura del salvador como el hijo que trae la
salvación. Por un lado, no solo es la esperanza de los vivos, sino el consuelo de los muertos. Y por otro,
se dice que, en el poder de la familia, el linaje, es salvaguardado por el hijo. Es por ello que, al desear
al hijo, al conservador del linaje, se quiere la salvación, es decir, la vida que sobrepasa y perdura sobre
el tiempo, que es más poderoso.
Frente a esto, Expone Van der Leew de cara a la figura del salvador que, donde hay un culto
familiar o racial, el hijo es sacerdote de este culto. Y se ve esto sobre todo en el Antiguo Egipto. El
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“hijo a quien ama”, es quien administra el servicio tributario del padre, quien lleva regularmente los
dones a los muertos y de este modo prolonga la vida de ellos en la tumba. Modelo de buen hijo es el
dios Horus que asegura la vida de su padre, Osiris. Así como el dios joven al viejo, todo buen hijo
ofrenda la salvación a su padre, transformado en Osiris. Le dice: "Levanta tu rostro para que veas lo
que he hecho por ti: soy tu hijo, tu heredero, he cultivado granos para ti, he segado trigo, cereales para
las fiestas de tus proezas, granos para tus fiestas anuales” .1 Y también: “ ¡Qué bello es ver, qué
hermoso contemplar, ver a Horus cuando da vida a su padre, cuando obsequia la fuerza a Osiris.
La figura del salvador no sólo aparece en la vivencia del hijo; también se tendrá en cuenta la
otra modalidad del suceder, que ya se encuentra al hablar de cómo adquiere figura el poder. La
salvación no sólo se adhiere a la continuidad de la raza, a la eterna repetición en la vida natural,
también vive en la buena obra única, que el recuerdo relaciona con una sola persona histórica. La
historia de la religión, en sus albores, transformó casi a todas las personalidades que se consideraban
históricas en dioses lunares o en otros mitos. Afortunadamente, eso se ha superado y se observa que no
sólo muchos salvadores están arraigados en la historia, sino que también alguna vez pueden haber
existido dioses por muy envuelta en leyendas que se encuentre su figura humana (Van der leeuw,1964,
p. 99).
Ahora bien, al hablar entonces de la figura del Salvador como ese ser que cura, que viene a
salvar de la esclavitud del pecado, solo ha querido tener participación en cuanto a la mediación de su
madre. En este caso se habla de Jesucristo como el Salvador que es engendrado en su Madre la Virgen
María y que gracias al sí generoso de ella, empieza a tomar dirección el plan da salvación de Dios para
con el hombre. No obstante, a diferencia de las posturas de otros salvadores, Dios envía a su Hijo para
la redención de los pecadores. Antes de esta venida, las puertas del cielo estaban cerradas, y son
abiertas con la muerte de Cristo, ya que Él entra al cielo. Ahora bien, ¿qué sucedía con las almas de los
seres que morían? ¿se perdían? Evidentemente no, ya las Sagradas Escrituras narran que estas almas
iban al seno de Abraham, que no es ni un cielo ni un purgatorio, sino una estadía momentánea que
luego alcanzaba su salvación con la entrada al cielo
Lo dicho es que en cuanto al hacer referencia la misión del Salvador, Jesús cura: Los ciegos
ven, y los cojos andan; los leprosos son limpiados, y los sordos oyen; los muertos son resucitados, y a
los pobres es anunciado el evangelio. La salud del cuerpo y del alma se unen en una sola en la
predicción del Antiguo Testamento que se cumple en el Nuevo: "El Espíritu del Señor es sobre mí, por
cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres: me ha enviado para sanar a los quebrantados
de corazón; para pregonar a los cautivos libertad, y a los ciegos vista; para poner en libertad a los
quebrantados; para predicar el año agradable del Señor.” (San Lucas IV, 18 s., Isaías LXI, 1, 2.)
También hoy en día, la salvación del alma exige la curación del cuerpo y, a la inversa, el médico de
éxito pasa por ser una especie de dispensador de salud. Las iglesias cristianas olvidaron en parte esta
conexión y reciben su castigo en el éxito de tantas corrientes y profetas que ejercitan la curación por la
fe (Van der leeuw,1964, p. 100).
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2) en el sentido genérico;
y 3) en un sentido denominativo o semi-denominativo.
Vermes, por ejemplo, era un defensor de la idea de que Jesús se refería a sí mismo, pero que la
expresión aramea no era un título, sino una alocución que él utilizaba para referirse a sí mismo de
manera indirecta (Van der leeuw,1964, p. 102).
Un criterio que da unidad a casi todas las corrientes que se incluyeron en la llamada «tercera
búsqueda» es que tienden a un criterio de plausibilidad histórica: lo que es plausible en el contexto
judío y permite comprender la génesis del cristianismo primitivo, puede ser histórico. En este sentido,
se podría decir que sólo porque una frase no encaja con las estructuras propias de un idioma no
significa necesariamente que pertenezca a otro. Así, algunos estudiosos llegan a la conclusión de que ὁ
υἱὸς τοὺ ἀνθρώπου no es una construcción griega habitual y que, por lo tanto, debe ser arameo o
hebreo; sin embargo, es muy posible que no tengan suficientes datos para afirmarlo taxativamente. Por
el contrario, sería preciso hacer una investigación mayor sobre la sintaxis de las lenguas involucradas,
antes de realizar una aseveración con respecto al origen arameo del Hijo del hombre (Sanz, 2016, p.
402).
Cristianismo y Salvación
Ahora bien, conociendo el Misterio y la mediación, se clarifica entonces que la madre de la cual
se habla anteriormente, tiene un papel preponderante como mediadora entre el Misterio y el hombre.
Claro es que Dios en su infinita misericordia para con el hombre, tiene un plan de salvación del cual se
hace vida luego del Nacimiento, Muerte y Resurrección de su Hijo. Por ello, la Iglesia que funda
Jesucristo, da nombre a sus hijos bautizados como cristianos, pero no contento con esto también como
son hijos les entrega a su Madre.
En este sentido se puede decir entonces para juntar todo lo mencionado y hablar de la madre
como cooperadora en el plan de Salvación es necesario reiterar que el cristianismo, por tanto, es una
religión de salvación. Y aparece en el mundo como respuesta de Dios a la humanidad presa de
ansiedades e inmersa en la oscuridad. El primer rasgo del misterio cristiano es el de ser salvador,
porque en el marco de una historia realiza la misma salvación que anuncia. El Dios vivo del Antiguo
Testamento es un Dios que salva, y Jesucristo lleva antes que ningún otro el título divino de Salvador
de los hombres. La Eucaristía es la «Hostia salvadora que abre las puertas del cielo».
En este orden, la salvación cristiana no es una teoría sobre la vida humana, sino una acción
sorprendente de Dios que se inclina sobre el pecador que sufre por el alejamiento del Padre y por las
penas y dolores de la vida. La salvación no es en el cristianismo ajena a la Creación. La Creación del
mundo y del hombre por Dios es el primer acto de la historia salutis, y no una simple antesala que no
encierra todavía sentido salvador. La Creación entera, también el material, será salvada, es decir,
participará solidariamente en el destino humano de glorificación final.
La idea cristiana de salvación del hombre contiene gran riqueza y sencillez. Luce un carácter
mistérico, que sólo la fe puede captar. En un marco de amor creativo de Dios hacia la humanidad y
hacia cada uno de sus miembros, se habla de una culpa que ofende y olvida ese amor; se habla de una
expiación de Jesús que la borra, de un hombre libre que se une a ella, de una santificación interior, y de
un destino glorioso en la visión y compañía de Dios. Esta salvación acontece desde fuera y desde
dentro del ser humano, porque sobreviene gratuitamente como elección y don misericordioso de Dios, a
la vez que exige libre acogida y conversión de corazón y mente por parte del hombre (Morales, 2001,
p. 200).
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Éste es su destinatario, pero la salvación del individuo se realiza en él como miembro de una
comunidad. Se armonizan así y se exigen mutuamente un futuro personal inalienable y un destino
común para la humanidad entera. La salvación comienza en esta vida terrena, y sin embargo, pertenece
en su plenitud al más allá. Dada la unidad del hombre, afecta necesariamente al cuerpo y al alma,
solidarios de un único destino. La salvación restaura a la vez que eleva, lo cual permite en el
cristianismo hablar de una felix culpa y de una redención sobreabundante.
Esta enseñanza no es una mera doctrina discursiva. Es una proclamación cristiana. Es un
mensaje operativo de carácter universal, dotado de una intrínseca fuerza expansiva, para beneficio de
todos los hombres que han habitado y habitarán la tierra. (Morales, 2001 p. 197). Es evidente que,
desde el cristianismo, Dios ha querido que todo lo mencionado sea también alcanzado por la
intercesión de la Madre.
Referencias