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En 1701, Luis XIV decidió que la princesa de los Ursinos condujera a la consorte
María Luisa Gabriela de Saboya hasta Figueras, donde tendría lugar la ratificación de su
matrimonio con Felipe V. En tan delicada elección fue decisiva la mediación de madame de
Maintenon y del cardenal Portocarrero, miembro del Consejo de Estado español y personaje
influyente en los inicios del nuevo reinado, con quien la princesa había trabado amistad años
antes en la capital pontificia. Durante los primeros meses de su estancia en España, que
transcurrieron en Barcelona por la convocatoria de Cortes, se ganó la confianza de la reina
gracias a su afabilidad y capacidad para guiarla en su conducta política y cortesana. Su
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proyección se incrementó tras ser designada en 1702 camarera mayor de María Luisa
Gabriela, el cargo más relevante en el entorno de la consorte regia que otorgaba a quien lo
desempeñaba una gran influencia y capacidad de patronazgo político y cortesano.
En el futuro, la princesa de los Ursinos se valió del favor de María Luisa para influir
en la política de Felipe V. La cámara de la reina y los aposentos de la princesa se convirtieron
en espacios de poder femenino donde los jóvenes monarcas tomaban decisiones que
posteriormente ejecutaban las instituciones de gobierno. Al principio, la princesa trató de
mantener una estrecha ligazón con Francia y respetar la voluntad de Luis XIV. Había llegado
a Madrid para educar en el oficio de rey y reina a los jóvenes soberanos y para favorecer los
intereses dinásticos franceses. Sin embargo, gradualmente se transformó en una ferviente
súbdita de los reyes españoles, contribuyendo a configurar en torno a ellos una corte que al
principio les había sido hostil, en una corte leal y cada vez más autónoma respecto al
gobierno de Versalles.
proceloso mar de la corte española. Esto era algo imposible de conseguir para cualquier
diplomático o militar francés, mientras que la princesa lo había logrado fácilmente.
Así las cosas, en 1710, el año más terrible de la guerra, los reyes y la princesa tuvieron
que abandonar por segunda vez Madrid para refugiarse en Valladolid, Burgos y Vitoria, lo
que no hizo sino incrementar el cansancio de París y su deseo creciente de alcanzar un
acuerdo de paz, pese a que las victorias del duque de Vendôme en Villaviciosa de Tajuña y
del mariscal de Villars en Denain dieron de nuevo la preeminencia a los ejércitos borbónicos.
La correspondencia entre la marquesa de Maintenon y la princesa de los Ursinos revela su
posición divergente sobre la necesidad de continuar la guerra. La princesa quería proseguirla,
mientras que la marquesa se inclinaba por la paz, máxime tras las muertes del Delfín y sus
herederos, los duques de Borgoña, que dejaron a Luis XIV y a su esposa en total desconsuelo.
Para Felipe V continuar la guerra era una forma de subrayar su voluntad de ser rey de
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España; para su abuelo Luis XIV, la tutela del nieto había devenido una pesada carga que
estaba costando a Francia miles de muertos y la bancarrota.
En 1711, la suerte del conflicto sucesorio cambió cuando, ante la imprevista muerte
del emperador José I de Habsburgo, le sucedió el archiduque Carlos. Para evitar una nueva
unión personal de España y Austria, que hubiera creado un imperio similar al de Carlos V,
Inglaterra se dispuso a firmar la paz con Francia. En 1713 se abrieron las negociaciones en
Utrecht que culminaron un año después con los acuerdos de Rastadt y Baden. En el primer
tratado de Utrecht se acordó la concesión de un señorío en las Provincias Unidas de los Países
Bajos para la princesa de los Ursinos. Sin embargo, en Rastadt, el Rey Sol tuvo que
abandonar dicha idea, inaceptable para el emperador Carlos VI.